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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (9 page)

BOOK: Categoría 7
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Wayne —pobre hijo de puta— había sido asignado al equipo de trabajo interdisciplinario hacía un mes hasta que no consiguió tragar por completo el último bocado de un emparedado de cerdo con salsa Tabasco extra durante su almuerzo habitual de los viernes en Jimmy Joe's BBQ Shack. Cuando Candy mencionó a propósito el equipo de trabajo en la misma conversación en la que le comunicó la noticia sobre Wayne, Jake supo que él sería a quien ella eligiera para tomar el testigo y continuar la carrera.

Y allí estaba, metido hasta el cuello y trabajando demasiado duro como para pensar en ello.

Descolgó el auricular después que el teléfono sonara tres veces.

—Baxter.

—Hola, Jake. Ya estamos preparados para ti. —El acento del oeste de Texas en la voz de Candy era apenas distinguible. Eso, de por sí, significaba mucho. Ella no moderaba su acento delante de cualquiera, así que, fuese quien fuese el coordinador del equipo de trabajo tenía que estar muy arriba en la cadena alimenticia.

—Voy para allá.

Mientras se ponía de pie y agarraba su ordenador, Jake tuvo que admitir que jamás había notado tanta adrenalina deslizándose por sus venas. No saber quién estaba en la sala de conferencias en la que estaba a punto de entrar era sólo una parte del asunto. Sabía muy poco sobre el equipo de trabajo y su misión, excepto que su papel era suministrar datos sobre investigaciones a fondo sobre el clima en áreas específicas de alta confidencialidad. Algunas de las zonas tenían sentido, como Chicago y Kabul, y otras, como el pueblo de Prayer, en Oklahoma, y unas coordenadas geográficas señalando una zona deshabitada de Sudán, no le parecían relevantes. Pero eso no importaba. La operación funcionaba bajo la estricta política de «saber lo mínimo indispensable», y Jake sabía que su papel, en ese momento, era el de suministrar respuestas, no el de hacer preguntas.

Excepto que los datos que le habían pedido que recopilara no podía considerarse la típica información meteorológica. Incluía una enorme cantidad de información geográfica e hidrológica así como datos climatológicos históricos, que en muchos casos se retrotraían a veinte o treinta años atrás. Había sido una sorpresa para Jake darse cuenta de lo detallada que era la información disponible. La compilación de información climatológica pertenecía a la época de su adolescencia, hacía treinta años, o al menos eso había creído. Los archivos que le habían estado entregando llevaban clasificaciones que nunca antes había visto.

Llamó a la puerta, que se abrió casi de inmediato. Al entrar, lo primero que observó fue que había sólo dos personas en la sala, Candy y el tipo que había abierto la puerta. Parecía lo suficientemente joven como para ser un pasante.

«Fantástico. Le doy mis informes al jovenzuelo». El flujo de adrenalina se interrumpió a medida que se adentraba en la habitación y depositaba su ordenador sobre la superficie de la mesa, de fórmica imitación madera.

—Hola, Jake. Entra. Éste es Tom Taylor. Está a cargo del equipo de trabajo del DNI.

La voz de Candy era moderada y Jake ocultó su sorpresa mientras le tendía la mano a su nuevo jefe. Si él estaba trabajando para el DNI, eso quería decir que no formaba parte de la Agencia.

«Esto tiene que ser una espina en muchos culos ejecutivos».

—Encantado de conocerle. Jake Baxter.

—Doctor Baxter. —El apretón de manos de Tom Taylor estaba calibrado exactamente para transmitir confianza y una sutil superioridad en directa contradicción con un mentón que parecía no haberse enfrentado nunca a la máquina de afeitar. Después de estrechar su mano, hizo un gesto para que Jake se sentara—. Me alegro de que estuviera dispuesto a ocupar el puesto en tan poco tiempo.

—Es un proyecto interesante.

—Es una buena palabra para definirlo —dijo Tom, tras pensar un instante, y Jake se preguntó si el muchacho esperaba que él se sintiera incómodo.

«Ni en esta vida, ni para este gilipollas».

Diez segundos en presencia de aquel tipo fueron suficientes para determinar que la arrogancia era la carta de presentación más notable del joven.

—Confío en que haya tenido acceso a todos los materiales del doctor Chellner —continuó el gilipollas, caminando hacia un extremo de la mesa en donde un pequeño montón de carpetas color manila estaban cuidadosamente apiladas. Cada carpeta estaba cruzada con gruesas líneas diagonales azul oscuro que iban del extremo superior derecho al inferior izquierdo. Las palabras TOP SECRET/INFORMACIÓN ESPECIAL COMPARTIMENTADA descansaban en un rectángulo de espacio libre en el centro de las líneas.

—Sí.

El otro hombre asintió e hizo señas a Candy para que se sentara. Entonces tomó asiento también él y agarrando un lápiz se reclinó en su silla.

«Le deben de haber enseñado eso en la escuela de negocios».

Jake intentó no mirar fijamente mientras Tom fruncía levemente el ceño y se metía el lápiz en la boca como si estuviera tomándose un instante para ordenar sus ideas.

«Tal vez en la guardería».

Jake se sentó y se cruzó de brazos, apoyándose sobre sus antebrazos a la vez que miraba a Tom a los ojos.

«Aprendí esto en los marines, niño bonito; ahora empieza a hablar».

La mirada impasible de sus ojos advirtió a Jake de que Tom no estaba impresionado. Al menos el campo de juego era similar, y eso era mejor que la situación un minuto antes.

—¿Cuánto sabe sobre manipulación y control climático? Sobre todo en lo que se refiere a procesos que podrían ser considerados armamento no detectable.

—Sé que hay un tratado de la ONU que lo prohíbe y que hay un montón de locos ahí afuera que piensan que a pesar de eso se está llevando a cabo —respondió Jake sin asomo de duda.

—No sólo locos.

Jake se encogió de hombros.

—Bueno, tanto locos instruidos como los no tan instruidos. La historia y un montón de ciencia basura les han dado motivos para sospecharlo. Los Estados Unidos no siempre se han portado bien en el
sandbox.

—No teníamos por qué hacerlo. Y desde que comenzó a ser un asunto importante, ha sido nuestro
sandbox
. —La sombra de una sonrisa cruzó el rostro de Tom, provocando un escalofrío a Jack.

A Jake no le gustaban los escalofríos. Parpadeó y no le devolvió la sonrisa.

—Me doy cuenta —continuó Tom— de que hablar tan frívolamente sobre el clima puede resultar ofensivo para quienes lo han convertido en el trabajo de toda una vida. Desgraciadamente, lo cierto es que sigue siendo la última frontera, y como tal, nos ruega ser conquistada.

«Ahórrame la mierda florida». Jake mantuvo su rostro impasible.

Tom dejó el lápiz sobre la mesa, descansando la palma de la mano sobre el montón de carpetas.

—El tema de la manipulación climática tuvo su punto álgido en los cincuenta y sesenta, con escasos éxitos, como cuando la operación Popeye provocó un aguacero sobre las rutas de Ho Chi Minh, ayudando a interrumpir las líneas de suministro de los norvietnamitas, y algunos pocos desastres, o cuando el proyecto Tormenta Furiosa desvió un huracán débil de la costa este de Florida, sólo para fortalecerlo, hacerlo volver y destrozar el sureste de Georgia. —Hizo una pausa—. Todo eso pasó en los viejos buenos tiempos, cuando la participación de la Agencia nunca era reconocida, pero, sin embargo, era quien tomaba las decisiones. Después, la seguridad empezó a volverse ligeramente permeable en Washington, con el asunto de los papeles del Pentágono que se filtraron, y Garganta Profunda haciendo de las suyas, ya se imagina. Había indicios obvios pero falsos de que los soviéticos habían dejado de invertir dinero y sus mejores científicos en ese esfuerzo, y que el campo estaba libre para que lo ocupáramos.

Lo que el Congreso vio fue una serie de votantes agitados y un montón de cámaras de televisión. En esa época, el Pentágono se cansó de hacerse cargo de todas las culpas. Así que los Estados Unidos abandonaron oficialmente el juego del clima. El presupuesto oculto fue eliminado del presupuesto general a mediados de los ochenta. Como usted dice, siempre ha habido locos lanzando teorías descabelladas y sacando a la luz lo que ellos denominan «pruebas» para demostrar que la investigación nunca fue interrumpida.

—Muchos científicos veraces piensan exactamente lo mismo.

Tom alzó la vista. Sus ojos de color castaño eran oscuros e inexpresivos.

—Y tienen razón. Había demasiados proyectos en marcha como para detenerlo todo. Algunas cosas tuvieron que ser abandonadas, pero otras, sencillamente, continuaron. Supongo que no podemos decir con justicia que siguieron bajo tierra, ¿verdad?

Hizo un esfuerzo por no retorcerse. Pero la mala broma había alcanzado su objetivo. Con un fogonazo de tardía intuición, Jake se dio cuenta de que el hombre al otro lado de la mesa no era un muchacho sino lo que él siempre había llamado un vampiro: un operativo que había permanecido en las sombras tanto tiempo que ya no podía funcionar al descubierto. Al menos no sin espantar a mucha gente.

—El dinero fue destinado a proyectos especiales.

Mientras Tom hacía una pausa para que sus palabras surtieran efecto, Jake sintió un amenazador retortijón en el vientre. Proyectos especiales significaba dinero de los «fondos reservados», de mil millones de dólares en fondos que el Congreso le daba a la Agencia anualmente sin esperar informes de los proyectos o del uso del dinero.

—Los soviéticos ya habían abandonado la carrera. Sus estudios más profundos fueron dejados de lado en los setenta —señaló Jake—, excepto por la investigación agrícola y los esfuerzos de mantener los cielos sobre Moscú sin nubes durante los desfiles.

El vampiro sonrió.

—¿Y usted cree eso? Qué decepcionante. Por el contrario, ha habido enormes avances en la manipulación pacífica del clima en las últimas décadas, y estos archivos —dio una palmada a las carpetas que tenía delante de él— se lo contarán en detalle, en caso de que quiera conocer la historia. En lo que estamos interesados en este momento es en las actividades menos pacíficas.

«Manipulación pacífica del clima». Saliendo de esa boca, aquellas palabras le ponían a Jake los pelos de punta.

Cualquiera que hubiera estudiado el clima durante más de cinco minutos sabía que nada era benigno. Los meteorólogos sabían que no era la última frontera y que no era la herramienta de nadie. Era la máquina más poderosa de la tierra. Podía dar comienzo en cualquier parte y hacer prácticamente cualquier cosa. Muy pocos elementos podían interferir con un sistema climático en desarrollo, y no había fuerza en el planeta que pudiera detener una tormenta una vez que fuera iniciada. El que pensara lo contrario era un idiota o un loco.

Jake consiguió articular palabra.

—¿Quién está haciendo qué?

—Mucha gente está intentando muchas cosas, Jake — ¿puedo llamarte Jake?—, pero lo importante es que creemos que alguien está teniendo éxito. Necesitamos averiguar quién, por qué y cómo, y después quitarle los juguetes.

Jake se acomodó para recostarse un poco en su silla, tratando de ocultar con su postura relajada la burbuja de adrenalina que acababa de explotar cerca de su corazón. Como el joven vampiro había dicho, la manipulación del clima para obtener beneficios económicos o políticos se había llevado a cabo durante siglos con escaso éxito. El desarrollo de los medios tecnológicos para conseguir que el clima fuera un arma ofensiva se había intentado desde hacía sólo unas décadas, sin que hubiera habido avances significativos. Eso, según Jake, era bueno. Tener éxito significaría que el resto de las armas serían inútiles, y eso era un mal asunto, sin importar quién lo lograra primero. Se aclaró la garganta.

—¿Podría ser un poco menos impreciso?

—No. —La pausa reforzó la impresión de Jake de que ese hombre era un gilipollas—. No necesitas saber más que eso. Al menos por ahora. Lo que queremos de ti es un análisis de los datos que ha recibido. Necesitamos la historia de los patrones climáticos y tendencias dentro de esos patrones, y las explicaciones científicas con respecto a por qué son como son. Necesitamos que identifiques puntos en los que han fallado las predicciones. Identifica las anomalías y explícalas.

—¿Identificar el momento en el que determinadas predicciones fallaron? —Cuando Tom se limitó a enarcar una ceja, Jake dejó que pasaran algunos segundos antes de añadir—: ¿Estamos investigando una amenaza real?

—Tenemos un equipo de trabajo movilizado —replicó Tom—. Pero, aunque creíble, la amenaza no se considera inminente. Necesitamos saber más sobre el asunto antes de que las cosas pasen al nivel siguiente. Pero nos hacen falta los Servicios de Inteligencia y ciertas circunstancias nos están limitando.

En otras palabras, estaban teniendo lugar algunos experimentos dentro del territorio de los Estados Unidos en donde la Agencia no tenía permiso para operar. Abiertamente.

«Maldita sea». Jake se acomodó nuevamente y se esforzó en mantenerse tranquilo.

—El ecoterrorismo no es exactamente nada nuevo. —Tom sonrió con su estilo suave y desagradable, como si de verdad estuviera disfrutando de la conversación—. A decir verdad, depende de qué tipo de ecoterrorismo estemos hablando, y la información que obtenga va a ayudarnos a identificar y definir a esos tipos. Si algo está sucediendo, y estamos casi convencidos de que así es, se convertirá en un asunto público tarde o temprano.

—¿Se refiere a la corriente en chorro…?

—No. Nosotros hicimos eso —interrumpió bruscamente—. La desviamos hacia las llanuras para forzar a los malos a salir al descubierto, cosa que hicieron, aunque escasamente. El clima no es sencillo de ocultar, y tampoco lo son los desastres que, inevitablemente, le siguen. Y no me refiero a correos electrónicos discutiendo quien va a beber qué en el nuevo porche de Trent Lott una vez que bajen las aguas. —Comenzó a juguetear con el lápiz entre los dedos, con movimientos tensos y controlados—. Cualquier tormenta importante proporciona a los lunáticos una nueva plataforma, y el
Katrina
fue para ellos como si llegara la Navidad por adelantado —continuó—. Entre los que descubren rostros entre las nubes, acusan a la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA) de permanecer a distancia por los campos de plasma y rayos de partículas activados por el gobierno, o acusan al cuerpo de ingenieros del ejército de dinamitar los diques, o a la Agencia de usar mecanismos de control para diezmar una zona de fuerte presencia del Partido Demócrata. —Se detuvo y miró a Jake a los ojos—. Estoy seguro de que hay más teorías, pero ya te haces una idea. Cuando llegó el momento de las comparecencias sobre el
Katrina
, los lunáticos bien podrían haber bailado desnudos en la avenida Pennsylvania, porque tenían tanta cobertura de los medios como si de verdad estuvieran haciendo semejante cosa. No queremos que eso vuelva a suceder.

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