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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (20 page)

BOOK: Cetaganda
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El ghemgeneral de Kety se inclinó para murmurarle algo en el oído. Slyke Giaja echó una mirada a Miles, frunció el ceño y meneó la cabeza. Chillan se encogió de hombros y se inclinó para murmurar de nuevo. Miles, que veía cómo se le movían los labios, distinguió su mensaje o algo parecido: la palabra Yenaro fue muy clara en esos labios. La cara de Slyke no traicionó ningún sentimiento. El hautgobernador hizo un gesto al ghemgeneral para que se fuera.

El general Chilian volvió junto a Miles.

—El haut Slyke está demasiado ocupado para verlo en este momento —informó en un tono de voz tranquilo.

—Gracias de todos modos —entonó Miles, en el mismo tono. El general hizo un gesto y volvió junto a su amo.

Miles miró a su alrededor, preguntándose cómo abordaría al siguiente gobernador. El de Mu Ceta no estaba presente: probablemente se había ido directamente desde el jardín a dormir la siesta.

Mia Maz se acercó a Miles, navegando por la fiesta con una sonrisa y mucha curiosidad en los ojos.

—¿Alguna conversación interesante, lord Vorkosigan? —preguntó.

—Por ahora no —admitió él con tristeza—. ¿Y usted?

—No quiero presumir. Lo que hice fue escuchar.

—Se aprende más escuchando.

—Sí. Escuchar es el golpe conversacional invisible. Me siento bastante inteligente.

—¿Y qué ha averiguado?

—El tema haut de esta fiesta es la poesía. Están cortando en rebanadas finas la poesía de los demás según estrictas líneas de análisis. Y qué extraña coincidencia: todo el mundo dice que las mejores ofrendas son las de los hombres de mayor rango.

—A mí me parecieron todas iguales.

—Ah, pero usted no es haut…

—¿Qué quería usted decirme hace un rato? —preguntó Miles.

—Estaba tratando de advertirle sobre un raro punto de la etiqueta cetagandana: la forma de comportarse cuando se conoce a una hautmujer y se la ve fuera de su burbuja.

—Fue la… la primera vez que vi una —mintió Miles estratégicamente—. ¿Lo hice bien?

—No del todo. Verá usted, las hautmujeres pierden el privilegio de los campos de fuerza cuando se casan fuera del genoma, entre los ghem. Se convierten en… ghemujeres o algo similar. Pero la pérdida del campo se considera una vergüenza. Así que lo más amable y considerado es actuar como si la burbuja siguiera estando ahí. Nunca debe usted dirigirse a una hautesposa aunque esté de pie delante de usted. Si quiere hacerle preguntas, tiene que hacérselas a través de su esposo y esperar que él transmita las respuestas.

—Yo… no le dije nada a ninguna de esas mujeres.

—Claro, muy bien, pero lamento decir que las miró a la cara, y eso tampoco es correcto.

—Yo creí que los hombres se estaban portando como bestias y que no las incluían en la conversación por desprecio.

—Claro que no. Eran de lo más caballerosos. Al estilo cetagandano.

—Ah. Por la forma en que se comportan, esas mujeres podrían estar dentro de las burbujas. Burbujas virtuales, diría yo.

—Ésa es la idea… sí.

—¿Y lo mismo es aplicable a las hautmujeres que sí tienen burbujas… cuando no las llevan?

—No tengo ni idea. No puedo imaginarme a una hautmujer hablando cara a cara con un extranjero.

Miles notó una presencia fantasmal junto a su codo y, trató de no saltar por el aire. Era ba como-se-llamara, ayudante de Rian Degtiar, que había recorrido la habitación sin causar una sola onda de interés entre los invitados. El corazón de Miles se aceleró inmediatamente, reacción que trató de disimular con un asentimiento de cabeza.

—Lord Vorkosigan. Mi señora quiere hablar con usted —dijo la voz baja y tranquila.

Maz abrió mucho los ojos en un gesto de asombro.

—Gracias, será un placer —contestó Miles—. Eh… —Miró a su alrededor buscando al embajador Vorob'yev, que seguía acorralado por el ghemgeneral de Rho Ceta. Qué bien. Si no le pedía permiso, tampoco podría negárselo—. Maz, ¿podría usted decirle al embajador que he ido a encontrarme con una dama? Mmm… Tal vez tarde un rato. Váyanse sin mí. Nos veremos en la embajada si es necesario.

—No creo… —empezó a decir Maz, con muchas dudas, pero Miles ya se alejaba. Le echó una mirada sobre el hombro y le dirigió un gesto de buen humor mientras seguía al ba hacia el jardín.

9

Miles avanzó tras los pasos de su guía ba, que caminaba con rostro inexpresivo, evitando cualquier comentario gestual sobre los asuntos de su señora. Anduvieron un rato por los sinuosos senderos del jardín, rodearon un par de estanques y siguieron exquisitos arroyos artificiales. Miles casi se detuvo con la boca abierta frente a un parque color verde esmeralda poblado por una bandada de pavos reales rojos como rubíes y diminutos como ruiseñores. Más adelante, en un lugar soleado sobre una especie de pequeño risco, Miles vio algo parecido a un gato esférico, o tal vez una especie de flores con piel de gato, suave, blanco… sí, eso era un animal; un par de ojos azul turquesa parpadearon una vez, mirándolo desde la piel blanca, y volvieron a cerrarse en un gesto de absoluta indolencia.

Miles no hizo preguntas, no trató de entablar una conversación. Tal vez en su viaje anterior al Jardín Celestial, cuando era sólo uno más entre miles de enviados galácticos, Seguridad Imperial Cetagandana no lo estaba monitoreando, pero ahora las cosas habían cambiado. Rezó porque Rian tomara las mismas precauciones. Lisbet lo habría hecho. Esperaba que Rian hubiera heredado los procedimientos y zonas de seguridad de Lisbet, junto con la Gran Llave y la misión genética.

Una burbuja blanca esperaba en un claustro medio oculto. Miles vio que su guía se inclinaba ante ella y se retiraba.

Miles carraspeó.

—Buenas tardes, milady. ¿Deseaba usted verme? ¿Cómo puedo servirla? —Mantuvo el saludo lo más general posible. No sabía lo que había dentro de esa maldita esfera opaca. Podía ser el ghemcoronel Benin y un filtro de voz… por ejemplo.

Le contestó la voz de Rian o una excelente imitación:

—Lord Vorkosigan. Usted expresó su interés en asuntos genéticos. Pensé que le gustaría hacer una visita guiada.

Bien. Entonces, los estaban monitoreando y ella era consciente de aquel extremo. Miles suprimió la pequeñísima parte de sí mismo que contra toda lógica había estado esperando algo parecido a una cita de amor, y contestó:

—Claro que me gustaría, milady. Todos los procedimientos médicos me interesan. Considero que las correcciones que se efectuaron tras los daños que sufrió mi cuerpo son extremadamente incompletas. Siempre que visito otras sociedades galácticas, busco nuevas esperanzas y oportunidades.

Caminó junto a la esfera flotante, tratando de recordar las vueltas y giros de la ruta, los edificios y arcos que atravesaban. Fracasó por completo. Consiguió hacer algún que otro comentario oportuno sobre el paisaje para que el silencio no resultara demasiado incómodo. Cuando llegaron a un edificio blanco, largo, bajo, había calculado un kilómetro de caminata desde la recepción del Emperador, pero no en línea recta. A pesar del encantador jardín que lo rodeaba, el edificio tenía la palabra "biocontrol" grabada en todos sus detalles: los sellos de las ventanas, las cerraduras de las puertas. La cerradura a prueba de aire requería códigos muy complejos, pero en cuanto el aparato identificó a Rian, admitió a Miles también sin un murmullo de protesta.

Ella lo condujo hasta una oficina espaciosa a través de corredores que, sorprendentemente, no tenían nada de laberíntico. Era la habitación más práctica y menos artística que hubiera visto Miles en el Jardín Celestial. Una de las paredes era de cristal y daba a una larga pieza que tenía mucho más en común con los bio-laboratorios habituales en el resto de la galaxia que con el jardín exterior. La forma corresponde a la función, y ese lugar era todo función: todo propósito, no la artística languidez de los pabellones. En ese momento estaba desierto, cerrado, a excepción de un servidor que se movía por los bancos absorto en una tarea meticulosa de orden y limpieza. Pero claro… No había contratos haut que aprobar durante el período de luto por la Señora Celestial, dueña putativa de ese dominio. Un dibujo de ave decoraba la superficie de una comuconsola y se alzaba sobre varios armarios cerrados con llave. Miles estaba en el centro del Criadero Estrella.

La burbuja se acomodó junto a una pared y se desvaneció sin un ruido. La haut Rian Degtiar se levantó de la silla-flotante.

Ese día tenía el cabello color ébano sujeto en poblados rizos que le caían hasta la cintura. Las ropas, de un color blanco impoluto, le llegaban sólo hasta los tobillos, dos capas simples y cómodas sobre una malla que la cubría desde el cuello hasta los pies, calzados con sandalias blancas. Más real, menos etérea y sin embargo… Miles había esperado que una exposición constante a su belleza lo inmunizaría contra el efecto de confusión y mareo que le producía en la mente. Obviamente, necesitaría más sesiones que las que había tenido. Muchas más. Muchas. Muchas… Basta. No seas más idiota de lo necesario.

—Aquí podemos hablar —dijo ella, se deslizó hacia una silla de escritorio junto a una comuconsola y se acomodó con cuidado. Hasta sus movimientos más simples eran como una danza. Hizo un gesto con la cabeza hacia otra silla igual y Miles se acomodó con una sonrisa nerviosa, dolorosamente consciente de que sus botas apenas tocaban el suelo. Rian parecía tan directa como cerradas las esposas de los ghemgenerales. ¿Acaso el Criadero Estrella era algo así como un campo de fuerza psicológico para ella? ¿O era que consideraba a Miles tan subhumano que no lo interpretaba como amenaza? ¿Lo consideraba tan incapaz para juzgarla como una mascota?

—Con… confío en sus decisiones —dijo Miles—, pero ¿le parece que traerme aquí no provocará repercusiones en Seguridad?

Ella se encogió de hombros.

—Si quieren, pueden pedirle al Emperador que me llame la atención.

—¿Y… no pueden llamarle la atención ellos directamente?

—No.

La palabra era dura, real, sólida. Miles esperaba que ella no fuera demasiado optimista con respecto a su situación. Pero… por la altura de la barbilla, la posición de los hombros, era claro que la haut Rian Degtiar, Doncella del Criadero Estrella, creía realmente que dentro de esas paredes ella era la emperatriz. Por lo menos durante los próximos ocho días.

—Espero que esto sea importante. Y corto. De lo contrario, saldré de aquí directo a la sala de interrogatorios del ghemcoronel Benin.

—Es importante. —Los ojos azules lo quemaban—. ¡Ya sé cuál de los gobernadores de satrapías es el traidor!

—¡Excelente! ¡Qué eficacia! Y… ¿cómo?

—La Llave, como usted dijo, era falsa. Era falsa y no tenía nada dentro. Usted lo sabía. —La sospecha le seguía brillando en los ojos como una luz intensa que lo enfocaba directamente.

—Sólo porque lo deduje, milady. ¿Tiene usted alguna prueba?

—En cierto modo. —Ella se inclinó hacia delante, la expresión intensa—. Ayer, el príncipe Slyke Giaja hizo que su consorte lo trajera al Criadero Estrella. Una visita, dijo. Insistió en que yo le mostrara los objetos reales de la Emperatriz para inspeccionarlos. No comentó nada pero estudió la colección un largo rato, y después se alejó, como si estuviera satisfecho. Me felicitó por mi leal trabajo y se fue inmediatamente.

Slyke Giaja estaba en la lista de principales sospechosos, eso no podía negarlo. Dos puntos no bastaban para hacer una triangulación, pero era mejor que nada.

—¿No le pidió que hiciera funcionar la Llave para probar que era la correcta?

—No.

—Entonces, lo sabía. —Tal vez, tal vez—. Apuesto a que le dimos mucho en qué pensar, con su falsa Llave ahí a la vista de todos. Me pregunto cuál será su próximo movimiento… ¿Él se da cuenta de que usted sabe que es falsa, o cree que usted se creyó el engaño?

—No estoy segura.

Entonces no sólo le pasaba a él, pensó Miles con un alivio amargo: la expresión de un haut era inescrutable hasta para otros haut.

—Seguramente se da cuenta de que sólo tiene que esperar ocho días. Sabe que la verdad saldrá a la luz en cuanto su sucesora trate de usar la Gran Llave. O si no la verdad, sin duda la acusación contra Barrayar. ¿Pero cuál es su plan?

—No lo sé.

—Quiere involucrar a Barrayar de alguna forma, de eso no me cabe duda. Tal vez incluso desea provocar un conflicto armado entre nuestros estados.

—Esto… —Rian hizo girar una mano, la tenía doblada como si estuviera aferrando la Gran Llave robada—. Esto es un insulto pero seguramente… seguramente no bastaría para desencadenar una guerra.

—Mmmm. Tal vez se trate sólo de una Primera Parte. Si esto la jo… quiero decir la incómoda, haut Rian Degtiar, tal vez la Segunda Parte sea algo que nos irrite a nosotros, que nos enfrente a usted. —Una nueva idea muy inquietante. Era evidente que lord X, ¿lord Giaja?, todavía no había terminado—. Aunque yo le hubiera devuelto la llave en esa primera hora, y no creo que eso estuviera en el guión, no podría probar que no la cambié por la verdadera. Ojalá no hubiéramos saltado encima de Ba Lura mi primo y yo. Daría cualquier cosa por saber la historia que Ba Lura tenía que contarnos…

—Yo también quisiera que no le hubieran saltado encima… —dijo Rian con algo de brusquedad, mientras se acomodaba de nuevo en la silla y se retorcía el chaleco, el primer movimiento inconsciente que Miles le había visto hacer.

Los labios de él se torcieron en una breve mueca avergonzada.

—Pero… es importante… las consortes, las consortes de los gobernadores… Nunca me dijo nada de ellas. Ellas también están en esto, ¿verdad? ¿Por qué no de los dos lados?

Ella hizo un gesto de aquiescencia, que sin duda le dolía.

—Pero no sospecho que ninguna de ellas esté involucrada en la traición. Eso sería… imposible…

—Pero sin duda su Señora Celestial las usó para… ¿por qué es imposible? Quiero decir, es una oportunidad para convertirse instantáneamente en emperatriz junto con el gobernador… O sin él…

La haut Rian Degtiar meneó la cabeza.

—No. Las consortes no les pertenecen a ellos. Son nuestras.

Miles parpadeó, algo confundido.

—Ellos. Los hombres. Nosotras. Las mujeres. ¿Sí?

—Las hautmujeres son las guardianas… —Ella se detuvo. Evidentemente, era inútil explicárselo a un extranjero, a un bárbaro—. No puede ser la consorte de Slyke Giaja.

—Lo siento. No entiendo nada.

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