Conjuro de dragones (21 page)

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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

BOOK: Conjuro de dragones
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—¡Jas... pe!

El enano abrió los ojos violentamente. Parpadeó, y los fijó en una zona más clara sobre el suelo de la cueva. No era Goldmoon; sólo su imaginación.

—¡Jas... pe!

—¿Groller?

—¡Jas... pe! —El semiogro vio cómo Jaspe se movía—. Te... mía que es... tabas muer... to.

—Yo también lo creí, amigo mío. De hecho... —Jaspe no acabó la frase—. En realidad es como si hablara conmigo mismo. No me oyes. ¡Ahhh! —Intentó acercarse a Groller, pero la pierna rota le dolía demasiado. Descubrió al semiogro tumbado cerca de él, con un hilillo de sangre en la frente. También Groller debía de haber caído—. Esperaremos a Rig —anunció el enano—. Rig acabará por echarnos en falta. Él nos sacará de aquí.

—Jas... pe, mucho da... ño.

«Sí, así es, —se dijo el enano para sí—. Tengo la pierna rota. Todo yo soy un cardenal. Me sorprende seguir vivo.»

—Jas... pe, no siento pier... nas. No puedo mover... me.

El enano se maldijo por no pensar primero en Groller. Goldmoon jamás hubiera pensado en ella primero.

Apretó los dientes y se arrastró lentamente, apoyándose en la pierna sana. El suelo estaba resbaladizo por culpa del guano. Jadeó. El aire apestaba, estaba viciado y espeso. El olor le provocó náuseas, y sintió que lo poco que había comido durante el día le subía por la garganta.

—Casi estoy ahí —dijo—. Unos metros más. —Como si fueran kilómetros, se dijo. Y cuando llegara junto a Groller, si conseguía llegar hasta él, no podría hacer nada por su amigo—. ¡Rig! ¡Feril! ¡Fiona! —rugió el enano. Oyó que su voz resonaba en las paredes, calló y aguzó el oído en busca de una respuesta, pero tras unos segundos los ecos se apagaron. Suspiró y se esforzó por acallar el dolor de su pierna y pecho.

No supo cuánto tardó en llegar junto a Groller; quizá varios minutos, aunque le parecieron horas. El pecho le ardía por culpa de la caída y el esfuerzo.

—Jas... pe —dijo el semiogro cuando notó los rechonchos dedos del enano—. ¿Jas... pe bien?

—No —tosió éste. Sus dedos encontraron la mano de Groller—. No estoy bien. —Hizo una mueca. Volvió a toser y notó el sabor de la sangre en la boca, una mala señal; tal vez se había perforado también el pulmón sano.

Groller atisbo en la oscuridad hasta distinguir el rostro de su amigo.

—Jas... pe, arregla mis pier... nas.

El enano sacudió la cabeza. «Mi fe ya no es firme, amigo», se dijo. Sabía que Groller no podía oír lo que decía. «No pude curar a Goldmoon. Ni siquiera me pude curar a mí mismo cuando Dhamon me hirió. Los místicos de la Ciudadela tampoco me pudieron curar: mi falta de fe lo impidió.
Ya no puedo curar.
Tendremos que esperar a Rig.»

—Jas... pe, arregla —repitió Groller—. Arregla mis piernas.

El enano suspiró y empezó a tantear al semiogro con sumo cuidado.

—Sentí es... o —indicó éste—. Duele mucho, mucho. Es... o. Sentí es... o.

Groller calló cuando el enano le presionó las caderas. Jaspe comprendió entristecido que tenía la espalda rota. Y varias costillas. El semiogro no abandonaría la cueva. «Incluso si Rig nos encuentra —pensó el enano—, no conseguirá sacar a Groller de aquí con vida.»

El enano volvió a toser, y notó cómo un hilillo de sangre resbalaba por su labio inferior.

—Puede que Rig no llegue aquí a tiempo de todos modos —musitó—. Creo que me estoy muriendo. Pero tengo el Puño. Rig y Palin necesitan el Puño.

—Arregla mis piernas —lo animó Groller.

Jaspe cerró los ojos; sólo le quedaba un poco de energía, y ésta se desvanecía veloz. La caída lo había incapacitado casi por completo. Cada vez tenía más sangre en la boca.

—Frío —susurró Groller—. Tan frío aquí abajo. —El semiogro temblaba.

—Concéntrate —se reprendió Jaspe—. No por mí: por Groller. Reorx, Mishakal, por favor. —Intentó concentrarse, tal y como Goldmoon le había enseñado, mirando a su interior en busca de la fuerza interior que ella afirmaba que todos poseían. Ella le había enseñado a utilizar aquella energía, a invocarla y canalizarla en forma de magia curativa y otros conjuros mágicos. La buscó ahora; pero no la encontró. La energía había desaparecido.

Jaspe.
Era la voz de Goldmoon, el enano estaba seguro.

—¿Goldmoon?

Has de tener fe.

El enano sonrió débilmente. La voz era real; no había imaginado que la oía. Del mismo modo que ella sin duda había estado hablando con Riverwind durante todos aquellos años cuando permanecía ante la ventana de la Ciudadela de la Luz y mantenía lo que al enano le parecía una conversación unilateral. Goldmoon no se había dado cuenta de que alguien la escuchaba, y probablemente cualquier otro hubiera pensado que estaba loca. Pero Jaspe había escuchado y se había hecho preguntas.

«A lo mejor soy yo el que está loco ahora —reflexionó— al oír voces, al pensar que puedo curar. Pero tengo que intentarlo.»

Ten fe.

—Goldmoon. —Entonces la encontró, aquella chispa diminuta de energía interior enterrada dentro de él. Era una sensación cálida, y cuanto más se concentraba en ella, más fuerte brillaba la chispa—. Fe —susurró—. Goldmoon, debo volver a tener fe.

Una oleada de calor emanó de sus brazos hasta los dedos. Colocó las manos sobre la cintura del semiogro y la recorrió hasta llegar al final de la espalda. El calor resultaba estimulante. Los dedos ascendieron por el pecho de Groller hasta el cuello de éste y luego descendieron por sus brazos.

Jaspe notó que el semiogro se movía y utilizó las manos para detenerlo.

—Aún no he terminado —dijo. Sus dedos localizaron las heridas y contusiones de la cabeza de Groller. Tocó cortes y arañazos, bultos en los que se formaban chichones. Luego sus manos recorrieron las piernas del semiogro, que estaban torcidas en extraños ángulos.

—No debieras haberme seguido al interior de la cueva —refunfuñó Jaspe. El calor de sus manos irradió al exterior, curando los huesos rotos.

—Jas... pe buen sanador —afirmó Groller—. Siento mis pier... nas ahora. Me puedo mover ahora.

Las manos del enano intentaron mantener tumbado al semiogro, pero éste era demasiado fuerte, y se incorporó hasta una posición de sentado.

—Jas... pe, estás herido —manifestó.

Ten fe,
susurró el espíritu de Goldmoon.

—Jas... pe, cura tú mismo.

—Lo intento, amigo. —El enano siguió concentrándose en el calor, animándolo a fluir—. Lo intento.

Fe,
repitió Goldmoon.

El calorcillo permaneció en su pecho y pierna; luego se extendió hacia la espalda y recorrió sus costillas. Sintió como si flotara, como si recuperara fuerzas. Y, sin embargo, al mismo tiempo se daba cuenta de que se debilitaba, a medida que la magia absorbía los últimos restos de su energía física. Un hormigueo le recorrió la pierna y el pecho. La sensación le recordó lo que había estudiado junto a Goldmoon, y a otras ocasiones en las que se había curado a sí mismo de pequeñas caídas.

Tu fe es fuerte.

—Jas... pe, mejorarás —oyó decir a Groller a poca distancia de él. De lo alto le llegaron los chillidos quedos de los murciélagos, mientras escuchaba cómo su corazón latía con más fuerza y oía cómo la voz de Goldmoon se desvanecía hasta apagarse.

—Estoy cansado —murmuró, mientras el calor se retiraba, el conjuro finalizaba, y los restos de energía que le quedaban desaparecían.

—Jas... pe, eres buen sanador —repitió Groller.

—Estoy bien —insistió el enano al sentir que lo alzaban del suelo—. Puedo andar. —Los dedos del enano se deslizaron hasta el saco que pendía de su cinturón, mientras Groller avanzaba lentamente, con él en brazos.

De un modo u otro, el semiogro consiguió llegar hasta una pared. Groller había buscado al lobo, sin encontrar ni rastro, y se preguntaba cómo había conseguido
Furia
llegar allí abajo. Sin duda existía un sendero más practicable que el que él había tomado. ¿Adónde había ido el lobo?

Groller se metió a Jaspe bajo un brazo, palpó la pared, y empezó a utilizar la otra mano para trepar.

¿Dónde estarían Rig, Feril y Fiona? se preguntaba. Había enviado al lobo en su busca, pero decidió que no podía esperarlos, no podía permanecer allí abajo. No quería hacerlo. Apestaba.

Introdujo dedos y pies en grietas, se afianzó, y luego alzó la mano. La ascensión era lenta, pero Groller era persistente. Resbaló unas cuantas veces pero realizó progresos y por fin llegó hasta un saliente en el que recostarse.

Este era más estrecho que el que había encontrado cuando intentaba descender en busca de Jaspe. Groller avanzó por él con suma cautela, encajando los dedos de la mano libre en las rendijas que encontraba. Jaspe tiró de la túnica de su amigo. Estaban cerca de la abertura por la que el enano había caído. Groller entrecerró los ojos para intentar ver en la oscuridad, y Jaspe le dio una palmada en la espalda para indicarle que lo habían conseguido.

Ahora llegaba la parte más difícil. El semiogro necesitaría ambas manos. Se puso en equilibrio con sumo cuidado sobre la repisa.

—Jas... pe, coge fuerte —indicó. El enano pasó los brazos alrededor del cuello de Groller, y éste encontró un nuevo asidero.

Trepó como una araña otra vez, colgando de una pared rocosa que se inclinaba oblicuamente cerca de la abertura. Groller tenía los dedos doloridos de aferrarse a las rocas, y de soportar el peso del enano; pero escarbó en busca de puntos de apoyo y balanceó las piernas con desesperación.

Sus frenéticos movimientos asustaron a los murciélagos de la vecindad y sus chillidos inundaron el aire. Groller no podía oírlos, pero percibió su vuelo claramente. El aire se agitó con su batir de alas, y algunos lo golpearon con sus movimientos.

Por fin, las piernas del semiogro encontraron una profunda hendidura donde apoyarse, y pudo continuar la ascensión. Al cabo de unos instantes, ambos se encontraban tumbados en el túnel.

Jaspe fue el primero en moverse, pero luego Groller volvió a tomar el mando y usó los doloridos dedos para guiarlos a ambos por el pasadizo. Descubrió a
Furia
en el túnel por delante de ellos. El animal pateó el suelo y luego dio media vuelta y desapareció; al parecer el lobo estaba solo y no había llevado consigo a Rig o a Feril. Groller se dijo que a lo mejor les había sucedido algo, y apresuró el paso, volviendo la cabeza para asegurarse de que Jaspe lo seguía.

El pasadizo zigzagueaba como una serpiente, tal y como lo recordaba, y volvió a ver al lobo dando zarpazos al suelo. El semiogro empezó a correr.
Furia
dobló una esquina y desapareció de su vista.

Groller dio la vuelta a una protuberancia rocosa a toda velocidad y fue a parar a la entrada de la cueva. Estaba oscuro. Por un instante, el semiogro sospechó que había equivocado el camino y había ido a parar a una sala distinta; pero entonces sus ojos, acostumbrados a la penumbra, descubrieron unas manchas grises.

Jaspe casi chocó contra él, al doblar la esquina.

—Varias horas, como mínimo. —Jaspe reconoció la voz de Feril—. Estoy agotada —decía—. Estamos atrapados aquí, a menos que encontréis otro modo de salir de esta cueva. No puedo hacer un agujero en esta roca hasta que haya recuperado las energías.

—Aquí dentro está más oscuro que la noche. —Ésa era la voz de Rig—. Parece una tumba.

Jaspe escuchó otros sonidos, un curioso tintineo que procedía del otro extremo de la estancia.

—Me pregunto dónde estarán Groller y Jaspe. No puedo creer que no hayan oído todo esto. Y deberían estar de vuelta ya.

—Estamos de vuelta, Fiona —contestó Jaspe.

—¿Y se puede saber dónde habéis estado vosotros dos? —inquirió Rig—. Hemos tenido que luchar contra dracs. Todavía siguen ahí fuera. Feril selló la cueva para impedir que nos mataran.

—¡Ufff! ¿Qué es ese olor? —preguntó Fiona.

—Ah, excrementos de murciélago —repuso Jaspe.

El enano tiró de la túnica de Groller, y el semiogro lo siguió al interior de la enorme gruta. Groller se dirigió hacia Feril y el lobo, y los dorados ojos de
Furia
lo saludaron. El semiogro los contempló con fijeza.

—Así que excrementos de murciélago. Vosotros encontráis excrementos de murciélago y nosotros dracs —manifestó Rig—. ¿Dónde estabais?

—Explorando —repuso el enano. «Explorando esta cueva y a mí mismo», añadió en silencio. «Encontrando mi fe.» Aspiró con fuerza y se encaminó hacia Rig. Notaba que sus pulmones estaban curados, los dos, y que su fe había regresado. Una sonrisa le iluminó el rostro—. Groller y yo nos dedicamos a explorar un poco.

14

Navíos hundidos

—He estado explorando las posibilidades de un regreso de Takhisis —dijo Palin—. Hay algo... que me preocupa. —La ansiedad de su voz era evidente mientras contemplaba el cuenco de cristal lleno de agua. El rostro de Gilthanas lo contempló a través de las crecientes ondulaciones.

—¿Te preocupa más que el regreso de la diosa?

—No —respondió él con una carcajada—; hay pocas cosas peores que podrían ocurrirle a Krynn. Es dónde regresará lo que me preocupa. Si nos equivocamos en nuestras adivinaciones...

—No habrá nadie allí para detenerla —finalizó por él Gilthanas—. Si acertamos, puede que no poseamos el poder necesario para detenerla de todos modos.

—Pero debemos acertar el lugar si deseamos tener la más mínima posibilidad.

—Concedido. ¿Cuáles con las opciones? —La voz del elfo sonaba queda y hueca.

Palin juntó las puntas de los dedos de ambas manos. Las arrugas de su rostro eran sensiblemente más profundas, en especial alrededor de los ojos, como si hubiera envejecido durante las últimas semanas. Dejó escapar un largo suspiro.

—El Custodio está convencido de que Takhisis aparecerá en algún lugar cerca de la Ventana a las Estrellas. Es un antiguo lugar en Khur.

—He oído hablar de él.

—El Custodio dice que todas sus adivinaciones señalan a esa zona, y sin embargo...

—¿Y sin embargo? —inquirió Gilthanas.

—El Hechicero Oscuro afirma categórico que el lugar será el Reposo de Ariakan. Sus palabras también tienen sentido. Es un lugar considerado como místico por los Caballeros de Takhisis.

—La Reina de la Oscuridad ya apareció allí en una ocasión —indicó Gilthanas.

—Mis socios se niegan a llegar a un acuerdo —siguió Palin, asintiendo—. Ninguno está dispuesto a tomar en cuenta la posición del otro. Casi han llegado a las manos sobre esta cuestión.

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