Ciudad Zombie (10 page)

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Authors: David Moody

Tags: #Terror

BOOK: Ciudad Zombie
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—Lo sé —contestó Jack; de repente tuvo la sensación de encontrarse en un zoo, donde los cadáveres lo estaban mirando—, lo hemos descubierto esta mañana.

—Sólo Dios sabe lo que está pasando, pero si hoy pueden oírnos y vernos, ¿qué serán capaces de hacer mañana? Por eso hemos salido a buscar suministros. Vamos a bajar las persianas durante un rato. Menos mal que os encontramos cuando lo hicimos.

Clare se sintió aliviada cuando empezaron a recorrer otro pasillo más oscuro y sin ventanas, que les alejaba de la mirada de los muertos. Al final del pasillo se encontraba la entrada a una gran sala de reuniones. Los ojos se le abrieron cuando entraron y vio que había personas diseminadas por todos los rincones del salón: personas vivas y que respiraban, no cascarones vacíos como esas malditas cosas del exterior. La sala estaba en silencio. El único ruido procedía de una pareja de niños muy pequeños que jugaban juntos en el rincón más alejado, alegremente ignorantes del dolor y el miedo que estaba carcomiendo a todos los demás.

Nadie pareció interesado en su llegada. La mayoría de los supervivientes estaban sentados en silencio y miraban al vacío. Un hombre estaba tendido de lado en el suelo, cubierto por una sábana gris muy fina y se mecía sin descanso. Tenía los ojos oscuros abiertos como platos. Clare pensó que parecía demasiado asustado para cerrarlos.

Después de cruzar la sala en diagonal, salieron por una puerta de emergencia abierta y atravesaron un pequeño patio de cemento. En el exterior había unas cuantas personas. Una anciana sentada en un banco de madera, envuelta en un abrigo muy grueso, hizo un gesto y lanzó una media sonrisa a Clare mientras seguía a los demás.

—Estas son las habitaciones que estamos utilizando —explicó Bernard cuando entraron en la otra parte del edificio.

Parecía y olía mucho más nuevo que el resto del edificio. Subieron otro corto y empinado tramo de escalera y siguieron después por un pasillo largo y estrecho con una serie de habitaciones pequeñas a cada lado.

—Los que nos encontramos aquí el primer día limpiamos todo el lugar —prosiguió Bernard, quedándose de nuevo un poco sin aliento—. Aquí no vais a encontrar cuerpos. Afortunadamente, no había empezado el trimestre, de manera que no había demasiada gente por aquí, sólo unos cuantos estudiantes supervisores que habían regresado pronto.

Aún al frente del grupo, Keith Peterson se detuvo de repente. Se dio la vuelta para mirar a Clare y Jack y, por primera vez, habló.

—La mayoría de nosotros estamos en esta planta —murmuró, con voz plana y monótona—, así que buscad una habitación vacía. Os sugiero que os quedéis a este lado del edificio —recomendó, señalando con la cabeza hacia la izquierda.

Jack asintió agradecido mientras el hombre delgado y apagado seguía adelante y desaparecía en una habitación en el extremo más alejado del pasillo. Bernard contempló cómo se alejaba antes de hablar de nuevo.

—Instalaros —sugirió—. Yo vuelvo a la sala. Id allí cuando estéis preparados y os conseguiremos algo de comer, si tenéis hambre.

—Realmente estamos muy agradecidos —replicó Jack; la voz se le llenó de repente de una emoción evidente, pero aun así completamente inesperada—. Estaba empezando a pensar que no íbamos a encontrar a nadie...

Bernard sonrió y le puso una mano tranquilizadora sobre el hombro.

—Eso no es un problema. Sé exactamente cómo te sientes —suspiró—, igual que todos y cada uno de los pobres cabrones que han sido lo suficientemente desafortunados como para quedar aquí atrapados con nosotros.

El profesor se detuvo durante un momento y reflexionó concentrado, como si fuera a decir algo de gran importancia. Pero las palabras no llegaban y en su lugar se dio la vuelta y empezó a recorrer el pasillo en dirección contraria, cansado y con ganas de descansar.

—Gracias, Jack —dijo Clare—. No sé lo que hubiera hecho si no nos...

Sus palabras se vieron truncadas de repente por un repentino chillido de dolor que procedía de algún lugar del edificio. Parecía que venía del piso de arriba.

—Maldita sea —maldijo Jack—. ¿Qué ha sido eso?

—Nada de lo que preocuparse —explicó Bernard, deteniéndose y dándose la vuelta—. Tenemos una señora en el piso de arriba que está a punto de tener un bebé. El médico cree que es posible que nazca antes de que acabe el día.

Otro grito. Jack miró a Clare, preocupado porque el ruido de la mujer la pudiera alterar.

—Pobre chica —rezongó él en voz baja—. Menudo momento para pasar por eso. Quiero decir que en la mejor época ya es toda una prueba, pero ahora... —Dejó que sus palabras se perdieran en el silencio.

—Mirad, os voy a dejar solos —comentó Bernard—. Os veré luego, ¿de acuerdo?

Con eso desapareció, y Jack y Clare se quedaron solos. Estaban juntos en medio del pasillo y durante unos pocos segundos ninguno de los dos se movió.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Jack al fin.

—Estoy bien —contestó ella—. ¿Y tú?

Jack asintió.

—Estoy bien. Tendríamos que encontrar esas habitaciones.

Las habitaciones eran estancias pequeñas, compactas y funcionales, que contenían sólo una cama estrecha, un armario ropero, un par de armaritos pequeños, un escritorio, dos sillas y un lavabo. Consiguieron encontrar dos habitaciones adyacentes a la mitad del pasillo. Jack dejó su mochila en una punta de la cama, sin molestarse en vaciar su contenido. No parecía que tuviera mucho sentido. Aunque el bloque de alojamientos parecía un lugar seguro y sensato para refugiarse y esconderse, no se imaginaba que se fueran a quedar durante mucho tiempo. Había tanta incertidumbre y miedo que ya nada se podía dar por supuesto.

Cuando los chillidos de la mujer embarazada levantaron de nuevo ecos a través del edificio, Clare se sentó en la dura silla junto a la ventana de su habitación y se quedó mirando al vacío. Quería llorar, pero no podía. La presión incesante de su extraña situación parecía actuar como una especie de freno, suprimiendo sus emociones. La habitación era fría y como de hospital, y su sensación de desconcierto y extrañeza era sobrecogedora. Levantó las piernas, se encogió todo lo que pudo y se quedó mirando la pared.

Después de quedarse solo en su habitación durante poco más de diez minutos, Jack se puso en pie y cruzó el pasillo hacia otra habitación vacía que estaba justo delante. La vista panorámica de la ciudad desde la ventana era, durante al menos unos pocos segundos, impresionante, y durante un momento se distrajo intentando descubrir en aquella línea del horizonte dónde solía vivir. Pero después se permitió ir bajando los ojos hacia la calle cercana a la universidad, e inmediatamente deseó no haberlo hecho. Una inmensa muchedumbre de cadáveres descompuestos y tambaleantes rodeaba la parte delantera del edificio, mucho más grande que cualquier otra multitud que hubiera visto hasta el momento. Intentó estimar cuántos eran, pero le resultó imposible. Era difícil diferenciarlos y se movían continuamente.

El resto de la ciudad parecía sin vida y silenciosa, y podía ver cómo cada vez más de esas malditas cosas salían arrastrándose de las sombras y se iban acercando.

12

—No lo puedo hacer —exclamó Paul de repente. Era la primera vez que Donna o él hablaban en más de una hora.

—¿Qué es lo que no puedes hacer?

—Quedarme aquí de esta forma. No lo puedo soportar. No me puedo quedar sentado sabiendo que están ahí fuera esperándonos...

—Bueno, pues tendrás que soportarlo, ¿no te parece? No tienes alternativa.

Escondidos aún en el aula en la que habían permanecido desde el ataque, ya hacía horas, los dos supervivientes sabían que ya había muchos más cuerpos en el descansillo. Podían oír cómo arrastraban los pies y se daban golpes. Donna no llegaba a comprender por qué seguían allí. ¿Se habían quedado atrapados en el descansillo porque se habían cerrado de golpe las pesadas puertas, o habían decidido esperar hasta que Paul o ella volvieran a salir de su escondite? ¿Tenían capacidad para tomar decisiones? Era imposible decirlo.

Si el sonido había sido lo primero que les atrajo, Donna había llegado a la conclusión de que se había producido una especie de efecto dominó que había provocado que tantos muertos se hubieran reunido en la décima planta. Parecía lógico suponer que el ruido que produjo el primer cuerpo intentando forzar la entrada había atraído a los demás, y éstos a su vez a otros más, hasta que una corriente continua se había convertido en una oleada de podredumbre que amenazaba con llenar todo el descansillo, si no todo el edificio.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —musitó Paul.

Dios santo, estaba empezando a irritar realmente a Donna.

—Dios, Paul —suspiró—, yo qué sé.

—No podemos quedarnos aquí sentados para siempre, ¿no te parece?

—¿Qué otra cosa podemos hacer?

—Pero nos encontramos a diez pisos de altura. La única forma de salir es bajar por la escalera, y si aparecen más de esas cosas vamos a tenerlo muy jodido para pasar a través de ellos si necesitamos salir, ¿o no?

Tenía razón. Donna no se molestó en dársela, pero tenía que admitir que estaba en lo cierto. La opción más fácil seguía siendo permanecer escondidos en la oficina, pero sabía que de acuerdo con su anterior línea de reflexión, era muy posible que cada vez más cuerpos pudieran subir por las escaleras hasta que les resultara imposible atravesarlos y salir. Las alternativas empezaban a tener un aspecto cada vez más negro: correr el riesgo ahí arriba con los no vivos agolpándose o quedarse sentada y esperar a que desaparecieran, acompañada de este hombre que más bien parecía un ratón que no dejaba de lloriquear. No tardó mucho en tomar una decisión.

—Tienes razón —le dijo—, deberíamos hacerlo. Saldremos de aquí e intentaremos encontrar un lugar más seguro, si es que existe alguno, claro.

La expresión de Paul cambió de inmediato. Parecía aterrorizado. Aunque había sido él quien había sugerido que se debían ir, quedaba claro que no había pensado en todo lo que implicaba.

—Pero ¿ahora? —tartamudeó nervioso—. ¿Cómo vamos a pasar por su lado? No sabemos cuántos son y...

—Los distraeremos —le interrumpió Donna—. Hay puertas a ambos lados del descansillo, ¿recuerdas? Los atraeremos hacia un extremo de la oficina y después nos iremos por el otro lado.

—De acuerdo —accedió Paul, aunque seguía muy poco convencido—, ¿adónde iremos cuando estemos fuera?

—No lo sé. Por lo que he visto, tenemos a nuestra disposición casi toda la ciudad, quizás incluso el campo.

—Podemos encontrar un coche e irnos...

Donna negó con la cabeza.

—Eso puede que no sea una buena idea. Si esas cosas de ahí fuera reaccionan ante el ruido, lo que haremos será llamar aún más su atención. Lo que necesitamos es encontrar algún lugar seguro, como este sitio, pero con más de una salida.

—Debe de haber miles de lugares así por los alrededores. ¡Por el amor de Dios, esto es el centro de la ciudad!

—Para empezar, tenemos la principal comisaría de policía a la vuelta de la esquina. Después está el hospital, la universidad, las tiendas, los bares...

—Necesitamos un sitio en el que podamos encontrar comida y bebida...

—Dios, podría matar por un trago...

—¿Y una cama? ¿Qué tal si encontramos un sitio con camas de verdad? Maldita sea, una casa con unas dimensiones decentes sería suficiente, ¿no te parece?

—No hay demasiadas casas por los alrededores —respondió Donna, que se empezaba a sentir ligeramente más positiva sobre su situación—, pero tienes razón, cuando estemos preparados nos podemos encaminar hacia los suburbios, quizás incluso más lejos.

Paul se paró a pensar de nuevo.

—Hay algo que no estamos tomando en consideración.

—¿Qué es?

—Los cuerpos. Ambos vimos lo que intentó hacerte uno de ellos. Vamos a ser patitos de feria en cuanto salgamos...

—No parece que se estén atacando los unos a los otros, ¿no te parece?

—¿Cómo van a saber que no somos como ellos si actuamos como los muertos? Somos más fuertes y tenemos un aspecto bastante mejor que el suyo, pero después de todo lo que les está ocurriendo, ¿realmente serán capaces de valorar la diferencia?

—No estoy seguro. ¿Nos podemos permitir correr ese riesgo?

—¿Podemos permitirnos no correrlo? Tienes razón, Paul, podemos terminar atrapados si no hacemos algo. Es posible que dentro de unas pocas horas haya aquí miles de esas cosas, incluso que ya haya esa cantidad ahí fuera. No tenemos demasiadas alternativas.

—Entonces, ¿cuándo? ¿Ahora?

—Esta noche.

—¿Por qué esperar?

—Si nos basamos en el hecho de que sus sentidos son pobres, entonces debemos esperar hasta que caiga la noche. Si no nos pueden ver bien a plena luz del día, ¿qué posibilidades tienen de hacerlo en la oscuridad?

13

Para cuando la ciudad estuvo de nuevo envuelta en la oscuridad, Donna y Paul habían decidido lo que iban a hacer. Planearon distraer a los cuerpos en el descansillo como habían acordado y después intentarían escapar. Esperaban que su fuerza y coordinación les diera ventaja suficiente para pasar a través de la muchedumbre ante las puertas de la oficina. A medida que transcurría la tarde y se acercaba el atardecer, su sencillo plan fue ganando lentamente en intención y dirección, pero sabían que debían actuar con rapidez.

Bajo el resplandor opresivo del día moribundo, Donna reunió sus cosas y se puso la mayor parte de la ropa que había reunido, sin llegar a resultarle incómoda. Las lámparas alrededor de la planta de oficinas estaban apagadas, pues ambos habían decidido permanecer a oscuras hasta que hubiese llegado el momento y estuvieran listos para poner en práctica su plan. La noche era fría para la estación, y aunque se encontraban en el interior, el aliento de Donna se condensaba, formando nubes alrededor de la boca y la nariz.

—Tenemos que atraerles al otro extremo de la oficina —dijo en voz baja—. Tenemos que hacer suficiente ruido para que pasen a través de las puertas del extremo más alejado.

—¿Y después regresamos a este lado? —preguntó Paul ansioso.

Sabía muy bien lo que habían planeado hacer, pero necesitaba tranquilizarse. Donna asintió.

—Abriremos las puertas en el otro extremo y los dejaremos entrar. Volveremos aquí y esperaremos un par de minutos hasta que haya entrado la mayoría de ellos. Entonces saldremos. Se seguirán los unos a los otros como ovejas.

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