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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (33 page)

BOOK: Cetaganda
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Se unieron al grupo de Kety, casi listo para partir en la puerta sur del Jardín Celestial. La haut Vio había secuestrado a Iván lo más tarde posible, por razones de seguridad. Como correspondía a su dignidad de gobernador, el séquito de Kety era numeroso: más de veinte ghemguardias, ghemladies, lacayos que no eran ba y, para horror de Miles, el ghemgeneral Chillan. ¿Estaría al corriente de la traición de su amo, o pensaban matarlo con la haut Nadina en el camino de vuelta y reemplazarlo por algún otro, designado por Kety? Tenía que ser una cosa o la otra; el comandante de las tropas imperiales de Sigma Ceta no podía mantenerse neutral en el golpe de Estado.

Kety hizo un gesto a la burbuja de la haut Vio y la haut Pel entró en el vehículo personal del gobernador, que los llevaría al puerto de transbordadores, lugar de aterrizaje exclusivo de los altos funcionarios del imperio. El ghemeneral Chilian subió a otro auto; Miles y la haut Pel se encontraron solos con Kety en el espacio limitado de esa especie de camioneta cerrada, diseñada sin duda para las burbujas de las hautladies.

—Llegas tarde. ¿Has tenido problemas? —preguntó Kety, sin aclarar las cosas mientras se acomodaba en el asiento. Parecía preocupado y tenso, como correspondía a un deudo de la emperatriz muerta… o a un hombre montado sobre un tigre furioso y muy hambriento.

Sí, sí… debería haberme dado cuenta de que era lord X apenas vi ese cabello teñido… decidió Miles. Un hautlord que no estaba dispuesto a esperar para conseguir lo que podía ofrecerle la vida.

—Nada importante. Todo arreglado —Informó Pel. El filtro de voz, al máximo de la interferencia posible, alteraba los tonos y los convertía en una imitación no del todo correcta de los timbres de la haut Vio.

—Por supuesto, querida. No bajes el campo de fuerza hasta que estemos a bordo.

—Sí.

S… el ghemgeneral Chilian tiene una cita con un sello de aire no muy amistoso en el camino a casa… ahora lo sé. Pobre tonto, pensó Miles. Tal vez la haut Vio quería volver a su hautgenoma. ¿Era la amante de Kety o su ama? ¿O tal vez funcionaban en equipo? El hecho de que hubiera dos cerebros detrás del plan ayudaría mucho a explicar la rapidez, flexibilidad y confusión de los hechos.

La haut Pel tocó un control y se volvió hacia Miles.

—Cuando lleguemos a bordo, debemos decidir si buscamos primero a Nadina o la Gran Llave.

Miles casi se ahogó del espanto.

—Em… —Hizo un gesto hacia Kety, sentado a menos de medio metro de sus rodillas.

—No nos oye —le aseguró Pel.

Parecía cierto, porque Kety dirigió una mirada distraída hacia el paisaje que se veía a través del techo descubierto del auto de superficie.

—La recuperación de la Llave —siguió diciendo Pel— sigue siendo nuestro primer objetivo.

—Mm… Pero si la haut Nadina está viva, es un testigo importante desde el punto de vista de Barrayar. Y… tal vez sabrá dónde está la Llave. Yo supongo que está en un laboratorio. Tienen que estar tratando de descifrarla, estoy seguro, pero la nave es muy grande y hay mucho espacio para montar un laboratorio de decodificación.

—Tanto la Llave como Nadina tienen que estar cerca de las habitaciones de Kety —dijo Pel.

—¿No la habrá metido en un calabozo?

—Dudo que Kety quiera que muchos de sus soldados y servidores sepan que su consorte está presa. No. Seguramente la tiene en un camarote.

Me pregunto dónde tiene pensado poner en escena el crimen en que planea involucrar a Iván. Las consortes se mueven dentro de límites muy estrechos. No puede hacerlo en su nave ni en su residencia. Y seguramente no se atreverá a repetir un asesinato dentro del Jardín Celestial… eso sería demasiado. Supongo que ha tramado algo distinto… para esta misma noche.

El gobernador Kety levantó la vista y miró la burbuja.

—¿Ya se está despertando? —preguntó.

Pel se tocó los labios con la mano y luego apretó los controles.

—Todavía no.

—Quiero interrogarlo primero. Tengo que averiguar cuánto saben…

—Hay tiempo…

—No tanto…

Pel cerró el sonido exterior otra vez.

—La haut Nadina primero —votó Miles con firmeza.

—Creo… creo que tiene usted razón, lord Vorkosigan —suspiró Pel.

No mantuvieron más conversaciones peligrosas con Kety porque la confusión del embarque del grupo que iba a entrar en órbita absorbió por completo a Kety. El gobernador se comunicaba constantemente con el comu. No volvieron a estar a solas con el gobernador hasta que la multitud entró en el corredor del transbordador, pasó a la nave oficial de Kety y se alejó hacia sus muchas obligaciones y placeres. El ghemgeneral Chilian ni siquiera intentó hablar con su esposa. Pel siguió a Kety, que le había hecho un gesto claro después de despedir a sus guardias. Miles supuso que ahí empezaba la diversión. Limitar el número de testigos también reduce la cantidad de asesinatos necesarios para mantener el secreto si las cosas salen mal.

Kety los llevó a un corredor ancho, lujoso, evidentemente destinado a las habitaciones de clase alta. Miles tocó a la haut Pel en el hombro:

—Mire. En el pasillo. ¿Ve?

Había un lacayo frente a la puerta de un camarote. Cuando pasó el dueño de la nave, se puso firme, pero Kety entró en otro camarote. El guardia se relajó.

Pel dobló el cuello.

—¿Puede ser la haut Nadina?

—Sí. Bueno… Tal vez. No creo que se atreviera a poner un verdadero soldado. No si no está al mando de las estructuras de comando. —Miles pensó que había sido una tontería no notar el cisma entre Kety y su ghemgeneral. Ésa había sido una gran oportunidad perdida…

La puerta se cerró detrás del grupo y Miles se volvió para examinar aquel lugar. La habitación estaba limpia y no tenía decoraciones ni efectos personales: un camarote sin uso.

—Podemos ponerlo aquí —dijo Kety, señalando un jergón en un rincón del cuarto—. ¿Puedes mantenerlo bajo control químico, o necesitamos guardias?

—Bastará con algunas sustancias químicas —contestó Pel—, pero necesito algunas cosas. Sinergina. Pentarrápida. Y será mejor que lo sometamos a algunas pruebas por si tiene alergia inducida a la penta. Se la producen a mucha gente importante, ya lo sabes… No creo que tú quieras que Vorpatril muera en este lugar.

—¿Clarium?

Pel miró a Miles con los ojos llenos de preguntas. No conocía la palabra. El clarium era un tranquilizante de interrogatorio muy común entre los militares. Miles asintió.

—Buena idea —se arriesgó ella.

—¿No hay posibilidad de que despierte antes de que yo vuelva? —preguntó Kety, preocupado.

—Lamento decir que se me fue un poco la mano con la droga…

—Mmm. Por favor, ten cuidado, mi amor. No tiene que haber demasiados residuos químicos en la autopsia. Aunque con suerte, no creo que tengan material para una autopsia.

—No me gusta tentar demasiado a la suerte.

—Bien dicho —dijo Kety, con una exasperación especial—. Por fin estás aprendiendo.

—Te espero —dijo Pel con frialdad, como para que se fuera. Probablemente la haut Vio habría dicho lo mismo.

—Déjame que te ayude a acostarlo —dijo Kety—. Seguramente estás muy incómoda ahí dentro.

—No, no. Lo estoy usando de apoyapiés. La silla flotante es… tan cómoda. Me gustaría… bueno, disfrutar del privilegio de una haut un poquito más, mi amor —suspiró Pel—. Hace tanto que…

Los labios de Kety se afinaron en una sonrisa divertida.

—Muy pronto tendrás más privilegios que la emperatriz, y todos los extranjeros que quieras a tus pies. —Hizo un gesto hacia la burbuja y salió a toda prisa. ¿Adónde iría un gobernador con una lista de drogas para interrogatorio? ¿A la enfermería? ¿A Seguridad? ¿Y cuánto tiempo tardaría?

—Ahora —dijo Miles—. Por el corredor. Tenemos que librarnos del guardia… ¿Ha traído usted la sustancia que le dio la haut Vio a Iván?

Pel sacó el bulbo de la manga y lo levantó.

—¿Cuántas dosis quedan?

Pel afinó la vista.

—Dos. Vio preparó de más. —Había un tono de desaprobación en su voz, como si Vio hubiera perdido puntos con esa redundancia.

—Yo me hubiera llevado cien, por si acaso. De acuerdo, úsela… no toda, si no es necesario.

Pel sacó la burbuja del camarote y dobló por el corredor. Miles se deslizó detrás de la silla y se aferró al respaldo. Las botas le resbalaban un poco sobre la base que sostenía la fuente de energía de la silla. ¿Escondido detrás de las faldas de una mujer? Ese medio de transporte —y cualquier otra cosa que significara estar bajo el control de un cetagandano o cetagandana— era frustrante, pero la misión de rescate era su principal objetivo. Para el hambre no hay pan duro. Pel se detuvo frente al guardia de librea.

—Servidor —le dijo.

—Haut. —El hombre hizo una reverencia frente a la burbuja blanca—. Estoy de guardia y no puedo ayudarla.

—No necesito mucho tiempo. —Pel bajó la pantalla de fuerza. Miles oyó un siseo y un ruido de toses. La silla se sacudió y él se deslizó hacia el suelo. Cuando se levantó, descubrió a Pel con el guardia caído sobre la falda en una posición incómoda y extraña.

—Mierda —-dijo Miles, con pena—, deberíamos haberle hecho esto a Kety en el primer camarote… Bueno, veamos qué hacemos con esta almohadilla de palma.

Una almohadilla estándar. ¿Qué palmas la abrirían? Muy pocas, seguramente: Kety, tal vez Vio, y el guardia, para casos de emergencia.

—Levántelo un poco —dijo Miles y apretó la palma del hombre inconsciente contra el lector. —Ah —suspiró, aliviado. La puerta se deslizó sin alarmas ni protestas. Miles le quitó el bloqueador al guardia y entró de puntillas con la haut Pel detrás.

—Ay —gimió Pel, furiosa. Habían encontrado a la haut Nadina.

La anciana estaba sentada en un jergón similar al del otro camarote, cubierta sólo con la malla blanca. Los efectos de un siglo de gravedad eran suficientes para dañar incluso ese cuerpo haut: sacarle las túnicas exteriores, voluminosas y llamativas, era una indignidad deliberada que hubiera podido superarse sólo con la desnudez absoluta. Le habían sujetado el cabello al suelo a un metro de la punta con un aparato que no había sido diseñado para ese propósito. No era una posición cruel, físicamente hablando —el largo del cabello le dejaba dos metros para moverse alrededor—, pero había algo terriblemente ofensivo en el asunto. ¿Idea de la haut Vio, tal vez? Miles pensó que ahora entendía la reacción de Iván frente al árbol de gatitos. Estaba mal hacerle eso a la anciana señora (aunque fuera una anciana señora de una raza tan aborrecible como la de los haut). Y para colmo, Nadina le recordaba a su abuela betanesa… bueno, no exactamente, Pel era la que se parecía más a su abuela Naismith en carácter pero…

Pel arrojó al guardia al suelo y corrió hacia su hermana consorte.

—Nadina, ¿te han hecho daño?

—¡Pel! —Cualquiera hubiera caído en brazos de la salvadora pero como Pel y Nadina eran haut, se limitaron a un apretón de manos, aunque fue un apretón muy afectuoso.

—¡Ah! —dijo Pel, furiosa por la situación de Nadina. Se quitó algunas túnicas, seis más o menos, y se las entregó a Nadina, que se las puso con gracia y se irguió con más decisión. Miles completó la revisión del lugar para asegurarse de que estaban solos y se volvió hacia las mujeres que estaban de pie, mirando las puntas del cabello. Pel se arrodilló y tiró de algunos mechones, pero no pudo desprenderlos.

—Ya lo he intentado —suspiró Nadina—. No salen ni de uno en uno.

—¿Dónde está la llave de eso?

—La tenía Vio.

Pel vació los bolsillos de su arsenal misterioso, pero Nadina meneó la cabeza.

—Mejor lo cortamos —dijo Miles—. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes.

Las dos mujeres lo miraron, horrorizadas.

—¡Las hautmujeres nunca se cortan el pelo! —exclamó Nadina.

—Mmm, discúlpenme, milady, pero esto es una emergencia. Si nos vamos ahora mismo a los compartimientos de emergencia de la nave, puedo llevarlas a terreno seguro antes de que Kety se dé cuenta. Tal vez incluso logremos salir de aquí sin hacer ruido. Cada segundo de retraso representa un grave peligro con este margen limitado de tiempo.

—¡No! —dijo Pel—. Antes necesitamos la Gran Llave.

Miles sabía que no le sería posible mandar a las dos mujeres de vuelta hacia el planeta y quedarse a buscar la Llave: él era el único piloto orbital calificado del trío. Iban a tener que seguir los tres juntos, Mierda. Manejar a una hautlady ya constituía un problema, pero tratar con dos iba a ser peor que intentar conducir un rebaño de gatos.

—Haut Nadina, ¿sabe usted dónde está la Llave?

—Sí. Él me llevó a verla anoche. Se le ocurrió que a lo mejor yo sabía cómo abrirla. Se trastornó mucho cuando vio que no era posible.

Miles levantó la vista; el tono de la anciana le había llamado la atención. Por lo menos, no había señales de violencia en sus hermosos rasgos. Pero los movimientos de Nadina eran tensos y rígidos. ¿Artritis por la edad, o trauma por el uso de algún objeto contundente? Volvió al cuerpo del guardia inconsciente y lo registró buscando útiles, tarjetas de código, armas… ah, un vibracuchillo plegable. Lo escondió en la ropa y retrocedió hacia las damas.

—Yo sé de animales que se arrancan una pierna para escapar de una trampa —explicó tentativamente.

—¡Aj! —dijo Pel—. Barrayareses…

—Usted no lo entiende —dijo Nadina, ansiosa.

Por desgracia, Miles lo entendía muy bien. Las dos mujeres iban a quedarse ahí de pie discutiendo sobre el pelo atrapado de Nadina hasta que Kety las atrapara a ellas…

—¡Miren! —dijo de pronto y señaló la puerta.

Pel se puso de pie de un salto y Nadina gritó:

—¿Qué pasa?

Miles sacó el vibracuchillo, tomó la melena plateada y la cortó lo más cerca del suelo que pudo.

—Ya está. Vámonos.

—¡Bárbaro! —exclamó Nadina. Pero no se estaba poniendo histérica; expresó su protesta indignada con bastante tranquilidad, dadas las circunstancias.

—Un sacrificio por los haut —le juró Miles.

Había una lágrima en los ojos de ella; Pel… Pel parecía secretamente agradecida de que Miles se hubiera encargado del asunto. Subieron otra vez a la silla flotante. Nadina se acomodó sobre el regazo de Pel y Miles se colocó detrás, como siempre. Pel salió de la cámara y volvió a conectar la pantalla de fuerza. Las sillas flotantes eran silenciosas, pero el motor de ésta protestaba por la carga. Avanzaba a trompicones.

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