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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (6 page)

BOOK: Categoría 7
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Ella se había sumado a la plantilla unas cuantas semanas más tarde, armada con varias diplomaturas en estadística e historia, un máster en ciencias archivísticas y una inesperada tenacidad. A pesar de haber vivido y trabajado durante dos años en Washington, Elle todavía llevaba la impronta de una muchacha de pueblo, en un estado sin importancia, ambiciosa pero sin criterio. De acuerdo a lo que Recursos Humanos había podido averiguar, ella había conseguido su puesto en la Casa Blanca siguiendo las viejas normas: se lo había ganado.

No habían surgido contactos con ninguna estructura de poder de importancia en Washington, durante la investigación de rutina. Su nombre no aparecía en ningún blog, ni escandaloso ni de cualquier otro tipo, y su presencia en Internet se limitaba a una tímida página en Facebook que no había sido puesta al día desde que se licenció en la universidad. Una investigación más profunda había revelado que su madre había asistido a la misma universidad que la primera dama y que habían pertenecido a la misma agrupación estudiantil; el padre de Elle era un empedernido y sonoro partidario del partido político equivocado.

El director de personal de Coriolis había dicho entre risas que era más un milagro que un misterio que Elle hubiera sido contratada por la Casa Blanca, y Davis Lee no le había llevado la contraria. Tras sus prácticas como investigadora en la sede central de partido y en un gabinete de estrategia privado, la Casa Blanca había sido el poco habitual paso siguiente, pero dos años en Washington habían generado, obviamente, algún tipo de conexión. Elle no era la mujer de veintiséis años más astuta que Davis Lee había contratado jamás, pero si había sido capaz de lograr algo semejante era lo suficientemente inteligente para hacer lo que necesitaba que le encargara.

Pronto demostró su talento para la investigación, lo que la hizo más que tolerable hasta que su proyecto especial actual —él le había dicho que era una biografía «entre bambalinas» para ser publicada de forma privada, para el sexagésimo quinto cumpleaños de Carter— estuvo terminado. Lo cierto es que no había biografía planeada. Davis Lee consideraba la investigación clandestina que abarcara la historia personal de un individuo una obligación en el mundo de la política corporativa. Carter Thompson era un hábil jugador que no mostraba sus cartas, pero eso no le había impedido esconder algunas en su manga.

—Hola, Elle, me preguntaba cuándo llegarías —le dijo mientras se dirigía a su escritorio.

—He llegado esta mañana. Tammy Jo me fue a buscar al aeropuerto y me trajo hasta aquí hace un rato.

—Buena chica. No te han causado ningún problema, ¿verdad? —le preguntó, inclinando la cabeza en dirección a la entrada del edificio.

—¿El personal de seguridad? —Sacudió la cabeza a la vez que se sonrojaba—. No. Algunos de los agentes me reconocieron de las oficinas de la Casa Blanca, así que me dejaron pasar bastante rápido.

—Bien. Ahora dime qué estás haciendo aquí cuando tendrías que estar fuera, divirtiéndote.

Ella le sonrió abiertamente, y a decir verdad, casi con adoración. Si hubiera sido bonita, no le habría irritado, pero ella era tan insignificante como una verja. Sin maquillar, sin ideas respecto a la moda, sin hacer esfuerzo alguno para mejorar su aspecto… A pesar de todo le guiñó un ojo, y observó cómo ella se daba la vuelta rápidamente.

—¿Está a punto de convertirme en el más feliz de los hombres, señorita Baker?

Acomodándose en una silla detrás de su imponente escritorio de roble, Davis Lee pulsó una tecla en el teclado de su ordenador para encender el monitor, y luego se reclinó y se sacó los mocasines italianos hechos a mano, completamente empapados. «Maldito barro de Iowa».

—Creo que estarás satisfecho, Davis Lee. Pensé que querrías ver esto inmediatamente y no quería dejarlo en cualquier parte. Por eso esperé por ti aquí —respondió suavemente mientras se ponía de pie y le acercaba una carpeta. Estaba marcada con la palabra
CONFIDENCIAL
en grandes letras azul oscuro, seguida de
PARA DA VIS LEE LONGSTREET ÚNICAMENTE
escrito a mano con rotulador rojo.

«Qué sutileza».

Tomando aliento, aceptó de sus manos la carpeta, la abrió y echó un vistazo que duró apenas dos segundos antes de dejarla sobre su escritorio. Alzó la mirada hasta encontrar la suya.

—¿Más artículos que escribió? Pensé que ya los habías encontrado todos hacía tiempo.

Ella se dejó caer sin gracia en la silla delante de su mesa.

—Yo también lo creía. Pero éstos no fueron archivados del mismo modo. No son lo que uno consideraría académicos o de revistas científicas. Son de… —Hizo una pausa—. Bueno, fueron citados en algunos libros poco convencionales con los que me tropecé. Sobre conspiraciones climáticas. Control del clima y cosas así.

Él se dio cuenta de que se había quedado sin respiración y se obligó a esbozar una risa fácil para cubrirse, y luego se inclinó hacia delante y tecleó su contraseña.

—Elle, tienes que ser franca conmigo. ¿Qué quieres decir con que «te tropezaste» con antiguos libros sobre teorías conspirativas sobre el clima? Encuentro el hecho de que estuvieras leyendo eso casi más alarmante que las citas que encontraste en ellos. No me digas que eso es lo que haces para divertirte por las noches, porque simplemente no te creo.

—No —respondió ella con una sonrisa algo forzada—. Pero en una de esas áridas monografías que el señor Thompson escribió cuando estaba en el Servicio Nacional de Meteorología en la década de los sesenta, hacía alusión a un tema que yo no había observado antes, así que decidí ver adónde me llevaba.

Apartó la mirada de la pantalla y la posó en el rostro de ella para darle a entender que aquélla no era una conversación a la que pensaba dedicarle demasiado tiempo.

—¿Y te condujo al delirante mundo de los teóricos de la conspiración sobre el clima?

Ella asintió y comenzó a reír.

—Bueno, me dijo que buscara todo lo que pudiera. Pensé que podía dar un toque de color a toda la información estéril que he encontrado hasta ahora. Ya sabe, algo para adornar un poco la biografía. Con lo obtenido hasta el momento, no puedo imaginarme que el que vaya a escribirla cuente con mucho material. Es decir, la mayoría de sus monografías tratan sobre las corrientes en chorro y la física de las nubes.

—Entonces, ¿qué fue lo que encontraste? —le preguntó, volviendo a mirar a la pantalla de su ordenador. Oprimió una tecla y abrió su programa de correo electrónico. Había sesenta y tres mensajes nuevos.

—Trabajos universitarios.

Davis Lee alzó la vista.

—¿Qué has dicho?

—Estaba interesado en el papel de los meteorólogos durante los periodos de guerra. —Se inclinó hacia delante, los ojos brillantes de excitación—. Escribió con respecto a las teorías de manipulación climática a lo largo de la historia. Como en la época de Shakespeare y Napoleón. Y era un gran entusiasta de lo que había sucedido en las ciencias climáticas durante las guerras mundiales. Ya sabes, estrategias sobre la predicción e investigación climática. El sembrado de nubes y…

—Más despacio, Elle, me estás confundiendo.

Ella sonrió, satisfecha de sí misma, y casi pareció bonita.

—Creo que podría haber sido un antiguo hobby, pasión o algo así, Davis Lee. ¿Le has oído alguna vez hablar del asunto?

Él negó con la cabeza, mientras una creciente incomodidad le erizó el pelo de la nuca.

—Entonces creo que hemos encontrado algo, ¿no es así? Quiero decir, no debería ser una gran sorpresa. Su tesis fue un estudio sobre el Servicio Británico de Meteorología y el Día D, y su trabajo de licenciatura se centró en la evolución de patrones climáticos a gran escala. Debe haberlo abandonado como hobby o lo que fuera cuando estaba trabajando en su doctorado, porque su disertación es muy científica y árida, pero…

«¿Había leído ella su disertación?».

—Elle, céntrate en el asunto. ¿Trabajos universitarios?

—Así es. Lo siento. Bueno, esa serie de trabajos me pareció un poco extraña porque, básicamente, en su etapa universitaria escribió diez, y todos parecen variaciones sobre un tema. Y todos fueron escritos en distintos años para distintas asignaturas, incluso para una de literatura inglesa. Hay que forzar un poco el tema para hacer algo así, y creo que uno tiene que estar realmente enamorado del asunto para ser capaz de examinarlo desde tantas perspectivas diferentes.

—¿Y cómo terminaron en esos libros?

Ella se encogió de hombros, manteniendo las manos cruzadas apretadamente sobre su regazo.

—Creo que debe haber pensado que eran buenos, o importantes, o algo similar, porque es probable que se los haya enviado a la gente que lo cita. Quiero decir, es una conjetura mía, pero entonces no tenían ni ordenadores, ni Internet, ni nada —bueno, la red DARPA, pero él no habría tenido acceso a ella—, pero tiene que haberse puesto en contacto con esa gente de alguna manera. ¿De qué otro modo se enterarían de sus trabajos? Él no era más que un estudiante universitario. Así que, si se puso en contacto con ellos, eso significa que tenía mucho interés en el asunto, y que debe de haber pensado que sus trabajos merecían ser examinados. ¿No te parece? —Hizo una breve pausa para tomar aliento—. Quiero decir, ¿por qué otro motivo habría mantenido correspondencia con esa gente?

Las últimas palabras las dijo a toda prisa y su voz se volvió más entrecortada. Si él no la detenía, ella seguiría hablando sin cesar.

—Bueno, dame un segundo. —Alzó una mano mientras miraba el título en la página que había en el extremo superior del montón—.
Jugando a ser Dios: La búsqueda del hombre de los medios para controlar el clima.

Davis Lee mantuvo su rostro inexpresivo. «Carter, ¿a qué mierda te estabas dedicando?».

Echó una ojeada al resto de los trabajos.

—El papel de la predicción climática en la resolución de la Guerra de los Cien Años; El tifón Halsey y las pérdidas en el Pacífico por circunstancias climatológicamente inducidas; El papel del electromagnetismo en la mitología y las supersticiones; Los efectos del cambio climático en el comercio y la estructura social durante el siglo XIX; Imágenes climáticas en las tragedias de Shakespeare.

Su corazón dio un brinco. Maldita sea si el nombre de Carter no estaba en la portada de cada trabajo, junto con el nombre del curso, el profesor y la fecha. Daba igual la asignatura que fuera, Carter se las había ingeniado para hablar del tiempo.

«Esto no sonará bien en los programas de radio».

La divulgación de los escándalos estudiantiles no había beneficiado a Bill Clinton, a Joe Biden o a cualquiera que estuviera en el punto de mira público. Pero las suyas habían sido transgresiones más típicas —fumar marihuana o plagiar un trabajo—. El contribuir a las teorías conspirativas que cuestionaban la moralidad o las políticas del gobierno estadounidense estaba en una categoría completamente diferente. Howard, Al, Rush y G. Gordon tendrían con que entretenerse, sin importar el ángulo con que abordaran la discusión. Después los «telecomentaristas» —el neologismo particular de Davis Lee para los comentaristas televisivos— tomarían cartas en el asunto. Cuando eso sucediera, la mierda no sólo salpicaría el ventilador, sino que quedaría pegada en todas partes.

«Eso no va a suceder».

Davis Lee miró a Elle, que estaba radiante.

—¿Cómo conseguiste estos trabajos?

—Contacté con los autores de los libros y les dije lo que estaba haciendo. Estuvieron encantados de ayudarme y me enviaron lo que tenían. Después pedí una copia de las calificaciones del señor Thompson durante sus estudios universitarios en la Universidad de Iowa. —Se encogió de hombros—. Les seguí la pista a los profesores. Algunos todavía siguen dando clases y guardaron esos trabajos. Una parte de ellos me dijeron que lo habían hecho porque estaban seguros de que él estaba destinado a grandes cosas, pero otros admitieron que simplemente lo guardaban todo. Pero ahora que se ha convertido en un hombre tan reconocido, creo que estaban encantados de ser valorados como parte de su historia. Se sentían honrados de que me hubiera puesto en contacto con ellos. Tal vez quieras mencionarlos en la página de agradecimientos.

Sintiéndose un poco agitado, Davis Lee asintió y observó la pantalla de su ordenador para hacer tiempo y ordenar sus ideas. Tenía suficientemente bien calibrado a Carter como para saber que no era el tipo de persona que abandonaba un tema si le parecía importante. Ser durante diez años su mano derecha no le dejaba asomo de duda a ese respecto. ¿Qué era aquello? Considerarlo un hobby le resultaba un poco inocente. Conociendo a Carter como lo conocía, «obsesión» podía ser la palabra adecuada.

Cuando Davis Lee conoció a Carter, Ingeniería Coriolis ya existía desde hacía veinte años y no era nada especial, apenas una gran firma constructora que se ocupaba de la limpieza después de grandes desastres naturales y conseguía sustanciosas ganancias con ello. Él había convencido a Carter para que utilizara su habilidad para las predicciones meteorológicas para entrar en los mercados financieros, en especial, los mercados con más futuro, y por eso Carter lo había integrado en su empresa. Obtener ganancias de los dos extremos de los fenómenos climáticos jamás se le había pasado por la cabeza a Carter hasta que Davis Lee se lo había sugerido, pero a éste se le había ocurrido inmediatamente. Mierda, si uno podía saber qué tormentas iban a eliminar unos cuantos miles de hectáreas de soja o destruir una plataforma petrolífera o un oleoducto antes de que otros lo supieran, se podrían obtener grandes beneficios. Y si uno tenía una empresa que podía ir y limpiar el desastre cuando sucedía —que era lo que Carter ya hacía—, los beneficios podían ser dobles. No tuvo más que señalar este hecho. Desde entonces, habían limpiado con todo tanto en sentido figurado como literalmente hablando.

«Pero si sabías cómo hacer que las cosas sucedieran del modo en que querías…».

—¿Davis Lee?

Parpadeó y volvió a centrar su atención en Elle, que lentamente volvía a encerrarse en su caparazón.

—Lo siento, cariño. Es que estoy un poco asombrado por todo lo que has conseguido. ¿Qué me estabas preguntando?

—Te decía que tal vez quisieras mencionarlos en la página de agradecimientos.

No sabía ni siquiera a qué se estaba refiriendo, pero, aun así, le sonrió.

—Es una gran idea. Tú guarda toda la información, para que no nos equivoquemos. ¿Qué tal si sigues trabajando en esa dirección? Busca todo lo que puedas. Es un material excelente, Elle, excelente. Trata de conseguir los originales cuando puedas, así los podremos tener en nuestros archivos.

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