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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (28 page)

BOOK: Cetaganda
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O el lugar del siguiente intento de asesinato. Doblaron un sendero que rodeaba un parterre y vieron a una mujer en ropa hautblanca pero sin burbuja, de pie, admirando la ciudad. Miles la reconoció por la gruesa trenza color chocolate que le caía sobre la espalda hasta los tobillos, la reconoció a pesar de que ella le daba la espalda. La haut Vio d'Chilian. Entonces, ¿el ghemgeneral Chilian estaba allí? ¿Y Kety?

Iván contuvo el aliento. Claro. Sin contar a la anciana anfitriona, ésa era la primera vez que su primo veía a una hautmujer fuera de la burbuja y al pobre le faltaba la… la inoculación del suero de haut Rian. Miles descubrió que era capaz de mirar a la haut Vio sin un temblor. ¿Acaso las hautmujeres eran una enfermedad que sólo se padecía una vez, como el legendario sarampión? ¿Una dolencia que dejaba al paciente inmunizado? Si salía con vida, claro, aunque fuera con cicatrices…

—¿Quién es ella? —susurró Iván, hechizado.

—La hautesposa del ghemgeneral Chillan —murmuró Vorob'yev al oído de lord Vorpatril—. El ghemgeneral tiene mucho poder: si quiere, puede pedirme su hígado frito para desayunar, lord Vorpatril. Y yo se lo mandaría en persona. Las ghemladies solteras y libres pueden distraerse como prefieran, pero las haut casadas están estrictamente fuera de los límites. ¿Me ha entendido?

—Sí, señor —dijo Iván, en voz baja.

La haut Vio contemplaba la gran cúpula del Jardín Celestial, que brillaba, opaca, al otro lado. Parecía hipnotizada. ¿Echaba de menos su anterior vida?, se preguntó Miles. Había pasado años exiliada en las tierras de Sigma Ceta con su ghemesposo. ¿Qué sentía ahora? ¿Felicidad? ¿Nostalgia?

Seguramente algún movimiento de los barrayareses llamó la atención de la mujer, porque volvió la cabeza hacia ellos. Durante un segundo, un segundo apenas, los sorprendentes ojos color canela adquirieron la tonalidad metálica del cobre en una expresión de rabia tan absoluta que el estómago de Miles se cerró en un puño. Después el rostro se sumió súbitamente en un hautismo tan suave y vacío como la inexistente burbuja, e igualmente poderoso y agresivo; la emoción abierta desapareció con tanta rapidez que Miles ni siquiera supo si los otros dos hombres la habían percibido. Pero la mirada de furia no había sido para ellos; estaba en la cara antes de que ella se volviera, antes de que pudiera identificar a los barrayareses, vestidos de negro, entre las sombras.

Iván abrió la boca. Por favor, no, no, pensó Miles, pero Iván tenía que intentarlo.

—Buenas noches, milady. Bonita vista, ¿verdad?

Ella dudó un momento muy largo —Miles se la imaginó en un gesto de huida—, pero después contestó en una voz grave, perfectamente modulada:

—No hay nada comparable en todo el universo.

Iván, alentado, sonrió y se aproximó.

—Permítame presentarme. Soy lord Iván Vorpatril, de Barrayar… Y… él… es el embajador Vorob'yev, y él, mi primo, lord Miles Vorkosigan. Hijo de… ya sabe…

Miles hizo una mueca y se encogió. Contemplar el tartamudeo de Iván en un momento de pánico sexual hubiera sido divertido en otras circunstancias, pero en ésas era tan terriblemente embarazoso que ya no le resultaba gracioso. Le recordaba demasiado a… sí mismo. ¿Fui tan estúpido la primera vez que vi a Rian? Le daba miedo pensar en la respuesta: seguramente era un sí.

—Sí —dijo la haut Vio—. Lo sé. —Miles había visto a alguna gente hablando a las plantas con más amabilidad…

Basta, Iván, deseó Miles en silencio. El marido de esta mujer es el primer oficial del hombre que tal vez trató de matarnos ayer, ¿recuerdas? A menos que lord X fuera el príncipe Slyke después de todo… o el haut Rond o… Miles apretó los dientes.

Pero antes de que Iván pudiera hundirse todavía más en sus palabras, apareció por el sendero un hombre ataviado con el uniforme militar cetagandano. El maquillaje facial acentuaba los rasgos marcándole el ceño fruncido. El ghemgeneral Chilian. Miles se quedó frío, pasó la mano por el brazo de Iván y lo apretó con fuerza como advertencia.

La mirada de Chillan se deslizó un momento sobre los barrayareses con un gesto de sospecha.

—Haut Vio —se dirigió a su esposa—. Acompáñame, por favor.

—Sí, milord —dijo ella, bajó las pestañas y escapó alrededor de Iván con un breve gesto como despedida. Chilian se obligó a hacer el gesto que reconocía la existencia de los forasteros; con esfuerzo, le pareció a Miles. El general miró otra vez por encima del hombro mientras se llevaba a su esposa. ¿Qué pecado habría cometido el ghemgeneral Chilian para merecerla a ella?

—Un tipo con suerte —suspiró Iván con envidia.

—No estoy tan seguro… —dijo Miles.

El embajador Vorob'yev se limitó a sonreír con amargura.

Siguieron paseando. Miles tenía en la cabeza un torbellino de ideas. El encuentro con Chilian, ¿era casual? ¿O se trataba de otra trampa? Lord X usaba sus herramientas humanas como pinzas, y así mantenía el peligro a raya. Seguramente el ghemgeneral y su esposa estaban demasiado cerca, la conexión era demasiado obvia. A menos, claro está, que lord X no fuera Kety…

Un brillo en el centro del camino captó la atención de Miles. Una hautburbuja se acercaba por el sendero rodeado de verde. Vorob'yev e Iván se apartaron para dejarla pasar, pero la burbuja se detuvo frente a Miles.

—Lord Vorkosigan. —La voz de la mujer era melodiosa a pesar del filtro, pero no era la de Rian—. ¿Puedo hablar con usted en privado?

—Claro que sí —dijo Miles antes de que Vorob'yev pudiera objetar algo—. ¿Dónde? —La tensión le sacudió el cuerpo. El asalto final al nuevo objetivo, la nave del gobernador Ilsum Kety, ¿sería esa noche? Demasiado prematuro, demasiado incierto—. ¿Cuánto tiempo necesitamos?

—No es lejos, milord. Una hora, más o menos.

No era suficiente para un viaje a la órbita; entonces se trataba de otra cosa.

—Muy bien. Caballeros, ¿me disculpan?

La mirada de Vorob'yev era tan desdichada como le permitía su autocontrol habitual.

—Lord Vorkosigan… —En realidad, las dudas del embajador eran una buena señal; seguramente había mantenido una larga conversación con Vorreedi—. ¿Desea usted un guardia?

—No.

—¿Un comu?

—No.

—¿Tendrá usted cuidado? —Una diplomática manera de decir ¿Está seguro de que sabe en qué se está metiendo?

—Sí, sí, claro, señor.

—¿Y qué hacemos si no vuelves dentro de una hora? —dijo Iván.

—Esperar. —Miles les dirigió un gesto cordial y siguió a la burbuja por el sendero del jardín.

Cuando doblaron otro recodo hacia un rincón privado, iluminado por luces de colores y escondido detrás de un bosquecillo de arbustos llenos de flores, la burbuja rotó y desapareció repentinamente. Miles se encontró frente a otra belleza de blanco, sentada sobre la silla-flotante como en un trono. El cabello de esa mujer era de color rubio miel, y lo llevaba levantado alrededor de los hombros en un complejo peinado. Miles le calculó unos cuarenta y tantos años, lo cual significaba que probablemente tenía el doble.

—La haut Rian Degtiar me dio instrucciones —afirmó ella. Movió la ropa a la izquierda de la silla, descubriendo un apoyabrazos muy bien acolchonado—. No tenemos mucho tiempo. —Su mirada pareció medir el peso de Miles, o tal vez su baja estatura—. Puede usted… bueno… subirse aquí para el viaje…

—Qué… qué fascinante… —Ah, si ella hubiera sido Rian… Pero por lo menos, el viaje serviría para comprobar alguna teoría sobre las capacidades mecánicas de las hautburbujas…—. Eh… ¿identificación, milady? —agregó él, como disculpándose. La última persona que había hecho ese tipo de viaje (por lo menos, en teoría) había terminado en el suelo con el cuello cortado.

Ella asintió como si hubiera estado esperando esa reacción y abrió la palma de la mano para mostrarle el anillo del Criadero Estrella.

Bueno, dadas las circunstancias, eso era lo más parecido a una identificación a que podía aspirar… Miles se acercó con cuidado, subió a bordo y se aferró a la parte trasera de la silla para mantener el equilibrio. Los dos trataban de mantenerse separados. La mano de dedos largos de la haut tocó el panel de control incrustado en el apoyabrazos derecho y el campo de fuerza volvió a conectarse. La luz pálida y blanca reflejaba los arbustos floridos, destacaba los colores e iluminaba el camino frente a ellos.

La visión era bastante clara; la única molestia era una esfera fantasmal que marcaba la frontera del campo de fuerza y parecía una niebla más tenue que la película interna de los huevos. El sonido también se transmitía con mucha claridad, mucho mejor que el efecto inverso, deliberadamente opaco. Miles oyó voces y tintineos de copas un balcón más arriba. Pasaron junto al embajador Vorob'yev e Iván, que miraron la burbuja con ojos curiosos, llenos de incertidumbre, pero no tenían modo de saber si se trataba de la misma burbuja. Miles reprimió el absurdo impulso de hacerles un gesto de despedida con la mano.

No se dirigieron al vestíbulo del tubo elevador, como Miles había esperado, sino hacia el límite del jardín. La anfitriona de cabello plateado estaba de pie allí, esperando. Hizo un gesto con la cabeza y abrió el campo de fuerza del jardín con un código especial. La burbuja salió hacia una pequeña plataforma de aterrizaje. El brillo del pavimento se oscureció con la burbuja a una orden de su dueña. Miles miró hacia arriba, al cielo brillante de la noche, buscando un vueloliviano o un auto aéreo.

Pero en ese momento, la burbuja se desplazó suavemente hacia el final del edificio y cayó por el borde.

Miles se aferró con fuerza al asiento, tratando de no gritar, aferrarse al cuello de la hautpiloto o vomitar sobre el vestido blanco. Estaban en caída libre y él odiaba, odiaba, odiaba las alturas… ¿lo habían destinado a esa muerte? ¿Su asesina se sacrificaría en el proceso? Ay… Dios…

—Pensé que estas cosas sólo alcanzaban un metro de altura —se ahogó Miles. La voz le salió aguda y temblorosa a pesar de todos sus esfuerzos.

—Si hay suficiente altura inicial, se puede realizar una caída controlada —explicó ella, con calma.

A pesar de la primera impresión horrorizada de Miles, no estaban cayendo como una piedra. Trazaban una parábola hacia delante, atravesando las calles y los anillos verdes salpicados de luces, hacia la gran cúpula del Jardín Celestial.

Miles pensó en la bruja Baba Yaga de los cuentos folclóricos de Barrayar, la que viajaba volando en una bala de cañón. La bruja que lo acompañaba no era fea ni vieja. Pero en ese momento él no estaba muy seguro de que no se comiera a los niños traviesos en sus ratos libres.

Unos pocos minutos después, la burbuja aminoró la velocidad hasta el paso de un transeúnte. Estaban a unos pocos centímetros por encima del pavimento, una de las entradas menores del Jardín Celestial. Un movimiento del dedo de la mujer devolvió el brillo blanco a la burbuja.

—Ah —exclamó ella, en tono alegre—. Tendría que hacerlo más a menudo… —Casi dejó escapar una sonrisa: durante un momento pareció casi… casi humana.

Miles se quedó de una pieza cuando los sometieron a los procedimientos de seguridad de la cúpula celestial: era como si no estuvieran ahí, como si no hubiera procedimientos, nada, excepto un rápido intercambio de códigos electrónicos. Nadie los detuvo, nadie los registró, nadie examinó la burbuja. Los hombres uniformados que habían sacudido a los enviados galácticos de arriba a abajo se apartaron respetuosamente, con la mirada baja.

—¿Por qué no nos detienen? —susurró Miles, incapaz de soportar la impresión de que era imposible que no lo vieran si él los veía.

—¿Detenerme? —repitió la hautmujer, sorprendida por la pregunta—. ¿Detenerme a mí? Soy la haut Pel Navarr, consorte de Eta Ceta. Yo vivo aquí.

Por suerte, el resto del viaje transcurrió a ras de suelo aunque a una velocidad un poco superior que la que Miles había visto en fiestas y reuniones. Reconoció los edificios y parques del Jardín Celestial mientras se dirigían hacia el edificio blanco que tenía biofiltros en las ventanas. El paso de la haut Pel a través de los procedimientos automáticos de seguridad del edificio fue casi tan rápido y silencioso como en la entrada a la cúpula. Recorrieron una serie de pasillos, pero esa vez iban en una dirección diferente. Esquivaron los laboratorios y oficinas del corazón del edificio y subieron un nivel más.

Una puerta doble se abrió para franquearles la entrada a una gran habitación circular decorada en tonos suaves de gris y plata. A diferencia de todo lo demás que había visto en el Jardín Celestial, el lugar no tenía decoraciones vivientes, ni plantas, ni animales, ni ninguna de esas creaciones perturbadoras que parecían encontrarse a medio camino entre los dos reinos. Era silencioso, concentrado, sin elementos que se prestaran a la distracción… Era una cámara del Criadero Estrella; tal vez era algo así como la Cámara Estrella, supuso Miles. Había ocho mujeres vestidas de blanco esperándolos en silencio. Estaban sentadas en un círculo. Miles sentía que su estómago ya debería haberse calmado: hacía mucho que no estaban en caída libre.

La haut Pel detuvo la silla flotante en un espacio vacío dentro del círculo, la apoyó en el suelo y desconectó la burbuja. Ocho pares de ojos extraordinarios se posaron en la cara de Miles.

Nadie debería tener que exponerse a todas estas hautmujeres al mismo tiempo, pensó él. Era como una sobredosis peligrosa. La belleza que tenía frente a sí era variada; tres tenían el cabello tan plateado como la esposa del ghemalmirante; una era de tez cobriza; otra tenía la piel oscura y la nariz aguileña, con una melena rizada de un negro azulado que le caía sobre el cuerpo como un abrigo. Dos eran rubias: la guía con sus ondas doradas, y otra con el cabello tan pálido como el trigo maduro al sol, un cabello que le caía lacio hasta el suelo. Otra tenía los ojos oscuros y el cabello de un castaño color chocolate como el de la haut Vio, pero peinado en nubes suaves y mullidas. Y además, por supuesto, estaba Rian. El efecto de todas aquellas mujeres juntas iba más allá de la belleza; él no sabía cómo llamarlo pero la palabra más apropiada hubiera sido terror. Se deslizó hacia el suelo y se separó de la silla, aliviado por el tranquilizador contacto de las altas botas rígidas sobre la tierra firme.

—Aquí está el barrayarés para testificar —dijo la haut Rian.

Testificar. Entonces, estaba ahí como testigo, no como acusado. Un testigo clave, la Llave de la cuestión, por así decirlo. Ahogó una risita histérica. No sabía por qué, pero le parecía que la haut Rian no hubiera apreciado ese juego de palabras.

BOOK: Cetaganda
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