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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Casa capitular Dune (43 page)

BOOK: Casa capitular Dune
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—¿Nada de Dortujla ni de las demás?

—No se les dio ninguna oportunidad, Madre Superiora. La mensajera es una acólita de Primer Grado. Vino en la pequeña no-nave siguiendo órdenes explícitas de Dortujla.

—Dile a Bell que no debe permitir marcharse a esa acólita. Posee información peligrosa. Instruiré a una mensajera cuando regrese. Tiene que ser una Reverenda Madre. ¿Has comprendido?

—Por supuesto, Madre Superiora. —Dolida ante la insinuación de una duda.

¡Estaba ocurriendo! Odrade contuvo con dificultad su excitación.

Han mordido el anzuelo. Ahora… ¿han quedado enganchadas en él?

Dortujla hizo algo peligroso confiando de esa forma en una acólita. Conociendo a Dortujla, debe tratarse de una acólita extremadamente segura. Dispuesta a matarse si era capturada. Tengo que ver a esa acólita. Puede estar preparada para la Agonía. Y quizá ése es un mensaje que me envía Dortujla. Debe ser como ella.

Bell estaría ardiendo, por supuesto.
¡Qué estupidez confiar en alguien de una estación de castigo!

Odrade llamó a un equipo de Comunicaciones.

—Conectad con Bellonda.

El proyector portátil no era tan claro como una instalación fija, pero Bell y su entorno eran reconocibles.

Sentada en mí mesa como si le perteneciera. ¡Excelente!

Sin darle a Bellonda tiempo para uno de sus estallidos, Odrade dijo:

—Determina si esa mensajera acólita está preparada para la Agonía.

—Lo está. —
¡Dioses de las profundidades! Eso fue muy sucinto para Bell.

—Entonces encárgate de ello. Quizá pueda ser nuestra mensajera.

—Ya ha sido hecho.

—¿Con éxito?

—Mucho.

En nombre de todos los demonios, ¿qué le ha ocurrido a Bell? Está actuando de una forma extraordinariamente extraña. Nunca había sido así. ¡Duncan!

—Oh, y Bell, quiero que Duncan tenga una línea abierta a los Archivos.

—Lo hice esta mañana.

Bien, bien. El contacto con Duncan está teniendo sus efectos.

—Hablaré contigo después de haber visto a Sheeana.

—Dile a Tam que ella tenía razón.

—¿Acerca de qué?

—Solamente díselo.

—Muy bien. Debo admitir, Bell, que no puedo sentirme más satisfecha de la forma en que estás conduciendo las cosas.

—Después de la forma en que tú me has conducido a mí, ¿cómo podía fallar?

Bellonda estaba sonriendo realmente cuando cortó la conexión. Odrade se volvió para encontrarse con Tamalane de pie tras ella.

—¿Razón en qué, Tamalane?

—En que se han producido más contactos entre Idaho y Sheeana de los que habíamos sospechado. —Tamalane se acercó a Odrade y bajó la voz—. No la sientes en mi silla sin descubrir lo que mantienen en secreto.

—Me doy cuenta de que conoces mis intenciones, Tam. Pero… ¿tan transparente soy?

—En algunas cosas, Dar.

—Me siento afortunada de tenerte como amiga.

—Tienes otros apoyos. Cuando votaron las Censoras, fue tu creatividad la que trabajó en tu favor. «Inspirada», fue la forma en que lo dijo una de tus defensoras.

—Entonces sabes que tengo a Sheeana en mente cada vez que tomo una de mis
inspiradas
decisiones.

—Por supuesto.

Odrade señaló a Comunicaciones que desconectara el proyector y se dirigió hacia el borde de la zona vitrificada.

Imaginación creativa.

Conocía los entremezclados sentimientos de sus asociadas.

¡Creatividad!

Siempre peligrosa para el poder atrincherado. Siempre apareciendo con algo nuevo. Las cosas nuevas podían destruir el puño de la autoridad. Incluso la Bene Gesserit se aproximaba a la creatividad con recelos. Mantener una quilla nivelada inspiraba a algunas a echar a un lado a las balanceadoras de barco. Ese era un elemento detrás del envío de Dortujla. El problema era que las creativas tendían a dar la bienvenida a las aguas estancadas. Lo llamaban
intimidad
. Había sido necesaria una gran fuerza de voluntad para enviar a Dortujla.

Pórtate bien, Dortujla. Sé el mejor cebo que hayamos utilizado nunca.

Los tópteros llegaron entonces… dieciséis, con sus pilotos mostrando su desagrado ante aquella misión adicional tras todos los problemas que habían tenido hasta entonces.
¡Trasladar comunidades enteras!

Con un humor frágil, Odrade observó a los tópteros posarse en la dura superficie vitrificada, replegando las alas en sus alvéolos… cada aparato un adormecido insecto.

Un insecto diseñado a su propia imagen por un robot loco.

Cuando estuvieron en el aire, con Streggi sentada una vez más al lado de Odrade, Streggi dijo:

—¿Veremos gusanos de arena?

—Es posible. Pero aún no hay informes de ellos.

Streggi se reclinó en su asiento, decepcionada por la respuesta, pero incapaz de plantear otra pregunta al respecto. La verdad podía ser perturbadora a veces, y habían depositado tantas esperanzas en su apuesta evolutiva, pensó Odrade.

De otro modo, ¿para qué destruir todo lo que amamos en la Casa Capitular?

Como la mayor parte de las acólitas a su nivel, Streggi conocía «la herramienta de la sinceridad». Le había sido proporcionada con una razón en la que podía depositar su confianza:

—Porque la honestidad corta las barreras de la atención inmadura.

Llegaban a esperar respuestas directas, comentarios exactos, y eso mantenía alto su interés. Las acólitas aprendían que la civilización zozobraba en eufemismos, alusiones, circunloquios y claras mentiras enmascaradas por rostros sonrientes. Ese era un error que raramente cometía la Hermandad con su propia gente.

Cometemos otros errores.

El simulflujo intervino con una imagen de un muy antiguo cartel formando un arco sobre una estrecha entrada en un edificio de ladrillo rosa: HOSPITAL PARA ENFERMOS INCURABLES.

¿Era ahí donde se encontraba la Hermandad? ¿O era que habían tolerado demasiados fracasos? La intrusión de las Otras Memorias tenía que tener una finalidad.

¿Fracasos?

Odrade extrajo aquel pensamiento:
Si es necesario, tenemos que pensar en Murbella como en una Hermana.
No era que la Honorada Matre fuera un fracaso incurable. Pero era una inadaptada, y había iniciado muy tarde el adiestramiento profundo.

Qué silenciosas estaban todas a su alrededor, contemplando a través de las ventanillas la arena barrida por el viento… dunas como dorsos de ballenas dejando paso a veces a secos oleajes. El sol de primera hora de la tarde apenas había empezado a proporcionar una suficiente vista lateral como para definir el paisaje cercano. El polvo oscurecía el horizonte al frente. Odrade se acurrucó en su asiento y durmió.

He visto esto antes. He sobrevivido a Dune.

La agitación cuando descendieron y trazaron círculos sobre la Estación de Vigilancia del Desierto de Sheeana la despertó.

La Estación de Vigilancia del Desierto. Aquí estamos de nuevo. Realmente no le hemos dado ningún nombre… del mismo modo que no le hemos dado ningún nombre a este planeta. ¡Casa Capitular! ¿Qué tipo de nombre es ése? ¡Estación de Vigilancia del Desierto! Una descripción, no un nombre. Acentuar lo temporal.

Mientras descendían, vio confirmaciones de su pensamiento. La sensación de alojamiento temporal era amplificada por la espartana brusquedad de todas las líneas. Ninguna curva, ninguna suavidad en ningún ángulo.
Esto se une aquí y eso otro se encaja allí.
Todo unido entre sí por conectores de quita y pon.

Fue un aterrizaje más bien brusco, y el piloto les dijo:

—Bien, ahí estáis, y buena diversión.

Odrade se dirigió inmediatamente a la habitación siempre reservada para ella e hizo llamar a Sheeana. Alojamientos temporales: otro cubículo espartano con un duro camastro. Dos sillas esta vez. Una ventana mirando hacia el oeste, a desierto. La naturaleza temporal de esas habitaciones arañaba su piel. Cualquier cosa de aquel lugar podía ser desmantelada en horas y trasladada a cualquier otro lugar. Se lavó la cara en el cuarto de baño anexo, resintiendo todos sus movimientos. Había dormido en una mala postura en el tóptero, y su cuerpo se quejaba.

Algo refrescada, se dirigió a la ventana, agradeciendo que el equipo de construcción hubiera incluido aquella torre: diez pisos, y aquél era el noveno. Sheeana ocupaba el último piso, una ventaja para hacer lo que el nombre del lugar describía.

Mientras aguardaba, Odrade hizo los preparativos necesarios.
Abrir la mente. Verter los prejuicios.

Las primeras impresiones cuando llegara Sheeana debían ser percibidas con ojos ingenuos. Los oídos no tenían que estar preparados para una voz en particular. El olfato no debía esperar olores recordados.

Yo la elegí. Yo, su primera maestra, soy susceptible a errores.

Odrade se volvió hacia un sonido en la puerta. Streggi.

—Sheeana acaba de regresar del desierto y está con su gente. Ruega a la Madre Superiora que se reúna con ella en sus aposentos superiores, que son más confortables.

Odrade asintió.

Los aposentos de Sheeana en el piso superior tenían la misma apariencia prefabricada por todos lados. Un refugio apresuradamente construido frente al desierto. Una amplia habitación, seis o siete veces el tamaño del cubículo para los huéspedes, pero que era a la vez dormitorio y lugar de trabajo. Ventanas a dos lados… oeste y norte. Odrade se sintió impresionada por la mezcla de lo funcional y lo no funcional.

Sheeana había conseguido que sus aposentos reflejaran su personalidad. Un camastro Bene Gesserit estándar había sido recubierto con un cobertor naranja y ocre oscuro.

El dibujo en blanco y negro de un gusano, erguido y con todos sus cristalinos dientes desplegados, llenaba una de las paredes. Lo había dibujado la propia Sheeana, confiando en sus Otras Memorias y en su infancia en Dune para que guiaran su mano.

Decía algo acerca de Sheeana el que no hubiera intentado algo más ambicioso… a todo color quizá, y con un fondo tradicional de desierto. Tan sólo el gusano y un asomo de arena bajo él, con una pequeña figura humana embozada en primer término.

¿Ella misma?

Una admirable moderación y un constante recordatorio del porqué estaba allí. Una profunda impresión de la naturaleza.

¿La naturaleza no crea mal arte?

Era una afirmación demasiado fácil como para aceptarla.

¿Qué es lo que entendemos por «naturaleza»?

Había visto salvajismos atrozmente naturales: árboles quebradizos con el aspecto de haber sido bañados en un triste pigmento verde y abandonados al borde de la tundra para que se secaran hasta convertirse en horribles parodias. Algo repelente. Resultaba difícil imaginar que tales árboles tuvieran alguna finalidad. Y gusanos ciegos… con legamosas pieles amarillas. ¿Dónde estaba el arte en ellos? Un lugar de parada temporal en el viaje de la evolución hacia algún otro lugar. ¿Marcaba alguna diferencia la intervención de los seres humanos? ¡Sligs! La Bene Tleilax había producido algo repelente allí.

Admirando el dibujo de Sheeana, Odrade decidió que algunas combinaciones ofendían algunos sentidos humanos en particular. Los sligs como alimento eran deliciosos. Las combinaciones más horribles pulsaban experiencias ancestrales. Las experiencias juzgaban.

¡Malo!

Mucho de lo que consideramos como ARTE complace nuestros deseos de seguridad. ¡No me ofendáis! Sé lo que puedo aceptar.

¿Cómo complacía aquel dibujo los deseos de seguridad de Sheeana?

El gusano de arena: un poder ciego guardando ocultas riquezas. Una habilidad artística en el campo de la belleza mística.

Se decía que Sheeana bromeaba acerca de su misión:

—Soy pastora de unos gusanos que tal vez nunca lleguen a existir.

Y aunque aparecieran, podían pasar años antes de que ninguno alcanzara el tamaño señalado en su dibujo. ¿Era su voz la que parecía brotar de la pequeña figura frente al gusano?

Este llegará a tiempo.

Un olor a melange inundaba la habitación, más fuerte de lo habitual en los aposentos de una Reverenda Madre. Odrade pasó una escrutadora mirada por el mobiliario: sillas, mesa de trabajo, iluminación por globos anclados… todo colocado donde pudiera servir con una mayor ventaja.

¿Pero qué era ese extrañamente modelado montón de plaz negro en el rincón? ¿Otro trabajo de Sheeana?

Aquellos aposentos eran propios de Sheeana, decidió Odrade. Había poco más que el dibujo para recordar sus orígenes, pero la vista desde cualquier ventana hubiera podido ser la de Dar-es-Balat, allá en lo más profundo de las secas tierras de Dune.

Un ligero sonido de roce de telas en la puerta alertó a Odrade. Se volvió, y allí estaba Sheeana. Casi tímida la forma en que miró a su alrededor desde la puerta antes de entrar en presencia de la Madre Superiora.

El movimiento como palabras:
«Así que vino a mis aposentos. Bien. Cualquier otra quizá se hubiera mostrado negligente ante mi invitación.»

Los alertados sentidos de Odrade hormiguearon con la presencia de Sheeana. La Reverenda Madre más joven que jamás hubieran tenido. A menudo pensabas en ella como en la
Tranquila Pequeña Sheeana
. No siempre había sido tranquila y ya no era pequeña, pero la etiqueta había quedado. Ni siquiera era tímida, pero frecuentemente se mantenía quieta como un roedor aguardando al extremo de un campo a que el campesino se marche, para lanzarse como una centella sobre los granos caídos.

Sheeana entró en la habitación y se detuvo a menos de un paso de Odrade.

—Hemos permanecido mucho tiempo separadas, Madre Superiora.

La primera impresión de Odrade se vio extrañamente trastocada.

¿Sinceridad y ocultación?

Sheeana permanecía tranquilamente receptiva.

Aquella descendiente de Siona Atreides había desarrollado un interesante rostro bajo la pátina Bene Gesserit. La madurez había trabajado en ella de acuerdo con los designios tanto de la Hermandad como Atreides. Las señales de muchas decisiones firmemente tomadas. La esbelta expósita de oscura piel y pelo castaño con mechones dorados por el sol se había convertido en aquella equilibrada Reverenda Madre. La piel seguía siendo oscura a causa de las largas horas al aire libre. El pelo seguía teniendo mechones de sol. Los ojos, sin embargo… poseían el acerado azul total que decía: «He pasado por la Agonía.»

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