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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (14 page)

BOOK: Cetaganda
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—Ba Lura pensaba que… si llevábamos la Gran Llave a uno de los gobernadores de satrapías, él podría usar sus propios recursos para duplicarla. A mí me parecía una idea muy peligrosa. Porque el gobernador podía sentir la tentación de quedarse con la Llave.

—Ah… discúlpeme. A ver si lo entiendo. Sé que usted considera que el banco genético es una cuestión absolutamente privada, pero ¿cuáles serían los efectos
políticos
de establecer nuevos centros de reproducción haut en cada una de las ocho satrapías planetarias de Cetaganda?

—La Señora Celestial pensaba que el imperio había dejado de expandirse desde el momento de la derrota de la expedición contra Barrayar. Que nos habíamos estancado, y que, como estábamos estáticos, también nos poníamos cada vez más nerviosos. Pensaba que si el imperio generaba un proceso de mitosis, como una célula, los haut empezarían a crecer de nuevo y recibirían nueva energía. Si se copiaba y reproducía el banco genético, habría ocho nuevos centros de autoridad para la expansión.

—¿Ocho nuevas capitales potenciales del imperio? —susurró Miles.

—Sí, supongo…

Ocho nuevos centros… La guerra civil era sólo una de las posibilidades. Ocho nuevos imperios cetagandanos, y cada uno de ellos en expansión como un coral que creciera a expensas de sus vecinos… Una pesadilla de proporciones cósmicas.

—Ahora ya entiendo por qué el emperador no estaba tan entusiasmado con el sólido razonamiento biológico de su madre —dijo Miles con cuidado—. Los dos tenían parte de razón, ¿no le parece?

—Yo sirvo a la Señora Celestial y al genoma haut —dijo la haut Rian Degtiar llanamente—. Los ajustes políticos de corto plazo no son asunto mío.

—Y toda esta manipulación… barajar los genes… ¿Tal vez el Emperador de Cetaganda lo consideraría un acto de traición de su parte?

—No veo cómo —dijo la haut Rian Degtiar—. Era mi deber obedecer a la Señora Celestial.

—Ah…

—Pero sí puede decirse que los ocho gobernadores de satrapías cometieron traición —agregó ella en el tono con que se describe un hecho indiscutible.

—¿Cometieron? ¿En pasado?

—Todos recibieron los bancos genéticos la semana pasada, en el banquete de bienvenida. Ba Lura y yo conseguimos llevar a cabo esa parte del plan de la Señora Celestial.

—Cofres de tesoro… sin llave…

—No lo sé… A la Señora Celestial le pareció más conveniente que cada uno de los gobernadores se considerara el único receptor de la nueva copia del banco genético. Así todos tratarían de mantenerlo en secreto…

—¿Sabe usted…? Tengo que hacerle esta pregunta. —
Pero no estoy seguro de querer oír la respuesta
—. ¿Sabe usted a cuál de los ocho gobernadores de satrapías estaba tratando de entregar la Gran Llave Ba Lura? ¿Cuál de ellos era el elegido para duplicarla, el que iba a recibirla cuando se metió en nuestro vehivaina?

—No —dijo ella.

—Ah. —Miles dejó escapar un suspiro de satisfacción—. Ahora ya sé por qué me tendieron una trampa. Y por qué murió Ba Lura.

Ella lo miró y unas líneas leves aparecieron sobre su frente de marfil cuando frunció el ceño.

—¿No lo entiende? —dijo él—. Ba Lura no se encontró con nosotros en el viaje de ida. Se encontró con nosotros cuando ya volvía de su misión. Su ba recibió un soborno. Había llevado la llave a uno de los gobernadores de satrapías y le dieron a cambio no una copia verdadera, porque no había tiempo de hacer la decodificación, sino una copia falsa. Y luego lo mandaron deliberadamente a perderla en nuestras manos. Y lo hizo… aunque sospecho que no en la forma en que habían previsto —
Casi con seguridad, no como habían previsto
.

De pronto, descubrió que estaba caminando de un lado a otro, nervioso, casi descontrolado. No hubiera debido cojear delante de ella —eso hacía que sus deformidades resultaran mucho más visibles— pero no podía permanecer quieto.

—Y mientras todo el mundo se dedica a perseguir a los barrayareses, el gobernador se va tranquilamente a casa con la única copia de la Gran Llave y consigue una buena ventaja en la competencia haut. Después de arreglar la recompensa de Ba Lura por su doble traición y eliminar de paso al único testigo de lo sucedido. Ah, sí, ahora todo encaja. Ya veo. Y funcionaría si… el gobernador sátrapa hubiera recordado que ningún plan de batalla sobrevive al primer contacto con el enemigo. —
No cuando el enemigo soy yo
. Miles la miró a los ojos, y deseó que creyera en él, deseó no tener que derretirse frente a ella—. ¿Cuándo puede usted analizar esta Gran Llave para comprobar si mis teorías se ajustan a la realidad?

—Esta noche, ahora mismo. Pero aunque pueda averiguar
qué
le hicieron, eso no me dirá
quién
fue el culpable, barrayarés. —La voz de la haut se hizo glacial—. Dudo que usted pueda crear un duplicado, pero una copia sin funcionamiento está dentro de sus capacidades, de eso estoy segura. Si ésta es falsa… ¿dónde está la verdadera?

—Me parece que eso es justamente lo que tenemos que descubrir, milady, para… para limpiar mi nombre de sospechas. Para redimir mi honor frente a sus ojos. —La fascinación intrínseca de cualquier rompecabezas intelectual lo había llevado a esa entrevista. Él había pensado que la curiosidad era la fuerza que más lo arrastraba en la vida, hasta que de pronto se había encontrado envuelto en toda su personalidad de soldado. Era como estar bajo… no, era como ser una avalancha—. Si yo descubro esto, ¿usted…? — ¿Usted qué? ¿Aceptaría que la cortejara? ¿O lo despreciaría como el bárbaro que era a pesar de todo?—. ¿Usted me dejaría verla de nuevo?

—No… no lo sé. —Ella recordó de pronto y llevó la mano a algún tipo de control situado sobre la silla-flotante para conectar de nuevo la pantalla de fuerza.

No, no, no se vaya

—Tenemos que establecer una forma de ponernos en contacto —dijo Miles con rapidez, antes de que ella pudiera desaparecer de nuevo detrás de esa barrera que susurraba en tono muy bajo.

La cabeza de ella se inclinó, pensando. Sacó un pequeño comunicador de la ropa. No tenía decoraciones, era totalmente utilitario, pero al igual que el destructor nervioso que él le había entregado a Iván, estaba perfectamente diseñado en un estilo que Miles había empezado a reconocer como típico de los haut. Ella susurró una orden. Al instante, apareció su ba, que había estado haciendo guardia junto a la laguna. ¿Se le abrieron un poco más los ojos al ver a su señora sin la pantalla de fuerza?

—Deme su comunicador y espere fuera —ordenó haut Rian Degtiar.

La leve figura del ba se inclinó y le entregó el aparato sin hacer preguntas. Después, se retiró en silencio.

Ella se lo tendió a Miles.

—Esto es para ponerme en contacto con mis servidores de confianza cuando salen del Jardín Celestial por algún encargo. Aquí tiene.

Él deseaba tocarla, pero no se atrevía. En lugar de eso, extendió las manos hacia ella, con las palmas hacia arriba, como un hombre tímido que le ofrece flores a una diosa. Ella dejó caer el comu con miedo, desde lejos, como quien le entrega algo a un leproso. O a un enemigo.

—¿Es seguro? —se atrevió a preguntar él.

—Por ahora…

En otras palabras, era una línea privada sólo mientras no hubiera nadie en el alto nivel de seguridad de Cetaganda a quien se le ocurriera escuchar las conversaciones. Era de esperar. Miles suspiró.

—No sirve. No se pueden enviar señales a una embajada sin que las autoridades hagan cientos de preguntas y yo prefiero no contestar las de mis superiores en este momento. No puedo darle a usted mi comu, porque tengo que entregarlo y no creo que se traguen el cuento de que lo perdí… —De mala gana, le devolvió el aparato—. Pero tenemos que volver a encontrarnos de alguna forma… —
Sí, ah, sí, sí
…—. Si voy a arriesgar mi reputación y tal vez mi vida por la validez de mis razonamientos, me gustaría apoyarme en hechos.

Uno de esos hechos era casi una verdad comprobada. Alguien con suficiente inteligencia y arrestos como para asesinar a uno de los servidores más antiguos del Emperador ante las narices de Seguridad no vacilaría en amenazar a una mujer Degtiar no demasiado importante si eso le parecía útil. La idea era obscena, horrenda. La inmunidad diplomática de un heredero de Barrayar era un escudo todavía más inútil, sin duda, pero era el precio del juego.

—Creo que usted podría estar en grave peligro. Tal vez sea mejor seguirles la corriente por un tiempo, no revelar a nadie que yo le he dado la llave. Tengo la extraña sensación de que no estoy siguiendo el guión de esa gente como corresponde… —Miles caminaba de un lado a otro delante de ella—. Si usted consigue descubrir algo, lo que sea, sobre las actividades reales de Ba Lura en los pocos días anteriores a su muerte… bueno… pero no se relacione demasiado con su propia Seguridad… Seguramente están investigando la muerte de Ba Lura…

—Yo… me pondré en contacto con usted donde, cuando y como pueda, barrayarés. —Lentamente, una mano acarició la almohadilla de control sobre el brazo de la silla-flotante y una niebla gris se formó a su alrededor como un hechizo fabuloso.

La burbuja se alejó y también el ba y Miles quedó solo. Ahora tenía que volver a la fiesta de Yenaro atravesando a tropezones charcos, campos y propiedades.

Llovía.

A Miles no le sorprendió que la hautmujer ya no estuviera esperándolo en el banco junto al portón pintado de rojo. Lo atravesó en silencio y se detuvo junto a las puertas del jardín para sacudirse las gotas de agua del uniforme de gala y secarse la cara. Luego, sacrificó el pañuelo a la redención de sus botas y dejó caer la tela empapada detrás de un arbusto. Después, volvió a deslizarse al interior.

Nadie lo vio entrar. La fiesta proseguía un poco más ruidosa y con algunas caras nuevas sustituyendo las anteriores. Los cetagandanos no consumían alcohol para embriagarse, pero algunos de los participantes de la fiesta tenían un aire de confusión que recordaba al de los bebedores de Barrayar. Si había sido difícil mantener una conversación inteligente antes, ahora sería claramente imposible. Incluso Miles se sentía un poco así, ahogado en información, mareado de intriga.
Todo el mundo tiene una adicción secreta, supongo
. Quería buscar a Iván y huir lo más rápido posible antes de que le estallara la cabeza.

—Ah, por fin doy con usted, lord Vorkosigan. —Lord Yenaro apareció junto al codo de Miles, con una mirada levemente ansiosa—. He estado buscándolo.

—Fui a dar un paseo con una dama… un largo paseo —dijo Miles. No veía a Iván—. ¿Dónde está mi primo?

—Lord Vorpatril está viendo la casa con lady Arvan y lady Bennello —dijo Yenaro. Miró a un lado, hacia el gran arco que se erguía al otro extremo de la habitación y la escalera en espiral más allá—. Hace ya un rato que se fueron… en realidad hace mucho rato. —La sonrisa de Yenaro, que seguramente intentaba ser divertida, le salió extraña, llena de intenciones secretas y curiosidad—. Antes de que usted… No entien… bueno… ¿Quiere usted tomar algo?

—Sí, gracias —dijo Miles, distraído. Tomó la bebida de las manos de Yenaro y se la bebió sin dudar. Se le ponían los pelos de punta al pensar en lo que estaría haciendo Iván con dos hermosas ghemujeres. Aunque en ese momento, para sus ojos deslumbrados de belleza haut, todas las ghemujeres de la habitación le parecían tan groseras y aburridas como campesinas sucias de una aldea provinciana. El efecto se iría desvaneciendo con el tiempo… al menos, eso esperaba. Le aterraba pensar en su próximo encuentro con el espejo. ¿Qué había visto la haut Rian Degtiar cuando lo miraba? ¿Un gnomo simiesco de arcilla blanca que se retorcía y parloteaba? Sacó una silla y se sentó bruscamente: encerró la escalera en espiral con dos suspiros, como dos paréntesis.
¡Apúrate, Iván!

Por alguna razón, Yenaro se había quedado junto a él. Conversaba sobre teorías de la proporción en la historia de la arquitectura, sobre el arte y los sentidos y sobre el mercado de ésteres naturales en Barrayar, pero Miles hubiera jurado que el hombre tenía la mente puesta en la escalera, exactamente igual que él.

Un par de copas después, apareció Iván en las sombras del piso superior. Titubeó en la penumbra, con la mano sobre el uniforme verde, como si estuviera controlando el estado de su atuendo, aunque desde donde estaba Miles todas las prendas parecían en su lugar. Iván estaba solo. Bajó con una mano aferrada a la barandilla curva que flotaba sin apoyo aparente como un eco del arco de la escalera. Se sacudió una vez, convirtió una expresión de intensa preocupación en una radiante sonrisa antes de pasar a la habitación principal y caminar bajo la luz. Le tembló la cabeza hasta que vio a Miles y se dirigió en línea recta hacia él.

—Lord Vorpatril —lo saludó Yenaro—. Sí que ha sido un paseo largo el suyo… ¿Ha visto toda la mansión?

Iván mostró los dientes, como un perro furioso.

—Todo. Hasta la luz.

La sonrisa de Yenaro no cambió pero sus ojos parecían llenos de preguntas.

—Me… me alegro mucho…

Otro invitado lo llamó desde el otro extremo de la habitación y Yenaro se distrajo un momento.

Iván aprovechó para inclinarse y susurrar en el oído de Miles:

—Salgamos de aquí. Creo que me han envenenado.

Miles levantó la vista, asustado.

—¿Quieres llamar al vueloliviano?

—No. Quiero ir a la embajada en el auto de superficie. Ahora mismo.

—Pero…

—No, mierda —siseó Iván—. Marchémonos sin llamar la atención, antes de que ese bastardo sonriente suba arriba.

Hizo un gesto con la cabeza hacia Yenaro que estaba al pie de la escalera mirando hacia el piso superior.

—Veo que piensas que no es grave.

—Ah, te aseguro que es muy grave —le ladró Iván.

—No habrás matado a nadie ahí arriba, ¿verdad?

—No. Pero pensé que
nunca
… Ya te lo contaré en el auto.

—Eso espero. —Miles se puso de pie. Tenían que pasar junto a Yenaro, eso era inevitable. El cetagandano se pegó a ellos como buen anfitrión para acompañarlos a la puerta principal y despedirlos amablemente.

Los adioses de Iván parecían chorros de ácido.

En cuanto el auto se cerró sobre sus cabezas, Miles ordenó a su primo:

—Ahora, Iván.

Iván se recostó contra el asiento, hirviendo de rabia.

—Me tendieron una trampa.

¿Te sorprende, primito?

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