Read Corsarios Americanos Online

Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

Corsarios Americanos (50 page)

BOOK: Corsarios Americanos
5.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Se dirigió a Couzens:

—¿Se arrepiente de su ímpetu al ofrecerse voluntario para embarcar en
el White Hills
?

Couzens meneó la cabeza mientras su estómago gemía al recibir la primera comida preparada por Borga.

—Espere a que llegue a casa, señor. Jamás creerán lo que les cuente.

Bolitho se imaginó a Quinn sentado en el sollado, entre los heridos. Se acordó de la carta que Pears había escrito dirigida a su padre. En efecto, el joven había dado todo lo que tenía.

También reflexionó sobre los despachos que, en nombre del comandante Pears, transportaba para el almirante de Antigua. Quizá resultaba más seguro ignorar lo que en ellos Pears decía sobre él mismo, por más que eso iba a influir en su futuro inmediato. Aún no había alcanzado a comprender a Pears por completo; sólo sabía que bajo su mando había aprendido mucho más de lo que al principio creyó.

Bolitho alzó la mirada hacia el cielo.

—Creo que lo peor del temporal ha pasado ya. Avisen al señor Quinn para que suba a cubierta.

Couzens se plantó ante él y espetó:

—Puedo perfectamente vigilar la guardia yo, señor.

Stockdale sonrió con expresión perezosa.

—En efecto, señor, puede hacerlo. También estaré yo en cubierta. —El hombre desviaba la cara para que el guardiamarina no viese su sonrisa—. Aunque tampoco haré falta, creo.

—De acuerdo —respondió Bolitho sonriendo a su vez—. Si tienen alguna duda, avísenme.

Se dejó caer por la escala de bajada satisfecho de haber dado a Couzens la oportunidad de afrontar una responsabilidad. Aunque, al mismo tiempo, se sorprendía de no haber dudado un instante en confiar en él.

Mientras se abría paso hacia su pequeña cámara, oyó los sonoros ronquidos de Frowd junto al tintineo de una taza metálica que rodaba por el suelo siguiendo el vaivén del barco.

A la mañana siguiente le esperaba una montaña de trabajo. Primero debía tratar de calcular su posición y su deriva, para luego trazar un nuevo rumbo que, con suerte, les conduciría hasta las islas de Sotavento y Antigua.

Aunque en la carta la distancia no parecía muy grande, los vientos dominantes iban a ser contrarios durante la mayor parte de la ruta. Recuperar el tramo que habían abatido en dirección al sur podía llevarles algunos días.

Y una vez en Antigua, ¿qué? ¿Seguiría allí el teniente de navío francés? ¿Habría mantenido su palabra de honor y no habría tratado de fugarse? ¿Continuaría dando sus solitarios paseos bajo el sol?

Se tendió sobre la banqueta situada junto a las cristaleras de popa, pensando que así estaría listo para correr hacia cubierta al menor ruido inhabitual. Pero a los pocos segundos, Bolitho dormía como un tronco.

Era mediodía. Aunque sólo hacía dos días que habían abandonado la protección del
Trojan
, ese tiempo contaba ya como una vida entera de nuevas experiencias y problemas.

El tiempo se había vuelto más benévolo y permitió izar incluso la gran vela cangreja del
White Hills
, que apoyaba su robusto casco sobre el agua y recibía el viento por la amura de babor. Pasada ya la tempestad, el barco se notaba limpio y seco. La improvisada rutina, que Bolitho había establecido con la ayuda de Frowd y Quinn, parecía funcionar a la perfección.

Frowd había subido a cubierta; estaba sentado sobre la tapa de una escotilla con la pierna estirada, un constante recordatorio de su desgracia.

Couzens vigilaba a los hombres de la rueda mientras Bolitho y Quinn tomaban alturas de sol con sus sextantes y comparaban sus cálculos.

Vio al marinero Dunwoody aproximarse a la borda de sotavento y arrojar las aguas sucias de un balde hacia el océano. Acababa de salir del castillo de proa, donde sin duda había hecho compañía a Gallimore. Éste continuaba con vida, pero había sido trasladado al pañol de cabuyería, el único lugar donde el hedor del grueso cablote del ancla disimulaba la pestilencia que el herido profería. La herida se le había gangrenado, y no era justo exigir a los hombres que soportasen aquella situación.

—Diría que estamos los dos en lo cierto, señor —dijo Quinn con cautela—. Si el viento se mantiene como ahora, deberíamos avistar tierra pasado mañana.

Bolitho entregó su instrumento a Couzens. Quinn se dirigía a él usando de nuevo la expresión «señor». Se había roto el último lazo que les unía.

—Así lo veo —respondió—. Es posible que mañana avistemos los montes de la isla de Nevis. Desde allí nos queda un buen tramo de ceñida para alcanzar Antigua.

Le invadió un agrio sentimiento de pérdida. La idea de abandonar el
White Hills
le resultaba insoportable. Por supuesto, era algo ridículo. Habían sido tan sólo unos días, pero habían bastado para infundirle una dosis de confianza en sí mismo, o por lo menos de descubrir que la poseía en su interior.

Bolitho recorrió con su mirada la blanca cubierta. Ya no le parecía tan estrecha o angosta en comparación con el amplio combés del
Trojan
.

Algunos hombres heridos descansaban a la sombra de las velas y conversaban en grupos, o se dedicaban a observar el trabajo de sus compañeros con un interés profesional.

—¿Cuáles son sus planes, James? —preguntó Bolitho con voz queda.

Quinn desvió la mirada.

—Lo que decida mi padre, me imagino. Mi sino parece ser tener que obedecer órdenes. —De pronto se encaró con Bolitho y habló con franqueza—: Algún día… si a usted no le importa, me refiero, si no tiene otra cosa que hacer, ¿le importará hacerme una visita?

Bolitho asintió; deseaba con todas sus fuerzas apartar de su ánimo el desespero que le embargaba. Si no lo lograba, le torturaría y acabaría matándolo con más crueldad que las heridas de Gallimore.

—Será un placer para mí, James —dijo sonriendo—. Por más que, imagino, su padre no verá con buenos ojos que un simple teniente de navío penetre en su mansión. Para cuando yo vuelva a Londres, usted se habrá convertido en un rico comerciante.

Quinn le observó con mirada angustiada. Pareció que algo de lo dicho por Bolitho le reconfortaba.

—Le agradezco que diga eso. Le agradezco muchas otras…

—¡Atención, cubierta! ¡Una vela por la amura de barlovento!

Bolitho miró hacia el vigía. Su mente dibujaba la posición del
White Hills
en el océano: una pequeña cruz sobre la carta marcada por las numerosas islas de posesión francesa, británica u holandesa. La vela podía pertenecer a cualquier tipo de embarcación.

Miles de cosas podían haber acontecido desde que la
Kittiwake
zarpó de Antigua trayendo órdenes. Podía haberse firmado la paz con los rebeldes americanos, pero también podía haber estallado la guerra con Francia.

Se dio cuenta, con sorpresa, de que todos le miraban a él.

—Trepe a la cofa, señor Quinn —ordenó—. Lleve un catalejo e informe de inmediato de todo lo que vea.

Mientras Quinn pasaba corriendo ante Frowd, éste gruñó con furia:

—¡Maldita sea mi pierna! ¡Soy yo quien debería subir ahí arriba, y no… no…!

Mientras el infeliz buscaba en su cabeza un insulto apropiado, Quinn había ya desaparecido por los flechastes.

Bolitho anduvo impaciente de un lado al otro de la cubierta. Quería mantener la calma y mostrarse seguro de sí mismo. Probablemente la vela pertenecía aun buque español que trazaba ruta hacia los puertos de América del Sur y sus inmensos tesoros. En ese caso le verían huir muy pronto, pues su capitán tomaría al
White Hills
por un buque pirata. En aquellas aguas había una docena distinta de enemigos que elegir.

—¡Atención cubierta, señor! ¡Un bergantín!

—¡Será uno de los nuestros, muchachos! —soltó con euforia uno de los marineros heridos.

En cambio, Frowd gruñó con voz dolorida:

—Supongo que imagina lo que pienso, ¿no es cierto?

Bolitho le miró. Su cerebro había recuperado de pronto la frialdad.

Por supuesto. Era lo más lógico. Aunque de una lógica cruel. Con lo lejos que habían logrado llegar y, por una vez, le parecía, con éxito.

Aunque quedaba todavía una opción.

Procuró mantener la calma de su voz al dar la orden:

—¡No lo pierdan de vista!

Luego se volvió hacia Couzens y añadió con voz más queda:

—Me imagino que pronto podremos observarlo más de cerca. —Vio en la mirada de Couzens la sombra de la comprensión y añadió—: ¡Zafarrancho de combate! Carguen los cañones, pero no abran las portas.

Su mirada se desplazó por la cubierta estudiando la magra artillería del bergantín. Aquellas piezas habían bastado para reducir a un
dandy
indefenso, pero si las velas avistadas pertenecían al antiguo bergantín del capitán Tracy, de poco iban a servir.

17
LA GENTE MÁS VALEROSA

Bolitho esperó a que la cubierta recuperase la estabilidad tras un violento vaivén, para escudriñar con su catalejo en la distancia, por la amura de babor. Era fácil distinguir desde allí las gavias y juanetes: del otro bergantín, destacadas sobre el límpido azul del cielo. El resto de su aparejo, sin embargo, quedaba oculto por la distancia y la bruma.

Si se trataba del
Revenge
, como sospechaban, su capitán reconocería el aparejo del
White Hills
tan pronto como se encontrase a una distancia razonable. Acaso lo había hecho ya. Variar ahora el rumbo, abrir las vergas y correr viento a favor, le confirmaría eso con más claridad que presentarle batalla.

Bolitho miró de reojo el gallardete de la perilla del palo. De nuevo la brisa había rolado una cuarta hacia el norte. La tentación de girar y correr era fuerte; pero si más tarde el viento volvía a girar a la contra, obligándoles a cambiar de bordada una y otra vez, el bergantín ganaría ventaja sobre ellos con rapidez. Bolitho era consciente de que contaba únicamente con una reducida dotación de presa, y sabía lo que podía exigir a sus hombres.

—Déjele caer una cuarta, Stockdale —dijo. Quinn vociferó desde la verga del palo mayor:

—¡Se le divisa mucho mejor ahora! ¡Es el antiguo
Mischief
. ¡Lo podría jurar!

—¡Por todos los infiernos! —maldijo Frowd—. ¡Deberíamos salir corriendo!

—Nordeste este, señor —avisó Stockdale.

Bolitho hizo bocina con sus manos:

—¡Hombres a las brazas! ¡A ver, Buller, añada unas cuantas manos más a la braza de barlovento del trinquete!

Observó de reojo el casi imperceptible movimiento de las vergas, que se reorientaban para permitir a las velas llenarse a su máxima capacidad. Lo justo para disimular que intentaban huir.

Couzens se acercó corriendo a popa con las manos llenas de suciedad y varios desgarrones en su camisa.

—Zafarrancho listo, señor. Todos los cañones están cargados.

Bolitho sonrió con cautela. Todos los cañones que mencionaba Couzens eran las ocho piezas de seis libras disponibles en el
White Hills
. El bergantín había sido concebido para llevar catorce piezas iguales, además de varios cañones giratorios, pero los que faltaban se habían ido al fondo del mar al hundirse el
dandy
. Intentar desplazar una batería entera de una banda a otra significaría llamar inmediatamente la atención de la gente del bergantín. Éste aumentaba de tamaño a una velocidad sorprendente. Bolitho divisaba ya los reflejos del sol en varios metales, o acaso en las lentes de cristal de varios catalejos.

Se acercaba al
White Hills
en un rumbo convergente que llevaría ambos baupreses a coincidir en un mismo punto.

Por más que la tripulación del
White Hills
hubiese embarcado hacía poco tiempo, no había duda de que el capitán del
Revenge
conocía a Tracy. No tenían más remedio que intentar mantener la distancia. Debían engañarles por lo menos hasta que anocheciese.

—¡Tierra a la vista por la amura de sotavento, señor! —Por suerte, el vigía seguía vigilando el horizonte con atención mientras Quinn no perdía de vista el bergantín.

Bolitho se volvió hacia Frowd, que mostraba un semblante desanimado. La costa avistada pertenecía más que probablemente a uno de los islotes que jalonaban el paso de la isla Nevis en la ruta marcada hacia Antigua, situada todavía a unas cincuenta millas de distancia. Eso aún empeoraba la situación. Tan cerca y, sin embargo, tan lejos.

—¡El bergantín ha cambiado de rumbo, señor! —Al grito de Quinn siguió inmediatamente otro—: ¡Ha izado su pabellón!

—Ice uno con los mismos colores, señor Couzens —ordenó Bolitho tras asentir con el gesto. Con semblante tranquilo observó cómo el trapo de rayas rojas y blancas corría pegado a la vela y, al llegar al pico, se desplegaba contra el viento.

Frowd se esforzaba por mantenerse erguido sobre la tapa de la escotilla:

—¡No hay nada que hacer, maldita sea! ¡Nos está ganando terreno y maniobra para mantener la distancia al viento!

—Seguro que querrá hablar con nosotros. Querrá saber si hemos traspasado a bordo los cañones y la munición. Debían de haber planeado un encuentro entre los dos bergantines en algún punto fijo. —Bolitho reflexionaba en voz alta; vio que Frowd asentía. Stockdale tiró de la manga de Couzens:

—Tenga listo nuestro pabellón verdadero, señor Couzens. No creo que nuestro teniente esté dispuesto a combatir bajo una bandera falsa. Por lo menos, un día como hoy.

—¡Cómo vamos a combatir, hombre de Dios! —replicó Frowd con desesperación—. ¡Esos corsarios van siempre armados hasta los dientes! ¡Su táctica consiste en machacar al enemigo para obligarle a rendirse con la máxima rapidez, antes de que la llegada de un navío de refuerzo les haga huir! —gruñó con dolor—. ¿Luchar? ¡Debe de haberse vuelto loco!

Bolitho ya había tomado una determinación.

—De inmediato, empezaremos a recoger trapo, como si quisiéramos dialogar con él. Contando con que logremos acercarnos lo suficiente sin levantar sus sospechas, rozaremos su toldilla y abriremos fuego, para diezmar en lo posible a sus oficiales de popa, y luego huiremos.

Stockdale asintió y sugirió:

—Luego podríamos mover dos cañones hacia popa, señor. Un par de piezas que disparen mientras huimos harán más servicio que ninguna.

Bolitho se obligó a permanecer erguido e inmóvil para que su mente tuviese tiempo de reflexionar. No tenía otra opción, por más que esa pareciese poco viable. Pero debía elegir entre una acción arriesgada como aquella o la rendición.

BOOK: Corsarios Americanos
5.57Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Shifter Alpha Claim 1-6 Omnibus by Tamara Rose Blodgett, Marata Eros
Twist of Love by Paige Powers
One More Sunrise by Al Lacy
Walking on Glass by Alma Fullerton
Other People's Baggage by Kendel Lynn, Diane Vallere, Gigi Pandian
The Devil's Metal by Karina Halle
Gift Horse by Terri Farley