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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Cetaganda (34 page)

BOOK: Cetaganda
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—Por ahí. Dobla aquí —les indicó la haut Nadina.

A medio camino en el pasillo pasaron junto a un criado, que se apartó con una reverencia y no los volvió a mirar.

—¿Kety usó pentarrápida con usted? —preguntó Miles a Nadina—. ¿Cuánto sabe de las sospechas del Criadero Estrella?

—La Pentarrápida no funciona en las hautmujeres —le informó Pel por encima del hombro.

—¿Ah. no? ¿Y en los hauthombres?

—No muy bien —dijo Pel.

—De todos modos…

—Aquí. —Nadina señaló un tubo elevador. Descendieron una cubierta y siguieron por otro pasillo más estrecho. Nadina tocó el cabello plateado que tenía sobre la falda, miró las puntas cortadas con el ceño fruncido, después lo soltó con un sonido despectivo, desdichado y concluyente—. ¡Qué desagradable es todo esto! Espero que estés disfrutando la oportunidad de divertirte, Pel. Y espero que la oportunidad sea muy breve.

Pel hizo un ruido y no quiso comprometerse con una respuesta.

Miles no entendía muy bien por qué, pero ésa no era la misión heroica que había previsto — Una misión secreta, en la nave de Kety, con dos hautladies mayores y decorosas—. A decir verdad, se podía sospechar de la alianza de Pel con la corrección y la decencia, pero Nadina parecía intentar compensarla. Miles tenía que admitir que la idea de la burbuja era mucho mejor que la de disfrazar sus peculiaridades físicas como ba, especialmente porque esas criaturas extrañas tenían siempre un aspecto muy saludable. Había bastantes hautmujeres en esa nave y una burbuja en un pasillo no llamaba la atención de nadie.

No es eso. Es que hasta ahora hemos tenido suerte.

Llegaron a una puerta sin indicaciones.

—Aquí es —anunció Nadina.

No había guardias que custodiaran la puerta: ésa era la pequeña habitación inexistente.

—¿Cómo entramos? —preguntó Miles—. ¿Llamamos a la puerta?

—Supongo —dijo Pel. Bajó la pantalla un segundo, llamó y volvió a subirla.

—¡Era una broma…! —exclamó Miles, horrorizado. Seguramente no había nadie ahí dentro… se había imaginado la Gran Llave guardada a solas en un compartimiento con cerradura codificada…

La puerta se abrió. Un hombre pálido, enfundado en la librea de Kety, con grandes ojeras oscuras bajo los ojos, apuntó a la burbuja con un aparato, leyó la firma electrónica y dijo:

—¿Sí, haut Vio?

—Traigo a la haut Nadina para que lo intente de nuevo —dijo Pel. Nadina hizo un gesto. No estaba de acuerdo.

—No creo que vayamos a necesitarla —objetó el hombre de librea—, pero puede usted hablar con el general. —Se colocó a un costado de la puerta para dejarlos pasar.

Miles, que había estado calculando cómo dormir al hombre con el aerosol de Pel, empezó a urdir nuevas estrategias. Había tres hombres en… sí, era un laboratorio de decodificación. Una gran cantidad de máquinas, conectadas con cables provisionales, ocupaban hasta la última superficie de la habitación. Había un técnico con aspecto aún más cansado, ataviado con el uniforme de fajina negro de Seguridad militar Cetagandana, sentado frente a una consola, con aire de haber permanecido en esa posición durante días y días. A su alrededor había un círculo de envases de bebida con cafeína y sobre una mesa cercana, un par de botellas de calmantes. Pero el que llamó la atención de Miles era el tercer hombre, que se inclinaba sobre el hombro del técnico.

No era el ghemgeneral Chillan, como había supuesto al principio. Era un hombre más joven, más alto, de rasgos severos y firmes, y llevaba el uniforme formal rojo sangre de Seguridad Imperial del Jardín Celestial. Sin rayas de cebra en la cara. Tenía la guerrera arrugada y abierta. No era el jefe de Seguridad —la mente de Miles revisó la lista que había memorizado hacía semanas en un trabajo muy equivocado de preparación para el viaje—, sí, sí, era el ghemgeneral Naru, tercero en la línea de mando. El contacto de Kety en Seguridad Imperial de Cetaganda. Aparentemente, estaba ahí para ayudar a romper los códigos que protegían la Gran Llave.

—De acuerdo —dijo el tec de cara agotada—, empecemos con la rama siete mil trescientos seis. Setecientos más y la tenemos, lo juro.

Pel jadeó con fuerza y señaló hacia adelante. Más allá de la consola, apiladas en un montón desordenado sobre la mesa, había ocho copias de la Gran Llave. O una Gran Llave y siete copias…

¿Estaría Kety tratando de cumplir con el sueño de la emperatriz Lisbet? Y entonces, ¿acaso las últimas dos semanas habían sido sólo un enorme malentendido? No… no. Tenía que ser otra trampa. Tal vez Kety planeaba enviar a los otros gobernadores a casa con copia y todo, o hacer que Seguridad Imperial tuviera que perseguir siete copias… y había muchas otras posibilidades… todas en la orden del día de Kety… sólo Kety.

Miles pensó que si disparaba el bloqueador empezarían a sonar todas las alarmas… No, eso tenía que reservarlo como último recurso. Mierda, si sus víctimas eran inteligentes —y Miles suponía que la inteligencia de los tres hombres que tenía adelante estaba más allá de toda duda—, saltarían sobre él para que disparara. Él lo hubiera hecho.

—¿Qué más esconde usted en su manga? —le susurró Miles a Pel.

—Nadina —Pel hizo un gesto hacia la mesa—, ¿cuál es la Gran Llave?

—No estoy segura —dijo Nadina, que miraba ansiosamente el montón de aparatos.

—Lo mejor será que nos las llevemos todas —pidió Miles con urgencia.

—Pero tal vez todas son falsas —objetó Pel—. Tenemos que averiguar cuál es la verdadera. Si no volvemos con la Gran Llave, nuestra misión habrá fracasado. —Buscó en la ropa y sacó un anillo conocido, un anillo con el dibujo de un ave chillando…

Miles se quedó sin aliento.

—¡Por Dios santo!, ¿cómo se le ha ocurrido traer eso? ¡Que no lo vea nadie! Después de dos semanas de tratar de reproducir lo que hace ese anillo, le aseguro que esos hombres están más que dispuestos a matarla por él.

El ghemgeneral Naru giró en redondo y se enfrentó a la burbuja blanca.

—Sí, Vio, ¿qué pasa ahora? —Tenía la voz llena de aburrimiento y de desprecio.

A Miles le pareció que Pel trataba de dominar un ataque de pánico. La vio ensayar la respuesta en la garganta, sin voz, y después, descartarla definitivamente.

—No vamos a poder mantener este asunto así por mucho tiempo —urgió Miles—. Propongo que ataquemos, tomemos lo que queremos y nos vayamos de aquí.

—¿Cómo? —preguntó Nadina.

Pel levantó la mano para pedir silencio en la discusión y trató de ganar algo de tiempo.

—Su tono de voz es inadmisible, señor.

Naru hizo una mueca.

—Volver a esa burbuja no le sienta bien, haut. Demasiado orgullo. Bueno, disfrútelo mientras pueda. Después de esto, vamos a sacar a todas las perras de sus fortalezas. Sus días de esconderse detrás de la ceguera y la estupidez del Emperador están contados. Se lo aseguro, haut Vio.

Bueno… Naru no había entrado en el complot por fidelidad a los planes de la emperatriz sobre el destino genético de los haut, eso era evidente. Miles comprendía que los privilegios tradicionales de las hautladies se hubieran convertido en una ofensa irritante y profunda para la decisión y la paranoia que debe tener un hombre de Seguridad. ¿Era ése el soborno que había ofrecido Kety a Naru por su cooperación? ¿La promesa de que el nuevo régimen abriría las puertas cerradas del Criadero Estrella y luces en cada rincón secreto de las hautmujeres? ¿La promesa de destruir la extraña base del poder de las haut para ponerlo todo en manos de los ghemgenerales, es decir, al lugar que le correspondía (según Naru)? ¿Era Kety quien estaba manipulando a Naru, o los dos ocupaban un puesto similar en el complot? Tenían el mismo grado de responsabilidad, decidió Miles. Naru es el hombre más peligroso de la habitación, tal vez de toda la nave. Puso el bloqueador en potencia baja. La esperanza de que de esta forma el arma no disparara las alarmas era muy remota pero…

—Pel —dijo con urgencia—, use la última dosis de droga contra el ghemgeneral Naru. Yo trataré de amenazar a los demás, de dominarlos sin disparar. Los atamos, cogemos las Llaves y nos vamos de aquí. No será elegante, pero al menos lo haremos con rapidez, y en este momento el tiempo es un factor crítico.

Pel asintió sin entusiasmo, recogió las manos y preparó el bulbo de aerosol . Nadina se aferró a la silla; Miles se preparó para saltar.

Pel bajó la pantalla de fuerza y echó el aerosol sobre la cara asustada de Naru. El general trató de no respirar y dio un paso atrás, y la nube de droga apenas lo rozó. Cuando el general soltó el aliento retenido, emitió un grito de advertencia.

Miles maldijo, saltó al suelo y disparó tres veces, una detrás de otra, con rapidez. Los dos técnicos cayeron al suelo; Naru casi consiguió esquivar el rayo pero la nube lo paralizó. Por el momento. Se derrumbó sobre la mesa como un jabalí que se hunde en un pantano, la voz reducida a un gruñido incomprensible.

Nadina corrió hacia la mesa de las Llaves, las puso sobre las túnicas y se las llevó a Pel. Pel tomó el anillo y probó:

—No… ésa no…

Miles dirigió una mirada a la puerta, que seguía cerrada y se mantendría así hasta que el lector recibiera a una palma autorizada. ¿Quién estaba autorizado? Kety… Naru, que ya estaba dentro… ¿algún otro? Pronto lo averiguaremos.

—No… —seguía diciendo Pel—. ¿Y si son todas falsas…? No…

—Claro que son todas falsas —comprendió de pronto Miles—. La verdadera tiene que estar… —Empezó a seguir los cables de la comuconsola del técnico en decodificación. Todos iban hacia una caja, escondida detrás del equipo y la caja tenía… otra Gran Llave. Pero ésa estaba en un rayo-luz de comunicaciones, que llevaba las señales de los códigos—. ¡Aquí! —Miles la arrancó del lugar y se la devolvió a Pel—. Tenemos la Llave, tenemos a Nadina, sabemos lo que necesitamos de Naru, lo tenemos todo. Larguémonos.

La puerta siseó al abrirse. Miles giró sobre sus talones y disparó.

Un hombre armado con un bloqueador y ataviado con la librea de Kety se tambaleó hacia delante. Gritos y golpes llegaron desde el corredor y una docena de hombres se apartó hacia un lado para no quedar en la línea de fuego.

—Sí —gritó Pel con alegría cuando se abrió la tapa de la Gran Llave. Ahí estaba: la habían encontrado.

—¡Ahora no! —aulló Miles—. Vuelva a la silla, Pel, y conecte la pantalla de fuerza.

Miles se agachó a bordo de la silla; la pantalla se cerró bruscamente a su alrededor. Una nube de fuego de bloqueador en masa atravesó el umbral. El fuego se extinguió con un crujido sobre la esfera brillante, sin daños: el único efecto fue un brillo mayor alrededor de la silla. Pero la haut Nadina estaba fuera. Gritó y se tambaleó, dolorida, al recibir el impacto de la nube del rayo. Los hombres pasaron por la puerta.

—¡Tienes la Llave, Pel! —gritó la haut Nadina—. ¡Vete!

Una sugerencia muy poco práctica: los hombres del gobernador Kety apresaron a Nadina y bloquearon la puerta, y el triunfador pasó por el umbral y lo cerró tras él con la palma.

—Bueno, bueno —dijo en tono muy lento, los ojos llenos de curiosidad frente a la carnicería que tenía delante—. Bueno. —Por lo menos podría tener la cortesía de maldecir y patear el suelo, pensó Miles con amargura, pero el gobernador parecía tener… un control absoluto de la situación—. ¿Qué tenemos aquí?

Un soldado de Kety se arrodilló junto al ghemgeneral Naru y lo ayudó a levantarse, sosteniéndolo por los hombros. Naru, que tuvo dificultades para sentarse, se pasó una mano temblorosa por la cara, que sin duda le dolía y le picaba —Miles lo sabía: había experimentado más de una vez la desagradable sensación del bloqueo— y ensayó una respuesta inteligible. En el segundo intento, consiguió articular unas palabras comprensibles:

—Consortes Pel y Nadina. Y el… barray… ¡Le dije a usted que esas burbujas eran un peligro…! —Volvió a caer en los brazos del soldado—. Pero no im… Los tenemos a todos…

—Cuando ese cerdo se someta a juicio por traición —dijo la haut Pel con odio profundo—, pienso pedirle al Emperador que le saque los ojos antes de ejecutarlo.

Miles se preguntó de nuevo por la secuencia de hechos de la noche anterior: ¿cómo habrían conseguido el gobernador y el ghemgeneral sacar a la haut Nadina de la burbuja?

—Creo que se está adelantando, milady —suspiró.

Kety caminó alrededor de la burbuja de la haut Pel, estudiándola. Tenía que romper ese huevo: un lindo rompecabezas para el gobernador. ¿O no? Ya lo había hecho una vez.

Escapar era imposible: los movimientos de la burbuja estaban físicamente bloqueados. Kety podía sitiarlos, hacerlos morir de hambre si no le importaba esperar… pero no. Lo cierto era que Kety no podía esperar. Miles sonrió con amargura y le dijo a Pel:

—Esta silla tiene comunicación con el exterior, ¿verdad? Lamento decirlo, pero es hora de pedir ayuda.

Por Dios, casi lo habían conseguido, casi habían acabado con el problema sin que nadie se enterara, sin dejar pistas. Pero ahora que habían identificado a Kety y a Naru, el apoyo interno del gobernador estaba neutralizado. Seguridad Imperial no constituía un peligro para las haut. Los cetagandanos tendrían que terminar el asunto ellos mismos. Si es que consigo ponerme en contacto con ellos…

El gobernador Kety hizo un gesto para que los hombres que sostenían a Nadina la arrastraran hacia lo que consideraba la parte delantera de la burbuja. Estaba unos cuarenta grados desplazado pero… Pidió el vibracuchillo a uno de los guardias, se acercó a Nadina y le levantó el cabello plateado. Ella aulló de terror, pero se relajó de nuevo cuando él se limitó a ponerle el cuchillo en el cuello con mucha suavidad.

—Baje usted la pantalla de fuerza, Pel, y ríndase. Inmediatamente. No me obligue a recitar amenazas sangrientas.

—Mierda —gruñó Miles, angustiado—. Nos tiene. A nosotros, al anillo, a la Gran Llave… —La Gran Llave. Estaba llena de… información codificada. Información cuyo valor surgía del hecho de que era única y secreta. En cualquier otro lugar del universo, la gente caminaba vadeando ríos de información, la información les llegaba hasta las orejas: una masa enorme de datos, señales y ruido… fácil de transmitir y reproducir. Si nadie se lo impedía, la información se multiplicaba como una colonia de bacterias siempre que hubiera dinero o poder detrás de ella y, finalmente, se ahogaba en su propia duplicación y el aburrimiento de los receptores humanos.

—La silla flotante, el comu… es equipo del Criadero Estrella. ¿Se puede usar para transmitir la información de la Gran Llave?

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