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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (8 page)

BOOK: Cetaganda
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—S… sí, cierto —dudó Miles—. ¿Y quién es usted, milady, aparte de una hermosísima pompa de jabón?

Hubo una pausa más larga.

—Soy la haut Rian Degtiar. Sirvo a la Señora Celestial y soy Doncella del Criadero Estrella.

Otro rimbombante hautítulo que no daba muchas pistas sobre las funciones de quien lo llevaba. Miles era capaz de nombrar a cada uno de los ghemlores del generalato de Cetaganda, a todos los gobernadores de satrapías y sus ghemoficiales, pero ese hautítulo era nuevo para él. Lo que sí conocía era el nombre de la Señora Celestial, una manera cortés de llamar a la emperatriz muerta haut Lisbet Degtiar…

—¿Es usted pariente de la fallecida emperatriz viuda, milady?

—Soy su constelación genómica, sí. Nos separan tres generaciones. La he servido la mitad de mi vida.

Una dama de compañía, sí. De la corte de la vieja emperatriz, la corte personal, el más cerrado de los mundos interiores. Un rango muy alto. Probablemente también era muy anciana.

—Ah… ¿no estará usted emparentada con un ghemlord llamado Yenaro, por casualidad?

—¿Quién? —Incluso a través de la pantalla de fuerza, la voz transmitía una ignorancia y una sorpresa completas.

—No tiene importancia. Es obvio que no tiene importancia. —Las piernas de Miles empezaban a latirle intensamente. Cuando tuviera que sacarse las botas sería más difícil que cuando se las había puesto. No pude evitar mirar a su… criada, la dama que la sirve. ¿Hay mucha gente sin pelo por aquí?

—No es una mujer. Es ba.

—¿Ba?

—Los neutrales, los altos sirvientes del emperador. En la época de su Padre Celestial, estaba de moda que fuesen sin vello… así.

Ah. Ingeniería genética: criados sin sexo. Había oído rumores sobre ellos: paradójicamente, eran rumores sobre historias sexuales más relacionadas con las esperanzas y fantasías del narrador que con una realidad probable. Pero se suponía que eran una raza totalmente fiel al lord que los había creado. Creado… literalmente.

—Entonces, todos los ba carecen de pelo, pero no todas las personas lampiñas son ba. ¿Es así?

—Sí… —Más silencio—. ¿Por qué ha venido al Jardín Celestial, lord Vorkosigan?

La ceja de Miles se torció un poco.

—Para representar el honor de Barrayar en este cir… ehmmm… acto solemne y para traer un regalo de despedida a la fallecida emperatriz. Soy un enviado. Vengo por orden del emperador Gregor Vorbarra, a quien sirvo. A mi manera… insignificante, claro.

Otra pausa. Larga.

—Usted se burla de mí en mi desgracia.

—¿Qué?

—¿Qué quiere usted, lord Vorkosigan?

—¿Cómo dice? Usted me ha mandado llamar, milady, ¿no le parece que la pregunta no viene al caso? —Miles se frotó el cuello, y lo intentó de nuevo—. ¿Puedo ayudarla de alguna forma…? ¿Es eso lo que usted quiere oír?

—¿Ayudarme? ¿Usted?

A Miles le ofendió el tono sorprendido, casi indignado.

—¡Sí, yo, yo! No soy tan… —
incompetente como parezco
—. En mi planeta soy famoso por haber conseguido alguna que otra cosita… Pero si usted no me da alguna pista del tema en cuestión, no puedo hacer nada. Puedo intentar ayudarle, pero no si no entiendo… ¿Comprende? —Ahora se había confundido todo—. Mire, ¿por qué no empezamos de nuevo esta conversación? —Se inclinó hasta el suelo—. Buenos días, soy lord Miles Vorkosigan de Barrayar. ¿En qué puedo ayudarle, milady?

—¡Ladrón!

Por fin se hacía la luz.

—Ah… Ah, no. Me llamo Vorkosigan y le aseguro que no soy ningún ladrón, señora. Más bien puede considerarme receptor de propiedad robada y por lo tanto, en todo caso, un perista… —aceptó en tono juicioso.

Más silencio sorprendido. Tal vez ella no conocía la jerga criminal. Miles siguió hablando con algo parecido a la desesperación:

—¿Por casualidad ha perdido usted un objeto? ¿En forma de cilindro? ¿Un aparato electrónico con la imagen de un ave en la tapa?

—¡Usted lo tiene! —La voz de ella era un quejido de desesperación.

—Bueno, no lo he traído conmigo, claro.

La voz bajó hasta hacerse gutural, desesperada.

—Todavía lo tiene. Tiene que devolvérmelo.

—Será un placer, si me demuestra que es suyo. No puedo afirmar que sea mío, porque sería mentir —agregó enseguida.

—¿Y usted me lo devolvería… a cambio de nada?

—Por el honor de mi nombre y… yo soy de SegImp. Sería capaz de casi cualquier cosa a cambio de información. Si usted satisface mi curiosidad, podemos hacer un trato.

La voz de ella le llegó en un susurro incrédulo, lleno de terror.

—¿Quiere usted decir que no… no sabe lo que es?

El silencio se extendió durante tanto tiempo que él tuvo miedo de que la vieja dama se hubiera desmayado ahí dentro. La música de la procesión llegó hasta los dos desde el gran pabellón.

—Ay, mi… ah… Está empezando ese maldito desfile y se supone que debo estar presente… Milady, ¿cómo me pongo en contacto con usted?

—No puede hacer eso. —La voz de ella le llegó ahogada, sin aliento—. Yo también tengo que irme. Enviaré a alguien a buscarlo. —La burbuja blanca se elevó y empezó a alejarse, flotando.

—¿Dónde? ¿Cuándo…? —La música les llegaba cada vez más fuerte.

—¡No diga nada de todo esto!

Miles consiguió hacer una reverencia rápida a lo que tal vez era la espalda de la dama que se alejaba por el jardín y empezó a cojear lo más rápido que pudo. Tuvo la horrible sensación de que todo el mundo se enteraría de que llegaba tarde.

Cuando consiguió llegar a la recepción por senderos zigzagueantes, la escena se desarrollaba tan mal como había imaginado. Una hilera de personas avanzaba hacia la entrada principal y los edificios en torre. Vorob'yev, en el lugar que correspondía a la delegación de Barrayar, arrastraba los pies, creando una grieta evidente en la fila y mirando a su alrededor con apremio. Apenas vio a Miles movió los labios sin pronunciar las palabras:
¡Date prisa, diablos!
Miles cojeó con más rapidez y le pareció que todos los ojos de la habitación se posaban sobre él.

Iván, con una expresión indignada, le entregó la caja en cuanto lo vio en el lugar correspondiente.

—¿Dónde diablos has estado todo este tiempo? ¿En el baño? Te busqué ahí…

—Shhh… Luego te lo cuento. Tuve la cita más extra…

Miles luchó con la pesada caja de madera y la colocó en la posición correcta para la ceremonia de presentación de regalos. Avanzó a través de un patio con losas de jade y finalmente alcanzó a la delegación que tenían por delante justo cuando llegaban a la puerta de uno de los edificios con torres altas. Todos entraron en una rotonda llena de ecos. Miles vio algunas burbujas blancas más adelante, en la procesión, pero no podía saber si alguna de ellas era su anciana hautlady. La coreografía del evento exigía que todos avanzaran en un círculo lento alrededor del féretro, se arrodillaran y dejaran sus regalos formando una espiral en orden de edad/estatus/poder; después, tenían que salir por las puertas opuestas hacia el Pabellón del Norte (para los hautlores y los ghemlores) o el Pabellón del Este (para los embajadores de la galaxia) donde se serviría un almuerzo fúnebre.

De pronto, la procesión se detuvo y empezó a amontonarse en el umbral de arcos anchos. Desde la rotonda, adelante, en lugar de música tranquila y pasos callados empezó a surgir un rumor de conversaciones. Las voces se elevaron en sorpresa aguda, luego otras voces emitieron órdenes tajantes.

—¿Qué pasa? —se preguntó Iván, estirando el cuello—. ¿Se ha desmayado alguien o qué?

Como Miles no alcanzaba a ver por encima de los hombros del hombre que tenía adelante, no podía contestar a esa pregunta. Con una sacudida, la fila empezó a caminar de nuevo y llegó a la rotonda, pero luego se desvió hacia una puerta. Un ghemcomandante estaba de pie en la intersección, dirigiendo el tránsito con instrucciones en voz baja, instrucciones que repetía una y otra vez:

—Por favor, conserven sus regalos y sigan hacia el camino exterior y el Pabellón del Este; por favor, conserven sus presentes y sigan directamente hacia el Pabellón del Este; volveremos a empezar enseguida; por favor…

En el centro de la rotonda, por encima de las cabezas de la multitud, estaba el gran catafalco de la emperatriz viuda. Los ojos de los extranjeros no tenían derecho a mirarla ni siquiera muerta. Su féretro estaba rodeado por una burbuja de campo de fuerza translúcida; lo único que se veía era una vaga silueta femenina, como a través de una gasa: un fantasma intangible, dormido, envuelto en blanco. Había un grupo de ghemguardias de distinto rango de pie en una línea que iba desde la pared al catafalco. Daba la impresión de que estaban ocultando algo a la multitud que pasaba.

Miles no podía permitirlo.
Después de todo, no me pueden asesinar aquí delante de todos, ¿verdad?
Arrojó la caja a Iván y se agachó bajo el codo del ghemoficial que trataba de orientarlos hacia la puerta de la izquierda. Con una sonrisa de compromiso, las manos abiertas y levantadas, se deslizó entre dos de los guardias, que claramente no esperaban un movimiento tan irrespetuoso y trasgresor.

Al otro lado del féretro, en el lugar reservado para el primer regalo del hautlord de estatus más elevado, había un cadáver. Tenía una herida en el cuello. Una gran cantidad de sangre roja y líquida formaba círculos y lagunas sobre el suelo brillante de malaquita verde, humedeciendo el uniforme gris y blanco de criado de palacio. La mano derecha de… del ser aferraba con firmeza un cuchillo enjoyado y afilado. Y sí, era un ser distinto, neutro, ni femenino ni masculino, a pesar de su forma de hombre anciano pero no frágil… A pesar de que ahora no tenía pelo, Miles reconoció al intruso del vehivaina. Le pareció que el corazón se le detenía en el pecho.

Alguien acaba de subir las apuestas en este jueguecito
.

El ghemoficial de mayor rango de la habitación estaba girando a su alrededor. A pesar de que el maquillaje facial convertía la expresión de ese hombre en una máscara, tenía la sonrisa dura, la mirada de quien se ve obligado a mostrarse amable con una persona a quien preferiría aporrear contra el suelo.

—Lord Vorkosigan, ¿podría usted volver a su puesto, por favor?

—Sí, claro, claro… ¿Quién era ese pobre tipo?

El ghemcomandante lo azuzó hacia la fila de delegados con movimientos de cabeza —no era tonto y, por supuesto, no lo tocó— y Miles se dejó guiar en la dirección correcta. Agradecido, airado y ruborizado, el hombre estaba tan confundido que le contestó sin darse cuenta:

—Es Ba Lura, del más alto rango de servidores de la Señora Celestial. La sirvió durante más de sesenta años… Por lo visto quiso seguirla y servirla también en la muerte. Un gesto desmesurado, falto de tacto… hacerlo
aquí
… —El ghemcomandante llevó a Miles cerca de la línea de delegados, detenida otra vez, como para que el largo brazo de Iván lo alcanzara y lo empujara hacia la línea y la puerta con un puño firme en la mitad de la espalda.

—¿Qué diablos está pasando aquí? —siseó con la cabeza inclinada hacia Miles, desde atrás.

¿Y dónde estaba usted cuando ocurrió el asesinato, lord Vorkosigan?
Excepto que no parecía un asesinato, realmente parecía un suicidio. Un suicidio algo tosco. Y cometido hacía menos de treinta minutos. Calculó que se había producido mientras él hablaba con la misteriosa burbuja blanca, que tal vez era haut Rian Degtiar, o tal vez no. ¿Cómo podía saberlo desde fuera? El corredor parecía dar vueltas ante sus ojos, pero Miles supuso que eran sólo imaginaciones suyas.

—No debería usted haberse salido de la fila, milord —lo reprendió Vorob'yev con severidad—. Ah… ¿ha descubierto algo?

Miles empezó a sonreírse, pero se contuvo.

—Uno de los sirvientes de la fallecida emperatriz viuda, un ba, se acaba de degollar a los pies del féretro. No sé si entre los cetagandanos son habituales este tipo de sacrificios humanos. No me refiero a nada oficial, por supuesto…

Los labios de Vorob'yev se curvaron en un silbido silencioso, luego esbozó una sonrisa instantánea que desapareció enseguida.

—Qué
embarazoso
para ellos… —ronroneó—. Van a tener que esforzarse bastante para salvar esta ceremonia del desastre. Interesante…

Sí. Y si esa criatura era tan fiel, ¿por qué decidió hacer algo tan embarazoso para sus amos? Sin duda sabía que iba a ser todo un problema… ¿Venganza póstuma? Sin duda es la manera más segura de vengarse en el caso de los cetagandanos… eso tengo que admitirlo
.

Para cuando finalizó la interminable caminata alrededor de las torres centrales hasta el Pabellón del Este, las piernas de Miles lo estaban matando. En un vestíbulo enorme, los cientos de delegados de la galaxia se acomodaron ante varias mesas, guiados por un ejército de servidores, que se movía un poquito más rápido de lo que hubiera exigido la dignidad más correcta. Como algunos de los presentes funerarios que traían los otros delegados eran todavía más grandes que la caja de madera de alerce de Barrayar, el proceso de sentarse se prolongó y fue mucho más incómodo y difícil que lo esperado. Hubo mucha gente que se puso de pie de nuevo para volver a acomodarse, lo cual evidentemente desesperaba a los servidores. En algún lugar de las entrañas más profundas del edificio, Miles se imaginó a un escuadrón de cocineros sudorosos de Cetaganda con la boca llena de insultos coloridos y obscenos en su propio idioma.

Miles vio a la delegación vervani bastante más lejos, en otra mesa. Aprovechó la confusión para alejarse de la silla asignada, dar vuelta alrededor de varias mesas y tratar de hablar con Mia Maz.

Se puso de pie a su lado y sonrió, nervioso:

—Buenas tardes, milady Maz. Tengo que hablar…

—¡Lord Vorkosigan! Traté de ponerme en contacto con usted… —Redujeron al mínimo los saludos.

—Usted primero. —Se acercó para oírla mejor.

—Traté de llamarlo a la embajada, pero usted ya había salido. ¿Qué diablos pasó en esa rotonda? ¿Lo sabe usted? Que los cetagandanos alteren una ceremonia de esta magnitud en plena… Inaudito.

—No tuvieron más remedio. Bueno, supongo que podían haber ignorado el cadáver y seguir dando vueltas alrededor del muerto. Personalmente, opino que hubiera sido mucho más impresionante, pero evidentemente decidieron limpiar primero. —Miles repitió lo que ya empezaba a calificar como «versión oficial» del suicidio de Ba Lura. Todos los que alcanzaban a oír sus palabras prestaban la máxima atención. Y bueno, los rumores se difundirían muy pronto, no dependía de él detenerlos después de todo—. ¿Tuvo usted éxito en la búsqueda que le encargué anoche? —siguió diciendo Miles—. Yo… no creo que éste sea el lugar, ni el momento para discutirlo, pero…

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