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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Corsarios Americanos (46 page)

BOOK: Corsarios Americanos
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Pero todavía se hallaban a una buena distancia. Ordenó a los remeros:

—¡Boguen con todas sus fuerzas! ¡Arrimen el hombro!

La yola avanzaba sin pausa hacia la amura de babor del
dandy
. Bolitho vislumbró el cablote del ancla que colgaba bajo el bauprés, parecido a un poste, y la forma desaliñada con que las velas estaban plegadas y aferradas.

El disparo de pistola hendió el aire matutino como si de un cañonazo de doce libras se tratase. Inmediatamente, mientras a bordo del
dandy
resonaba una voz de alarma, apareció por la ladera de la playa la línea ondulante de cabezas que formaban los infantes de marina, que se movían paralelas a los morros de los mosquetes con las bayonetas caladas. Pronto las manchas escarlatas se hicieron visibles, pues los infantes de marina avanzaban en formación cerrada, primero hacia arriba y luego en dirección a la orilla.

—¡Rápido! ¡Tiren con todas sus fuerzas! —Bolitho se inclinó hacia adelante tratando así de añadir su peso a la energía que hacía avanzar el rápido bote.

Ya habían aparecido varias figuras sobre la cubierta del
dandy
. Un disparo solitario iluminó su mástil mayor como si fuese una bengala.

Desde el otro flanco de agua oyeron la voz de D'Esterre que conminaba a rendirse a la gente del
dandy
. Siguieron más gritos confusos y se oyó luego el rumor de los cordajes que circulaban a toda velocidad por las roldanas de los motones.

Bolitho olvidó momentáneamente su papel en el ataque y observó con fruición la formación de infantería de marina. Los soldados, amparados todavía por la oscuridad de la noche, se detuvieron y formaron en fila para apuntar y soltar una primera lluvia de disparos sobre la cubierta del
dandy
.

El ajetreo de la cubierta se detuvo instantáneamente. Bolitho gritó:

—¡Listos para el abordaje! ¡Preparen el gancho!

Por el rabillo del ojo vio que el bote mandado por Frowd le adelantaba; su gancho de abordaje, también ya listo apuntaba hacia la borda del
dandy
, mientras los hombres elegidos para ello saltaban a bordo blandiendo sus machetes.

Los marineros treparon por ambas bandas del bauprés envueltos en su propio griterío. Los tripulantes del
dandy
se habían agrupado contra el mástil mayor del velero, demasiado sorprendidos para reaccionar y menos ofrecer la menor resistencia. Algunos mosquetes fueron arrojados a la madera de la cubierta. Bolitho, acompañado de Stockdale, corrió hacia la popa y se aseguró de que no había ningún retén escondido en el sollado y de que nadie iba a intentar atacarles por sorpresa.

Operación perfecta, ni una baja ni un herido. Vio a lo lejos, más allá de la extensión de agua, cómo los soldados de infantería agitaban sus sombreros y gritaban con entusiasmo.

—¡Corsarios, ya se lo decía yo! —afirmó tajante Frowd tras seleccionar a uno de los hombres apresados y traerle ante Bolitho. El prisionero había arrojado al suelo sus armas, pero llevaba colgando tantas bolsas de munición y cartucheras que daba la perfecta imagen de un pirata.

Bolitho enfundó su sable.

—Felicitaciones, muchachos. Mandaremos la novedad al contingente de infantería y…

Couzens le interrumpió con su grito de alarma. Su dedo señalaba hacia la proa y su voz se rompía por el terror:

—¡Un navío armado, señor! ¡Está dando la vuelta a la punta!

Al mismo tiempo, oyó el vozarrón D'Esterre que les avisaba usando su bocina metálica, urgente y desesperado:

—¡Abandonen el
dandy
! ¡Salten a los botes!

Frowd aún no había dejado de estudiar el perfecto reglaje de las series de vergas braceadas del velero recién llegado, cuando éste cambió de bordo y se escoró hacia el otro costado.

—¿Quién demonios debe de ser? —preguntó.

Bolitho notó que tiraban de la manga de su casaca. Buller, a su lado, tenía la mirada fija en el intruso.

—¡Es el mismo, señor! ¡Lo vi perfectamente! —dijo con voz febril—: ¡El bergantín que se escapó cuando el francés desarboló a la
Spite
!

Las ideas se agolpaban en la mente de Bolitho y circulaban como los rápidos en una corriente de marea entrante. El bergantín, el
dandy
que esperaba para cargar o descargar más armas, más municiones. La última orden de D'Esterre, la decisión que él debía tomar y que había quedado congelada debido a sus ensoñaciones.

Un fogonazo fue seguido inmediatamente por el trueno de una explosión. Un proyectil de artillería sobrevoló la cubierta y se estrelló violentamente en la orilla de la playa. Los infantes de marina se retiraban ya en ordenada formación. Bolitho adivinó de inmediato el cambio de humor de los tripulantes del
dandy
. De mostrar temor, habían pasado á parecer esperanzados, casi eufóricos al imaginar su inminente puesta en libertad.

—¿Qué vamos a hacer? —Frowd permanecía inmóvil junto al cabrestante con su espada todavía en la mano—. ¡Usará todos sus cañones y nos hundirá!

Bolitho pensó en Pears, en la decepción de Coutts, en la expresión de Quinn durante la encuesta del tribunal.

—¡Corten el fondeo! —ordenó a voz en grito—. ¡Listos para izar la vela mayor! ¡Señor Frowd, encárguese de la maniobra! ¡Usted, Stockdale, coja el timón!

Un nuevo proyectil surgió en la brumosa luz de la mañana y se estrelló sobre uno de los botes que bailoteaban amarrados tras la popa. El cañón giratorio montado en su proa explotó antes de que el casco escorase y se hundiera. Una ráfaga de metralla dio de lleno sobre el marinero que se había abalanzado a cortar el cabo de remolque.

Tras la pérdida del bote, resultaba imposible obedecer la orden de D'Esterre. Bolitho observó el bergantín y sintió que su corazón se helaba, repleto de una cólera y un odio inesperados.

Porque en lo más profundo de su ser sabía que no tenía ninguna intención de obedecer.

La amplia vela mayor pivotó sobre el eje del mástil, sujeta por su pico y su botavara. El trapo restallaba a merced del viento mientras varios hombres lanzaban a hachazos al cablote del ancla, para liberar así el
dandy
, que iba a caer sin gobierno hasta recibir el viento por la popa.

—¡Todo el timón a la banda!

Los hombres tropezaban y se empujaban junto a las drizas sin prestar atención al grupo de prisioneros que, mudos, les miraban; su única obsesión era conseguir imprimir velocidad al
dandy
para que su timón tuviese gobierno.

Bolitho oyó un crujido de madera tras el estampido de varios cañonazos. Se giró a tiempo para ver que el pequeño mástil de mesana se derrumbaba por el costado, rozando a Stockdale.

—¡Corten eso, déjenlo a la deriva!

Un nuevo choque hizo temblar el casco. Bolitho oyó el recorrido de la bala que chocaba con la cubierta inferior. El barco no iba a aguantar mucho rato aquel tratamiento.

—¡Ponga a esos hombres en las bombas! —Traspasó su pistola cargada a la mano de Couzens al tiempo que daba la orden—. ¡Al mínimo intento de rebelión, dispare!

—¡Ya tenemos gobierno, señor! —avisó Stockdale que se erguía junto al timón con sus piernas separadas y observaba las velas y el foque que el grupo de proa acababa de izar, mientras la tierra desfilaba más allá del bauprés. Parecía tan fuerte como un roble.

Pero el bergantín ganaba terreno. Ahora había virado en redondo para conservar su barlovento y sobrepasar a su adversario.

A bordo del
dandy
había dos cañones giratorios, pero de muy poco iban a servir. Sería como usar una lanza contra una carga de caballería. Valía más aprovechar a los hombres disponibles para maniobrar brazas y escotas que derrochar su esfuerzo en gestos inútiles.

De nuevo apareció un rosario de lenguas de fuego y, un instante después, las balas golpearon la parte baja del casco con el ruido de una avalancha.

Bolitho vio la bandera que ondeaba en el pico del bergantín. Era la insignia de la que ya había oído hablar. Rayas blancas y rojas con, en la esquina superior cercana al asta, un círculo de estrellas blancas sobre campo azul. El bergantín parecía recién botado, tan bien pintado y brillante. Quien lo manejaba era un auténtico profesional.

—¡Señor, el agua está entrando rápidamente!

Bolitho se enjuagó la cara y escuchó el rítmico golpeteo de las bombas de achique. Su trabajo era inútil. Jamás lograrían huir.

Unos silbidos viciosos junto al puesto del timonel le informaron de que estaban ya al alcance del fuego de los mosquetes enemigos.

Alguien lanzó un grito de dolor. Vio que Frowd tropezaba y caía contra la borda mientras se agarraba con ambas manos una rodilla destrozada.

Couzens surgió de la escotilla, andando de espaldas a la cubierta, mientras su pistola apuntaba todavía hacia la escala de bajada.

—¡Nos hundimos, señor! ¡El agua corre ya por la bodega!

Una bala rasgó la vela mayor y se abrió camino entre obenques y estayes, partiéndolos cual un sable invisible.

—¡Varemos en la playa! —jadeó Frowd—. ¡Es nuestra única posibilidad!

Bolitho negó con la cabeza. Si dejaba que el
dandy
se apoyase en la arena su carga quedaría a salvo, y no le cabía duda de que la bodega estaba llena de armas destinadas al bergantín.

Un súbito arranque de cólera le llevó a trepar unos pasos por los obenques y agitó su puño en dirección al otro barco.

A pesar de que el viento apagaba su voz, enmudecida al mismo tiempo por el estampido de los cañonazos, halló un satisfactorio placer en el mero hecho de gritar:

—¡Antes dejaré que se hunda, malditos!

Stockdale le observaba desde el timón. Más allá de la proa y de la superficie del agua, agitada por los impactos de las balas, se veía la tierra cada vez más lejos.

Dios quiera que el
Trojan
esté cerca, suspiró para sí con desesperación. No llegarán a tiempo de salvarnos, pero el bergantín tampoco sobrevivirá.

16
ÓRDENES

A medida que el
dandy
se alejaba del refugio de la isla, su casco se hundía en las aguas, y su timón se volvía más ingobernable. A los destrozos causados por los impactos de artillería se añadía el peso muerto de las armas y municiones de la bodega, y a cada golpe contra las olas, su estructura sufría presiones insoportables.

El bergantín había virado nuevamente de bordo para apartarse de forma franca y navegar en rumbo casi paralelo, al tiempo que los servidores de sus cañones mantenían el fuego a discreción en un intento de someter al pequeño velero. Nadie pensaba ya en salvar ni la carga ni a las gentes. Incluso los aterrorizados prisioneros caían bajo el mortífero fuego de la artillería.

Bolitho tuvo tiempo, sin embargo, de observar el bergantín. Sin duda acababa de salir de un astillero, pues no armaba todos sus cañones. De no ser por eso, el combate habría terminado ya hacía mucho rato. Viendo que tan sólo la mitad de sus portas disparaban, supuso que el resto debían de equiparse con las piezas almacenadas todavía en las bodegas del
dandy
. El comandante del bergantín acudía por segunda vez a un encuentro a fin de recibir las armas que le faltaban. La primera intentona había costado numerosas vidas, además del hundimiento de la
Spite
. Parecía que el bergantín fuese víctima de un sortilegio, aunque por segunda vez también lograría escapar indemne del acoso británico.

La cubierta sufrió un tremendo estremecimiento en el momento en que el mastelero y la verga alta se desplomaban entre una maraña de aparejos y trapo que gualdrapeaba. Al instante, el velero empezó a escorar peligrosamente. Los hombres rodaban por los suelos debido a la inclinación. Más jarcias rotas cayeron sobre ellos.

Por la escotilla abierta se oía el rugido del agua que penetraba en cascadas. Los prisioneros aullaban de pavor a medida que el líquido se abría paso por entre las frágiles tablas de la bodega.

Bolitho se agarró con fuerza a la barandilla y ordenó:

—¡Deje en libertad a esos hombres, señor Couzens! ¡Ustedes, los que puedan, atiendan a los heridos!

Se volvió hacia Stockdale, que ya había soltado el inútil timón.

—Eche usted también una mano. —El silbido de nuevos proyectiles que pasaban raudos y a poca altura sobre la cubierta le hizo parpadear—. ¡No hay más remedio que abandonar el barco!

Stockdale se cargó a hombros a un marinero que había perdido el sentido y se acercó a la banda. Allí se asomó y comprobó que el bote restante todavía flotaba.

—¡Todos al bote! Los heridos primero.

Bolitho sintió que la cubierta ganaba inclinación más rápidamente y empezaba a hundirse. El barco se iría abajo por la popa, pues su coronamiento, donde colgaba todavía el muñón del mástil de mesana, se hallaba ya sumergido.

Si, cuando menos, el bergantín dejase de hacer fuego, rogó. Bastaría que uno de sus proyectiles acertase en el bote repleto de heridos para que todos se hundieran con él. Observó la superficie del agua, rizada por las crestas de las olas. Fuere como fuere, tenían pocas posibilidades de salvarse. Miró hacia la isla, que se hallaba ahora a una milla por la popa, y vio el movimiento de las casacas rojas. Dedujo que los infantes de marina se apresuraban a lanzar al agua los botes restantes. Pero eran soldados, no marineros. Para cuando lograsen llegar al lugar del hundimiento sería demasiado tarde.

Couzens se arrastró hasta él y le informó jadeando:

—¡La proa está fuera del agua, señor! —Inmediatamente se lanzó cuerpo a tierra para protegerse de un nuevo disparo que alcanzó la vela mayor y la redujo a jirones.

Bolitho vio que Stockdale intentaba trepar de nuevo a la cubierta, desde el bote, y le gritó:

—¡Atrás! ¡Aléjense! ¡Esto se hundirá muy rápido!

Stockdale, con su cara impasible, como una máscara, soltó el cabo de amarre y dejó que la corriente apartase el bote del costado. Bolitho vio también a Frowd que, en la popa del bote, volvía su rostro para vislumbrar el hundimiento, mientras con una mano sanguinolenta hacía ondear el sable por encima de su cabeza.

El bergantín había empezado a aferrar sus velas. La mayor del trinquete desapareció y descubrió por fin el resto de su elegante casco.

—¿Tratarán de salvarnos, o nos matarán, señor?

—Huiremos a nado, señor Couzens —dijo Bolitho.

El muchacho asintió tembloroso, incapaz de articular palabra, al tiempo que se desprendía de sus botas y tiraba con frenesí de su camisa.

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