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Authors: Paul Ekman

Tags: #Ensayo, Psicología

Como detectar mentiras en los niños (19 page)

BOOK: Como detectar mentiras en los niños
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Cuando yo creo que Tom o Eve han hecho algo sobre lo que se pudieran sentir tentados a mentir, intento evitar esa tentación antes que poner las cosas de tal manera que se sientan obligados a mentir. No les digo: «No te castigaré si me dices si hiciste esto o aquello». Cuando estoy seguro de que uno de ellos ha vuelto a casa más tarde de la hora que les marco, antes que decir: «¿A qué hora llegaste anoche?», les diría: «Te oí llegar bastante tarde anoche. ¿Qué ocurrió para que tuvieras que incumplir tu horario?». Si no estoy tan seguro, podría decir algo como: «Antes de que digas nada, quiero que pienses antes de contestarme. Creo que es posible que anoche volvieras más tarde de tu hora límite. Por favor no me mientas si lo hiciste; eso sería mucho peor que incumplir las normas. Pero sabes que las normas tienen una razón de ser, y yo tengo que saber por qué las rompiste».

5.
¿Cómo pueden enfrentarse los padres a las mentiras de sus hijos?

Mary Ann Mason Ekman

Le pedí a mi esposa, Mary Ann, que escribiera este capítulo y el siguiente porque su experiencia corno historiadora y abogada familiar, así como por ser autora de un libro reciente sobre la condición de las mujeres y de los niños, enriquecería y aumentaría las ideas que yo tenía pensadas para este capítulo. Este se basa en las investigaciones descritas en anteriores capítulos, pero también aporta nuestra experiencia y puntos de vista como padres.

Como abogada especializada en temas familiares, he podido ver que estamos en un tiempo muy confuso para educar a niños decentes y morales. No es sólo que las drogas o la violencia en televisión puedan llevar a los niños por el mal camino. Los patrones familiares han cambiado irrevocablemente. El gran número de familias con un solo padre o madre y las madres que trabajan fuera del hogar hace que los viejos patrones de educación infantil resulten problemáticos. ¿Pero acaso tenemos una sabiduría nueva con los que poderlos reemplazar? Nuestras fuentes tradicionales de consejo y apoyo, la comunidad y la Iglesia, se han debilitado en nuestra cultura cada vez más urbana y secular. Tenemos muchas preguntas como padres, pero pocas respuestas.

Cuando descubrí que nuestro hijo, Tom, entonces de trece años, nos había mentido después de celebrar una fiesta en nuestra ausencia, mi primera reacción fue la cólera. Al irse ésta aquietando, mis emociones pasaron primero al miedo y después a la culpa. Mi miedo era por si mi hijo cogía el camino de la delincuencia juvenil grave. Habían habido otros indicios de problemas en la escuela mentiras crónicas sobre deberes no hechos, clases interrumpidas y falsas excusas. Ninguno de esos incidentes era especialmente grave, pero estaba claro que se estaba desarrollando un patrón peligroso.

Cuando la culpa gradualmente sustituyó al miedo, empecé a hacer un examen de conciencia como madre. Éste era el hijo de una madre que trabajaba fuera del hogar y que se había pasado buena parte de sus primeros años en una guardería. Era un niño que había pasado por el doloroso divorcio de sus padres a la sensible edad de cuatro años, y había vivido la confusión de mi vida hasta que conocí a Paul y me volví a casar. En resumen, se trataba de un niño que había experimentado las condiciones de la vida moderna corrientes para su generación, pero que no lo habían sido para generaciones anteriores de niños. ¿Estaba viendo los alarmantes resultados de la forma en que educamos ahora a nuestros hijos? (Más adelante en este capítulo intentaré tocar el tema de algunos de los problemas especiales asociados con las mentiras y el divorcio. También examinaré la importante influencia de las guarderías y centros de atención infantil sobre el desarrollo moral del niño).

Reflexioné sobre su educación moral. No pertenecemos a ninguna religión, pero con toda seguridad le habíamos enseñado a ser honrado. Habíamos pasado más de una cena familiar discutiendo las mentiras y el efecto que éstas tienen sobre los demás. Recuerdo un incidente o dos sobre mentiras de su infancia —ahora me parecían tan inocentes— cuando le obligamos a escribir varios centenares de veces: «No mentiré».

Después reflexioné sobre nuestra vida cotidiana. ¿Practicábamos lo que predicábamos? Durante la semana siguiente al descubrimiento de la mentira de Tom observé atentamente mi propio comportamiento. Me pillé a mí misma diciendo ocho mentiras, dos de ellas a mis hijos. Eran del tipo de mentira que no es importante —de hecho, muchas personas opinarían que no se trataba tan siquiera de mentiras—. Por ejemplo, le dije al vendedor de aspiradoras que llamó a la puerta que acababa de comprar una nueva. Le dije a la chica que vigilaba el parquímetro que acababa de entrar en la tienda en ese preciso instante. Y le dije a mi madre por teléfono que me encantaba la blusa que me había enviado para mi cumpleaños aunque, en realidad, me parecía horrible. Las mentiras que les conté a mis hijos eran, pensé yo, inofensivas. Le dije a mi hija de seis años (en broma) que era diez años más joven de lo que soy, aunque no suelo mentir acerca de mi edad, y le dije a mi hijo que cuando yo era adolescente mi hora límite de llegar a casa eran las diez y media, cuando en realidad no recuerdo la hora exacta.

Estas mentiras fueron simplemente de conveniencia. No gané nada, o bien poca cosa, contándolas, y podría haber dicho tranquilamente la verdad sin consecuencias graves. Eran mentiras que no tenía necesidad de contar. Aún peor, ni siquiera me di cuenta que las decía hasta que me puse a observar mi propia conducta.

MENTIRAS DE LOS PADRES

Quizá lo primero que los padres deberían tener en cuenta cuando se preocupan por las mentiras de sus hijos es la propensión que ellos mismos tienen a mentir. Esas pequeñas mentiras de conveniencia, las así llamadas mentiras piadosas, puede que no signifiquen gran cosa para un adulto. Pero los niños, que tienen una perspectiva menos sofisticada, probablemente las vean como auténticas mentiras.

Los padres realmente son el modelo vivo más importante para el niño, sobrepasando incluso al poderoso profesor, que desaparece con la llegada de las vacaciones de verano. Los investigadores siguen descubriendo que uno de los factores de predicción principal para las mentiras infantiles es la actitud paterna con respecto a las mentiras. Los doctores Hartshorne y May, en su extenso estudio sobre las mentiras infantiles, que Paul describió en el capítulo 2, descubrieron que ello es cierto. Otros dos estudios han corroborado que los niños que mienten con más frecuencia provienen de hogares en los que los padres también mienten o transgreden otro tipo de normas
[1]
. No hace falta que los padres tengan una conducta delictiva. Las pequeñas transgresiones cotidianas, como el engañar en la declaración de renta o mentirle a la patrulla de tráfico cuando nos hacen parar el vehículo, no fomentan precisamente niños sinceros.

Y los padres deben tener en cuenta con qué frecuencia y de qué manera mienten a sus hijos. ¿Acaso las mentiras que contamos a los niños no son a veces justificadas? ¿O es que la experiencia mágica de la infancia no se vería disminuida sin el estímulo de Papá Noel o del Ratoncito Pérez? ¿No le estamos haciendo un favor al niño cuando le ofrecemos una versión suavizada de los problemas de un divorcio conflictivo?

Para proteger a nuestros hijos de lo que nosotros como adultos consideramos la dureza y la injusticia del mundo, les solemos mentir más de lo necesario. Tanto Papá Noel como el Ratoncito Pérez pueden ser fantasías valiosas de la primera infancia, igual que los cuentos y las canciones de antes de dormir. No obstante, en algún punto, normalmente entre la edad de cuatro y seis años, según los psicólogos del desarrollo, el niño necesita distinguir la realidad de la fantasía. Debemos ser coherentes con el niño y no intentar mantener la fantasía.

Durante este período crítico de los cuatro a los seis años el niño se vuelve capaz de comprender muchas más cosas. Ésta es la oportunidad para los padres de establecer un hábito de sinceridad que le acompañe toda la vida. Un niño puede aprender que las buenas acciones no siempre se ven recompensadas, que a veces los padres se pelean o cometen errores, y que los niños no siempre tienen la prioridad. Algunos padres deciden ser sinceros sobre el tema de la muerte cuando éste aparece en la vida del niño. El niño debería poder tratar con el hecho angustioso de que la muerte a veces viene demasiado pronto, o con gran dolor. El tratar con el divorcio de los padres es un asunto más difícil, que discutiré más adelante en este capítulo. Por desgracia, este acontecimiento, el más crítico para los padres de tratar con sus hijos, ocurre en un momento en que los padres cuentan con menos recursos para enfrentarse a él.

Bruno Bettelheim, en su revelador libro sobre los cuentos de hadas tradicionales, The Uses of Enchantment, destaca el valor de exponer a los niños al conflicto entre el bien y el mal. Explica que:

Contrariamente a lo que ocurre en muchos cuentos infantiles modernos, en los cuentos de hadas tradicionales el mal tiene la misma presencia que la virtud. En prácticamente todos los cuentos de hadas el bien y el mal se personalizan bajo la forma de algunos personajes y sus acciones, ya que el bien y el mal son omnipresentes en la vida real, y la propensión hacia ambos está presente en todo ser humano. Es esta dualidad la que plantea el problema moral y solucionarlo requiere una lucha
[2]
.

Puesto que nuestros cuentos infantiles modernos hacen hincapié en los aspectos luminosos de la vida y evitan tocar temas como la muerte o la vejez, los padres modernos muchas veces quieren proteger a sus hijos de algunas situaciones de la vida real que no son agradables. Pero el protegerles con mentiras edulcoradas muchas veces lo que hace es aumentar, en lugar de disminuir, la ansiedad del niño. El niño que ve que uno de los padres o de los abuelos está sufriendo no quiere oír que todo va bien, él ya sabe que eso no es así. En lugar de ello, los padres deberían ofrecer al niño más información para ayudarle a tratar con sus ansiedades por un problema bien real.

Pero los padres pueden ser sinceros sin tener que revelar detalles que pueden no ser apropiados para la edad del niño. Para un niño que descubre que han violado a una chica vecina, es mucho mejor decirle: «A Janie le han hecho daño. La policía encontrará al hombre que le hizo daño. Cuando seas mayor te explicaremos más cosas sobre lo que le ha pasado a Janie», que decirle: «Janie está en el hospital porque se puso enferma».

INTIMIDAD

Jimmy, de seis años, tenía pesadillas ocasionales, «monstruos nocturnos», las llamaba él. Tenía la costumbre de meterse en la cama de sus padres cuando le ocurría eso. Una noche encontró la puerta de su dormitorio cerrada. Por la mañana acusó a su madre, muy enfadado, de haberse encerrado para dejarle fuera. Turbada, su madre, Alicia, que no quería admitir que habían cerrado la puerta para hacer el amor, le dijo a Jimmy que había sido un error y que no volvería a ocurrir.

En esa edad crítica de entre cuatro y seis años, el niño también puede aprender que no tiene por qué saberlo todo. Los adultos tienen espacios privados que están fuera de los límites infantiles. Muchas veces esta información restringida tiene que ver con el sexo, pero también podría tratarse de escándalos familiares o chismes del vecindario. Por supuesto, los padres tienen derecho a cerrar la puerta de su dormitorio. Cuando se les pregunta, pueden explicar que los padres tienen ciertas actividades que son privadas y solamente para adultos. Eso no significa que los padres deberían mantener en secreto el tema del sexo. Existe un acuerdo entre los psicólogos del desarrollo que hay que educar a los niños gradualmente sobre el sexo desde el primer momento en que pueden formular una pregunta relevante. Naturalmente, un niño de cuatro años no necesita tanta información detallada como un chico de catorce. Pero ni el de cuatro ni el de catorce necesitan que sus padres les expliquen su vida sexual, que para la mayoría de familias es una parcela de la intimidad de los padres.

La intimidad es una vía de doble dirección. Si los padres no quieren fomentar la mentira, no solamente tendrán que ser francos en cuanto a su propia necesidad de intimidad, también deberán tener la misma cortesía con sus hijos. Una de las grandes tensiones entre padres e hijos es la necesidad creciente del hijo de ser cada vez más independiente, y por tanto guardar más secretos, y la necesidad igualmente fuerte pero opuesta que los padres tienen de proteger, controlar y guiar. Se ha convertido en parte de nuestro bagaje cultural que esta tensión regularmente explote en un combate a gran escala durante la adolescencia. No obstante, ya en la infancia existen ocasiones para el conflicto sobre el tema de la intimidad.

Los niños mienten frecuentemente a los padres para proteger lo que ellos consideran su vida privada. Cuando una niña de siete años regresa de una fiesta de cumpleaños, probablemente responderá sincera y alegremente a las preguntas de su madre sobre quién había, qué comieron y a qué juegos jugaron. A los catorce años, esta misma niña puede contestar de manera apática, evasiva o directamente con mentiras. Las mentiras y las evasiones se pueden dar porque cree que su madre desaprobará las respuestas sinceras, porque está reafirmando su independencia, o porque cree que eso no es asunto de su madre.

Los niños de sexto curso viven en dos mundos: el de sus compañeros de la misma edad y el de sus padres. Según los estudios del doctor Berndt, que se describen en el capítulo 2, el mundo de los semejantes tiene una influencia mayor sobre los primeros años de adolescencia que el de los padres. Los adolescentes mantienen la división entre estos dos mundos no hablando sobre los padres a sus compañeros, y no hablando de sus compañeros a los padres. Un adolescente puede considerar que las preguntas de sus padres sobre sus amigos son una intrusión hostil en su mundo privado.

Pero incluso la niña de siete años desarrolla áreas de intimidad. Puede que no le guste que le pregunten si tiene novio o no, y puede que no quiera que ningún varón la vea sin toda la ropa, incluidos probablemente los miembros de su familia.

¿Cómo podemos proteger y guiar a nuestros hijos a menos que sepamos lo que pasa en sus vidas? ¿Podemos aceptar la respuesta estándar «nada» a la pregunta diaria: «¿Qué pasó hoy en la escuela?»? No existe respuesta fácil a este problema universal. Todo padre «necesita tener» alguna información, pero cuánta depende de la edad del niño y del concepto que los padres tienen sobre su deber fundamental de proteger y guiar a su hijo.

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