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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (26 page)

BOOK: Cetaganda
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—¡Confesión, por fin! ¡Gracias a Dios! —Iván tiró los papeles al aire y se dejó caer sobre la cama con un suspiro de alivio.

—No. No exactamente. Pero necesito que me dejes hablar a mí y que confirmes mis palabras.

—Mierda. —Iván frunció el ceño y miró el techo—. ¿Qué pasa ahora?

—Seguramente, Benin ha investigado los movimientos que realizó Ba Lura el día anterior a su muerte. Supongo que ya estará al corriente de nuestro pequeño encuentro en el vehivaina. No quiero joderle la investigación. En realidad, me gustaría ayudarle, por lo menos en lo referente a la identificación del asesino o asesina. Así que pienso darle tantos hechos reales como sea posible.

—Hechos reales. ¿Qué quieres decir? ¿Reales, opuestos a qué otra clase de hechos?

—No podemos decir absolutamente nada que tenga que ver con la Gran Llave o la haut Rian. Supongo que podemos soltar el resto de la información, pero no mencionemos ese pequeño detalle en ningún momento.

—¿Supones…? Por lo visto estás usando una matemática muy distinta de la que usa el resto del universo. ¿Te das cuenta de lo furiosos que se pondrán Vorreedi y el embajador cuando averigüen que les ocultamos ese pequeño incidente?

—Tengo a Vorreedi bajo control; al menos por el momento. Cree que estoy bajo las órdenes de Simon Illyan.

—Cree… quiere decir que no es cierto. ¡Lo sabía, lo sabía! —gruñó Iván, se puso una almohada sobre la cara y la apretó fuertemente con las manos.

Miles se la arrebató de un tirón.

—Ahora tengo una misión. La tendría si Illyan estuviera al corriente de todo. Coge el destructor nervioso. Pero no lo saques a menos que yo te lo diga.

—No pienso disparar a tu superior.

—No vas a dispararle a nadie. Y además, Vorreedi no es mi superior. —Ese sería un punto legal importante cuando llegara el momento—. Tal vez lo necesite como prueba. Pero no a menos que surja el tema en la conversación. No vamos a dar información voluntariamente.

—¡Claro, claro, el truco es no dar información voluntariamente… eso jamás! ¡Por fin lo entiendes, primito!

—Cállate y vístete. —Miles le tiró el uniforme de fajina—. ¡Esto es importante! Pero tienes que estar sereno. Muy sereno. Tal vez me estoy preocupando sin motivo. A lo mejor no hay razón para tener miedo.

—No lo creo. Me parece que, en tu caso, el pánico llega demasiado tarde… En realidad, si esperaras un poco más, el miedo te llegaría posmortem… Yo ya hace días que estoy aterrorizado.

Miles le tiró las botas bajas con un gesto terminante. Iván meneó la cabeza, se sentó y empezó a ponérselas.

—¿Te acuerdas aquella vez en el jardín de la Casa Vorkosigan —suspiró— cuando te pusiste a leer todas esas historias militares sobre los campos de prisioneros de Cetaganda durante la invasión y decidiste que teníamos que cavar un túnel de escape? Pero claro: tú te encargaste del diseño; en cambio yo y Elena tuvimos que cavarlo…

—Teníamos ocho años —objetó Miles, a la defensiva—. En aquella época estaba sometiéndome a un tratamiento médico para los huesos. Me encontraba bastante mal.

—¿… te acuerdas de que se me derrumbó el túnel en la cabeza? —siguió diciendo Iván con la voz perdida en el recuerdo—. ¿Y que me quedé sepultado durante horas…?

—No fueron horas. Sólo unos cuantos minutos. El sargento Bothari te sacó enseguida.

—A mí me parecieron horas. Todavía siento el gusto de la tierra en la boca. También se me metía por la nariz. —Iván se la frotó al recordarlo—. Mamá todavía estaría en pleno ataque de nervios si tía Cordelia no se hubiera sentado con ella.

—Éramos niños… unos niños estúpidos. ¿Qué tiene que ver eso con lo que está pasando ahora?

—Nada. Nada. No sé por qué me he despertado con ese recuerdo. —Iván se puso de pie y se ajustó la guerrera—. Nunca creí que pudiera echar de menos al sargento Bothari, pero me parece que en este momento desearía que estuviera conmigo. ¿Quién me va a sacar del túnel esta vez?

Miles tuvo ganas de ladrarle, pero en lugar de eso se puso a temblar. Yo también echo de menos a Bothari. Casi había olvidado cuánto lo echaba de menos hasta que las palabras de Iván despertaron el dolor de antiguas cicatrices, ese pequeño espacio secreto de angustia que nunca se agotaba. Errores fundamentales… Mierda, un hombre que camina sobre la cuerda floja no necesita que alguien le grite desde abajo lo lejos que está del suelo o lo precario que es su equilibrio en un momento dado. Eso él lo sabía a la perfección: lo que necesitaba era olvidarlo. En esa situación de inercia y velocidad, cualquier pérdida de concentración o de confianza en sí mismo, aunque fuera mínima, podía resultar fatal.

—Hazme un favor, Iván. No trates de pensar. Sería peor para ti. Sigue mis órdenes. Con eso basta.

Iván mostró los dientes sin sonreír y lo siguió hacia el pasillo.

Se encontraron con el ghemcoronel Benin en la misma habitación que la vez anterior, pero en esta ocasión Vorreedi prefirió oficiar personalmente de guardia. Cuando entraron Miles e Iván, los dos coroneles estaban ultimando los saludos de rigor y se estaban sentando. Miles esperaba que eso significara que no habían tenido tiempo de comparar notas, por lo menos no más tiempo que él e Iván. Benin llevaba su habitual uniforme rojo, con la terrible pintura facial renovada y perfecta, recién aplicada. Para cuando terminaron de saludarse amablemente y todo el mundo volvió a sentarse, Miles tenía el aliento y el corazón bajo control. Iván disimuló sus nervios bajo una expresión de benevolencia ausente que, según Miles, le daba aspecto de idiota.

—Lord Vorkosigan —empezó diciendo el ghemcoronel Benin—. Entiendo que usted es oficial correo.

—Cuando estoy de servicio. —Miles decidió repetir la línea oficial para beneficio de Benin—. Es una tarea honorable que no me exige demasiado desde el punto de vista físico.

—¿Y le gusta su trabajo?

Miles se encogió de hombros.

—Me gusta viajar. Y… bueno… me permite pasar mucho tiempo en el extranjero, lo cual es una ventaja… relativamente. Ya conoce usted la reaccionaria actitud de los barrayareses hacia los mutantes… —Miles pensó en el deseo de Yenaro: tener un puesto en la capital—. Por otra parte, me da una posición oficial, me transforma en alguien.

—Eso sí que lo entiendo —aceptó Benin.

—Sí, claro, estaba seguro de que lo entendería usted, ghemcoronel…

—¿Pero ahora no está de servicio?

—No en este viaje. Nos dijeron que dedicáramos nuestro tiempo a tareas diplomáticas y que, de paso, adquiriéramos un poquito de mundo…

—Lord Vorpatril es oficial de operaciones, ¿verdad?

—Trabajo de oficina —suspiró Iván—. Sigo esperando un destino en una nave.

No es cierto, pensó Miles. A Iván le encantaba el cuartel general de la capital, donde podía tener su propio apartamento y una vida social que era la envidia de los demás oficiales. Lo que sí hubiera querido es que alguien destinara a su madre, lady Vorpatril, a una nave. A ser posible, a una nave que la llevara muy lejos…

—Mmm. —Las manos de Benin se retorcieron como si estuvieran mezclando pilas de hojas de plástico. Respiró hondo y miró a Miles directamente a los ojos—. Entonces, lord Vorkosigan… ¿la rotonda del funeral no fue el primer lugar donde vio usted a Ba Lura?

Benin estaba intentando un disparo directo para poner nerviosa a su presa.

—Así es —contestó Miles, con una sonrisa.

Benin esperaba que lo desmintiera y ya tenía la boca abierta para el siguiente ataque, seguramente la presentación de alguna evidencia oral que pondría al barrayarés a la defensiva. Tuvo que cerrarla de nuevo y pensar un poco.

—Si… si usted deseaba que fuera un secreto, ¿por qué me dijo que buscara en el lugar donde sabía que iba a encontrar sus huellas? Y… —El tono se llenó de curiosidad insatisfecha e irritación—. Y si no quería que fuera un secreto, ¿por qué no me lo dijo directamente?

—Fue una manera de probar sus habilidades, lord Benin. Quería saber si valdría la pena convencerlo de que compartiera sus resultados conmigo. Créame, mi primer encuentro con Ba Lura es tan misterioso para mí como para usted.

Incluso debajo de la pintura, la mirada de Benin hizo que Miles pensara inmediatamente en la que le dedicaban con frecuencia sus superiores barrayareses. La Mirada. Era extraño y retorcido, pero de alguna manera lo tranquilizó. La sonrisa que había en su cara se tiñó de alegría.

—Y… ¿cómo conoció a Ba Lura? —dijo Benin.

—¿Qué sabe usted? —le contestó Miles. Sabía que Benin no se lo contaría todo. Tenía que guardarse algo para comprobar la historia del enviado de Barrayar. Pero eso le parecía bien, porque Miles se proponía contar la verdad, casi toda la verdad…

—Ba Lura estaba en la estación de transferencia el día que usted llegó. Salió de la estación por lo menos dos veces. Una vez desde un compartimiento de embarque donde se desactivaron los monitores durante cuarenta minutos, período en el que no hubo nadie controlándolos. El compartimiento y el período coinciden con su llegada, lord Vorkosigan.

—Nuestra primera llegada, quiere usted decir.

—…Sí…

Vorreedi abría unos ojos como platos mientras se le afinaban los labios. Miles lo ignoró, aunque la mirada de Iván cambió de foco con cautela y pasó revista a la cara del comandante.

—¿Desactivados? No. Los habían arrancado de la pared, ghemcoronel. Pero dígame, el encuentro en el compartimiento, ¿fue la primera vez que Ba Lura salió de la estación? ¿O la segunda?

—Segunda —dijo Benin, con una intensa mirada.

—¿Puede probarlo?

—Sí.

—Bien. Tal vez eso sea muy importante.

—Ja, Benin no era el único que podía dar vueltas para comprobar la veracidad de la información. Hasta el momento, el ghemcomandante no le había mentido. Miles no sabía la razón, pero no importaba mucho. Vueltas y más vueltas—. Bueno, ésta es nuestra versión…

En tono inexpresivo, con muchos detalles físicos que corroboraban la historia, Miles describió el confuso encuentro con Ba Lura. Sólo silenció el momento en que había visto la mano de Ba Lura en su bolsillo al principio del encuentro. Llevó los hechos hasta el momento de la heroica pelea de Iván y su recuperación del destructor nervioso y en ese punto dejó todo en manos de Iván. Iván lo miró furioso pero retomó el relato en el mismo tono y ofreció una descripción clara y concisa de la retirada de Ba Lura.

Como Vorreedi no llevaba maquillaje facial, Miles vio cómo su expresión se oscurecía lentamente. El hombre ejercía un férreo control sobre sí mismo, así que no se ruborizó ni nada por el estilo, pero Miles hubiera apostado cualquier cosa a que el salto de presión sanguínea del coronel en ese momento habría hecho sonar la alarma de cualquier monitor médico.

—¿Y por qué no me informó en nuestra primera entrevista, lord Vorkosigan? —preguntó Benin de nuevo, después de una larga pausa, como para asimilar los datos.

—Yo podría hacerle a usted la misma pregunta, teniente —intervino Vorreedi en una voz levemente tensa por debajo de una superficie suave y tranquila.

Benin le dirigió una mirada y levantó una ceja. El maquillaje quedó casi en peligro.

Teniente, no milord. Miles captó aquel detalle.

—El piloto del vehivaina redactó un informe para el capitán, quien seguramente lo pasó a su superior. —Es decir, a Illyan; en realidad, si navegaba por canales normales, el informe estaría llegando al escritorio de Illyan en ese mismo instante. Tres días más y aparecería un interrogatorio de emergencia en el escritorio de Vorreedi, seis más para contestar y seguir adelante con la conversación. Así que todo habría terminado antes de que Illyan pudiera mover un dedo—. Sin embargo, con mi autoridad de enviado superior, suprimí el incidente por razones diplomáticas. Nos enviaron con instrucciones específicas: no llamar la atención y comportarnos con la máxima cortesía. Para mi gobierno, esta ocasión solemne es una importante oportunidad para transmitir el mensaje de que nos sentiríamos satisfechos si se estrecharan los lazos entre los dos imperios. No me pareció conveniente empezar la visita con acusaciones de un ataque armado sin motivo perpetrado por un esclavo imperial contra los representantes especiales de Barrayar.

La amenaza era obvia: a pesar del maquillaje, Miles se daba cuenta de que el ghemcoronel la había captado. Y Vorreedi lo estaba pensando.

—¿Puede usted… probar sus palabras, lord Vorkosigan? —preguntó Benin con cautela.

—¿Tenernos todavía el destructor nervioso, Iván? —Miles hizo un gesto hacia su primo.

Iván sacó el arma del bolsillo y la colocó sobre la mesa despacio, con cuidado, tocándola apenas con las yemas de los dedos. Después, volvió a poner las manos sobre las piernas. Evitó la mirada furiosa de Vorreedi. El coronel y Benin alargaron la mano hacia el destructor al mismo tiempo y se detuvieron, con el ceño fruncido y una mirada desafiante.

—Disculpe usted —dijo Vorreedi—. No lo había visto antes.

—¿En serio? —preguntó Benin. El tono implicaba: Que extraordinario—. Adelante. —La mano cayó a su lado con amabilidad.

Vorreedi levantó el arma y la examinó con cuidado: entre otras cosas, se fijó que el dispositivo de seguridad estaba puesto antes de entregarla con gesto amable a Benin.

—Le devuelvo el arma con sumo gusto, ghemcoronel —siguió diciendo Miles—, a cambio de la información que usted pueda deducir de ella. Si al final resulta proceder del Jardín Celestial, no sería de gran ayuda, pero si Ba Lura la consiguió en su viaje… tal vez eso nos revele mucho. Usted puede investigar algo así mucho más que yo. —Miles hizo una pausa y agregó—: ¿A quién visitó Ba Lura cuando abandonó la estación por primera vez?

Benin levantó la vista, que tenía fija en el destructor nervioso. —Fue a una nave anclada fuera de la estación.

—¿Podría ser más concreto?

—No.

—Discúlpeme. Me gustaría volver a formular la pregunta. ¿Podría usted ser más concreto si quisiera?

Benin dejó el destructor sobre la mesa y se reclinó; aunque resultara imposible de creer, su expresión de interés y atención se intensificó. Se quedó callado durante un largo instante, mirando a Miles; después contestó:

—No, desgraciadamente, no.

Mierda. Las tres naves de hautgobernadores ancladas fuera de la estación de transferencia eran las de Ilsum Kety, Slyke Giaja y Este Rond. Ése podría haber sido el final de la triangulación, pero Benin no tenía el dato. Todavía.

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