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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (9 page)

BOOK: Cetaganda
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—Sí. Y sí —dijo Maz.

Ni siquiera en una transmisión de holovídeo en un canal de este planeta, pensó Miles. Aunque juren que es un canal seguro
.

—¿Podría usted venir a la embajada de Barrayar? A tomar… un té, o algo… Cuando terminemos aquí.

—Creo que eso sería muy apropiado —asintió Maz. Le dirigió una intensa mirada llena de curiosidad.

—Necesito que me dé clases de etiqueta —agregó Miles, pensando en los vecinos curiosos.

Los ojos de Maz brillaron con algo que tal vez era un gesto de diversión contenida.

—Eso me han dicho, milord —murmuró.

—¿Quién…? —Se ahogó él sin terminar la pregunta.
Vorob'yev, me temo
—. Adiós —terminó diciendo para no meter la pata, palmeó la mesa con alegría y retrocedió de vuelta a su lugar.

Vorob'yev observó cómo se sentaba con una peligrosa mirada que sugería la intención de apretarle las clavijas a su joven e inquieto enviado, pero no hizo ningún comentario en voz alta.

Para cuando los invitados lograron deglutir unos veinte platos de pequeñas delicias, que compensaban en número lo que les faltaba en cantidad, los cetagandanos se habían reorganizado. Por lo visto el mayordomo de los hautlores era uno de esos comandantes cuya eficiencia aumenta cuando están en retirada, porque consiguió que todo el mundo marchara en perfecto orden de importancia aunque la fila avanzaba en dirección contraria a la original. Uno tenía la sensación de que el mayordomo también acabaría suicidándose —en el lugar correcto y con la ceremonia correspondiente, por supuesto, no con la irresponsabilidad que había demostrado Ba Lura.

Miles colocó la caja de madera de alerce sobre el suelo de malaquita en la segunda vuelta de la creciente espiral de regalos, a un metro de distancia de donde Ba Lura había entregado su vida en un arroyo de sangre. El suelo pulido, perfecto, sin una marca, ni siquiera mostraba restos de humedad. ¿Habrían tenido tiempo de hacer un rastreo forense los de Seguridad cetagandana antes de limpiar? ¿O más bien alguien había llevado a cabo una rápida destrucción de pruebas más sutiles?
Mierda, ojalá me encargara del caso
.

Al otro lado del Pabellón del Este esperaban las plataformas flotantes blancas que llevarían a los emisarios a las puertas del Jardín Celestial. La ceremonia no había sufrido ni una hora de retraso, pero el sentido del tiempo de Miles se había alterado desde que sintió que Xanadú era el País de las Maravillas. Le parecía que dentro de la cúpula habían pasado más de cien años, aunque en el mundo exterior sólo hubiera transcurrido una mañana de primavera. Hizo una mueca de dolor cuando la luz brillante de la tarde lo deslumbró. El conductor sargento de Vorob'yev condujo el vehículo de superficie de la embajada hasta el punto de encuentro. Miles se dejó caer en el asiento, agradecido.

Creo que cuando volvamos a casa, tendré que cortar esta mierda de botas para sacármelas
.

4

—Tira —dijo Miles y apretó los dientes.

Iván tomó la bota por el talón y la caña, apoyó la rodilla contra el costado de la cama de Miles y dio un tirón dubitativo.

—¡Auuu!

Iván se detuvo.

—¿Te duele?

—Sí, vamos, vamos, sigue, mierda.

Iván miró el departamento personal de Miles.

—Tal vez deberías ir otra vez a la enfermería de la embajada.

—Después. No quiero que ese matasanos haga una disección de mis botas. Tira.

Iván reanudó sus esfuerzos y finalmente la bota cedió. La estudió un segundo entre las manos y sonrió lentamente.

—Sabes que no vas a poder sacarte la otra sin mi ayuda… —observó.

—¿Y qué?

—Quiero algo a cambio.

—¿Qué andas tramando?

—Como te conozco bien, supuse que te divertirías tanto como Vorob'yev con la idea de que hubiera un cadáver de más en la cámara del funeral, pero cuando volviste ponías una cara como si hubieras visto el fantasma de tu abuelo.

—Ba Lura se cortó el cuello. Era un asco.

—Vamos, Miles, has visto cadáveres en peor estado.

Ah, sí. Miles miró la bota que seguía en su puesto, sintió latir la pierna en el interior y se imaginó cojeando por el corredor de la embajada en busca de un criado. No. Suspiró.

—En peor estado sí, pero no creo que haya visto uno más raro. A ti te habría pasado lo mismo. A Ba Lura lo conocimos ayer, tú y yo. Te enfrentaste a él en el vehivaina.

Iván echó un vistazo al cajón de la comuconsola, escondite del cilindro misterioso, y dejó escapar una maldición.

—Bueno, eso aclara las cosas. Tenemos que informar de todo a Vorob'yev.

—Si es que era ese ba —se apresuró a decir Miles—. Por lo que sé, los cetagandanos clonan a sus sirvientes y el que vimos ayer podría ser su gemelo a algo así.

Iván dudó.

—¿Tú crees?

—No lo sé, pero se me ocurre dónde averiguarlo. Déjame hacer una cosa más antes de pasar la bandera, ¿eh? Le pedí a Mia Maz, la vervani, que viniera a verme. Si esperas un poco… te dejo quedarte en la reunión.

Iván consideró el soborno.

—¡Bota! —exigió Miles mientras su primo seguía pensando.

Con la mente en otra cosa, Iván le ayudó a sacársela.

—De acuerdo —accedió por fin—, pero después de hablar con ella, informaremos a SegImp.

—Iván yo soy SegImp —ladró Miles—. Tres años de entrenamiento y experiencia de campo, ¿recuerdas? Hazme el favor de considerar la posibilidad de que tal vez, sólo tal vez, sepa lo que estoy haciendo… —
Ojalá lo supiera, mierda
. La intuición no era sino el procesamiento inconsciente de pistas subliminales, estaba bastante seguro de eso, pero
lo siento en los huesos
era una defensa pública bastante débil para sus actos.
¿Cómo se puede saber algo antes de saberlo?
—. Dame una oportunidad.

Iván se fue a sus habitaciones a cambiarse de ropa sin hacerle promesas. Libre de las botas, Miles se tambaleó hasta el baño. Quería tomar más calmantes y sacarse el uniforme de gala. Se puso el de fajina, el negro, mucho más cómodo. A juzgar por la lista de protocolo de la embajada, sólo podría llevar ropa de fajina en sus habitaciones privadas.

Iván volvió demasiado pronto, elegante en uniforme de fajina verde pero antes de que pudiera seguir haciendo preguntas imposibles de contestar o exigiendo justificaciones inexistentes, sonó la llamada de la comuconsola. Era el personal de vestíbulo de la embajada.

—Mia Maz ha venido a verle, lord Vorkosigan —informó un hombre—. Dice que tiene una cita.

—De acuerdo. Ah… ¿podría usted acompañarla hasta aquí arriba, por favor? —Sus habitaciones privadas, ¿estarían monitoreadas por Seguridad? Mejor sería no preguntarlo, porque eso llamaría la atención de todo el mundo. Pero no, no había monitoreo. Si SegImp hubiera estado espiando, Miles habría tenido que someterse a incómodos interrogatorios, directamente o a través de Vorob'yev. Le estaban extendiendo la cortesía de la privacidad en su espacio personal, por lo menos de momento… aunque probablemente no en su comuconsola. Todos los foros públicos del edificio estaban sometidos a controles, de eso no había duda.

Un hombre de personal dejó a Maz en la puerta de Miles. Él e Iván se apresuraron a sentarse cómodamente. Ella también había pasado por sus habitaciones para cambiarse y ahora llevaba un traje de salto bastante ceñido y un chaleco largo hasta las rodillas como ropa de calle. A pesar de sus cuarenta y tantos, Maz tenía muy buen tipo. Miles se libró del hombre mandándolo a buscar el té y, cuando Iván se lo pidió, un poco de vino.

Después, se acomodó al otro lado del sillón y sonrió a la mujer de Vervain. Iván se vio forzado a buscar una silla.

—Milady Maz, gracias por venir.

—Llámeme Maz, por favor —sonrió ella—. Nosotros no usamos esas formalidades. Lamento decir que nos cuesta mucho tomarlas en serio.

—Entonces, seguramente tendrá mucha práctica en disimular la risa… No veo otra forma de funcionar aquí.

El hoyuelo le hizo un guiño.

—Tengo práctica, sí, milord.

Ah, sí, Vervain era una de las «democracias», como las llamaban; no tan locamente igualitaria como la de los betaneses, pero con un rasgo cultural que iba definitivamente en esa dirección.

—Mi madre hubiera estado de acuerdo con usted —aceptó Miles—. Ella no habría visto ninguna diferencia intrínseca entre los dos cadáveres de la rotonda. Excepto por la forma en que llegaron hasta ahí, claro. Supongo que ese suicidio fue algo inesperado, raro, ¿verdad?

—Sin precedentes —dijo Maz—, y si usted conociera a los cetagandanos, sabría que no se puede encontrar un término más fuerte.

—Así que los sirvientes cetagandanos no siempre acompañan a sus dueños en la muerte.

—Supongo que Ba Lura tenía una extraña intimidad con la emperatriz… Hacía mucho que la servía —dijo la mujer vervani—, desde antes de que nosotros naciéramos.

—Iván se preguntaba si los hautlores hacían clones y los usaban en el servicio.

Iván echó una mirada indignada a Miles por ponerlo en el centro de atención, pero no protestó en voz alta.

—Los ghemlores lo hacen a veces —explicó Maz—, pero no los hautlores, y desde luego es impensable que la Casa Imperial lo hiciera. Los haut consideran que cada servidor es una obra de arte, tanto como todos los demás objetos con que se rodean. En el Jardín Celestial todo tiene que ser único, si es posible fabricado a mano, y perfecto. Eso también se aplica a los seres orgánicos. La producción en masa es para las masas, al menos eso es lo que ellos piensan. No estoy segura de si es una virtud o un vicio… me refiero al estilo haut de hacer las cosas, pero en un mundo inundado de realidades virtuales y duplicaciones infinitas, incluso resulta extrañamente refrescante. El único problema es el esnobismo…

—Hablando de arte —Intervino Miles—, me comentó usted que había tenido suerte en la identificación del icono…

—Sí. —La mirada de ella se elevó y se fijó en la cara de Miles—. ¿Dónde dijo usted que lo había visto, lord Vorkosigan?

—No se lo dije.

—Ahhh. —Ella esbozó una leve sonrisa pero aparentemente decidió no seguir presionando sobre ese punto—. Es el sello del Criadero Estrella. No es habitual que un extranjero se cruce con algo así todos los días. En realidad, no es habitual que un extranjero se cruce con algo así… en toda su vida. Es muy, muy privado.

Contrólate
.

—¿Y hautesco?

—Extremadamente hautesco.

—Y… perdón, ¿qué es el Criadero Estrella?

—¿No lo sabe usted? —Maz parecía un poco sorprendida—. Bueno, supongo que ustedes se pasan todo el tiempo estudiando asuntos
militares
cetagandanos…

—La mayor parte del tiempo, sí —suspiró Iván.

—El Criadero Estrella es el nombre privado del banco genético de la raza haut.

—Ah, eso… Supongo que sabía algo al respecto… ¿Qué? ¿Tienen copias de reserva de sí mismos…? —preguntó Miles.

—El Criadero Estrella es mucho más que eso. Entre los haut, no hay contacto directo para unir el espermatozoide y el óvulo y depositar el embrión resultante en un replicador uterino, como hace la gente normal. Cada cruce genético se negocia como contrato entre los jefes de dos líneas genéticas, que los cetagandanos llaman constelaciones. Supongo que ustedes, en Barrayar, los llamarían clanes. Ese contrato debe contar con la aprobación del emperador o más bien de una mujer de alto rango de la familia del emperador, y se marca con el sello del Criadero Estrella. Desde hace cincuenta años, desde que empezó el régimen actual, esa mujer de alto rango fue haut Lisbet Degtiar, la madre del emperador. No es sólo una formalidad. Cualquier alteración genética, y los haut hacen muchas, tiene que haber sido examinada y aprobada por el comité de genetistas de la emperatriz antes de entrar en el genoma haut. Usted me preguntó si las mujeres haut tienen poder. La emperatriz viuda impartía la aprobación final y tenía derecho a veto sobre todos los nacimientos haut.

—¿Y el emperador? ¿Puede cambiar estas decisiones?

Maz apretó los labios.

—No lo sé, en realidad. Los haut se muestran muy reservados en todo lo concerniente a este asunto. Si se producen luchas de poder, las habladurías no atraviesan las puertas del Jardín Celestial. Lo que sí sé es que nunca me ha llegado el rumor de un conflicto como el que usted imagina.

—Y… ¿quién se encarga ahora de este proceso? ¿Quién hereda el sello?

—¡Ah! La pregunta del millón. —Maz iba entusiasmándose con el tema—. Nadie lo sabe, O, por lo menos, el emperador no ha hecho el anuncio. El sello debe tenerlo la madre del emperador si está viva, o la madre del heredero si muere la viuda. Pero el emperador cetagandano no ha seleccionado un heredero todavía. El sello del Criadero Estrella y todo el resto de los objetos de rango de la emperatriz se entregará a la nueva mujer en el último rito de los funerales, así que el emperador tiene por lo menos diez días más para decidirse. Supongo que esa decisión es foco de gran atención en estos días entre las hautmujeres. No se pueden aprobar contratos nuevos hasta que se complete la transferencia.

Miles, intrigado, pensó un poco en lo que oía.

—El emperador tiene tres hijos, ¿verdad? Así que la mujer elegida será una de las tres madres.

—No necesariamente —dijo Maz—. El cargo podría recaer en una tía imperial, una mujer de la familia de su madre, al menos provisionalmente.

Unos suaves golpecitos en la puerta de Miles anunciaron la llegada del té. La cocina de la embajada de Barrayar había enviado una bandeja totalmente redundante con tres platos de bombones. Alguien había estado haciendo los deberes porque Maz murmuró:

—Aahhh, mis favoritos… —Una mano femenina se lanzó a la pesca de chocolates, a pesar del almuerzo imperial que acababan de tomar. El mayordomo de la embajada sirvió el té, abrió el vino y se alejó tan discretamente como había entrado.

Iván tomó un trago de su vaso de cristal y preguntó, intrigado:

—¿Se casan los hautlores, entonces? Esos contratos genéticos equivalen al matrimonio, ¿no es cierto?

—Bueno… no exactamente. —Maz se tragó el tercer bombón y jugueteó con el té—. Existen varios tipos de contratos. El más simple establece el uso del genoma de una persona una sola vez. Se crea un solo hijo, que es… el término no es del todo correcto pero equivaldría a
propiedad
… queda registrado en la constelación del padre y crece en el criadero de esa constelación. No sé si me explico… estas decisiones no las toman los protagonistas… en realidad, puede pasar que la madre y el padre ni siquiera lleguen a conocerse. Esos contratos se deciden en el nivel más alto de la constelación y las decisiones están en manos de los líderes más viejos y presumiblemente más sabios. Se pretende capturar una línea genética favorable o sentar las bases de un cruce deseable en la generación siguiente.

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