Cobra (36 page)

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Authors: Frederick Forsyth

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Cobra
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Con mucha precaución comenzó a desanudar uno de los bloques. Tal como esperaba, en cada ladrillo envuelto en polietileno había un número en el envoltorio, el código del lote.

En cuanto hubo acabado colocó los ladrillos, los envolvió en la tela de yute y anudó las cuerdas tal como las había encontrado. El panel de acero volvió a su lugar y lo cerró como Juan Cortez había diseñado.

Solo faltaba que empujara la litera donde había estado y la atornillara. Incluso volvió a manchar las cabezas de los tornillos con polvo y grasa. Cuando terminó habló en voz alta desde el camarote como si hubiese buscado en vano y subió a cubierta.

Dado que la tripulación colombiana estaba encapuchada, los SEAL se habían quitado sus máscaras. El comandante Chadwick miró a Dexter y enarcó una ceja. Dexter asintió y pasó por encima de la borda para regresar a la neumática al tiempo que volvía a ponerse la máscara. Los SEAL hicieron lo mismo. Quitaron a los tripulantes las capuchas y las manillas.

Chadwick no hablaba español, pero el SEAL Fontana sí. A través de él, el jefe de los SEAL se disculpó mil veces con el capitán del
María Linda
.

—Es obvio que nos han informado mal, capitán. Por favor, acepte las disculpas de la marina de Estados Unidos. Puede marcharse. Buen viaje.

Cuando oyó «Buen viaje» el contrabandista colombiano no podía creer en su buena suerte. Ni siquiera fingió indignación por lo que le habían hecho. Después de todo, tal vez los yanquis comenzarían de nuevo y encontrarían algo en el segundo intento. Aún sonreía de oreja a oreja cuando los dieciséis hombres enmascarados y su perro volvieron a las neumáticas y se marcharon.

Esperó hasta que desaparecieron más allá del horizonte y a que el
María Linda
estuviese de nuevo rumbo al norte antes de entregar el timón a su segundo e ir abajo. Los tornillos parecían intactos, pero para asegurarse los desatornilló y apartó la litera.

El casco de acero seguía como antes, pero decidió abrir la trampilla y ver los fardos en el interior. Tampoco los habían tocado. En silencio agradeció al artesano, quienquiera que fuese, que había hecho el escondite con tan asombroso ingenio. Sin duda le había salvado la vida y desde luego su libertad. Tres noches más tarde, el
María Linda
llegó a su lugar de destino.

Hay tres grandes cárteles de cocaína en México y algunos otros más pequeños. Los gigantes son La Familia, el cártel del Golfo, que opera sobre todo en el este del golfo de México, y el Sinaloa, que posee la costa del Pacífico. La cita del
María Linda
con un viejo camaronero tuvo lugar frente a Mazatlán, en el corazón del estado de Sinaloa.

El capitán y su tripulación recibieron lo que para ellos era una enorme paga y una gratificación, un premio que había añadido el Don para aumentar la provisión de voluntarios. El capitán no vio ninguna razón para mencionar el incidente ocurrido frente a la costa de Panamá. ¿Por qué crear problemas si se habían librado? Su tripulación estuvo de acuerdo con él.

Una semana más tarde ocurrió algo muy parecido en el Atlántico. El avión de la CIA aterrizó en el aeropuerto de la isla de Sal, la que se encuentra más al nordeste del archipiélago de Cabo Verde. Su único pasajero tenía estatus diplomático así que se evitó las formalidades del pasaporte y la aduana. Nadie miró en su pesado macuto.

Al salir del aeropuerto, no cogió el autobús que iba al sur, al único lugar turístico de la isla en Santa María, sino que tomó un taxi y preguntó dónde podía alquilar un coche.

El conductor no lo sabía, así que condujo los tres kilómetros hasta Espargos y preguntaron allí. Por fin acabaron en el puerto de transbordadores de Palmeira y el propietario de un garaje local le alquiló un pequeño Renault. Dexter dio al taxista una buena propina y se marchó.

La isla recibe el nombre de Sal por una razón: es llana y sin ningún relieve, salvo por kilómetros de depósitos de sal, que en otro tiempo fueron la fuente de su fugaz prosperidad. Ahora tiene dos carreteras y una pista de tierra. Una de las carreteras va de este a oeste desde Pedra de Lume y pasa por el aeropuerto hasta Palmeira. La otra va al sur, a Santa María. Dexter tomó la pista.

Iba al norte a través de un árido y solitario terreno hasta el faro en el cabo de Fiúra. Dexter dejó el coche, colocó una nota en el parabrisas para informar a cualquier curioso de que pensaba volver, se cargó el macuto al hombro y caminó hasta la playa junto al faro. Oscurecía y la luz automática comenzó a girar. Hizo una llamada con el móvil.

Era casi de noche cuando el Little Bird se acercó a él por encima del mar oscuro. Transmitió el código de reconocimiento y el aparato se posó con suavidad a su lado en la arena. La puerta del pasajero era solo un óvalo abierto. Subió, colocó el macuto entre sus piernas y se abrochó el arnés. El hombre, que llevaba puesto un casco e iba sentado a su lado, le ofreció otro con auriculares. Se lo puso; la voz que oyó en sus oídos era muy británica.

—¿Un buen viaje, señor?

¿Por qué siempre creían que era un oficial superior?, pensó Dexter. La insignia que tenía a su lado decía que era subteniente. Él una vez había llegado a sargento. Debía de ser por el pelo gris. De todas maneras le gustaba ese joven.

—Ningún problema —respondió.

—Un buen espectáculo. Veinte minutos hasta la base. Los muchachos tendrán preparada una buena taza de té.

Buen espectáculo, pensó. No me vendría mal una taza de té.

Esta vez aterrizó en cubierta sin necesidad de cables. La grúa alzó el helicóptero, que era mucho más pequeño que el Blackhawk, y lo bajó a la bodega; después cerraron la compuerta. El piloto fue a proa, a través de una puerta en el centro, al comedor de las fuerzas especiales. A Dexter lo llevaron en la otra dirección, al castillo de popa. Subió para reunirse con el capitán del barco y el comandante Pickering, el comandante del equipo de las SBS. Aquella noche durante la cena también conoció a sus dos compatriotas norteamericanos, que formaban el equipo de comunicaciones que mantenía al MV
Balmoral
en contacto con Washington, con Nevada y con el UAV
Sam
, que volaba en algún lugar por encima de sus cabezas.

Tuvieron que esperar tres días al sur de las islas de Cabo Verde hasta que
Sam
localizó a su objetivo. Era otro pesquero, como el
Belleza del Mar
, y su nombre era
Bonita
. No lo anunciaba, pero ellos sabían que iba a una cita entre los manglares pantanosos de Guinea-Conakry, otro estado sometido a una brutal dictadura. Al igual que el
Belleza
, apestaba, y utilizaba esta treta para enmascarar todo lo posible el olor de la cocaína.

Había realizado siete viajes desde Sudamérica a África Occidental y, aunque Tim Manhire y su equipo en Lisboa lo habían detectado dos veces, nunca había habido a mano una nave de guerra de la OTAN. Esta vez allí estaban, aunque no lo parecía; ni siquiera el MAOC había sido informado de la presencia del
Balmoral
.

Juan Cortez también había trabajado en el
Bonita
, una de sus primeras intervenciones, y había ubicado el escondite a popa, detrás de la sala de máquinas, un lugar caluroso que apestaba a pescado y a aceite lubricante.

El procedimiento fue casi el mismo que en el Pacífico. Cuando los comandos abandonaron el
Bonita
, un asombrado y muy agradecido patrón recibió una disculpa completa en nombre de Su Majestad por cualquier molestia y retraso. En cuanto las dos neumáticas y el Little Bird desaparecieron más allá del horizonte, el capitán desatornilló la plancha detrás del motor, se abrió paso por el casco falso y comprobó el contenido del escondite. Estaba intacto. No había ningún truco. Los gringos, con todas sus investigaciones y perros, no habían encontrado la carga secreta.

El
Bonita
acudió a su cita, pasó la carga y otros pesqueros la llevaron más allá de la costa africana, más arriba del estrecho de Gibraltar, pasaron Portugal y se la entregaron a los gallegos. Tal como había prometido el Don. Tres toneladas. Pero un poco distintas.

El Little Bird llevó a Cal Dexter de nuevo hasta la playa junto al faro de Fiúra, donde le alegró ver que su viejo Renault seguía aparcado. Fue hasta el aeropuerto, dejó una gratificación y un mensaje para el propietario del garaje en Palmeira, para que fuese a buscarlo, y se tomó un café en el restaurante. El avión de la CIA, al que habían llamado los hombres de comunicaciones en el
Balmoral
, lo recogió una hora más tarde.

Aquella noche, durante la cena a bordo del
Balmoral
, el capitán manifestó su curiosidad.

—¿Está usted seguro de que no había nada en absoluto en aquel pesquero? —preguntó al comandante Pickering.

—Eso fue lo que dijo el norteamericano. Estuvo en la sala de máquinas con la escotilla cerrada durante una hora. Subió cubierto de aceite y apestando. Dijo que había buscado en todos los escondites posibles y estaba limpio. Debió de ser una información errónea. Lo sentía mucho.

—Entonces, ¿por qué nos ha dejado?

—No tengo ni idea.

—¿Usted le cree?

—En absoluto —contestó el comandante.

—Pero ¿qué está pasando? Creía que debíamos detener a la tripulación, hundir el barco y confiscar la cocaína. ¿Qué se trae entre manos?

—Ni idea. De nuevo debemos confiar en Tennyson. Lo nuestro no es preguntar por qué.

A diez mil metros de altura, en la oscuridad, el UAV
Sam
dio la vuelta y emprendió el regreso a la isla brasileña para repostar. Mientras, un avión bimotor, tomado en préstamo de una CIA cada vez más irritada, voló hacia el noroeste. Su único pasajero, cuando le ofrecieron champán, prefirió tomarse una cerveza de botella. Al menos sabía por qué Cobra insistía en conservar la cocaína confiscada lejos de los incineradores. Quería los envoltorios.

C
APÍTULO
14

Les correspondió a la SOCA británica y a la Policía Metropolitana de Londres realizar la operación. Ambas organizaciones habían estado preparando el terreno desde hacía tiempo. El objetivo sería la banda de narcotraficantes llamada Essex Mob.

El Equipo de Proyectos Especiales de Scotland Yard sabía desde hacía tiempo que la Essex Mob, dirigida por un famoso gángster londinense llamado Benny Daniels, era la principal importadora y distribuidora de marihuana, heroína y cocaína, y tenía una reputación de extrema violencia con sus enemigos. La única razón para el nombre de la banda era que Daniels había utilizado las ganancias ilícitas para construirse una enorme y lujosa casa de campo en Essex, al este de Londres y al norte del estuario del Támesis, en las afueras de la tranquila ciudad de Epping.

Como joven matón del East End de Londres, Daniels se había labrado una reputación de brutalidad y contaba con una larga lista de delitos. Pero con el éxito llegó el fin de las acusaciones. Se volvió demasiado importante para tocar el producto personalmente, y era difícil encontrar testigos. Los cobardes se apresuraban a cambiar su testimonio; los valientes desaparecían, aunque a veces se les encontraba muertos en los pantanos ribereños.

Benny Daniels era el objetivo y una de las diez detenciones más deseadas de la policía metropolitana. La oportunidad que Scotland Yard había estado esperando se la brindaba ahora la lista de ratas facilitada por el difunto Roberto Cárdenas.

El Reino Unido había sido afortunado, ya que solo uno de sus funcionarios aparecía en la lista; era un aduanero del puerto de Lowestoft en la costa este. Eso significó que a los jefes de aduana e impuestos se les informó muy pronto.

Con mucha discreción y absoluto secreto se reunió un grupo de trabajo con agentes de diversas unidades y se les equipó con los últimos adelantos tecnológicos para pinchar teléfonos y llevar a cabo labores de seguimiento y espionaje.

El Servicio de Inteligencia Interior, o MI5, uno de los socios de la SOCA, aportó un equipo de rastreadores conocido como los Vigilantes, valorados como los mejores del país.

Dado que ahora la importación de drogas era tan grave como el terrorismo, también estaba disponible el CO19, la sección armada de Scotland Yard. El grupo de trabajo estaba encabezado por el comandante Peter Reynolds, pero los más cercanos al funcionario corrupto eran sus propios colegas en la aduana. Los pocos que conocían sus delitos le mostraban ahora un sincero, pero muy bien disimulado desprecio; por ello estaban en la mejor posición para vigilar cada uno de sus movimientos. Su nombre era Crowther.

Uno de los principales jefes de Lowestoft desarrolló una muy oportuna úlcera y pidió la baja. Entonces pudo reemplazarlo un experto en vigilancia electrónica. El comandante Reynolds no quería únicamente pillar a uno de los funcionarios corruptos e incautarse de un solo camión; quería utilizar a Crowther para montar una operación de narcóticos a gran escala. Estaba dispuesto a ser paciente, incluso si con ello permitía que varios cargamentos pasasen sin problemas.

Como el puerto de Lowestoft estaba en la costa de Suffolk, al norte de Essex, sospechaba que Benny Daniels estaría metido en el asunto, y no se equivocaba. Una parte de las instalaciones de Lowestoft se destinaban a la recepción de contenedores que llegaban a través del Mar del Norte, y Crowther no tuvo reparos en permitir que varios de ellos pasasen sin problemas por el control de aduanas. En diciembre, Crowther cometió un error.

Un camión llegó en un transbordador desde Flushing, en los Países Bajos, con una carga de queso holandés para una famosa cadena de supermercados. Un funcionario menor estaba a punto de pedir que examinaran la carga cuando Crowther se presentó a toda prisa y, esgrimiendo su mayor rango, dio un permiso rápidamente.

El funcionario menor no sabía nada, pero el sustituto estaba vigilando. Consiguió colocar un diminuto rastreador GPS debajo del parachoques trasero del camión cuando salía por las puertas del muelle. Luego hizo una llamada telefónica. Tres coches sin identificaciones comenzaron la persecución, cambiando de posición entre ellos para que no los detectaran, pero el conductor no pareció que sospechara nada.

Siguieron al camión a través de medio Suffolk hasta que se detuvo en un área de descanso. Allí lo recibieron un grupo de hombres que salieron de un Mercedes negro. Uno de los coches rastreadores pasó sin detenerse, pero tomó el número de la matrícula. En cuestión de segundos identificaron el Mercedes. Pertenecía a una empresa fantasma, pero ya lo habían visto semanas atrás entrando en los terrenos de la mansión de Benny Daniels.

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