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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (10 page)

BOOK: Cetaganda
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—En el otro extremo hay contratos que significan un monopolio vitalicio, o todavía más largo en el caso de cruces imperiales. Cuando se elige a una hautmujer para que sea la madre de un heredero potencial, el contrato es absolutamente exclusivo: tiene que ser alguien que no haya aceptado ningún contrato y que nunca vuelva a negociar con su genoma, a menos que el emperador decida tener más de un hijo con ella. Esas mujeres viven en el Jardín Celestial, en un pabellón separado, durante el resto de sus días.

Miles hizo una mueca.

—¿Es una recompensa o un castigo?…

—Es el puesto de poder más importante que pueda alcanzar una hautmujer, es una oportunidad para convertirse ella también en emperatriz, si su hijo —y casi siempre es un único hijo— resulta elegido para suceder a su padre. Aunque termine siendo la madre de uno de los perdedores, un candidato a príncipe o gobernador de satrapía no está nada mal. Un líder de constelación, jefe de clan en terminología de Barrayar, nunca será emperador o padre de un emperador, y el brillo que puedan tener sus hijos carece de importancia. Pero a través de sus hijas, tiene la oportunidad de ser el abuelo de un emperador. Por lo tanto, como puede imaginarse, las ventajas se acumulan en la constelación de la emperatriz. Los Degtiar no eran particularmente importantes hasta hace cincuenta años.

—Así que el emperador tiene hijos. —Miles trataba de asimilar toda aquella información—. Pero todos los demás necesitan hijas. Y sólo una o dos veces cada siglo, cuando sube al poder un nuevo emperador, se puede ganar en el juego.

—Correcto.

—Y… ¿dónde queda el sexo en todo esto? —preguntó Iván, con voz quejosa.

—No hay sexo —dijo Maz.

—¡No hay sexo!

Maz se rió de la expresión horrorizada de lord Vorpatril.

—Bueno, los haut mantienen relaciones sexuales, pero es un juego puramente social. Tienen amistades sexuales de larga duración que casi podrían calificarse de matrimonios. Estaba a punto de decir que no hay nada formal, pero claro, la etiqueta de esas asociaciones es increíblemente compleja… Supongo que la palabra que estoy buscando es
legalizadas
, más que formales, porque los rituales son intensos. Y raros, realmente raros a veces, por lo poco que alcanzo a entender. Afortunadamente, los haut son tan racistas que casi nunca salen de su propio genoma, así que no es nada probable que los extranjeros tengan que enfrentarse con esos peligros personalmente.

—Ah —dijo Iván. Parecía un poquito desilusionado—. Pero… si los haut no contraen matrimonio, establecen sus propias casas y manejan sus asuntos desde las casas mismas, ¿cuándo salen?

—Nunca.

—¡Au! ¿Eso quiere decir que viven con… bueno, con sus madres toda la vida?

—Bueno, con sus madres, no. Con sus abuelos o bisabuelos. Pero los jóvenes, y cualquiera menor de cincuenta se considera joven, viven como pensionistas de las constelaciones. Me pregunto si ésa es la razón por la que tantos haut de más edad se recluyen. Viven lejos de todos porque finalmente
pueden
hacerlo.

—Pero… ¿y todos esos ghemgenerales y ghemlores famosos y de renombre que consiguieron esposas haut?

Maz se encogió de hombros.

—No todas pueden aspirar a ser madres imperiales, ¿no les parece? En realidad, me gustaría señalarle ese aspecto, lord Vorkosigan. ¿Nunca se ha preguntado cómo es posible que los haut controlen a los ghem, que son tan buenos militares? Sobre todo, si tenemos en cuenta que los haut no tienen ni entrenamiento ni experiencia en ese campo.

—Ah, sí. Hace dos años que espero que esa loca aristocracia cetagandana de dos niveles desaparezca en medio de una lucha intestina. ¿Cómo es posible que un grupo de literatos como esos hautlores tengan poder sobre ghemejércitos enteros?

Maz sonrió.

—Los ghemlores cetagandanos lo explicarían como la fidelidad debida a una cultura y civilización superiores. El hecho es que se apropian genéticamente de cualquiera que sea lo bastante competente y poderoso como para constituir una amenaza. No hay mayor recompensa en el sistema cetagandano que la asignación de una esposa haut, y las asignaciones las decide el Emperador. Ésa es la principal preocupación de los ghemlores. Es el último golpe social y político.

—¿Está usted sugiriendo que los haut controlan a los ghem a través de esas esposas? —dijo Miles—. Quiero decir, estoy seguro de que las hautmujeres son hermosas y todo eso, pero los ghemgenerales son unos hijos de puta tan duros, tan difíciles… no me puedo imaginar a nadie en la cumbre en el Imperio de Cetaganda que sea tan susceptible.

—Si yo supiera cuál es el truco de las hautmujeres —suspiró Maz— lo embotellaría y lo vendería muy caro. No, mejor todavía, creo que me lo quedaría para mí sola. Pero por lo visto, hace cientos de años que funciona bien. Por supuesto que no es el único método de control imperial. Pero sin duda es el menos evidente. Para mí eso es significativo. Los haut son sutiles, eso por encima de cualquier otra cosa.

—¿Y la hautnovia llega al matrimonio con… digamos… una dote? —preguntó Miles.

Maz sonrió de nuevo y cogió otro bombón.

—Es un punto importante, lord Vorkosigan. No. No hay dote.

—Yo suponía que mantener a una esposa haut en el nivel de vida al cual están acostumbradas podía ser bastante caro.

—Muy caro.

—Entonces… si el Emperador deseara deprimir a un súbdito excesivamente importante, ¿podría entregarle unas cuantas esposas haut y dejarlo en bancarrota?

—No… no creo que se trate de nada tan evidente. Pero es algo parecido, sí. Es usted muy perspicaz, milord.

—Pero ¿qué le pasa a la hautlady a la que entregan así, como si se tratara de una medalla de buena conducta? —preguntó Iván—. ¿Qué siente? Quiero decir… si la mayor ambición de una hautlady es transformarse en monopolio imperial, eso de ir a parar a manos de un ghemlord tiene que ser el extremo opuesto. Que la arrojen para siempre fuera del hautgenoma… Los descendientes nunca vuelven a casarse entre los haut, ¿verdad?

—No —confirmó Maz—. Creo que la psicología de todo el proceso es bastante peculiar. En primer lugar, la hautnovia tiene más rango que cualquier otra esposa del ghemlord, y sus hijos son los herederos. Es automático. Eso puede desatar algunas tensiones interesantes en casa del ghemlord, sobre todo si el nuevo casamiento, como suele suceder, se da en la mitad de la vida, cuando las otras asociaciones maritales del lord ya están bien establecidas y son antiguas.

—Seguramente que caiga una de estas hautmujeres sobre la cabeza de su marido es la pesadilla de cualquier ghemlady —musitó lvan—. ¿Nunca se niegan? ¿No obligan a los maridos a rechazar el honor?

—Por lo visto no es un honor que se pueda rechazar.

—Mmmm. —Miles arrancó con dificultad su imaginación de la fascinación de esos detalles sociales y procuró centrarse en su mayor preocupación—. El sello del Criadero Estrella… ¿No tendrá usted un dibujo?

—He traído unos vídeos, milord —dijo Maz—. Con su permiso, los podemos pasar en su comuconsola.

Aahh. Cómo me gustan las mujeres competentes. ¿No tiene usted una hermana menor, milady Maz?

—Sí, por favor —dijo Miles.

Todos se amontonaron detrás del escritorio de la comuconsola y Maz empezó con su pequeña conferencia ilustrada sobre la cúpula de los haut y una media docena de sellos imperiales de varios tipos.

—Aquí está, milord: el sello del Criadero Estrella.

Era un bloque cúbico, de unos quince centímetros de lado y con el pájaro de trazos rojos sobre la parte superior. El terror que había sentido Miles desde que Maz le comunicara que existía el sello, el terror de que tal vez él e Iván hubieran robado accidentalmente una pieza de los objetos imperiales, se desvaneció como por ensalmo. El cilindro era un objeto imperial, sin duda, y tendrían que devolverlo —anónimamente, de ser posible—, pero por lo menos no era…

Maz llamó a la siguiente unidad de datos.

—Y este objeto es la Gran Llave del Criadero Estrella, que se entrega junto con el sello —siguió diciendo.

Iván se atragantó con el vino. Miles, súbitamente marcado, se reclinó contra el escritorio y miró la imagen del cilindro con una sonrisa fija. El original estaba unos pocos centímetros más abajo, en el cajón.

—Y… ah, ¿qué es la Gran Llave del Criadero Estrella, mila… Maz? —consiguió murmurar—. ¿Para qué sirve?

—No estoy muy segura. En algún momento, en el pasado, tuvo que ver con la recuperación de datos en los bancos genéticos de los haut, según creo, pero en la actualidad tal vez sólo se trate de un objeto ceremonial. Tiene unos doscientos años por lo menos… Tiene que ser obsoleto.

Esperemos. Gracias a Dios no lo había abandonado por ahí. Todavía.

—Ya veo.


Miles
… —musitó Iván.

—Más tarde —siseó Miles entre dientes—. Entiendo tu preocupación.

Iván musitó una obscenidad por encima de la cabeza de Maz.

Miles se inclinó contra el escritorio de la comuconsola y movió los labios en una mueca realista.

—¿Algo anda mal, milord? —Maz levantó la vista, preocupada.

—Lo lamento, las piernas me molestan un poco. Probablemente tenga que consultar con el médico de la embajada…

—¿Preferiría usted seguir con esto más tarde? —preguntó Maz instantáneamente.

—Bueno… a decir verdad, creo que ya he recibido todas las lecciones de etiqueta que puedo asimilar en una sola tarde.

—Ah… pero hay mucho, muchísimo más. —Sin embargo, Miles debía de estar realmente pálido porque ella se levantó y dijo—: Demasiado para una sola clase, sí, por supuesto. ¿Le molestan mucho sus heridas? No creí que fueran tan graves.

Miles se encogió de hombros, como avergonzado. Tras la despedida de rigor y la promesa de volver a ver a su tutora vervani muy pronto, Iván se hizo cargo de los deberes de anfitrión y escoltó a Maz a la planta baja.

Volvió inmediatamente, selló la puerta detrás de él y se lanzó sobre Miles.

—¿Tienes alguna idea del lío en que nos hemos metido? —exclamó.

Miles estaba sentado frente a la comuconsola, releyendo la descripción oficial —totalmente inexacta, por cierto— de la Gran Llave, mientras la imagen del objeto flotaba como un conjuro frente a su nariz por encima de la placa de vídeo.

—Sí. También sé que vamos a salir bien parados. ¿Tú lo sabes?

Eso hizo que Iván se detuviera.

—¿Sabes algo que yo no sepa?

—Si me lo dejaras a mí, creo que podría devolver esa cosa a su verdadero dueño sin que el asunto trascendiese.

—Por lo que dijo Maz, el verdadero dueño es el emperador de Cetaganda.

—Bueno, en realidad, sí. Debería decir, devolvérsela a su verdadera guardiana. Que, si leo bien las señales, está tan desesperada por haberla perdido como nosotros por haberla encontrado. Si puedo devolvérsela sin armar jaleo, no creo que vaya por ahí diciendo a todo el mundo que la perdió. Aunque… me pregunto
cómo fue
que la perdió. —Algo no encajaba, y estaba ahí, justo por debajo de su percepción consciente.

—¡Nosotros atacamos a un servidor imperial! ¡Así la perdió!

—Sí, pero ¿qué estaba haciendo Ba Lura con ese objeto en la estación orbital de transferencia? ¿Por qué había manipulado los monitores de Seguridad del compartimiento de embarque?

—Lura se estaba llevando la Gran Llave a alguna parte. Por lo que sé, tal vez la llevaba a la Gran Cerradura. —Iván caminaba alrededor de la comuconsola como un león enjaulado—. Así que el pobre hombre se corta la garganta a la mañana siguiente porque perdió este objeto, que estaba a su cuidado, y todo por culpa nuestra… Mierda, Miles. Me siento como si hubiéramos matado a ese viejo chiflado. No nos hizo ningún daño, sólo se equivocó de lugar y tuvo la mala suerte de asustarnos.

—¿Es eso lo que pasó? —murmuró Miles—. ¿En serio? —
¿Es ésa la razón por la que estoy tan desesperado? ¿Es ésa la razón por la que quiero que la historia tenga otro sentido, cualquier sentido menos ése?
A la idea de Iván no le faltaba lógica. El viejo Ba, encargado y responsable de transportar el precioso objeto, pierde la Gran Llave a manos de unos bárbaros extranjeros, confiesa su desgracia a su señora y se mata para expiar sus culpas. Listo. De pronto, Miles tenía náuseas—. Pero… si la llave era tan importante… ¿por qué no estaba rodeado de un escuadrón de ghemguardias imperiales?

—¡Dios, Miles! ¡Ojalá hubiera habido guardias!

Un golpe firme en la puerta. Miles apagó rápidamente la comuconsola y abrió la cerradura.

—Adelante.

El embajador Vorob'yev entró en la habitación y le dirigió una inclinación de cabeza más o menos cordial. Llevaba un montón de papeles perfumados, de colores delicados.

—Hola, milores. ¿Le ha resultado útil su clase con Maz, lord Vorkosigan?

—Sí, señor —dijo Miles.

—Me alegro. Lo suponía. Esa mujer es muy competente. —Vorob'yev levantó los papeles—. Mientras ustedes estaban con ella, llegó esta invitación para los dos, de lord Yenaro. Junto con varias sinceras disculpas por el incidente de anoche. Seguridad de la embajada abrió, rastreó y analizó químicamente la escultura. Informaron que los ésteres eran inocuos. —Con ese pronunciamiento sobre Seguridad, le entregó los papeles a Miles—. Ustedes deciden si quieren aceptar. Si considera que el infortunado efecto colateral del campo de fuerza de la escultura fue un accidente, lord Vorkosigan, tal vez convendría que asistiera a la fiesta. Completaría la disculpa y todo quedaría reparado.

—Ah, claro que iremos… —La disculpa y la invitación estaban escritas a mano en el mejor estilo cetagandano—. Pero voy a mantener los ojos bien abiertos. Ah… ¿no volvía hoy el coronel Vorreedi?

Vorob'yev hizo una mueca.

—Le han surgido unos aburridos problemas. Pero en vista del extraño incidente en la embajada marilacana, ya lo he dispuesto todo para que lo sustituyan mañana mismo. ¿Desea usted un guardaespaldas? No abiertamente, claro, eso sería otro insulto…

—Mmmm… Tenemos un conductor, ¿no es cierto? Que sea un hombre entrenado, y quiero comunicación con él. Comus. Y que no se aleje mucho, por si acaso.

—Muy bien, lord Vorkosigan. Ahora mismo lo dispongo. —Vorob'yev asintió—. Y… en cuanto al incidente de la rotonda…

A Miles le latía el corazón.

—¿Sí?

—Por favor, no vuelva a separarse del grupo.

—¿Recibió usted una queja? —
¿Y de quién?

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