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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (18 page)

BOOK: Cetaganda
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La ofrenda de poesía elegíaca a la emperatriz muerta no era una ceremonia a la que asistieran delegados galácticos, con excepción de unos pocos aliados cetagandanos de alto rango. Miles no contaba en ninguno de estos grupos, y Vorob'yev había tenido que mover todos los hilos que tenía entre manos para conseguirles la invitación. Iván se había disculpado, con la excusa del cansancio por la práctica de baile de salón y las fiestas de fuegos del día anterior, por no mencionar los planes de cuatro invitaciones más para la tarde y la noche siguientes. Era un cansancio sospechosamente selectivo. Miles lo había dejado hacer: su deseo sádico de obligar a su primo a sentarse con él durante toda la tarde, que prometía ser interminable, se había diluido con la reflexión de que su primo no tendría mucho que aportar a lo que él había planeado como una expedición para la obtención de datos. Y tal vez, sólo tal vez, Iván podría establecer algunos contactos útiles entre los ghem. Vorob'yev lo había sustituido por la mujer vervani. Eso había encantado a la elegida y favorecía los planes de Miles.

Para alivio de Miles, la ceremonia no se celebraría en la rotonda con sus asociaciones alarmantes y el cuerpo de la emperatriz todavía a la vista de todos. Y los haut tampoco usaban auditorios, les hubiera parecido grosero y demasiado directo con sus filas eficientes de espectadores. El servidor los condujo a un… valle era la palabra más adecuada, supuso Miles, una hondonada llena de flores, plantas y cientos de pequeños asientos como cajas, todos orientados hacia un conjunto complejo de plataformas y estrados en el fondo. Como correspondía a su rango, o falta de rango, el servidor colocó a los barrayareses en la última fila, la más alta, a tres cuartos de vuelta de la mejor vista. Eso convenía a Miles: desde ahí, podría estudiar al público sin que nadie lo viera. Los bancos del fondo eran de madera pulida a mano hasta conseguir un acabado perfecto. Mia Maz, a la que Vorob'yev acompañó caballerosamente a un asiento, se arregló las faldas del vestido y miró a su alrededor con los ojos brillantes.

Miles también echó un vistazo, atento pero con los ojos más cansados: había pasado gran parte del día anterior frente a la pantalla de la comuconsola estudiando datos con la esperanza de encontrar un final para ese laberinto. Los haut estaban llegando a sus lugares: hombres con túnicas abiertas, nevadas, junto a burbujas blancas. El valle empezaba a parecer un gran banco de rosas trepadoras blancas que se abrían todas al mismo tiempo en un frenesí de floración. Finalmente, Miles descubrió el propósito de los asientos tipo caja: proporcionaban lugar suficiente para las burbujas. ¿Estaría Rian entre ellas?

—¿Las mujeres hablan primero o cómo lo organizan? —preguntó Miles a Maz.

—Las mujeres no van a hablar hoy —dijo Maz—. Ya realizaron su ceremonia ayer. Hoy empiezan con el hombre de menor rango y van subiendo por las constelaciones.

Los gobernadores de satrapías al final. Todos ellos. Miles se acomodó con la paciencia de una pantera en un árbol. Los hombres que había venido a ver estaban en el fondo del valle. Si Miles hubiera tenido cola, la habría movido constantemente.

Como no la tenía, tuvo que contenerse para no golpear el suelo con la bota.

Los ocho gobernadores de satrapías, ayudados por los ghemoficiales de más alto rango de cada satrapía, se hundieron en sus asientos junto a los estrados. Miles entornó los ojos y deseó haber llevado un larga vistas de gran alcance… aunque en realidad, no habría podido pasarlo por el rastreo de Seguridad. Con una mueca de simpatía, se preguntó qué estaría haciendo el ghemcoronel Benin y si, entre bastidores, Seguridad de Cetaganda se ponía tan frenética como Seguridad de Barrayar en las ceremonias que incluían al emperador Gregor. No le costaba imaginárselos.

Pero él tenía lo que había venido a buscar: a sus ocho sospechosos artísticamente colocados uno junto a otro para el análisis. Estudió a los cuatro primeros de la lista con más atención que a los demás.

El gobernador de Mu Ceta era de la constelación Degtiar, tío del Emperador, aunque no tío directo, hermanastro de la antigua emperatriz. Maz también lo estudió con atención cuando acomodó su viejo cuerpo en el asiento y alejó a sus ayudantes con movimientos temblorosos, irritados. Hacía dos años que estaba en su puesto, sustituyendo al gobernador anterior que ahora estaba retirado en el exilio después del fracaso de la invasión vervani. El hombre era muy viejo, tenía mucha experiencia y lo habían elegido explícitamente para apaciguar los temores vervaníes de que se repitiera el intento. No era del tipo traidor, pensó Miles. Sin embargo, según el testimonio de la haut Rian, todos aquellos hombres habían dado por lo menos un paso hacia la traición, al recibir los bancos genéticos no autorizados.

El gobernador de Rho Ceta, el vecino más cercano de Barrayar, preocupaba mucho más a Miles. Haut Este Rond era de edad madura, vigoroso, hautalto aunque extrañamente pesado. Su ghemoficial se mantenía bien lejos de los amplios movimientos del gobernador. El efecto general que daba Rond era de autoritarismo. Y era tenazmente autoritario en sus esfuerzos, diplomáticos y de cualquier otro tipo: en ese momento sus esfuerzos estaban dedicados a mejorar el acceso comercial a Cetaganda a través de los saltos de agujero de gusano de Komarr, controlados por Barrayar. Rond era una de las constelaciones más jóvenes, una constelación que necesitaba expandirse. El haut Este Rond era un punto caliente, de eso no cabía duda alguna.

Poco después entró el gobernador de Xi Ceta, vecino de Marilac, con la cabeza erguida. Haut Slyke Giaja era lo que Miles denominaba un típico hautlord, alto, delgado y vagamente afeminado. Arrogante, como correspondía al hermanastro menor del Emperador. Y peligroso. Lo bastante joven como para tenerlo en cuenta, aunque era mayor que Este Rond.

El sospechoso más joven, haut Ilsum Kety, gobernador de Sigma Ceta, era un muchachito de apenas cuarenta y cinco años. Tenía una complexión muy parecida a la de Slyke Giaja, que en realidad era su primo por línea materna, y las dos madres eran hermanastras, aunque de diferentes constelaciones. Los árboles genealógicos de las hautfamilias eran todavía más confusos que los de los Vor. Para rastrear a todos los hijastros y hermanastros habría hecho falta recurrir a un técnico en genética que investigara el asunto con dedicación exclusiva.

Ocho burbujas blancas flotaron hacia el valle y ocuparon un arco hacia la izquierda. Los ghemoficiales se colocaron en un arco similar a la derecha. Los oficiales se quedarían de pie durante toda la ceremonia de la tarde, comprendió Miles de pronto. Al parecer, ser ghemgeneral no era ninguna bicoca. Pero… ¿alguna de esas burbujas sería…?

—¿Quiénes son esas damas? —preguntó Miles a Maz, señalando hacia el octeto.

—Son las consortes de los gobernadores de satrapías.

—Pero… pensé que los haut no se casaban.

—No hay nada personal en el título. Se las designa centralmente, como a los gobernadores.

—¿No las nombran los gobernadores? ¿Y qué función cumplen? ¿Secretarias sociales?

—No. Las elige la emperatriz. La representan en los asuntos relacionados con el Criadero Estrella. Los haut que viven en las satrapías mandan sus contratos genéticos a través de las consortes al banco genético central en el Jardín Celestial, donde se realizan las fertilizaciones y alteraciones genéticas. Las consortes también supervisan la devolución de los replicadores uterinos con los fetos vivos a sus padres. Estoy segura de que es el envío más poco frecuente de todo el imperio cetagandano… un envío anual para cada planeta.

—¿Es decir que las consortes viajan a Eta Ceta una vez al año personalmente para supervisar los envíos?

—Sí.

—Ah… —Miles se acomodó en la silla, con una mirada fija. Ahora se daba cuenta de cómo había funcionado el plan de la emperatriz Lisbet, ahora veía los canales vivientes que había usado la emperatriz para comunicarse con los gobernadores. Si cada una de esas consortes no estaba involucrada hasta las cejas en el complot, él era capaz de comerse las botas.
Dieciséis, tengo dieciséis sospechosos, no ocho. Ay, Dios
… Y él que había venido a la ceremonia con la esperanza de reducir la lista… Pero la conclusión lógica era que la persona que hubiera asesinado a Ba Lura tal vez no había tenido que robar ni pedir prestada una de las burbujas de hautlady. Tal vez tenía una—. ¿Y las consortes trabajan junto a los gobernadores de satrapías?

Maz se encogió de hombros.

—A decir verdad, no lo sé. No necesariamente, supongo. Sus áreas de responsabilidad son muy distintas.

Apareció un mayordomo en el centro del escenario. Hizo un gesto. Todas las voces del valle se acallaron. Todos los hautlores se dejaron caer de rodillas sobre almohadones que habían dispuesto frente a los bancos. Todas las burbujas blancas se movieron en el aire hacia arriba y hacia abajo. Miles todavía estaba preguntándose cuántas de las hautladies hacían trampa y se saltaban las reglas de las ceremonias. Después de un momento de silencio expectante, llegó el Emperador, escoltado por guardias vestidos de blanco y rojo sangre, con la cara pintada como el cuerpo de una cebra, un aspecto terrible si se consideraba fríamente. Miles los contempló con ese espíritu no por el maquillaje sino porque sabía los nervios y la ansiedad que recorrían el índice apoyado en el gatillo de los hombres que tenían la terrible responsabilidad de la vida del Emperador en sus manos.

Era la primera vez en su vida que Miles veía al Emperador cetagandano en persona. Estudió al hombre con la avidez con que había estudiado a los gobernadores de las satrapías. El emperador haut Fletchir Giaja era alto, delgado, con la cara de halcón que también tenían sus primos, el cabello sin rasgos de gris a pesar de sus setenta y tantos años. Un superviviente: había llegado a su rango a una edad fantásticamente temprana para un cetagandano, menos de treinta años y había pasado de una juventud titubeante a una madurez aparentemente sólida como el hierro. Se sentó con movimientos seguros y armoniosos, serenos y confiados. Rodeado por traidores que le hacían reverencias. A Miles se le escapó un resoplido y respiró hondo, aturdido por la ironía. El mayordomo hizo otra señal y todo el mundo volvió a su asiento guardando un silencio sorprendente.

La presentación de los poemas elegíacos en honor de la difunta haut Lisbet Degtiar empezaba con las voces de los jefes de las constelaciones menores. Los poemas estaba compuestos en media docena de tipos formales, todos cortos, por suerte. Miles quedó muy impresionado con la elegancia, la belleza y la aparente profundidad de sentimiento de las primeras tres ofrendas. El recitado tenía que ser una especie de tortura formal, como hacer un juramento o casarse, uno de esos momentos en el que los preparativos son mucho más prolongados que la ocasión final. Se habían tomado todas las precauciones posibles para cada uno de los movimientos, voces y variaciones imperceptibles de lo que para el ojo inexperto de Miles eran sólo conjuntos idénticos de túnicas blancas. Pero gradualmente, empezó a darse cuenta de que había frases repetidas y estereotipadas, ideas viejas y para cuando llegaron al poema número trece, se le estaba empezando a empañar la vista. Su mayor deseo era que Iván estuviera a su lado, sufriendo con él.

De vez en cuando, Maz le susurraba al oído una interpretación, una crítica y eso le ayudaba a controlar el sueño. No había dormido bien la noche anterior. Los gobernadores de satrapías estaban imitando bien a hombres de cera o momias, excepto el anciano gobernador de Mu Ceta, que se había dejado caer en un bulto de aburrimiento y miraba, con ojos sardónicos y entornados, cómo sus colegas jóvenes, es decir todos los demás de la sala, se entregaban a la función con varios grados de sudor y gracia. Cuando les tocaba el turno a los hombres mayores y más experimentados, cumplían mejor que los jóvenes aunque los poemas que presentaran no fueran necesariamente los mejores.

Miles meditó sobre el carácter del lord X, intentando relacionarlo con una de las ocho caras que tenía frente a él. El traidor/asesino era algo así como un genio táctico. Le habían ofrecido una oportunidad impensada de conseguir más poder, la había cazado al vuelo, creado un plan y dado el golpe. ¿Cuánta rapidez había necesitado? El primer gobernador de satrapía había llegado a Eta Ceta sólo diez días antes que Miles e Iván, que estaban allí hacía cuatro días. Yenaro, según informes del oficial de SegImp en la embajada, había terminado su escultura en dos días a partir de unos diseños que le había entregado una fuente desconocida. Un trabajo contra reloj. El soborno a Ba Lura tenía que haberse organizado después de la muerte de su ama, hacía menos de tres semanas.

Los haut de más edad solían elaborar planes que necesitaban décadas para madurar, planes con un margen de seguridad inaudito, del tipo no-puede-fallar. La emperatriz era ejemplo más que suficiente. A edad avanzada, los haut experimentaban el tiempo de manera diferente, Miles estaba casi seguro de eso. Esa cadena de hechos olía a… a juventud. Si no física, por lo menos de corazón.

El oponente de Miles tenía que estar experimentando un estado de ánimo interesante en ese momento. Era un hombre de acción y decisión. Pero ahora se veía obligado a permanecer quieto, agachado, acechando, sin llamar la atención, mientras se hacía cada vez más evidente que la muerte de Ba Lura no iba a pasar por suicidio. Se veía obligado a quedarse sentado, inmóvil e inquieto sobre su banco genético y la Gran Llave hasta que terminara el funeral y él pudiera deslizarse sin ruido hasta su base planetaria… porque no podía empezar una revolución desde Eta Ceta; no estaba preparado.

¿Enviaría la Llave a su planeta o la retendría en su poder? Si la enviaba a su satrapía, Miles se enfrentaba a graves problemas. Bueno, problemas más graves de los que ya tenía. ¿Se arriesgaría el gobernador a perder su amuleto? Seguramente no.

Los poetas aficionados con sus voces monótonas estaban dominando a Miles. Se dio cuenta de que su inconsciente no trabajaba al unísono con el resto de su mente: sintió cómo esa parte de su ser se apartaba en pos de sus propios objetivos. Se le formó en la cabeza un poema en honor de la emperatriz, un poema que él no había pensado en crear:

Una emperatriz Degtiar de nombre Lisbet

atrapó a un sátrapa en su red
.

Tentado a la traición

sin ninguna razón,

pronto tendrá un choque con su propia sed
.

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