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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (11 page)

BOOK: Césares
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El general en jefe,Vercingétorix, tomó las armas más hermosas que tenía, enjaezó ricamente su caballo y, saliendo en él por las puertas, dio una vuelta alrededor de César, que se hallaba sentado, apeose después y arrojando al suelo la armadura se sentó a los pies de César y se mantuvo inmóvil hasta que se le mandó llevar y poner en custodia para el triunfo.

El jefe galo fue ajusticiado en Roma, después de que César celebrase un espectacular triunfo sobre la Galia, en el año 46.

Tras la victoria de Alesia, sólo quedaba someter los últimos focos de resistencia en la Galia central y en territorio de los belgas. Finalmente, en el año 51 la pacificación era un hecho. César, tras ocho años de guerra ininterrumpida, había conquistado un territorio de más de medio millón de kilómetros cuadrados, con un escalofriante balance: ochocientos pueblos saqueados, grandes
regiones
devastadas, un tercio de la población masculina muerta, otro tercio esclavizado y un gigantesco tributo de cuarenta millones de sestercios.

La Guerra Civil

L
os acuerdos de Lucca habían significado para César la superación de un grave problema: el de la supervivencia política para el día en que, agotado su proconsulado, hubiera de enfrentarse en Roma a los ataques de sus adversarios. La prórroga de mando hasta el 1 de marzo de 50 le daba margen suficiente para adquirir prestigio, poder y riqueza, y con ellos presentarse de inmediato a las elecciones consulares para el año 49. Sin embargo, el pacto quedaría en entredicho muy pronto por una serie de imponderables. Fue el primero de ellos la muerte de Julia, hija de César y unida en matrimonio a Pompeyo. El distanciamiento entre los dos aliados que produjo la desaparición de Julia se hizo aún más evidente con el nuevo matrimonio de Pompeyo con la hija de uno de los más encarnizados enemigos de César, Metelo Escipión. Pero fue más importante todavía la muerte del tercer aliado, Licinio Craso. Sin esperar al término de su consulado, en noviembre de 55, Craso, después de reclutar un importante ejército, había tomado el camino de su provincia proconsular, Siria, para emprender desde allí una gran campaña contra los partos, el estado más poderoso al otro lado de la frontera oriental del imperio. Las graves equivocaciones militares de la campaña, en la que las legiones romanas se manifestaron impotentes contra la excelente caballería del enemigo, condujeron finalmente a un gigantesco desastre el 9 de junio del año 53 a.C. junto a Carrhae, en Mesopotamia, en el que Craso perdió la vida.

El distanciamiento de César y la muerte de Craso pusieron a Pompeyo en una difícil situación: tenía que demostrar su lealtad a las fuerzas senatoriales anticesarianas, sin llegar a una ruptura irreversible con César. Los
optimates
, conscientes de esta delicada situación, procuraron aprovecharla en su beneficio con una atracción más decidida de Pompeyo a la causa del Senado. El creciente deterioro de la vida política en los años siguientes a Lucca ofreció el necesario pretexto.

El desmantelamiento de las bases tradicionales de gobierno, que los «triunviros» habían buscado sistemáticamente, hizo de Roma una ciudad peligrosa, donde el vacío de poder llevaba camino de convertirse en anarquía: el Senado, falto de autoridad y sin un aparato de policía, se veía impotente para mantener el orden en las calles. Bajo el bronco trasfondo de hambre y miseria de una ciudad superpoblada, que subsistía artificialmente de la corrupción política, las luchas electorales se desarrollaban en un ambiente de violencia, propiciado por la proliferación de bandas armadas.A comienzos del año 52 no había en Roma ni cónsules ni pretores, mientras las bandas, que apoyaban a los diferentes candidatos en continuos encuentros callejeros, sumían a la ciudad en una atmósfera de terror y violencia. En uno de estos encuentros, Clodio fue muerto por la banda de Tito Annio Milón, un partidario sin escrúpulos de la causa optimare. El Senado, atemorizado, decretó el estado de excepción y dio poderes a Pompeyo, en su calidad de procónsul, para reclutar tropas en Italia con las que restablecer el orden. Poco después, Pompeyo era propuesto como único cónsul (
consul sine collega
). Pompeyo se incluyó así en los círculos
optimates
y cumplió su aspiración suprema de convertirse en el hombre más poderoso e influyente de Roma, en total acuerdo con el órgano dirigente de la
res publica
, como
princeps
del estamento senatorial. Para las fuerzas antisenatoriales, sin embargo, se trataba, pura y simplemente, de una traición.

Con los poderes de su peculiar magistratura, Pompeyo se dispuso a superar la crisis del Estado con una activa legislación, en la que atendió, sobre todo, a frenar la causa de los desórdenes recientes, los métodos anticonstitucionales de lucha electoral. La combinación de una ley contra la corrupción (
lex Pompeia de ambitu
) y de otra contra la violencia (
lex Pompeia de vi
) ofreció la posibilidad de crear un tribunal extraordinario para juzgar a cualquier candidato sospechoso de un delito electoral.A la condena de Milón siguió una larga cadena de persecuciones contra políticos
populares
que mostraron cómo la
nobilitas
, gracias a su unión con Pompeyo, volvía a recuperar el control sobre el Estado. Muchos de los condenados buscaron refugio en la Galia, al lado de César, y contribuyeron a crear, en torno a su figura, un partido de complejos y extensos intereses. Las medidas de Pompeyo, más allá de la lucha contra la corrupción electoral, se completaron con otras leyes que trataban de atajar sus causas: la desenfrenada carrera por las magistraturas y el enriquecimiento que su ejercicio posibilitaba. Entre otras cláusulas, exigían la presencia física en Roma de los candidatos para las elecciones, y establecían que los ex cónsules y ex pretores podrían obtener el gobierno de una provincia sólo cinco años después de haber depuesto sus cargos. Sin negar la conveniencia de estas reformas, su puesta en vigor no podía ser más inoportuna, porque perjudicaba directamente a César: el 1 de marzo del año 50 corría el peligro de ser sustituido.

Era evidente que el grupo más activo de los senadores tradicionalistas se había propuesto, como principal objetivo, arrancar a César su rium proconsular y convertirlo en ciudadano privado. Mientras, Pompeyo se veía obligado a mantener un complicado juego, entre el apoyo a las pretensiones
optimates
y el temor a enfrentarse con César. Al aproximarse el fatal término del 1 de marzo, César invirtió gigantescos medios de corrupción para lograr el apoyo de uno de los cónsules, Lucio Emilio Paulo, y, sobre todo, del tribuno de la plebe Cayo Escribonio Curión. Con su ayuda, consiguió retrasar varios meses el nombramiento de un sucesor para sus provincias. Pero el 1 de enero de 49 el Senado decretó finalmente que César licenciase su ejército en un día determinado, so pena de ser declarado enemigo público. El veto de dos tribunos de la plebe, Marco Antonio y Casio Longino, fieles cesarianos, elevó la tensión al máximo durante los siguientes días, hasta que finalmente, el 7 de enero, el Senado decretó el
senatus consultum
ultimum,
y otorgó a Pompeyo y demás magistrados poderes ilimitados para la protección del Estado. Antonio y Casio abandonaron la ciudad para ponerse bajo la protección de César, que contaba ahora con un pretexto legal para justificar su marcha sobre Italia: los
optimates
, para lograr su deposición, habían obligado a los tribunos de la plebe, con la amenaza de violencia, a levantar el veto, violando con ello los derechos tribunicios y atentando a la libertad del pueblo, que él se manifestaba dispuesto a defender.

Así justificaba el propio César su proceder, de forma aparentemente impersonal, como siempre, en los
Commentarii de bello civili (Comentarios sobre la guerra civil)
, que comenzó a escribir un par de años después y que, inconclusos, serían publicados tras su muerte:

Recibidas estas noticias, César, convocando a sus soldados, cuenta los agravios que en todos tiempos le han hecho sus enemigos; de quienes se queja que por envidia y celosos de su gloria hayan apartado de su amistad y maleado a Pompeyo, cuya honra y dignidad había él siempre procurado y promovido. Quéjase del nuevo mal ejemplo introducido en la República, con haber abolido de mano armada el fuero de los tribunos, que los años pasados se había restablecido; que Sila, puesto que los despojó de toda su autoridad, les dejó por lo menos el derecho de protestar libremente; Pompeyo, que parecía haberlo restituido, les ha quitado aun los privilegios que antes gozaban; cuantas veces se ha decretado que «velasen los magistrados sobre que la República no padeciese daño» (voz y decreto con que se alarma el Pueblo Romano)
[9]
fue por la promulgación de leyes perniciosas, con oca sión de la violencia de los tribunos, de la sublevación del pueblo, apoderado de los templos y collados; escándalos añejos purgados ya con los escarmientos de Saturnino y de los Gracos; ahora nada se ha hecho ni aun pensado de tales cosas; ninguna ley se ha promulgado; no se ha entablado pretensión alguna con el pueblo, ninguna sedición movido. Por tanto, los exhorta a defender el crédito y el honor de su general, bajo cuya conducta por nueve años han felicísimamente servido a la República, ganado muchísimas batallas, pacificado toda la Galia y la Germanía.

Finalmente, el 10 de enero del año 49 a.C. César tomaba la grave decisión de desencadenar la guerra al cruzar con una legión el Fiumicino (Rubicón), riachuelo que marcaba el límite entre la Galia Cisalpina e Italia, con una cita de su poeta favorito, el griego Menandro: «¡Que rueden los dados!» —el
rien ne va plus
de nuestra ruleta—, expresando con ello que ya no había camino de vuelta.

La decisión de César de invadir Italia de inmediato tenía el propósito de utilizar a su favor el factor de la sorpresa. Los planes estratégicos de Pompeyo, en cambio, se basaban en el abandono de la península. Su propósito era trasladar la guerra a Oriente, reunir allí tropas y recursos y reconquistar Italia, como había hecho su maestro Sila; mientras, el poderoso ejército que dirigían en Hispana sus legados atacaría a César por la retaguardia. Así, Pompeyo, seguido de los cónsules y de un gran número de senadores, embarcó con sus tropas rumbo a Dirraquio, en la costa del Épiro, sin que César llegara a tiempo para impedirlo. Sólo un recalcitrante enemigo de César, Lucio Domicio Ahenobarbo, se aprestó a reclutar fuerzas y se parapetó tras las murallas de Corfinium (Pentima), en el camino entre Roma y el Adriático. César sometió a asedio la plaza, que finalmente hubo de capitular, y en sus manos cayó, con el defensor de la plaza, medio centenar de senadores.A las súplicas de los capturados, César respondió con un discurso en el que, tras explicar las razones de su proceder, aseguró que no tomaría represalias, concediendo a todos la libertad sin condiciones. La impresión de esta
clementia
sería desde entonces una de las virtudes proverbiales de César, reconocida incluso por sus enemigos, como Cicerón, que escribiría a su amigo Ático: «Qué contraste entre César, que salva a sus enemigos, y Pompeyo, que abandona a sus amigos».

Ganada Italia y ante la alternativa de perseguir a Pompeyo, que en esos momentos apenas disponía de tropas, o afrontar al ejército pompeyano de Hispania, se decidió por la segunda posibilidad, con el razonamiento de que «era preferible perseguir a un ejército sin general que a un general sin ejército». Pero antes se detuvo unos días en Roma, donde se apoderó de los ingentes recursos del tesoro público y distribuyó los mandos y los objetivos: la Galia Cisalpina y el Ilírico fueron encomendados, respectivamente, a Craso, el hijo del «triunviro», y Cayo Antonio; Cornelio Dolabela, en el Adriático, y Quinto Hortensio, en el Tirreno, recibieron la orden de construir y adiestrar sendas flotas; Curión fue encargado de ocupar militarmente África.

En su camino hacia Hispania, César hubo de poner sitio a la ciudad griega de Marsella, que se había declarado pompeyana. Pero sin esperar al resultado de las operaciones, que encomendó a su legado Trebonio, continuó la marcha hasta tomar posiciones junto al río Segre, al pie de la ciudad de Ilerda (Lérida). En las proximidades acampaban ya las fuerzas reunidas de los legados de Pompeyo, Afranio y Petreyo, con cinco legiones. Un tercer legado, Varrón, con otras dos, se mantenía en la retaguardia, al sur del Guadiana, en la provincia Ulterior. La campaña de Ilerda, entre mayo y agosto del 49, constituye un buen ejemplo del genio militar de César, que logró forzar a la capitulación a las tropas enemigas sin entablar combate. Poco después, también se entregaba el ejército de Varrón, mientras Trebonio lograba la capitulación de Marsella. El Occidente quedaba así completamente asegurado y dejaba libres las manos a César para acudir al enfrentamiento personal con Pompeyo. Es cierto que, en contrapartida, se perdió el ejército de África en buena medida, por la eficaz ayuda que prestó a las fuerzas pompeyanas el rey juba de Numidia; la flota de Dolabela fue vencida en el Adriático, y Cayo Antonio se vio obligado a capitular en el Ilírico.

A finales del año 49 regresaba César a Roma, donde intentó afirmar su posición política. Nombrado dictador, puso en marcha legalmente el mecanismo de las elecciones en las que él mismo fue elegido cónsuly emanó una serie de disposiciones, sobre todo en materia económica, dirigidas a aliviar la angustiosa situación de los deudores; las comunidades de la Galia Transpadana, por su parte, recibieron finalmente el derecho de ciudadanía. En los últimos días de diciembre, César depuso la dictadura y, en su condición de cónsul, se dispuso a cruzar el Adriático.

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