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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (42 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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En la ducha, la ayudó a sacarse los sudados leotardos, sus manos frías sobre la piel femenina. Pudo ver cómo a ella le gustaba aquel contacto.

—Tan suave, y sin embargo tan fuerte —susurró Murbella.

¡Dioses de las profundidades!
La forma cómo lo miraba, como si pudiera devorarlo.

Por una vez, los pensamientos de Murbella acerca de Idaho estaban desprovistos de autoacusación.
No recuerdo ningún momento en el que me haya despertado y haya dicho:

«Lo quiero»
No, aquel sentimiento había ido abriéndose camino hacia una adicción más y más profunda hasta que, como un hecho consumado, tenía que ser aceptado en cada momento de la vida. Como el respirar… o los latidos de un corazón.
¿Una imperfección? ¡La Hermandad está equivocada!

—Frótame la espalda —dijo Murbella, y se echó a reír cuando el chorro de la ducha empapó las ropas de él. Lo ayudó a desvestirse también, y allí en la ducha ocurrió una vez más: la incontrolable compulsión, aquella mezcla macho-hembra que lo borraba todo excepto las sensaciones. Tan sólo después pudo ella recordar y decirse a sí misma:
Conoce todas mis técnicas.
Pero era algo más que técnicas.
¡Desea complacerme! ¡Queridos Dioses de Dur! ¡Jamás fui tan afortunada!

Se sujetó al cuello del hombre mientras él la sacaba de la ducha y la dejaba caer, aún mojada, sobre la cama. Ella lo atrajo a su lado, y allí permanecieron tendidos los dos, inmóviles, restaurando sus energías.

Finalmente, ella susurró:

—Así que la Missionaria utilizará a Sheeana.

—Muy peligroso.

—Pone a la Hermandad en una posición expuesta. Creo que ellas siempre intentaron evitarlo.

—Desde mi punto de vista, es absurdo.

—¿Porque pretenden que controles a Sheeana?

—¡Nadie puede controlarla! Quizá nadie deba hacerlo, nunca. —Alzó la vista hacia los com-ojos—. ¡Hey, Bell! Tenéis a más de un tigre por la cola.

Bellonda, de vuelta a los Archivos, se detuvo ante la puerta de Grabación Com-Ojos y lanzó una pregunta con la mirada a la Madre Observadora.

—De nuevo en la ducha —dijo la Madre Observadora—. Empieza a hacerse aburrido, al cabo de un tiempo.

—¡Participación Mística! —dijo Bellonda, y se dirigió a largas zancadas a sus aposentos, su mente irritada por las cambiadas percepciones que necesitaban reorganizarse.
¡Es mejor Mentat que yo!

¡Estoy celosa de Sheeana, maldita sea! ¡Y él lo sabe!

¡Participación Mística! La orgía como elemento energizador. El conocimiento sexual de las Honoradas Matres estaba teniendo sobre la Bene Gesserit un efecto parecido a aquella primitiva inmersión en el éxtasis compartido. Damos un paso hacia él y otro paso alejándonos.

¡Solo saber que esta cosa existe! Repelente, peligroso… y sin embargo magnético.

¡Y Sheeana es inmune! ¡Maldita sea!
¿Por qué tenía que habérselo recordado Idaho precisamente ahora?

Capítulo XXVIII

Dadme el juicio de mentes equilibradas antes que leyes. Códigos y manuales crean un comportamiento esquematizado. Todo comportamiento esquematizado tiende a seguir adelante de forma incuestionada, acumulando impulso destructivo.

Darwi Odrade

Tamalane apareció en los aposentos de Odrade en Eldio poco antes del amanecer, trayendo noticias acerca del camino que aún les faltaba.

—La arena ha hecho que la carretera sea peligrosa o intransitable en seis lugares al otro lado del mar. Dunas muy grandes.

Odrade acababa de completar su régimen diario: una mini-Agonía de especia seguida por ejercicio y una ducha fría. La celda para huéspedes de Eldio tenía solamente una silla mecedora (conocían sus preferencias), y se había sentado en ella para aguardar a Streggi y su informe matutino.

El rostro de Tamalane tenía un aspecto cetrino a la luz de los dos plateados globos que iluminaban la estancia, pero su satisfacción era inconfundible.
¡Si me hubieras escuchado desde un principio!

—Consíguenos tópteros —dijo Odrade.

Tamalane se marchó, obviamente decepcionada ante la suave reacción de la Madre Superiora.

Odrade indicó a Streggi:

—Comprueba rutas alternativas. Encuentra un camino siguiendo el lado occidental del mar.

Streggi se marchó apresuradamente, casi colisionando con Tamalane, que regresaba.

—Lamento informarte que Transportes no puede proporcionarnos inmediatamente los suficientes tópteros. Están realojando cinco comunidades al este de nosotras. Probablemente podremos disponer de ellos al mediodía.

Todas sabían que Tam utilizaba ese tono remilgado cuando deseaba regañar a Odrade por una mala planificación.

—¿No hay ninguna terminal de observación al borde de ese avance del desierto al sur? —preguntó Odrade.

—La primera obstrucción se halla precisamente más allá de ese punto. —Tamalane parecía aún muy complacida consigo misma.

—Haz que los tópteros se reúnan con nosotras ahí —dijo Odrade—. Saldremos inmediatamente después del desayuno.

—Pero Dar…

—Dile a Clairby que hoy vas a ir conmigo. ¿Si, Streggi? —La acólita permanecía aguardando en la puerta detrás de Tamalane.

La forma en que encajó sus hombros mientras se marchaba indicaba que Tamalane no se tomaba la nueva disposición de los asientos como un perdón.
¡Sobre ascuas!
Pero el comportamiento de Tam encajaba con sus necesidades.

—Podemos llegar hasta la terminal de observación —dijo Streggi, indicando lo que había oído—. Agitaremos mucho polvo y arena, pero no habrá problemas.

—Entonces desayunemos rápido.

Cuanto más se acercaban al desierto, más inhóspito era el paisaje, y Odrade lo comentó mientras avanzaban hacia el sur.

Dentro de un radio de un centenar de kilómetros del último borde del desierto del que habían sido informados, vieron señales de comunidades desarraigadas y trasladadas a latitudes más frías. Cimientos desnudos, paredes no recuperables dañadas en el desmantelamiento y dejadas atrás. Tuberías cortadas a nivel de los cimientos. Demasiado costoso desenterrarlas. La arena cubriría todo aquello haciéndolo desaparecer de la vista en muy poco tiempo.

Allí no disponían de ninguna Muralla Escudo como habían tenido en Dune, observó Odrade a Streggi. Algún día, muy pronto, la población de la Casa Capitular se trasladaría a las regiones polares y sondearía el hielo para obtener agua.

—¿Es cierto, Madre Superiora —preguntó alguien en la parte de atrás, junto a Tamalane— que se está construyendo ya equipo para la recolección de especia?

Odrade se volvió en su asiento. La pregunta procedía de una miembro de Comunicaciones, una acólita de último grado: una mujer mayor con las arrugas de la responsabilidad profundamente grabadas en su frente; hosca y mirando siempre de soslayo a causa de las largas horas frente a su equipo.

—Debemos estar preparadas para los gusanos —dijo Odrade.

—Si vienen —dijo Tamalane.

—¿Has caminado alguna vez por el desierto, Tam? —preguntó Odrade.

—Estuve en Dune. —Una seca respuesta.

—¿Pero fuiste al desierto profundo?

—Sólo algunos cortos viajes cerca de Keen.

—No es lo mismo. —Una seca respuesta merecía una igualmente seca contrarrespuesta.

—Las Otras Memorias me dicen todo lo que necesito saber. —Eso era para las acólitas.

—No es lo mismo, Tam. Tienes que hacerlo por ti misma. Hay una sensación muy curiosa en Dune, sabiendo que en cualquier momento puede aparecer un gusano y tragarte.

—He oído acerca de vuestra… proeza en Dune.

Proeza. No «experiencia». Proeza. Muy exacta en su censura. Muy propio de Tam. «Bell le ha transmitido demasiado de ella misma», dirán algunas.

—Caminar en ese tipo de desierto te cambia, Tam. Las Otras Memorias se hacen más claras. Una cosa es rozar las experiencias de un antepasado Fremen. Otra muy distinta caminar tú misma por allí como un Fremen, aunque tan sólo sea unas cuantas horas.

—No me gustaría.

Demasiado para el espíritu aventurero de Tam. Todo el mundo en el vehículo pudo verlo bajo esta luz. La noticia se difundiría.

¡Sobre ascuas, evidentemente!

Pero ahora el cambio a Sheeana en el Consejo (
si encaja
) tendría una explicación más fácil.
¡Y maldita la necesidad de nuestros pequeños dramas!

Comieron al aire libre en la terminal de observación, y contemplaron las primeras dunas desde una marchita colina poblada de hierba seca.

La terminal era una extensión de sílice fundido, verde y vitrificado, con burbujas de calor bajo su superficie. Odrade se detuvo en el borde vitrificado y notó cómo la hierba bajo sus plantas moría en grupos, con la arena invadiendo ya las laderas inferiores de aquella en un tiempo verdeante colina. Había nuevas plantaciones de barrilla (efectuadas por la gente de Sheeana, dijo uno de los miembros de la comitiva de Odrade) formando una grisácea pantalla al azar a lo largo de los avanzantes dedos del desierto. Una guerra silenciosa. La vida basada en la clorofila luchando en retaguardia contra la arena.

Una duna baja se alzaba muy cerca de la terminal a su derecha. Haciendo un gesto con la mano para que los demás no la siguieran, Odrade trepó la arenosa colina, y exactamente al otro lado de su masa se hallaba el desierto de sus recuerdos.

De modo que esto es lo que estamos creando.

No había señales de vida. No miró hacia atrás, a las cosas vivas que se debatían desesperadamente contra las invasoras dunas, sino que mantuvo su atención enfocada hacia el horizonte ante ella. Era desde el borde desde donde los observadores vigilaban el desierto. Cualquier cosa que se moviera en aquella seca extensión era potencialmente peligrosa.

¡Mantén tu atención allá donde corresponde! Mira al frente. No mires atrás.

Cuando regresó junto a los demás, mantuvo su mirada fija por un tiempo en la vitrificada superficie que rodeaba la terminal.

La vieja acólita de Comunicaciones se acercó a Odrade con una petición del Control del Clima.

Odrade la examinó. Concisa e ineludible. No había nada repentino acerca de los cambios en aquellas palabras. Pedían más equipo de superficie. Todo aquello no procedía de la brusquedad de una tormenta accidental sino de una decisión de la Madre Superiora.

¿Ayer? ¿Fue tan sólo ayer cuando decidí acelerar el proceso de desaparición del mar?

El Control del Clima comparaba el desierto a un cáncer en pleno desarrollo.

La banalidad de aquella comparación ofendía a Odrade. ¡Por supuesto que era un cáncer! Otro tipo de célula estaba apoderándose del futuro de la Casa Capitular.

¡Contables! Podía olerlo en aquel informe. ¡Archiveras y Contables! Útiles a veces, pero Odrade aborrecía su necesidad.

Devolvió el informe a la acólita de Comunicaciones y miró más allá de ella, a la extensión vitrificada rodeada de arena.

—Petición aprobada. —Luego dijo—: Me entristece ver todos esos edificios desaparecer ahí atrás.

La acólita se alzó de hombros.
¡Se alzó de hombros!
Odrade sintió como si la abofetearan. (¡Y eso enviaría estremecidas preocupaciones a través de toda la Hermandad!) Odrade se volvió de espaldas a la mujer.

¿Qué puedo decirle? Hemos estado cinco veces en esta situación a lo largo de la vida de nuestras más viejas hermanas. Y ésta se alza de hombros.

Sin embargo… según algunos estándares, sabía que las instalaciones de la Hermandad apenas habían alcanzado la madurez. El plaz y el plastiacero tendían a mantener una ordenada relación entre edificios y sus emplazamientos.
Fijos en el paisaje y en la memoria.
Pueblos y ciudades no se sometían fácilmente a otras fuerzas… excepto a los antojos humanos.
Otra fuerza natural.

El concepto de respeto a la edad era extraño, decidió. Los seres humanos lo llevaban consigo desde su nacimiento. Lo había visto en el viejo Bashar cuando hablaba de las pertenencias de su familia en Lernaeus.

—Lo hemos mantenido todo con la misma decoración que dejó mi madre.

Continuidad. ¿Podría el ghola revivido revivir también esos sentimientos?

Así es como han sido siempre los míos.

Eso proporcionaba una pátina peculiar cuando «los míos» eran antepasados unidos por la sangre.

Observa durante cuánto tiempo persistimos nosotros los Atreides en Caladan, restaurando el viejo castillo, puliendo profundas tallas en la antigua madera. Equipos enteros de sirvientes para que el viejo y crujiente lugar se conservara a un nivel de apenas tolerable funcionalidad.

Pero esos sirvientes no consideraban que su trabajo fuera inútil. Había como un sentido de privilegio en su labor. Las manos que pulían la madera casi la acariciaban.

—Antigua. Lleva mucho tiempo con los Atreides.

La gente y sus artefactos. Tuvo la sensación de que los instrumentos formaban parte de ella misma.

—Soy mejor debido a este palo en mi mano… debido a esta lanza afilada al fuego para matar mi comida… debido a este refugio contra el frío… debido a mi sótano de piedra para almacenar nuestra comida para el invierno… debido a este rápido barco de vela… este gigantesco transatlántico… esta nave de metal y cerámica que me lleva al espacio…

Esos primeros aventureros humanos al espacio… qué poco sospechaban hasta dónde podía llegar a extenderse su viaje. ¡Qué aislados estaban en esos antiguos tiempos! Pequeñas cápsulas de atmósfera apta para la vida unidas a abrumadoras fuentes de datos mediante primitivos sistemas de transmisión. Soledad. Vacio. Limitadas oportunidades para cualquier cosa excepto sobrevivir. Mantener el aire limpio. Asegurar el agua potable. Ejercitarse para evitar la debilitación de la ausencia de peso. Permanecer activo. Una mente sana en un cuerpo sano. ¿Qué era una mente sana, de todos modos?

—¿Madre Superiora?

¡De nuevo aquella maldita acólita de Comunicaciones!

—¿Sí?

—Bellonda informa que os diga inmediatamente que ha llegado una mensajera de Buzzell. Vinieron unos desconocidos y se llevaron a todas las Reverendas Madres.

Odrade se volvió en redondo.

—¿Ese es todo su mensaje?

—No, Madre Superiora. Los desconocidos son descritos como mandados por una mujer. La mensajera dice que tenía la apariencia de una Honorada Matre, pero no llevaba sus ropas.

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