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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (12 page)

BOOK: Cetaganda
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Esta vez, Yenaro no se dedicó a contar la repulsiva historia del nacimiento de Iván a las dos mujeres que lo rodeaban como paréntesis. Mierda. Tal vez era cierto que lo de la escultura había sido un accidente y el hombre realmente estaba arrepentido y trataba de compensar —en lo que pudiera— a los barrayareses. De todos modos, Miles se levantó y avanzó en círculo, tratando de mirar de más cerca la copa de Iván.

Iván estaba en el proceso del clásico
Lo único que hago es apoyar el brazo en la parte de atrás del sillón
para examinar a la pelirroja a la derecha y comprobar si ella se retiraba o lo invitaba a seguir adelante con el contacto físico. Levantó la cabeza y rechazó a su primo con una sonrisa agresiva.

—Ve y disfruta, Miles —murmuró—. Relájate un poco. Deja de espiarme por encima del hombro.

Miles esbozó una mueca de desdén, parecida a la que había recibido, y se alejó de nuevo. Alguna gente no quiere que la salven. Punto. Decidió entablar conversación con algunos de los amigos de Yenaro, los hombres, muchos de los cuales estaban reunidos en el otro extremo de la habitación.

No fue difícil hacerlos hablar de sí mismos. Era el único tema de conversación. Cuarenta minutos de esfuerzo y coraje dedicados al arte de la conversación convencieron a Miles de que la mayoría de los amigos de Yenaro tenía el cerebro de un mosquito. La única especialidad que reinaba en el ambiente era hacer comentarios burlones sobre otros compatriotas, que tampoco hacían nada en la vida: la ropa, los amoríos varios y los líos, los deportes —siempre eran espectadores, nunca participantes, excepto en el apartado de apuestas— y varios sueños comerciales, sentimentales, y las distintas ofertas eróticas. La huida permanente de la realidad parecía ocupar gran parte de los días y la atención de los ghemlores jóvenes. Ni uno solo de ellos ofreció una palabra de interés militar o político. Mierda,
hasta Iván
tenía más materia gris en el cerebro.

En realidad, todo le resultaba un poco deprimente. Los amigos de Yenaro eran hombres excluidos, desechos desechados. Ni uno solo mostraba interés por alguna carrera o servicio: no los tenían. Ni siquiera las artes suscitaban su entusiasmo. Todos esos jóvenes eran consumidores de sueños fantásticos, no productores. Y en realidad, era una suerte que no tuvieran intereses políticos: parecían ese tipo de persona que empieza una revolución pero no puede terminarla porque su incompetencia traiciona su idealismo. Miles había visto jóvenes similares entre los Vor, terceros o cuartos hijos que no habían emprendido una carrera militar y que vivían de sus familias. Sin embargo, hasta ellos podían esperar algún cambio en su estatus cuando alcanzaran la madurez. Dado el promedio de vida de los ghem, casi todos ellos deberían esperar al menos ochenta o noventa años para ascender en la escala social. Desde luego, no eran estúpidos —la genética no lo hubiera permitido— pero habían reducido sus campos de interés a un horizonte artificial. Debajo de la atmósfera de sofisticación inquieta, esas vidas estaban paralizadas, detenidas en un punto. Miles se estremeció.

Decidió intentarlo con las mujeres, si es que Iván le había dejado alguna. Se disculpó —voy a buscar una copa, perdonen— pero podría haberse ido sin decir palabra porque nadie parecía interesado en el huésped más raro e insignificante de lord Yenaro. Miles se acercó a un gran cuenco del que todos estaban bebiendo y se llevó la taza a los labios, pero no tragó. Levantó la vista y se vio frente a una mujer un poco mayor que las otras. Había llegado tarde a la fiesta con un par de amigos y se había mantenido siempre apartada de la reunión. Le sonrió.

Miles devolvió la sonrisa y se deslizó alrededor de la mesa mientras trataba de pensar en una frase correcta para empezar una conversación. No le hizo falta, porque ella tomó la iniciativa.

—Lord Vorkosigan. ¿Le gustaría dar un paseo conmigo por el jardín?

—Sí… claro. ¿Le parece que el jardín es interesante? —
¿En la oscuridad?

—Creo que a usted le interesará, sí.

La sonrisa desapareció cuando la mujer dio la espalda a la habitación, y dio paso a una expresión firme y amarga de determinación. Miles tocó el comu que llevaba en el bolsillo del pantalón y siguió el rastro perfumado de la dama. Apenas dejaron atrás las puertas de vidrio y estuvieron entre los arbusto descuidados, ella apuró el paso. No abrió la boca. Miles cojeó tras ella. Le sorprendió que llegaran a un portón pintado de rojo brillante y cuadrado, donde les esperaba una persona: una forma leve, andrógina, con una bata oscura y capucha para proteger la cabeza calva del rocío nocturno.

—Ya tiene su guía para el resto del camino —dijo la mujer.

—¿El resto del camino adónde?

—Un corto paseo —explicó la figura encapuchada con voz de soprano.

—De acuerdo. —Miles levantó una mano pidiendo una pausa y sacó el comu del bolsillo. Habló directamente al micrófono—: Base. Salgo de la casa de Yenaro por un momento. Rastréeme, por favor, pero no me interrumpa a menos que yo lo llame.

La voz del conductor sonaba dubitativa:

—Sí, milord… ¿Adónde va usted?

—Voy a… voy a pasear con una dama. Deséeme suerte.

—Ah… —El tono del conductor se transformó en el de una persona divertida y sonriente—. Buena suerte, milord.

—Gracias. —Miles cerró el canal—. De acuerdo. Vamos.

La mujer se sentó en un banco medio vencido y se abrigó con la ropa. Tenía el aire de quien se prepara para una larga espera. Miles siguió a su guía ba por el portón, pasó otra residencia, cruzó una ruta y entró en una quebrada baja y arbolada. Su guía sacó una mano para impedir tropezones. Si seguían así, las brillantes botas de Miles iban a quedar bastante mal paradas. Subieron por la quebrada hacia la parte trasera de otra mansión en condiciones todavía más ruinosas que la de Yenaro.

Un bulto entre los árboles: la casa, aparentemente desierta. Pero doblaron a la derecha sobre un camino invadido por la vegetación. La figura encapuchada se detuvo a separar ramas mojadas frente a la cara de Miles y luego volvieron al arroyo. Emergieron en un claro amplio donde se alzaba un pabellón de madera, un lugar para comer al aire libre, sin duda. Había un pequeño lago ahogado por las plantas acuáticas, que superaban en mucho a unos pocos lotos. Cruzaron el agua sobre un puente, que crujió de tal modo que Miles se alegró momentáneamente de no ser más corpulento. Un brillo tenue, familiar, perlado emanaba de las aberturas del pabellón, cubiertas por la vegetación. Miles tocó la Gran Llave escondida en la túnica para buscar seguridad.
Bueno. Aquí viene
.

Miles pasó junto a las ramas que apartaba su guía ba y obedeció un gesto indicativo, entró y lo dejó atrás, de guardia. Con cautela, Miles avanzó un paso hacia el interior del edificio, pequeño, redondeado.

La haut Rian Degtiar o una copia muy fiel de ella estaba sentada, o de pie, o algo, a unos pocos centímetros del suelo, como siempre, en una esfera pálida y translúcida. Parecía ocupar una silla flotante. La luz era más leve, apenas un brillo furtivo.
Espera. Deja que ella dé el primer paso
. El momento se prolongó. Miles empezó a temer que la conversación terminara siendo tan inconexa y absurda como la última, pero justo en ese momento ella habló con la misma voz sin aliento, distorsionada por la transmisión.

—Lord Vorkosigan. Esta entrevista, que usted me solicitó, es para ver cómo podemos arreglar que usted me devuelva mi…

—La Gran Llave —la interrumpió Miles.

—¿Ya ha averiguado lo que es?

—He estado haciendo investigaciones desde nuestra primera charla.

Ella gimió.

—¿Qué quiere usted de mí? ¿Dinero? No tengo. ¿Secretos militares? No conozco ninguno.

—No se ponga coqueta conmigo y no tenga miedo, milady. Le pido muy poco. —Miles se abrió la túnica y sacó la Gran Llave.

—Ah… ¡la tiene aquí, aquí mismo! ¡Démela! —La perla dio un salto hacia delante.

Miles retrocedió.

—No tan rápido. La he tenido estos días, no le he hecho ningún daño y se la pienso devolver. Pero siento que merezco algo a cambio. Solamente quiero saber cómo me la entregaron, si fue un error y por qué.

—¡No es asunto suyo, barrayarés!

—Tal vez no. Pero mi instinto me dice que esto es una trampa, contra mí o contra Barrayar a través de mi persona, y como oficial de SegImp de Barrayar lo considero asunto mío. Muy mío, se lo aseguro. Estoy dispuesto a decirle a usted lo que vi y oí al respecto, todo, pero usted debe devolverme el favor. Para empezar, quiero saber qué hacía Ba Lura con uno de los objetos más importantes de la emperatriz en una estación espacial.

Ella bajó la voz y habló con tono confuso y duro.

—Estaba robando. Ahora devuélvame la Gran Llave.

—Una llave. Una llave no tiene valor sin una cerradura. Supongo que es una bonita antigüedad, pero si Ba Lura estaba planeando un cómodo retiro con fondos privados, seguramente hubiese encontrado objetos mucho más valiosos en el Jardín Celestial. Cosas más valiosas, cuya sustracción puede pasar desapercibida durante mucho más tiempo. ¿Ba Lura pensaba hacerle chantaje? ¿Por eso lo asesinó? —Una acusación totalmente absurda: la hautlady y Miles eran coartada una del otro, pero él sentía curiosidad. Quería ver cómo reaccionaba.

La respuesta fue instantánea.

—¡Vil barr…! Yo no llevé a Lura a su muerte. ¡Si hay alguien responsable, ése es usted!

Dios, espero que no
.

—Tal vez tenga usted razón… y en ese caso, tengo que saberlo, señora… Usted sabe que no hay nadie de Seguridad cetagandana en kilómetros a la redonda en este momento, o usted les ordenaría que me arrebataran ese objeto y arrojaran mi cadáver al callejón más cercano. ¿Por qué no hay nadie de Seguridad? ¿Por qué robó la Gran Llave su ba? ¿Por simple placer? ¿Colecciona objetos imperiales o algo así?

—¡Me da asco!

—¿Entonces a quién quería vendérselo?


¡Vender!
¡Eso no!

—¡Ja! ¡Entonces usted sabe a quién se la llevaba!

—No exactamente… —Ella dudó—. Algunos secretos no me pertenecen y no estoy en libertad de entregarlos… Pertenecen a la Señora Celestial.

—A quien usted sirve.

—Sí.

—Incluso después de la muerte.

—Sí. —Había una nota de orgullo en su voz.

—Y a quien Ba Lura engañó… Incluso en la muerte.

—¡No! Engañar no… Tuvimos un desacuerdo.

—¿Un desacuerdo honesto?

—Sí.

—¿Entre un ladrón y una asesina?

—¡No!

Claro que no, pero la acusación había levantando su coraza. Descubrió cierto sentimiento de culpa, ahí. Sí,
hábleme de culpa, milady
.

—Mire, se lo pondré más fácil: empezaré yo. Iván y yo estábamos llegando a Eta Ceta. Veníamos desde la nave correo de Barrayar en un vehivaina personal. Nos metieron en un compartimiento de embarque, un compartimiento de carga. Ba Lura, vestido con el uniforme de la estación, con una peluca mal puesta, subió al vehivaina en cuanto se abrió el portal y metió la mano para buscar lo que me pareció un arma. Lo atacamos y le arrebatamos un destructor nervioso. Y esto. —Miles levantó la Gran Llave—. Se nos escapó y yo me guardé esto en el bolsillo hasta que averiguáramos algo más. Cuando volví a ver a Ba Lura estaba muerto en un charco de su propia sangre en el suelo de la rotonda funeraria. A decir verdad, me puse muy nervioso. Ahora le toca a usted, señora. Dice que Ba Lura le robó la llave. ¿Cuándo se dio cuenta?

—La eché de menos… ese mismo día.

—¿Y cuánto tiempo calcula que transcurrió desde que él se la apropió? ¿Cuándo la había visto por última vez?

—No la usamos todos los días debido al período de luto por la Señora Celestial. La vi cuando ordené los objetos reales… dos días antes…

—Así que podría haberla sustraído tres días antes de que usted lo notara.

—¿Cuándo desapareció Ba Lura?

—No… no estoy segura. Lo vi la noche anterior.

—Eso reduce las posibilidades. Así que el único momento en que Ba Lura pudo haberse apropiado de la llave fue la noche anterior. ¿Los servidores ba pasan libremente por las puertas del Jardín Celestial?

—Por supuesto. Nosotras no hacemos nada en el exterior. Eso es cosa de los ba.

—Y Ba Lura volvió… ¿cuándo?

—La noche de su llegada, lord Vorkosigan. Pero no quiso verme. Dijo que se encontraba mal. Pude haber ordenado que viniera pero… no quise hacer algo tan indigno.

Entonces sí estaban juntos en esto

—Fui a ver a Ba Lura por la mañana. Entonces, me lo contó todo. Lura quería llevarle la Llave a… alguien y entró en el compartimiento equivocado.

—¿Entonces alguien tenía que suministrarle un vehivaina? ¿Alguien lo esperaba en una nave en órbita?

—¡Yo no he dicho nada de eso!

Sigue así, presiona un poco. Está funcionando
. Pero se sentía un poco culpable por esa forma de asediar a la vieja dama, aunque fuera para ayudarle… presumiblemente para ayudarle.
No la dejes escapar
.

—¿Así que Ba Lura se introdujo en nuestro vehivaina y… cómo sigue la historia? ¡Dígame!

—Unos soldados barrayareses atacaron a Ba Lura y le robaron la Gran Llave.

—¿Cuántos soldados?

—Seis.

Los ojos de Miles se abrieron un poco más en un gesto de alegría.

—¿Y después?

—Ba Lura rogó por su vida y por su honor, pero ellos se rieron, lo rechazaron y se alejaron.

Mentiras, por fin mentiras. Sin embargo… Ba Lura era humano. Cualquiera que mete la pata de esa forma reinventa la historia para parecer menos culpable.

—Y según él, ¿qué le dijimos?

La voz de ella estallaba de furia.

—Dijo que insultaron a la Señora Celestial.

—¿Y luego?

—Ba Lura volvió a casa sumido en la vergüenza.

—Y entonces, ¿por qué no llamó a Seguridad cetagandana para recuperar inmediatamente la Gran Llave por todos los medios?

Se produjo un largo silencio. Después ella dijo:

—Ba Lura no podía hacerlo. Pero se confesó conmigo. Y yo acudí a usted… Me humillé frente a usted… Y le pedí que me devolviera el objeto del que soy responsable… y con él, mi honor.

—¿Por qué no confesó Ba Lura la noche anterior?

—¡No lo sé!

—Y mientras usted se enfrentaba a la tarea de recuperación, Ba Lura se corta el cuello…

—Por dolor, por vergüenza —murmuró ella.

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