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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (8 page)

BOOK: Categoría 7
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El presidente sonrió aún más ampliamente, con toda la honestidad y sutileza de un jugador profesional de billar en un garito de mala muerte.

—Es que no entiendo tu lógica, Carter. ¿Qué te hace pensar que podría establecer una diferencia? Cerrar una central nuclear apenas mejoraría la situación. Es un largo proceso administrativo y después la planta tiene que ser desmantelada. Eso puede durar años. Luego hay que transportar los cilindros de combustible, quizás atravesando tu precioso cinturón agrícola, para ser almacenados en alguna parte. Y a tu pequeño grupo de frutas y nueces orgánicas con sandalias Birkenstock no le gustaría mucho eso, ¿no te parece? Y piensa en los granjeros. Quiero decir, los granjeros en serio, Carter, los conglomerados agrícola-industriales. A ellos les gusta la energía barata y segura. En abundancia.

—Su lealtad con la industria de energía nuclear es conmovedora, señor presidente, pero se está convirtiendo en poco convincente. Las organizaciones de base están…

—Las organizaciones de base son una pérdida de mi tiempo, Carter —interrumpió irritado el presidente—. Puede que tú seas el gran hombre de vanguardia, pero la gente que te sigue ni siquiera aparece en las pantallas del radar. Sólo creen que aparecen. Gilipollas cabezas huecas. Son como un enjambre de mosquitos, Carter. Irritantes, pero demasiado pequeños para tener importancia alguna. Tus amigos comedores de cereales pueden no darse cuenta de que los días de conseguir cambios sociales mientras cenan tofu orgánico y casero han pasado, pero tal como tú has señalado, eres hombre de negocios. Sabes cómo son las cosas. Sabes que el número de gente que se esposa a las verjas, se manifiesta o se queja en blogs de progresistas amanerados nunca llegará a igualar el número de dólares que la industria energética gasta en tranquilizar al resto del país de que siempre tendrán bombillas que no titilen. —Se detuvo y se rió—. Mierda, Carter, estoy esperando que me preguntes por mi conciencia, o si duermo bien por las noches, para luego saber a ciencia cierta hasta qué punto has enloquecido. —El presidente extendió una mano para desabrocharse una manga y comenzó a remangársela—. Si vas a continuar en el juego, Carter, termina con esa mierda de corazón doliente y hazte cargo. En caso contrario, apártate del maldito camino. —El presidente Benson dio media vuelta, dando por terminada la conversación con Carter.

Carter ni se movió. Davis Lee no pudo detectar ni siquiera un brillo en sus ojos, aunque su sed de sangre seguramente era mucha. Él no era hombre que aceptara ser dejado de lado por nadie.

—¿Que me aparte del camino de quién, Winslow? —preguntó con calma.

—Del mío.

Carter no tuvo tiempo de responder porque un asistente llamó a la puerta y luego asomó su cabeza en la habitación.

—Señor presidente, es hora de marcharnos. Señor Thompson, señor Longstreet, los agentes querrían que ustedes bajaran primero. El presidente subirá con ustedes al escenario en unos momentos. —La sonriente cortesía del asistente rayaba en el servilismo.

—Gracias por reservar algo de su tiempo para hablar conmigo, señor presidente —dijo Carter con una breve inclinación de cabeza, luego salió de la sala con su habitual sonrisa familiar en su rostro.

—Gracias, señor presidente —repitió Davis Lee, estrechándole la mano, para seguir a su jefe. Sonrió a la encantadora muchacha que se cruzó en su camino. Era rubia, inteligente o con buenos contactos, o tal vez ambas cosas.

Era una pena que la Casa Blanca se hubiera vuelto tan correcta.

Capítulo 7

Martes, 10 de julio, 12:00 h, Campbelltown, Iowa.

Win Benson observó en silencio como su padre se subía la otra manga. Al cabo de un rato, Win sacó el iPod de su bolsillo y tras seleccionar la música que más escuchaba, lo encendió. Al mismo tiempo que el zumbido del ruido blanco llenaba el cuarto, el presidente alzó la vista y lo miró a los ojos.

—Si presenta su candidatura, no va a ser un hombre fácil de derrotar. Será una carrera a tres bandas —anunció Win.

—Ya lo han intentado antes. Le quitará votos al otro partido y será más sencillo para mí como sucedió con Perot y Clinton y como hizo Nader con Bush —replicó su padre despectivamente.

Procurando no dar muestras de preocupación, Win sonrió con soltura y deslizó sus manos en los bolsillos de su pantalón, encogiendo con indiferencia los hombros.

—Tiene dinero como Perot, pero es más popular, y tiene los mismos seguidores que Nader con más hombres de negocios en la coalición. Creo que sería un error subestimarlo.

—No pierdas demasiado tiempo pensando en ello, Win. No va a presentarse. A pesar de todo lo que tiene a su favor, Carter es un bala perdida que no duraría ni una semana en campaña. Su ego está fuera de control, como has visto, y no puede tolerar que se le cuestione o se le critique. Y no es capaz de desligarse del pasado. —Hizo una pausa como si fuera a continuar, pero no fue así—. Nos conocemos desde hace mucho, y hay cosas que no cambian.

Win se quedó inmóvil, mirando el perfil de su padre.

—¿Cuánto es mucho?

—Lo suficiente.

«Gilipollas». Antes de que la irritación por la condescendencia de su padre con respecto a él pudiera hacerse visible en su rostro, Win dio media vuelta y se encaminó hacia la ventana. Había una gran multitud allí afuera, bajo la lluvia. Era un buen homenaje que se reuniera tanta gente en esas condiciones. Su padre, naturalmente, pensaba que estaban allí para verlo a él de cerca. Win, sin embargo, había pasado bastante tiempo entre la multitud. El grupo estaba de buen humor y con energía, a pesar de aquel tiempo de mierda, y muchas de las conversaciones que oyó tenían que ver con Carter o su empresa. Había regresado con la incómoda sensación de que la multitud estaba allí, principalmente, por el trigésimo aniversario de la empresa y sólo en segundo término para ver al presidente. Ahora, viendo el escenario que se estaba preparando a unos cientos de metros del edificio en donde se encontraba, Win se dio cuenta demasiado tarde de que la presencia de su padre podía haber atraído aún a menos gente de la que pensaba a aquel espectáculo del tres al cuarto. Después de todo, era una multitud relativamente joven, y había habido un anuncio sorpresa hacía no mucho en el que se comunicaba que Bon Jovi y Hottie and the Blowfish iban a tocar ese día. El contingente anti-Benson estaba bien representado entre los rostros que pululaban por la carpa de los periodistas; ellos sin duda, calificarían a su padre de telonero.

Tenía que haber sido calculado. Y aunque no hubiera sido así, el fracaso sería desagradable y la responsabilidad recaería sobre sus hombros. Necesitaba un contraataque. Ya.

Win volvió su rostro hacia su padre.

—¿De qué conoces a Carter? ¿Por qué dices que es desde hace tanto tiempo? Estabas en el Senado y él no era nadie. Apenas un burócrata de escaso nivel en una agencia sin poder.

Su padre apartó la vista un momento antes de responder.

—Estaba en la NOAA, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, cuando comenzó, y no era de tan escaso nivel. Tenía algunas responsabilidades presupuestarias. Testificó ante mi comité allá por los setenta.

—Mucha gente testificó ante ti. No todos ellos te odian.

El presidente aceptó la afirmación con una sonrisa irónica.

—Para hacer breve una larga historia, cancelamos su programa y él se convirtió en el hazmerreír de forma tal que ningún otro programa quiso contratarlo. Básicamente, fue expulsado del área gubernamental. Por eso montó su propia empresa. Era algo más que un advenedizo, nadie quería contar con él.

—¿Qué clase de presupuesto era el suyo? ¿Cuál era el programa que coordinaba?

—Investigación climática —respondió su padre tras otra breve pausa.

La reticencia iba a tono con la personalidad del presidente, pero la incomodidad subyacente sobre el tema no. Había algo más en esa historia.

—¿Qué fue lo que hizo?

La expresión de su padre ahora mostraba, claramente, señales de irritación, dándole a entender a Win que no iba a obtener muchas respuestas más sobre esa cuestión.

—Fue a principios de los setenta. Mucha gente se ocupaba de muchas cosas absurdas, y Carter estaba con el medio ambiente. Se puso furioso cuando se enteró de que su programa iba a ser cancelado, pero enloqueció más cuando tuvo conocimiento de que había proyectos para construir más centrales nucleares. Vio conexiones donde no las había. La energía nuclear quedaba completamente fuera de su área de investigación, pero el tema lo volvía loco. Lo sigue haciendo, como acabas de ver. Así que asumió como responsabilidad propia presentarse a las audiencias y sermonearnos sobre la ecología de las «profundidades de la Tierra» y cómo la Tierra era un organismo vivo y no sólo una piedra verde y azul flotando en el espacio. Dijo que trabajar en contra de la naturaleza era enfrentarse a lo Divino. —Se rió con una extraña risa silenciosa—. ¿Puedes creerlo? De todos modos, afirmó eso en declaraciones oficiales, y después se enfureció tanto que… —El presidente sacudió la cabeza—. Se comportó como un imbécil. Parecía uno de esos hippies que se abrazan a los árboles. Y, aparentemente, me culpa a mí de ello.

—Eso no aparece en ninguna de las transcripciones documentales que he leído.

La sonrisa de su padre se esfumó.

—Eso sucedió durante una audiencia a puerta cerrada. Aunque tampoco le fue mucho mejor en las comparecencias públicas. El hecho es que podría obtener el puesto de gobernador de Iowa, pero no es contrincante para la presidencia.

—Entonces, ¿por qué has venido aquí?

Su padre le frunció el ceño.

—Porque tiene dinero y lo distribuye. Si no lo hiciera, créeme, habría quedado al margen hace mucho tiempo.

Otro ligero golpe en la puerta atrajo su atención. La muchacha rubia asomó su cabeza y sonrió.

—Cuando esté usted listo, señor presidente.

Iba a aplastar a Winslow Benson.

Aquella certeza tomó a Carter por sorpresa. No era tanto una decisión sino una promesa que se hacía; era totalmente distinta a las decisiones que lo habían guiado durante los últimos treinta años e incluso en los años anteriores a esos. Se trataba de algo frío, puro y sólido, inmutable, irreversible. Se aseguraría de que el presidente se convirtiera en una mancha en el panorama político a causa de su ceguera y su codicia. Tenía que suceder.

—Bueno, ha ido bien, ¿verdad?

Carter continuó por el corredor alfombrado unos pasos más, antes de echar una mirada a su consejero. La furia que le ardía en el vientre era cuidadosamente contenida, pero sabía que no engañaba a Davis Lee. Él era una de las pocas personas a quien Carter podía confiarle la verdad. No toda la verdad, pero sí versiones de la misma, y no sólo porque Davis Lee fuera bueno en manipularla.

Davis Lee Longstreet parecía un vagabundo de playa, hablaba como un provinciano y diseñaba estrategias como Gengis Jan. Era una ventajosa pero irritante combinación de elementos y servía para desviar automáticamente las críticas. Hasta la prensa había sido engañada; Davis Lee era demasiado amigable y dado a la risa para ser considerado implacable, y sin embargo, en diez años, nunca había dudado en tomar decisiones categóricas y llevar a cabo los planes necesarios, a la vez que se aseguraba que no quedaran huellas suyas en ninguna parte.

—Ahórrate el sarcasmo —respondió Carter—. Ha ido tan bien como era de esperar.

—Siempre es necesario usar el sarcasmo cuando uno se enfrenta a la autoridad —replicó Davis Lee, ofreciéndole la sonrisa que desarmaba a tantos—. Hace que uno tenga perspectiva. ¿Y ahora qué?

—A comer —dijo Carter, haciendo una pausa para mirar a través de la pared acristalada que formaba la fachada del edificio. Docenas de grandes y coloridas carpas alfombraban los jardines de su empresa, y cientos de personas se hallaban bajo las mismas. El malestar del vientre comenzó a ceder, y por primera vez en muchas horas, la sonrisa de su rostro le pareció casi genuina. Ésta era su tierra, en su pueblo, en su estado. Los que estaban allí fuera eran sus empleados, su familia y sus invitados. El presidente era su invitado.

Carter tomó aire profundamente, satisfecho. Incluso el presidente había hecho lo correcto al no rechazar esa invitación. La fiesta de hoy, celebrando los treinta años de su empresa, no era una representación importante para el comandante en jefe, pero se le acercaba bastante, y a pesar de la conversación que acababa de tener lugar, el presidente lo sabía. Winslow Benson podía ocupar el puesto —por el momento—, pero Carter tenía el dinero, vivía en el estado correcto y había acumulado suficiente poder para que el presidente sintiera una ligera obligación de contentarlo. Era otro signo cierto de que la vida se estaba desarrollando del modo en que debía hacerlo.

En el momento exacto, el vicepresidente de Recursos Humanos de Carter lo presentó. Su esposa, Iris, y sus hijas, agrupadas en el escenario, comenzaron a aplaudir. La multitud acompañó el gesto, vitoreándolo enloquecida. Carter se adelantó a los agentes del servicio secreto y abrió las pesadas puertas del edificio justo cuando unos débiles rayos de sol se abrieron paso entre las nubes. Un rugido se alzó entre la audiencia. Subió al trote los escalones hasta el escenario, haciendo un gesto de convincente humildad, queriendo dar a entender que no había tenido nada que ver con la mejora del clima.

Era un gesto magistral, en realidad, porque había tenido que ver exactamente con ello.

Capítulo 8

Martes, 10 de julio, 15:00 h, McLean, Virginia.

Jake Baxter apretó su mano derecha, cerrando el puño y dejó que el teléfono sonara una segunda vez antes de atenderlo. Después de diez años trabajando como meteorólogo forense en el Consejo de Ciencia y Tecnología de la Central de Inteligencia, nunca había estado en un proyecto que avivara su imaginación —o sus neuronas— tanto como éste. Había estado en el equipo de trabajo menos de una semana y todavía le subía la presión sanguínea cuando pensaba en ello, pero estaba esforzándose en hacer que pareciera otra cuestión más a resolver en su lista de tareas:
No. 5. Poner a punto el equipo de trabajo Escuadrón de Dios.

Así es como la Operación Demora le había sido presentada por Candy Freeman, la candidata más atipica que la Agencia había promovido nunca al cargo de jefe de sección. Pequeña, ruidosa, de nombre inapropiado, y sarcàstica como un demonio, Candy era también increíblemente inteligente y tenía el talento único de ser capaz de pensar más allá de los parámetros habituales. Bastante más allá. Y eso, creía él, era parte del motivo por el que había sido requerido para ocupar el puesto, a pocas horas de la muerte de Wayne Chellner: era un candidato inusual. La especialidad de Wayne había sido el análisis de predicción meteorológica, y no, como en el caso de Jake, el análisis forense.

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