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Authors: James Lowder

Cruzada (2 page)

BOOK: Cruzada
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La mirada del rey cruzó la Rambla y se posó en un grupo de edificios unidos entre sí que constituían los ministerios reales, sede de la burocracia cormyta. Precisamente ayer el monarca había recibido un informe según el cual los recaudadores de impuestos esperaban un aumento en los ingresos de este año procedentes de las tarifas pagadas por los mercaderes.

—No, Vangy —respondió el rey con voz firme—. No puedo decir que la invasión haya arruinado nuestra economía. De hecho, los tuiganos casi no han tenido ningún efecto directo en nuestro comercio.

El hechicero barrigón asintió como si animara a un estudiante a explicar más a fondo la respuesta correcta, como si todavía fuera el tutor de Azoun. Viendo que el rey permanecía en silencio con la mirada puesta en la ciudad, Vangerdahast suspiró.

—Vamos, Vangy—intervino Dimswart—. Sabes tan bien como yo que el comercio con Ashanath, Thesk y Shou Lung es sólo una pequeña parte de la actividad naviera de Cormyr.

Vangerdahast se apartó de Azoun, y se dirigió hacia uno de los dos grandes tapices que colgaban de las frías paredes blancas de la habitación. El tapiz mostraba una escena de un torneo. Los caballeros vestían armaduras e iban armados con lanzas de ornamento. Uno de los duelistas, con su armadura de hilo plateado desteñido por los años, se inclinaba hacia adelante sobre la montura y empujaba su lanza contra el escudo roto del adversario. El otro, un guerrero bordado en oro, parecía caer del caballo, inmovilizado para siempre al borde de la derrota.

—No tenemos vínculos fuertes con el pueblo shou —comentó el mago distraído mientras se detenía entre los caballeros y su rey—. Al menos todavía no. Esta fue la razón por la que Azoun y yo asistimos a la conferencia de comercio e intercambio celebrada en Semphar el año pasado, la que supuestamente debía solucionar los problemas que los tuiganos planteaban al comercio.

—Podría haber sido una conferencia muy productiva —comentó el rey—, pues asistieron representantes de Shou Lung y de muchas naciones occidentales interesadas en comerciar con ellos. Pero todo resultó inútil; un general bárbaro… creo que se llamaba Chanar… tomó la ciudad como rehén, rodeándola con sus tropas. —Azoun rió amargado—. El general Chanar presentó un ultimátum del líder tuigano, su Khahan. Al parecer debíamos aceptar a aquel bárbaro, Yamun Khahan, como emperador de todo el mundo.

—El general era un bruto roñoso —señaló Vangerdahast con una risita, mientras recorría con un dedo la silueta del caballero dorado en el tapiz—. Casi se veían las moscas que volaban a su alrededor.

Azoun sonrió al escuchar el sarcasmo de su amigo y se acercó al hechicero.

—Estoy seguro de que el general Chanar llevaba varios días de cabalgata, Vangy. Es un guerrero, no… —El rey hizo una pausa para después señalar sus propias prendas: la túnica de seda, el jubón rojo y las botas de cuero de lagarto hechas a medida— un político.

—Ahora que mencionáis a los políticos, alteza, ¿pensáis que alguno de vuestros enemigos está agitando a los jefes de los gremios? —preguntó Dimswart. El sabio comenzó a disponer los trebejos en el tablero de ajedrez para una nueva partida.

—Quizá los zhentarim están detrás de los jefes —comentó el hechicero barrigón, que se palmeó los muslos—. Esto no significa que sus objeciones a la cruzada sean infundadas. Los tramperos sacarían muy pocos beneficios de la aventura. En realidad acabarían pagando por la cruzada con mayores impuestos sobre las pieles que traen a la ciudad. —Frunció el entrecejo y sacudió la cabeza—. No puedo dejar de pensar en el daño político que sufrirás si vas en busca de una guerra al otro lado del Mar Interior. —Aflojó los hombros como si su enfado se hubiera esfumado súbitamente—. He escuchado tus razones, y no niego que tienen un cierto mérito. Pero no comprendo a qué viene tanta prisa.

—¿Has olvidado mis obligaciones? —preguntó Azoun, orgulloso.

—Tu obligación es con Cormyr, no con Thesk o Rashemen. Te lo he dicho mil veces…

—¡Vangy —exclamó Dimswart, con una carcajada—, no entiendes nada!

—Hemos tenido antes la misma discusión —explicó el rey con una mirada sombría—. Cormyr es algo más que las tierras que aparecen entre las líneas de un mapa. Sólo somos un país, una potencia entre otra docena en Faerun. Si cae uno de mis vecinos, también caeremos nosotros. Mi deber con Cormyr exige que ayude a evitar las crisis que amenacen cualquier región del continente.

—Como ya te he dicho cada vez que has deseado ayudar a los valles, a Tantras o a Farallón del Cuervo, no tienes que buscarte problemas —replicó el hechicero. Se apartó del rey y, metiendo las manos en los bolsillos, sacó los componentes de un hechizo y recitó una fórmula mágica—. Mira —dijo, mientras un resplandeciente mapa de Faerun aparecía superpuesto al tapiz de torneo. Ríos, montañas, desiertos, glaciares, ciudades y países flotaban en el aire, y atrás asomaban como manchas las siluetas bordadas de los caballeros.

El reino de Cormyr estaba en el extremo noroeste del Mar Interior, también conocido como Mar de las Estrellas Fugaces. Al norte de Cormyr se encontraban las montañas, después las áridas Tierras de Piedra y la enorme extensión del gran desierto, Anauroch. El reino mercader de Sembia, del mismo tamaño que los dominios de Azoun, se hallaba directamente al este de Cormyr. Los Valles, al noreste, formaban una confederación dispersa de pequeñas comunidades agrícolas. A diferencia de Cormyr, con su monarquía hereditaria, y Sembia, con su oligarquía mercantil, Los Valles eran muy demócratas. Juntos, Cormyr, Sembia y Los Valles ocupaban gran parte de las tierras centrales de Faerun.

A la vista de sus diferentes concepciones políticas, no resultaba extraño que las tres naciones estuvieran enzarzadas en frecuentes disputas. La multitud de ciudades estados independientes —lugares como Tantras y Hillsfar— ubicadas cerca de las grandes naciones a menudo se veían involucradas en los conflictos de sus poderosos vecinos. De todos modos, Cormyr, Sembia y Los Valles eran tierras donde florecía la paz; sus disputas nunca eran tan graves como para crear fricciones permanentes.

Además, siempre estaban de acuerdo cuando se trataba de asuntos concernientes a Zhentil Keep. Aunque sólo era una ciudad fortificada al norte de Los Valles, Zhentil Keep era el foco de muchas de las maldades que ocurrían en las Tierras Centrales. Sólo por necesidad Azoun y los otros gobernantes legítimos trataban con los sacerdotes oscuros que controlaban Zhentil Keep.

Pero Vangerdahast no señaló Cormyr, Los Valles o Zhentil Keep en el mapa mágico. El dedo del hechicero apuntó al este de las Tierras Centrales, a través de Impiltur, hacia el extremo oriental del Mar Interior.

—Para que los bárbaros lleguen a nuestros bosques desde donde están ahora —dijo el hechicero, llamando la atención de los presentes a un punto a centenares de kilómetros más allá del final del Mar Interior—, tendrán que pasar por Thesk, Damara, Impiltur. —Vangerdahast contó con los dedos cada una de las naciones o ciudades estados que mencionaba mientras Azoun y Dimswart esperaban a que el hechicero real acabara su parrafada—. Y, según sea la ruta que tomen —concluyó Vangerdahast, que se volvió bruscamente para mirar al rey—, es probable que Yamun Khahan, «emperador del mundo», lleve a sus bárbaros a través de Zhentil Keep antes de llegar al sur por Los Valles. —El mapa desapareció, y el hechicero se encontró una vez más delante del tapiz.

—No está mal —comentó Dimswart después de unos instantes—. Me gustaría ver a los tuiganos asaltar las murallas negras de aquel lugar tan infame como malvado. No obstante, es posible que los zhentarim se unan a los tuiganos, o al menos los guíen a Los Valles y contra nosotros. No podemos descartar que quizás el Keep ya tenga un acuerdo con el Khahan, como hicieron los hechiceros rojos de Thay el otoño pasado.

Azoun consideró esta posibilidad por un momento, y la descartó estremecido. No podía hacer otra cosa que confiar en que los líderes de Zhentil Keep tuvieran la sensatez suficiente para no pensar que los tuiganos los dejarían en paz si no les presentaban resistencia. Los mensajes que había recibido en los últimos tiempos de lord Chess, gobernante nominal del Keep, indicaban que los zhentarim apoyarían cualquier plan sensato contra los invasores. Azoun sabía que Chess podía estar mintiendo para mantener despistados a Los Valles y a Cormyr, pero esperaba lo contrario. El solo rumor de que Zhentil Keep planeaba cooperar con los tuiganos, del mismo modo que había hecho Thay unos pocos meses antes, bastaría para reforzar la posición de los maestros de los gremios que se oponían a la cruzada.

—Nunca tendremos la ocasión de ver qué haría Zhentil Keep en dicha situación porque no podemos esperar a que los tuiganos lleguen a nuestra puerta —declaró el rey Azoun—. Si cuento con el apoyo del resto de los líderes de Faerun, detendré a Yamun Khahan mucho antes de que se acerque a nosotros.

—¿Y los gremios? —inquirió Dimswart.

—Podríamos encerrar a los líderes del gremio de tramperos en la torre hasta el final de la cruzada —propuso Vangerdahast en el acto.

—¿Y convertirlos en mártires? Ni hablar —dijo Azoun. Miró a través de la ventana—. Los gremios acatarán mis órdenes en este asunto. En realidad no pueden detenerme.

Dimswart y Vangerdahast comprendieron por el tono de Azoun que la discusión se había acabado en lo que concernía al monarca. En la habitación de la torre reinó el silencio. De pronto, una ráfaga que entró por la ventana abierta trajo el ruido de la calle a la torre y sacudió los tapices. El aire de la habitación, un tanto cargado con el olor a moho de los libros antiguos apilados cerca de la ventana y de la madera encerada del juego de ajedrez, se aligeró por un momento con la bocanada de aire marino.

Por un instante desapareció la tensión del cuarto hasta que alguien llamó a la única entrada de la torre, una pesada puerta con flejes de hierro.

—Ah, ése debe de ser Winefiddle —exclamó Dimswart, que se levantó para ir a abrir la puerta. El sabio quitó el cerrojo, apoyó un pie contra la puerta y dijo—: Decid la contraseña y entrad.

—No seas ridículo —llegó la respuesta ahogada, seguida por otro fuerte golpe en la puerta de roble. Después de una carcajada apenas reprimida, el hombre invisible añadió—. Traigo un mensaje para el rey, Dimswart, así que déjate de tonterías y permíteme entrar. Cualquiera diría que eres Vangerdahast. ¡Pedir una contraseña!

El mago enarcó una ceja mientras Dimswart abría la puerta. Winefiddle, un hombre orondo con el pelo castaño ralo y las mejillas rojas y abultadas, subió la escalera arrastrando los pies.

—Ni que pensaras que yo era… —protestó al entrar en la habitación, pero se interrumpió al verse delante del hechicero real, que, con los brazos cruzados, golpeaba el suelo con el pie.

—Tú y Dimswart habéis conseguido enfadar a Vangy esta mañana, cura Winefiddle —le comentó Azoun al clérigo que hacía frente al furioso mago. El sereno y alegre clérigo casi siempre ejercía un efecto sedante en el rey, y hoy no fue la excepción. El monarca se olvidó por un momento de los tuiganos y la cruzada. Sonrió—. Esto es como en los viejos tiempos.

—Sí —rezongó Vangerdahast—, esto se parece más a los tiempos en que «salías de aventuras» con estos vagos. Es asombroso que no os mataran a todos.

—El hecho de haber sobrevivido en algunas de aquellas aventuras se debe en parte a ti, Vangerdahast —señaló Winefiddle, con toda sinceridad. Pasó a la mano izquierda la bolsa que llevaba y se enjugó el sudor de la frente—. Si no hubieras sido tan constante en seguir a Azoun por todas partes, los hombres del rey estaríamos muertos hace años. —El clérigo tomó buena cuenta de la mirada de asombro que le dirigió el mago. Se arregló la túnica azul claro y fue a sentarse en una silla muy cómoda al otro lado de la habitación.

—Ya lo ves, Vangy, alguien te aprecia —dijo Dimswart, que ocupó otra vez su asiento delante del tablero de ajedrez—. Incluso yo admito que nos salvaste la vida un par de veces cuando nos dedicábamos a destrozar los campos como los Hombres del Rey.

El silencio reinó en la habitación mientras los cuatro recordaban las hazañas de los Hombres del Rey. Dimswart, por aquel entonces un mago poco conocido, y Winefiddle, novicio en el templo de Tymora, la diosa de la buena fortuna, habían formado el grupo, ansiosos por conseguir fama y fortuna en las partes más salvajes de Cormyr. Muy pronto se les unieron otros aventureros cormytas, incluido un espadachín muy hábil que se llamaba a sí mismo Balin. En realidad, este noble caballero era el joven príncipe Azoun.

El príncipe no tuvo problemas para mantener en secreto la verdadera identidad de Balin delante de medio mundo. Pocas personas conocían su aspecto, e incluso eran menos los que lo hubieran considerado capaz de recorrer los campos con una tropa de aventureros de segunda fila. No obstante, al cabo de dos o tres meses, el joven caballero reveló su identidad al grupo. Dimswart había descubierto el secreto del príncipe después de la primera aventura juntos, demostrando ser ya entonces un magnífico investigador. Winefiddle y los demás se quedaron de una pieza al enterarse. Pero esta información modificó muy poco las relaciones de los Hombres del Rey, mucho más interesados en rescatar doncellas de las garras de los ogros que en verse mezclados en la política de Cormyr.

Azoun disfrutaba el doble que sus compañeros. Cabalgar con Dimswart, Winefiddle y los otros tres miembros del grupo le daba al príncipe la oportunidad de escapar de las presiones de la vida en palacio. Vangerdahast le cubría las espaldas hasta donde podía, diciéndole al rey Rhigaerd que su hijo estaba en una expedición a algún santuario o biblioteca muy lejana. Muchas veces, el tutor real daba una excusa al rey y después partía en busca del muchacho. A menudo encontraba a los presuntos héroes metidos en apuros.

—¿Recordáis la vez que fuimos a parar a aquel campamento de goblins en las montañas cercanas a Cuerno Alto? —dijo Azoun, con una risita—. Nos tomaron por espías…

—Y entonces decidieron que Winefiddle era el sacerdote de algún terrible y malvado dios primitivo —añadió Dimswart, burlándose del cura barrigón—. Sólo porque una piedra cayó desde lo alto de un risco y mató a uno de ellos cuando intentaban cogerlo.

—Tuvisteis suerte de aquella confusión —replicó Winefiddle, sin ofenderse—. Las bestias no tuvieron que emplearse mucho para dominaros antes de que intentaran cogerme. Esas cosas horribles estaban dispuestas a matarnos a todos. —Se acarició la panza—. Todavía llevo la cicatriz donde uno de ellos me clavó la lanza. —El clérigo hizo una pausa y jugueteó con el disco de plata que llevaba colgado del cuello. Hablar del peligro e incluso de incomodidades lo ponía nervioso. Él no echaba en falta la vida de aventurero—. Y, si Vangerdahast no hubiese llegado cuando lo hizo —señaló—, quizá nos habrían matado a todos. Comenzaba a cansarme de actuar como un dios primitivo.

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