Chamán (79 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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Alex asintió con expresión sombría.

—Durante dos años. ¡Me puse furioso conmigo mismo cuando me capturaron en Kentucky! Nos metieron en un sitio vallado del que incluso un bebé podría haber escapado. Esperé la oportunidad y me largué. Estuve en libertad durante tres días, robando comida de los huertos, sobreviviendo de esa forma. Y un día me detuve en una granja y pedí algo de comer. Una mujer me dio un desayuno, y yo le di las gracias como un caballero, sin hacer ningún movimiento incorrecto. ¡Probablemente ése fue mi error! Media hora más tarde oí que me perseguían con una jauría. Me metí en un campo de maíz gigantesco. Los tallos eran verdes y altos y estaban plantados muy cerca unos de otros, de modo que no podía pasar entre las hileras. Tenía que cortarlos a medida que avanzaba, y después pareció que por allí había pasado un oso. Estuve en ese campo de maíz la mayor parte de la mañana, huyendo de los perros. Empecé a pensar que jamás podría salir. Por fin salí en el otro extremo, y allí estaban esos dos soldados yanquis, apuntándome con sus armas y sonriendo burlonamente.

Esa vez los federales me enviaron a Point Lookout. ¡Fue el peor campo de prisioneros! Comida mala, cuando te la daban; agua sucia, y podían agujerearte a balazos si te veían a cuatro pasos de la valla. No puedes imaginarte lo que me alegré cuando me sacaron de allí. Pero algo tenía que suceder, y tuvimos ese accidente con el tren. -Sacudió la cabeza-. Sólo recuerdo un fuerte ruido chirriante, y el dolor en el pie. Estuve inconsciente durante un rato, y cuando me desperté ya me habían cortado el pie y me encontraba en otro tren en dirección a Elmira.

—¿Cómo cavaste un túnel después de que te amputaran el pie?

Alex sonrió.

—Fue fácil. Me enteré de que había un grupo que estaba cavando.

En aquellas fechas me encontraba bastante bien, así que me turné con ellos en la tarea. Cavamos unos sesenta metros, hasta llegar debajo del muro. Mi muñón no estaba curado, y en el túnel me lo ensucié. Tal vez por eso tuve problemas. No pude irme con ellos, por supuesto, pero diez hombres lograron escapar y no me enteré de que los hubieran cogido. Me dormía contento, pensando en esos diez hombres.

Chamán lanzó un suspiro.

—Bigger -dijo-, papá ha muerto.

Alex guardó silencio durante un rato, y luego asintió.

—Me lo imaginé cuando vi que tenias su maletín. Si hubiera estado vivo y sano, habría venido él mismo a buscarme, no te habría enviado a ti.

Chamán sonrió.

—Si, es verdad.

Le contó a su hermano lo que le había ocurrido a Rob J. antes de morir. Mientras lo escuchaba, Alex empezó a sollozar y cogió la mano de su hermano. Cuando Chamán concluyó su relato, ambos guardaron silencio y siguieron cogidos de la mano. Por fin Alex se quedó dormido, y Chamán permaneció sentado a su lado sin soltarlo.

Nevó hasta bien entrada la tarde. Cuando finalmente oscureció, Chamán se asomó a las ventanas de ambos lados de la casa. La luz de la luna se reflejaba sobre la nieve intacta, sin huellas. A esas alturas ya había elaborado una explicación. Pensó que ese militar gordo había ido a buscarlo porque alguien necesitaba un médico. Tal vez el paciente había muerto o se había recuperado, o tal vez el hombre había encontrado a otro médico y ya no lo necesitaba.

Era una explicación plausible, y se tranquilizó.

A la hora de cenar le dio a Alex un plato de caldo sustancioso, con una galleta. Su hermano durmió a ratos. Chamán había pensado que esa noche dormiría en la cama de la otra habitación, pero acabó dormitando en la silla, junto a la cama de Alex.

A las tres menos cuarto de la madrugada -según pudo comprobar Chamán en el reloj que tenía en la mesilla de noche, junto al arma Alex lo despertó: tenía la mirada extraviada, y había empezado a levantarse de la cama.

—Alguien está rompiendo una ventana en la planta baja.

Alex movió los labios formando las palabras, pero sin emitir sonido alguno.

Chamán se enderezó y cogió el arma, sujetándola con la mano izquierda; le resultó un instrumento desconocido.

Esperó, con la vista fija en el rostro de Alex.

¿Sería la imaginación de Alex? ¿Lo habría soñado, tal vez? La puerta del dormitorio estaba cerrada. ¿Quizás había oído el hielo que se rompía?

Pero Chamán se quedó quieto. Todo su cuerpo se convirtió en su mano apoyada en la caja del piano, y pudo sentir los pasos cautelosos.

—Está dentro -musitó.

Empezó a sentir el olor, como si se tratara de las notas en una escala ascendente.

—Está subiendo la escalera. Voy a apagar la lámpara.

Alex asintió.

Ellos conocían la disposición del dormitorio, y el intruso no, lo cual representaba una ventaja en la oscuridad. Pero Chamán estaba desesperado, porque sin luz no podría leer el movimiento de los labios de Alex.

Cogió la mano de su hermano y la puso sobre su pierna.

—Cuando oigas que entra en la habitación, aprieta -le dijo, y Alex asintió.

La única bota de Alex estaba en el suelo. Chamán se pasó el arma a la mano derecha, se agachó, recogió la bota y finalmente apagó la lámpara.

Pareció una eternidad. No podían hacer otra cosa que esperar en la oscuridad, petrificados.

Finalmente, las grietas de la puerta del dormitorio pasaron del amarillo al negro. El intruso había cogido la lámpara del pasillo y la había apagado para que su silueta no apareciera en el hueco de la entrada.

Encerrado en su conocido mundo de silencio absoluto, Chamán percibió el momento en que el hombre abría la puerta al notar el aire helado que entraba por la ventana abierta de la planta baja.

Y Alex le apretó la pierna.

Arrojó la bota al otro lado de la habitación, a la pared opuesta.

Vio los dos resplandores amarillos, uno tras otro, e intentó apuntar el pesado Colt a la derecha de los estallidos. Cuando apretó el gatillo, el revólver se sacudió salvajemente en su mano, y lo cogió con las dos mientras apretaba el gatillo una y otra vez, sintiendo las explosiones, parpadeando con cada una de ellas, percibiendo el aliento del diablo. Cuando se terminaron las balas, Chamán se sintió más desnudo y vulnerable que nunca, y se quedó quieto, esperando la respuesta.

—¿Te encuentras bien, Bigger? -preguntó por fin como un tonto, sabiendo que no podría oir a su hermano.

Buscó a tientas las cerillas y logró encender la lámpara con mano temblorosa.

—¿Te encuentras bien? -volvió a preguntarle a Alex, pero éste señalaba al hombre que estaba en el suelo.

Chamán era muy mal tirador. Si el hombre hubiera podido les habría disparado a ambos, pero no podía. Chamán se acercó a él como si fuera un oso cazado cuya muerte aún no es segura. Su mala puntería era evidente, porque había agujeros en la pared, y el suelo estaba astillado. Los disparos del intruso no habían tocado siquiera la bota, pero habían destrozado el cajón superior del tocador de arce de la señora Clay. El hombre había quedado tendido de costado, como si estuviera durmiendo; era un militar gordo, de barba negra, y su rostro sin vida conservaba un gesto de sorpresa. Uno de los disparos había alcanzado su pierna izquierda, exactamente en el punto en que Chamán había cortado la pierna a Alex. Otro le había dado en el pecho, directamente en el corazón. Cuando Chamán le palpó la artería carótida, notó que tenía la piel tibia, pero ya no había pulso.

A Alex no le quedaban fuerzas, y se derrumbó. Chamán se sentó en la cama y cogió a su hermano entre sus brazos, meciéndolo como si fuera un niño tembloroso.

Alex tenía la seguridad de que si se descubría esa muerte, él tendría que volver a la prisión. Quería que Chamán se llevara aquel hombre al bosque y lo quemara, como había quemado su pierna.

Chamán lo consoló y le dio unas palmaditas en la espalda, al tiempo que pensaba serenamente.

—Soy yo quien lo ha matado, no tú. Si alguien tiene problemas, no serás tú. Pero alguien notará la ausencia de este hombre. El tendero sabe que iba a venir aquí, y tal vez lo saben otros. La habitación está estropeada y hace falta un carpintero, que hablaría del asunto. Si oculto o destruyo su cadáver, es posible que me cuelguen. No tocaremos el cadáver.

Alex se serenó. Chamán se quedó a su lado y hablaron hasta que la luz gris de la mañana entró en la habitación y pudieron apagar la lámpara. Llevó a su hermano a la sala de abajo, lo acostó en el sofá y lo abrigó con unas mantas. Llenó la estufa de leña, volvió a cargar el Colt y lo puso en una silla, cerca de Alex.

—Volveré con alguien del ejército. Por Dios, no le dispares a nadie sin asegurarte de que no somos nosotros. -Miró a su hermano a los ojos-. Van a interrogarnos una y otra vez, juntos y separados. Es importante que digas absolutamente toda la verdad de lo ocurrido. De esa forma no podrán desvirtuar lo que digamos. ¿Comprendido?

Alex asintió, y Chamán le dio unas palmaditas en la mejilla y salió de la casa.

La nieve le llegaba a las rodillas, y no cogió el carro. En el establo había un ronzal; se lo colocó al caballo y montó a pelo. más allá de la tienda de Barnard, le resultó más difícil avanzar sobre el suelo cubierto de nieve, pero después de cruzar el limite de Elmira vio que la nieve había sido aplastada por rodillos, y le resultó más fácil seguir.

Se sentía entumecido, pero no por el frío. había perdido pacientes que consideraba que tendría que haber salvado, y eso siempre lo inquietaba. Pero jamás había matado a un ser humano. Llegó temprano a la oficina de telégrafos y tuvo que esperar hasta las siete a que abrieran.

Entonces le envió un telegrama a Nick Holden.

He matado militar en defensa propia. Por favor, envíe a autoridades civiles y militares de Elmira su respaldo inmediato con respecto a mi reputación y a la de Alex Bledsoe Cole. Agradecido, Robert J. Cole.

Fue directamente a la oficina del sheriff del distrito de Steuben y de nunció un homicidio.

68

Luchando en la telaraña

En pocas horas, la casa de la señora Clay quedó atestada. El sheriff, un hombre achaparrado, de pelo gris, llamado Jesse Moore, padecía de dispepsia matinal y fruncía el ceño de vez en cuando y eructaba a menudo. Iba acompañado por dos ayudantes, y su comunicación al ejército había dado como resultado la presencia inmediata de cinco milita res: un teniente, dos sargentos y un par de soldados. Al cabo de media hora llegó el comandante Oliver P. Poole, un oficial de piel atezada que llevaba gafas y un fino bigote negro. Todos se pusieron a sus órdenes: evidentemente era el que estaba a cargo del caso.

Al principio los militares y los civiles pasaron un rato observando el cadáver, entrando y saliendo de la casa, pisando torpemente la escalera con sus pesadas botas, y conversando en voz baja. Dejaron escapar todo el calor que había en la casa y las huellas de nieve y hielo, y destrozaron el suelo de madera encerada de la señora Clay.

El sheriff y sus hombres estaban alerta, los militares permanecían muy serios, y el comandante se mostró fríamente cortés.

Arriba, en la habitación, el comandante Poole examinó los orificios que habían quedado en la pared y en el suelo, en el cajón del tocador y en el cadáver del militar.

—¿No puede identificarlo, doctor Cole?

—Nunca lo había visto.

—¿Supone que le quiso robar?

—No tengo la menor idea. Lo único que sé es que yo tiré esa bota contra la pared en la habitación a oscuras, y que él disparó al oir el ruido, y yo le disparé a él.

—¿Ha mirado dentro de sus bolsillos?

—No, señor.

El comandante se dispuso a hacerlo, y colocó el contenido de los bolsillos del militar sobre una manta, al pie de la cama. No había gran cosa: una lata de rapé Clock-Time, un pañuelo arrugado y lleno de mocos, diecisiete dólares y treinta y ocho centavos, y un permiso del ejército que Poole leyó y luego le pasó a Chamán.

—¿Este nombre significa algo para usted?

El permiso estaba extendido a nombre del sargento mayor Henry Bowman Korff, cuartel general, Unidad de Intendencia del este del Ejército de Estados Unidos, Elizabeth, Nueva Jersey.

Chamán lo leyó y sacudió la cabeza.

—Jamás había visto ni oído ese nombre -dijo con toda sinceridad.

Pero unos minutos más tarde, mientras empezaba a bajar la escalera se dio cuenta de que ese nombre producía ecos inquietantes en su mente. A mitad de la escalera supo por que.

Nunca más tendría que volver a hacer especulaciones, como había hecho su padre hasta morir, sobre el paradero del tercer hombre que había desaparecido de Holden's Crossing la mañana en que Makwa ikwa fue violada y asesinada. Ya no tendría que buscar a un hombre gordo llamado “Hank Cough”. Hank Cough lo había encontrado a él.

Al poco rato llegó el forense, que declaró al difunto legalmente muerto. Saludó a Chamán con frialdad. Todos los hombres que se encontraban en la casa mostraban un antagonismo abierto o reservado, y Chamán comprendió por qué. Alex era enemigo de ellos; había luchado contra ellos, probablemente había matado soldados del Norte, y hasta hacia muy poco había sido su prisionero de guerra. Y ahora el hermano de Alex había matado a un soldado de la Unión que vestía uniforme.

Chamán se sintió aliviado cuando cargaron el pesado cadáver en una camilla y lo bajaron trabajosamente por la escalera y lo sacaron de la casa.

Fue entonces cuando comenzó el interrogatorio más serio. El comandante se instaló en el dormitorio en el que había tenido lugar el tiroteo. Cerca de él, en otra silla de la cocina, se sentó uno de los sargentos y tomó notas del interrogatorio. Chamán se sentó en el borde de la cama.

El comandante le preguntó por sus afiliaciones, y Chamán le dijo que las dos únicas organizaciones a las que se había unido alguna vez eran la Asociación para la Abolición de la Esclavitud, mientras estudiaba en el Knox College, y la Asociación de Médicos del Distrito de Rock Island.

—¿Simpatiza usted con los confederados doctor Cole?

—No.

—¿No siente alguna simpatía por los sudistas?

—No estoy a favor de la esclavitud. Deseo que la guerra termine sin que haya más sufrimiento, pero no soy partidario de la causa del Sur.

—¿Por qué vino a esta casa el sargento mayor Korff?

—No tengo ni idea.

Casi al instante había decidido no mencionar el antiguo asesinato de una india en Illinois ni el hecho de que tres hombres y una organización política secreta habían estado implicados en su violación y muerte. Todo era demasiado remoto, demasiado secreto. Consideró que revelarlo habría sido lo mismo que provocar la incredulidad de ese desagradable oficial del ejército, y un sinfín de problemas.

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