Césares (67 page)

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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

BOOK: Césares
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Los gastos que generaba la conducción del programa de juegos y espectáculos, incrementado a partir del 64 d.C. con la participación directa del propio emperador, y la prodigalidad en el programa de construcciones, algunos de cuyos proyectos, como el de unir por medio de un canal Ostia al lago Arverno para facilitar las comunicaciones marítimas de Roma, que hubo que abandonar por falta de dinero, por no mencionar los gastos que ocasionaron la coronación de Tirídates en Roma y el viaje del emperador a Grecia, se vinieron a sumar a las dificultades en política exterior —sobre todo, la rebelión de Britana y la complicación de la situación en Oriente— en sus efectos negativos sobre las finanzas. No hay que olvidar que en el imperio no existía una política financiera de largo alcance. Las reservas del tesoro en oro se agotaban tan pronto como crecían los gastos, y las modernas técnicas de financiación de deuda a largo plazo eran desconocidas. Las únicas alternativas para lograr mayores ingresos eran el aumento de los impuestos y el recurso a la propiedad privada de los ricos, ambas impopulares y la segunda muy peligrosa. Nerón no podía ser ajeno a estos problemas y, con el dudoso expediente de las confiscaciones, intentó otras medidas generales destinadas a mejorar la situación económica. Si el proyecto del año 57 d.C. de abolición de los impuestos indirectos había fracasado, pudo ahora, en cambio, llevar adelante una profunda modificación del sistema monetario.

El núcleo de la reforma, que se coloca hacia el año 64 d.C., consistió en la reducción del peso del
aureum
, la moneda de oro, de 1/40 a 1/45 de libra, y el del
denarius
, la moneda de plata, de 1/84 a 1/96. Se ha especulado mucho sobre las razones de este expediente. Es cierto que la disminución de un 10 por ciento del contenido en metal noble significaba un aumento temporal de los recursos del tesoro. Pero, por otro lado, la baja del valor real en la moneda repercutió en el alza de los precios y contribuyó a la inflación, como secuela no deseada de la reforma, que, unida a la acrecentada presión fiscal, ampliaría los círculos de descontento.

El viaje a Grecia

L
a exaltación de poder que la ceremonia de coronación de Tirídates suscitó en Nerón no podía sino espolear su imaginación para presentar ante la opinión pública nuevas pruebas de su grandeza. Fue entonces cuando decidió emprender el largamente planeado viaje a Oriente, que debía cumplir un buen número de objetivos. En primer lugar, el excéntrico deseo de ver reconocidas sus virtudes sobrehumanas en el campo de las glo riosas competiciones panhelénicas, que en la antigua Grecia habían acuñado la imagen heroica de los vencedores. Pero también anidaban en su mente grandiosos proyectos militares, que, al parecer, incluían la conquista de los territorios caucásicos hasta el Caspio y la penetración de las armas romanas hasta Etiopía. Preparativos militares como la creación de una nueva legión, la I Itálica, formada con jóvenes de al menos 1,80 metros de altura, y la concentración de fuerzas en Egipto atestiguan la seriedad de estas intenciones, que, en todo caso, echó por tierra el estallido de la revuelta judaica y los preocupantes acontecimientos en Occidente. El proyecto, así, quedó limitado al viaje a Grecia, que el emperador inició en agosto del año 66, tras abandonar el gobierno de Roma en las manos de sus libertos Helio y Políclito, ayudados por el colega de Tigelino, Ninfidio Sabino. En su corte itinerante, arropado por un fuerte contingente de la guardia pretoriana y por sus inseparables
Augustani
, como dice Dión Casio, «guerreros al estilo
Neronia
no, que, a guisa de armas, portaban liras, arcos musicales, máscaras y coturnos», estaban Tigelino, sus libertos, Epafrodito y Febo, y algunos senadores fieles, como el viejo Vespasiano y el historiador Cluvio Rufo. La nueva emperatriz, Estatilia Mesalina, se quedó en Roma; Nerón prefirió llevar consigo, como pareja, al esperpéntico Esporo, travestido en Sabina.

Aún en Italia, a su paso por Benevento, le aguardaba una desagradable sorpresa: un nuevo complot para asesinarlo, dirigido por Annio Viniciano, yerno del prestigioso general Domicio Corbulón. La conjura contaba con la aprobación de buen número de altos oficiales del ejército y, seguramente, preveía, tras eliminar a Nerón, sustituirlo por Corbulón. La atenta vigilancia de Tigelino abortó el plan y Nerón no tuvo que interrumpir el anhelado viaje, pero el incidente tuvo un trágico desenlace, que abriría el abismo entre Nerón y el ejército: Corbulón y los gobernadores de Germanía Superior e Inferior, los hermanos Escribonio Rufo y Escribonio Próculo, alejados de sus ejércitos con la orden de presentarse ante Nerón en Grecia, fueron obligados a suicidarse.

La pérdida del relato de Tácito, que nos abandona a las noticias noveladas y truculentas de Suetonio y a la fragmentaria narración de Dión Casio, impide penetrar con ponderación en la verdadera realidad del periplo griego, que, de seguir a las fuentes, sólo traduciría una infantil, cuando no demente, megalomanía. Su curso, por consiguiente, sólo puede ser reconstruido con cierta probabilidad. Tras una primera exhibición artística como cantante en Corcira, la actual Corfú, el emperador participó en los juegos de Actium, instituidos por Augusto en memoria de su victoria sobre Antonio, para trasladarse a Corinto, donde pasó el invierno. Fue en esa ciudad donde Nerón reclamó a Corbulón y donde el general recibió la orden de suicidarse y también donde recibió las primeras noticias sobre la alarmante situación en Judea, que, no obstante, apenas influyeron en su determinación de convertirse, llegada la primavera, en
periodonikes
, vencedor en todas las competiciones de los cuatro grandes juegos nacionales griegos.

Instituidos alrededor de santuarios que habían ido incrementando con el tiempo su prestigio y su popularidad en toda Grecia, los más antiguos certámenes eran los Olímpicos, en honor de Zeus, así llamados por su lugar de celebración, Olimpia, una localidad situada en el noroeste del Peloponeso.A ellos se sumaron más tarde los tres restantes, en otros tantos santuarios: los Píticos, para honrar a Apolo, en Delfos; los Ístmicos, en honor de Poseidón, cerca de Corinto, y los Nemeos, dedicados también a Zeus, en Argos, en el Peloponeso central. Los certámenes, celebrados cada cuatro años, formaban un «circuito» (
periodos
) y se desarrollaban de forma rotatoria, aunque los Olímpicos siguieron siendo la atracción principal. Para contentar a Nerón fue necesario concentrar en el mismo año todos los juegos e inventar nuevas competiciones para acomodarlas a las habilidades del emperador. En Olimpia hubo de crearse un certamen para actores y tañedores de cítara, cuyo primer premio, lógicamente, le fue otorgado, aunque, no contento con este triunfo, también quiso mostrarse como hábil conductor de carros. No tan hábil. Empeñado en guiar un tiro de diez caballos, acabó rodando sobre la arena del estadio, lo que no fue óbice para ser proclamado vencedor, sin necesidad de reanudar la carrera.

Nerón estaba absolutamente convencido de sus cualidades de artista y, en consecuencia, de merecer los premios que se le otorgaban, abandonándose al nerviosismo y temores de todo competidor antes de cualquier prueba. Esto, al menos, es lo que asegura Suetonio:

Es imposible imaginar el terror y la ansiedad que mostraba en los concursos, su envidia a sus rivales y su temor a los jueces. Observaba sin cesar a sus competidores, los espiaba y los desacreditaba en secreto como si fuesen de igual condición que él. A veces llegaba a injuriarlos cuando los encontraba, y, si se presentaba alguno más hábil que él, tomaba el partido de corromperle. Por lo que toca a los jueces, antes de comenzar les dirigía una respetuosa y humilde alocución.

Este espíritu competitivo exigió de Cluvio Rufo, el «empresario» de Nerón, por así decirlo todo, su ingenio para hacerle aparecer como auténtico vencedor en Delfos, la patria de su dios preferido, Apolo, en la que se honraba el canto. Le enfrentó a competidores inferiores, presentándolos como grandes maestros, para que el emperador pudiese sentirse satisfecho al ser proclamado vencedor absoluto. En total, a lo largo de su triunfal viaje, Nerón acumuló 1.808 coronas, que exhibiría con orgullo cuando, al año siguiente, hizo su entrada triunfal en Roma.

En noviembre del 67, Corinto fue el escenario elegido por el emperador para mostrar su devoción por Grecia y su gratitud por la acogida entusiasta recibida en su larga gira. Mucho tiempo atrás, en el año 197 a.C., un cónsul romano, Flaminino, tras vencer a Filipo de Macedonia, había proclamado la «libertad de Grecia» en ese mismo lugar. Ahora Nerón escenificaba el acontecimiento declarando solemnemente la exención de cargas fiscales y de la jurisdicción romana para toda Acaya, nombre que había recibido Grecia tras su anexión como provincia en 146 a.C. La provincia fue sustraída así a la administración del Senado, al que Nerón compensó cediéndole la insignificante Cerdeña. La casualidad ha querido que se conserve en una inscripción el discurso pronunciado por Nerón, modelo de megalomanía y de autoestima:

Hombres de Grecia, os concedo un regalo inesperado (caso de que haya algún hombre de tan elevada magnanimidad como la mía que pueda ser inesperado), un regalo tan grande que jamás se os habría ocurrido pedírmelo. Aceptad todos vosotros… la libertad y la exención de impuestos… Otros gobernantes también liberaron ciudades, pero Nerón es el único que ha liberado a una provincia entera.

Los griegos no iban a disfrutar demasiado tiempo de esta libertad graciosamente concedida. Apenas unos años después, el emperadorVespasiano revocaría el imperial regalo.

Todavía quiso Nerón honrar a los griegos con un grandioso proyecto, que, desgraciadamente, iba a quedar sólo en eso. Se trataba de abrir un canal en el istmo de Corinto, para poner en comunicación directa el Egeo con el Adriático y evitar a los barcos de transporte la larga circunnavegación del Peloponeso. Para sustraer a los griegos la carga de los fatigosos trabajos ordenó a Vespasiano, el nuevo responsable de los asuntos de Judea, que le enviara seis mil prisioneros judíos. Nerón mismo, provisto de una pala de oro, dio comienzo a las obras, que sólo llegaron a excavar una quinta parte de los seis kilómetros de anchura del istmo. Abandonada la perforación por los sucesores de Nerón, debido a su excesivo coste, el canal de Corinto sólo se inauguraría en 1897, tras dieciséis años de trabajos.

El triunfal viaje por toda Grecia, con todo su anecdotario de crímenes y excentricidades, en el que por motivos desconocidos el emperador evitó Esparta y Atenas, sus ciudades más emblemáticas, quedó interrumpido, tras trece o catorce meses, por la insistencia de Ello en el regreso de Nerón a Roma, dada la preocupante situación que había generado, durante su ausencia, la carestía producida por las deficiencias de abastecimiento de trigo a la población. En principio, los despachos del liberto sólo obtuvieron de Nerón una vanidosa contestación: «En vano me escribes queriendo que regrese prontamente; mejor es que desees que vuelva digno de Nerón». No le quedó otro remedio al asustado Ello que arriesgarse a cruzar el mar en pleno invierno para convencer a su amo personalmente.

El regreso a Roma, no obstante, se hizo sin prisas. En enero del año 68 d.C. desembarcó el emperador en Italia, pero a lo largo del camino fue ensayando en diversas localidades —Nápoles, Anzio, Alba— la escenificación grandiosa de su entrada en la Urbe. En el carro triunfal de Augusto, tirado por caballos blancos, se presentó al fin Nerón ante los romanos con los atributos de triunfador. Pero en el cortejo, en lugar de prisioneros de guerra y botín, sólo estaban las coronas recibidas por sus victorias artísticas. La meta de la procesión triunfal tampoco fue el templo de Júpiter en el Capitolio, sino el de Apolo, en el Palatino, el dios protector que le había proporcionado la victoria.

No hubo mucho tiempo para disfrutar la exaltación del triunfo. En Nápoles, adonde había regresado en marzo, le llegó la noticia de que el gobernador de la Galia Lugdunense, Cayo Julio Víndex, se había subleva do. Nerón se enfrentaba así al último acto de su destino, cuya complicada trama exige detener la exposición para analizar la política exterior y la situación en el imperio, que obrarían como poderosas causas en la caída del
princeps
.

La política provincial

F
rente a la activa política provincial de Claudio, el reinado de Nerón parece haber mostrado un escaso interés por las provincias, que, salvo las medidas programáticas y sentimentales con respecto a Grecia, no experimentaron ninguna iniciativa positiva por parte del gobierno central, a excepción de ciertas decisiones en las que no es posible discernir la directa intervención del emperador, como la concesión del
ius Latii
, los privilegios del derecho latino, a los Alpes Marítimos, o la transformación en provincia (hacia 58 d.C.) de los Alpes Cottiae, un reino cliente extendido entre la Galia e Italia, a horcajadas sobre las montañas alpinas, en el actual Piamonte.

Las fuentes, más interesadas en describir los dramáticos acontecimientos que se desarrollan en Roma y que tienen a Nerón como protagonista, apenas hacen referencia a la vida del imperio, que, en todo caso, siguió discurriendo bajo el signo, ya marcado por Augusto y sus sucesores, de un desarrollo pacífico y próspero. El cuerpo central de la administración, organizado sobre todo por Claudio, con su intervención en las decisiones que afectaban a la gestión provincial, permitió un abandono del interés por el imperio para dejarlo deslizar en los cauces de la simple rutina. De todos modos, la acción del emperador tenía que hacerse sentir sobre las decisiones de política exterior, aún más cuando la voluntad de afirmación despótica y personal se impuso como criterio general de gobierno. Esa acción, sin embargo, parece haber estado inspirada más en un caprichoso e intermitente interés que en una política coherente, lo que explica las vacilaciones y las equivocadas decisiones en problemas exteriores graves, que, si en parte fueron heredados del reinado anterior, las contradicciones del gobierno central contribuyeron a agudizar. Y, sobre ello, la desafortunada elección de los responsables de esta política o, aún más, la eliminación de los más valiosos elementos con los que Nerón po día contar para conducirla, vendrían a sumarse trágicamente al descontento que los últimos años de reinado generaron en Italia, el ejército y las provincias.

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