Chamán (83 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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—¿Qué más sabes?

—Sé que estás metido en todo este asunto. Hasta el cuello.

Otra vez el movimiento casi imperceptible de la cabeza.

—Yo no la maté. Yo…

Alden sufrió un prolongado y terrible ataque de tos, y Chamán le acercó una palangana y lo incorporó para que escupiera una gran cantidad de mucosidad gris, con manchas rosadas. Cuando dejó de toser, estaba pálido y agotado, y cerró los ojos.

—Alden, ¿por qué le dijiste a Korff adónde me dirigía?

—Tú no ibas a detenerte. Dejaste alterados a los de Chicago. Korff me envió a alguien el día después de tu partida. Les dije a dónde ibas. Pensé que hablaría contigo, y que te asustaría. Como me asustó a mi. Estaba agitado. Chamán tenía infinidad de preguntas que hacerle pero sabía lo enfermo que estaba Alden. Se debatió entre la ira y el juramento que había pronunciado. Finalmente se tragó las palabras y contempló a Alden, que tenía los ojos cerrados y de vez en cuando escupía un poco de sangre o se crispaba con el temblor.

Casi media hora más tarde, Alden empezó a hablar por su propia cuenta.

—Yo dirigía el Partido Americano aquí… Esa mañana ayudé a Grueber… en la matanza. Me marché temprano para encontrarme con ellos tres. En el bosque. Cuando llegué, ellos ya… tenían a la mujer. Ella estaba allí tendida. Los oyó hablar conmigo. Empecé a gritar. Dije:

¿cómo voy a quedarme aquí ahora? Les dije que ellos se irían, pero que la india me metería en un tremendo apuro. Korff no pronunció una palabra. Sólo cogió el cuchillo, y la mató.

Chamán no pudo preguntarle nada. Sentía que temblaba de ira.

Quiso gritar, como un niño.

—Simplemente me advirtieron que no hablara, y se marcharon. Me fui a casa y metí algunas cosas en una caja. Me imaginaba que tendría que huir…, no sabía adónde. Pero nadie me prestó atención, ni siquiera me hicieron preguntas cuando la encontraron.

—¡Incluso ayudaste a enterrarla, miserable! -rugió Chamán.

No pudo evitarlo. Tal vez fue su tono de voz más que sus palabras lo que Alden captó. El anciano cerró los ojos y empezó a toser. Esta vez la tos no cedía.

Chamán fue a buscar quinina y un poco de infusión, pero cuando intentó dársela a Alden, éste se atragantó y desparramó todo el líquido, y quedó tan mojado que hubo que cambiarle la camisa de dormir.

Varias horas más tarde, Chamán se sentó y se puso a recordar al jornalero tal como había sido a lo largo de su vida: el artesano que fabricaba cañas de pescar y patines de cuchillas, el experto que les había enseñado a cazar y a pescar. El borracho irascible.

El mentiroso. El hombre que había sido cómplice de una violación y asesinato.

Se levantó y sostuvo la lámpara sobre la cara de Alden.

—Alden. Escúchame. ¿Qué clase de cuchillo utilizó Korff para apuñalarla? ¿Cuál fue el arma, Alden?

Pero el anciano tenía los ojos cerrados. Alden Kimball no dio muestra de haber oído la voz de Chamán.

Hacia el amanecer, cada vez que tocaba a Alden notaba que tenía mucha fiebre. El anciano estaba inconsciente. Al toser escupía una mucosidad espantosa y cada vez más roja. Chamán cogió la muñeca de Alden con los dedos y notó que el pulso era acelerado: ciento ocho pulsaciones por minuto.

Desvistió a Alden y cuando lo estaba limpiando con una esponja empapada en alcohol levantó la vista y se dio cuenta de que ya era de día.

Alex se había asomado a la puerta.

—¡Dios! Tiene un aspecto espantoso. ¿Siente algún dolor?

—Creo que ya no siente nada.

Le resultó difícil contárselo a Alex -y a éste más difícil aún escucharlo-, pero Chamán no omitió ningún detalle.

Alex había trabajado mucho tiempo con Alden, había compartido con él el cruel y duro trabajo de la granja, había recibido sus indicaciones sobre cómo hacer infinidad de tareas sencillas, había buscado en aquel hombre la estabilidad en la época en que sentía que era un bastardo huérfano, y se había rebelado contra la autoridad paterna de Rob J.

Chamán sabía que Alex adoraba al anciano.

—¿Vas a informar a las autoridades? -preguntó Alex, aparentemente sereno.

Sólo su hermano sabía hasta qué punto estaba perturbado.

—No tiene sentido. Tiene neumonía y la enfermedad avanza rápidamente.

—¿Se está muriendo?

Chamán asintió.

—Me alegro por él -concluyó Alex.

Se sentaron a analizar las posibilidades de notificar a sus deudos. Ninguno de los dos conocía el paradero de la esposa y los hijos mormones que el jornalero había abandonado antes de ir a trabajar con Rob J. Cole.

Chamán le pidió a Alex que registrara la cabaña del anciano, y Alex salió. Al regresar, sacudió la cabeza.

—Tres botellas de whisky, dos cañas de pescar, un rifle. Herramientas. Unos arreos que estaba reparando. Ropa sucia. Y esto. -Le extendió a su hermano una hoja de papel-. Una lista de nombres. Creo que deben de ser los miembros del Partido Americano de esta población.

Chamán no la cogió.

—Será mejor que la quemes.

—¿Estás seguro?

Asintió.

—Voy a pasar aquí el resto de mi vida, cuidando a esa gente. Cuando vaya a su casa como médico, no quiero saber cual de ellos pertenece a los Ignorantes-dijo.

Alex comprendió a su hermano y se llevó el papel.

Chamán envió a Billy Edwards al convento con los nombres de varios pacientes a los que había que visitar en su domicilio, pidiéndole a la madre Miriam Ferocia que lo sustituyera en las visitas. Estaba dormido cuando Alden murió, a media mañana. Cuando se despertó, Alex ya había cerrado los ojos al anciano, y lo había lavado y vestido con ropas limpias.

Cuando les comunicaron la noticia a Doug y a Billy, éstos se quedaron junto a la cama durante unos minutos, y luego fueron al granero y se pusieron a preparar el ataúd.

—No quiero tenerlo enterrado aquí, en la granja -anunció Chamán.

Alex guardó silencio unos minutos, pero finalmente asintió.

—Podemos llevarlo a Nauvoo. Creo que aún tiene amigos entre los mormones de allí -sugirió.

El ataúd fue trasladado a Rock Island en el carretón, y colocado en la cubierta de una chalana. Los hermanos Cole se sentaron cerca, sobre un embalaje de rejas de arado. Aquel día, mientras un tren empezaba a transportar el cadáver de Abraham Lincoln en un largo viaje hacia el Oeste, el cuerpo del jornalero flotaba sobre una chalana, Mississippi abajo.

En Nauvoo, el ataúd fue descargado en cuanto el barco tocó tierra, y Alex esperó junto a él mientras Chamán entraba en un depósito de mercancías y le explicaba su misión a un empleado llamado Perley Robinson.

—¿Alden Kimball? No lo conozco. Para enterrarlo aquí tendrá que tener permiso de la señora Bidamon. Aguarde un momento. Iré a preguntárselo.

Regresó un instante después.

La viuda del profeta Joseph Smith le había dicho que conocía a Alden Kimball, que era un mormón, antiguo habitante de Nauvoo, y que podía ser enterrado en el cementerio.

El pequeño camposanto estaba en el interior. El río quedaba fuera del alcance de la vista, pero había árboles, y alguien que sabia manejar la guadaña mantenía la hierba cortada. Dos jóvenes robustos cavaron la tumba, y Perley Robinson, que era un anciano, leyó un interminable fragmento del Libro del morrón, mientras las sombras del atardecer se alargaban.

Después Chamán arregló cuentas. Los costes del funeral ascendían a siete dólares, incluidos los cuatro dólares y medio del terreno.

—Por otros veinte dólares me ocuparé de que tenga una bonita lápida -sugirió Robinson.

—De acuerdo -se apresuró a decir Alex.

—¿En que año nació?

Alex sacudió la cabeza -No lo sabemos. Que simplemente graben: Alden Kimball, muerto en 1865.

—Le diré lo que haremos. Debajo de eso puedo decirles que graben:

“Santo”.

Pero Chamán lo miró y sacudió la cabeza.

—Sólo el nombre y la fecha -indicó.

Perley Robinson dijo que enseguida pasaría un barco. Izó la bandera roja para que el barco se detuviera, y pronto ambos estuvieron instalados en las sillas de la cubierta de babor, contemplando el sol que se hundía en dirección a Iowa, en un cielo ensangrentado.

—¿Qué lo llevaría a unirse a los Ignorantes? -preguntó Chamán finalmente.

Alex dijo que a él no le sorprendía.

—Siempre supo odiar. Estaba amargado por un montón de cosas.

A mi me contó muchas veces que su padre había nacido en Norteamérica, que había muerto en Vermont siendo un jornalero y que él también iba a morir siendo jornalero. Solía sentirse molesto cuando veía que los extranjeros eran dueños de granjas.

—¿Quién se lo impidió a él? Papá le habría ayudado a tener su propia casa.

—Era algo que estaba en su interior. Durante todos estos años, nosotros teníamos de él mejor opinión que él mismo -reflexionó Alex-. No me extraña que bebiera. Imagina la carga con la que vivía el pobre cabrón.

aaa Chamán sacudió la cabeza.

—Cuando piense en él, lo recordaré riéndose secretamente de papá. Y diciéndole a un hombre, que él sabía que era un asesino, dónde podía encontrarme.

—Eso no te impidió seguir cuidándolo, incluso después de enterarte de todo -observó Alex.

—Si, bueno -dijo Chamán amargamente-, la verdad es que por segunda vez en mi vida quise matar a alguien.

—Pero no lo hiciste. En lugar de eso, intentaste salvarlo -puntualizó Alex. Miró a Chamán con expresión grave-. En el campo de Elmira yo me ocupaba de los hombres de mi tienda. Cuando estaban enfermos, intentaba pensar en lo que habría hecho papá, y entonces lo hacía por ellos. Me ayudaba a sentirme feliz.

Chamán asintió.

—¿Crees que podría llegar a ser médico?

La pregunta sorprendió a Chamán. Hizo una larga pausa antes de contestar.

—Creo que si, Alex.

—No soy tan buen estudiante como tú.

—Eres más brillante de lo que jamás estuviste dispuesto a admitir.

Cuando íbamos a la escuela no te molestabas estudiando. Pero si ahora trabajaras mucho creo que podrías conseguirlo. Podrías hacer tu aprendizaie COnmigo.

—Me gustaría trabajar contigo el tiempo que me lleve prepararme en química y en anatomía, y lo que tú consideres necesario. Pero preferiría ir a una facultad de medicina, como hicisteis tú y papá. Me gustaría ir al Este. Tal vez a estudiar con el doctor Holmes, el amigo de papá.

—Lo tenias todo planeado. Llevas mucho tiempo pensando en esto, ¿verdad?

—Si. Y nunca había estado tan asustado -comentó Alex, y ambos sonrieron por primera vez en muchos días.

71

Regalos de la familia

En el camino de regreso de Nauvoo se detuvieron en Davenport y encontraron a su madre sentada en medio de cajas y embalajes sin abrir, en la pequeña rectoría de ladrillos que se encontraba cerca de la iglesia baptista. Lucian ya había salido a hacer sus visitas pastorales. Chamán vio que Sarah tenía los ojos enrojecidos.

—¿Ocurre algo, mamá?

—No. Lucian es un hombre muy bueno y nos adoramos. Y es aquí donde quiero estar, pero… es un cambio muy grande. Todo es nuevo y me asusta, y yo soy una tonta.

Pero se sentía feliz de ver a sus hijos.

Volvió a llorar cuando le contaron lo de Alden. Parecía que no podría parar.

—Lloro por Alden y también porque me siento culpable -dijo cuando intentaron consolarla-. Nunca me cayó bien Makwa-ikwa, y no fui amable con ella. Pero…

—Creo que sé cómo animarte -intervino Alex.

Empezó a abrir las cajas, y Chamán lo ayudó.

Al cabo de unos minutos, Sarah se unió a ellos en la tarea.

—¡Ni siquiera sabéis dónde guardaré las cosas!

Mientras abrían cajas, Alex le habló de su decisión de estudiar medicina, y Sarah respondió con admiración y placer.

—Eso habría hecho muy feliz a Rob J.

Les enseñó la pequeña casa. El escaso mobiliario estaba un poco estropeado.

—Le pediré a Lucian que lleve algunos muebles al granero y traeremos algunas cosas mías de Holden's Crossing.

Preparó café y lo sirvió con tarta de manzana que le había llevado una de “sus” señoras de la iglesia. Mientras la comían, Chamán garabateó algunos números en el dorso de una factura vieja.

—¿Qué estás haciendo? -le preguntó Sarah.

—Tengo una idea. -Los miró, sin saber cómo empezar, y simplemente planteó la pregunta-: ¿Qué os parecería donar veinte acres de nuestras tierras al nuevo hospital?

Alex estaba a punto de dar un bocado de tarta, y detuvo el tenedor a mitad de camino y dijo algo. Chamán le bajó el tenedor con la mano, para poder ver los labios de su hermano.

—¿Una dieciseisava parte de toda la granja? -preguntó Alex incrédulo.

—Según mis cálculos, si donáramos esa tierra el hospital podría tener treinta camas en lugar de veinticinco.

—Pero Chamán…, ¿veinte acres?

—Hemos reducido el rebaño. Y quedaría un montón de tierra para la granja, incluso si alguna vez quisiéramos volver a tener más animales.

Su madre frunció el ceño.

—Tendrías que tener cuidado de no instalar el hospital demasiado cerca de la casa.

Chamán lanzó un suspiro.

—La casa está en los veinte acres que le daríamos al hospital. Podría tener su propio muelle en el rio, y un derecho de paso por el camino.

Ellos se limitaron a mirarlo.

—Tú ahora vas a vivir aquí -le dijo a su madre-. Yo voy a construir una casa nueva para Rachel y los niños. Y tú estarás fuera durante años -le dijo a Alex-, estudiando y preparándote. Yo convertiría nuestra casa en una clínica, un sitio al que los pacientes que no estén tan enfermos como para ser hospitalizados puedan acudir a consultar a un médico. Allí tendríamos salas suplementarias para hacer reconocimientos, y otras salas de espera. Tal vez el despacho del hospital, y una farmacia. Podríamos llamarla Robert Judson Cole Memorial Clinic.

—Oh, eso me gusta -dijo su madre, y cuando Chamán la miró a los ojos supo que la había convencido.

Alex asintió.

—¿Estás seguro?

—Si -le aseguró Alex.

Era tarde cuando abandonaron la rectoría y cogieron el transbordador que los llevó a la otra orilla del Mississippi. Había caído la noche cuando recogieron el caballo y el carretón del establo de Rock Island, pero conocían a la perfección el camino, y regresaron a casa en medio de la oscuridad. Cuando llegaron a Holden's Crossing, ya no era hora de hacer ninguna visita al convento de San Francisco de Asís.

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