Cruzada (5 page)

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Authors: James Lowder

BOOK: Cruzada
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Vangerdahast se acarició la barba, y sus ojos parecieron perderse debajo de las cejas abundantes. Inspiró con fuerza una vez, y después otra. El hechicero cerró los ojos al tiempo que comenzaba a entonar un encantamiento. Los magos presentes se inclinaron hacia sus señores, y les susurraron que el hechicero real recitaba un encantamiento para averiguar si los espiaban por medio de una bola de cristal. Si alguien intentaba emplear la magia para saber lo que se discutiría en la reunión, el encantamiento de Vangerdahast lo impediría.

La letanía de Vangerdahast sonó más fuerte, con un ritmo frenético. Trazó con las manos una serie de símbolos en el aire. Sin previo aviso apoyó las yemas de los dedos contra las sienes, abrió los ojos, y pronunció la última palabra del encantamiento. La luz cegadora de un relámpago azul y blanco alumbró la sala.

—¡Por la herida de Mystra! —gritó Vangerdahast. Se protegió los ojos y cayó de espaldas al suelo.

El ruido de las espadas desenvainadas y el susurro de las dagas que se deslizaban de las vainas ocultas en las botas se escucharon por toda la sala. Los guardaespaldas, encargados de la protección de sus señores, se pusieron en posición de combate. Un mago lanzó un hechizo, y una resplandeciente esfera de protección encerró al señor de uno de Los Valles. Los pocos guardias cormytas presentes corrieron a proteger al monarca, que no les prestó atención.

—¿Qué pasa, Vangy? —le preguntó a su antiguo tutor mientras lo ayudaba a levantarse.

El hechicero se frotó los ojos sin dejar de maldecir por lo bajo antes de contestar al rey.

—Alguien que no puede estar muy lejos tenía puesto un poderoso hechizo sobre esta sala. El relámpago lo provocó mi encantamiento para descubrir el espionaje mágico. El contacto está cortado.

Muchos de los dignatarios se mostraron conformes con la explicación, pero fueron pocos los guardaespaldas que envainaron las armas. Un hombre fornido y de edad mediana golpeó la mesa con la empuñadura de su tizona.

—Si pudiéramos rastrear el hechizo —gruñó—, encontraríamos que el espía es un agente zhentarim.

—¿Cómo lo sabéis, señor Mourngrym? —inquirió con voz temblorosa un mercader de Sembia.

Todas las miradas se volvieron al noble que había formulado la acusación: Mourngrym, señor del Valle de las Sombras. El señor frunció el entrecejo y guardó la espada en la vaina recamada de piedras preciosas; pero, cuando vio que era el centro de atención de la asamblea, se irguió en toda su estatura y arregló el sobreveste inmaculado. Con un aire casi despreocupado observó a los presentes mientras apretaba los labios hasta convertirlos en una línea dura entre la barba y el mostacho bien recortado. Los políticos asistentes que eran aliados del señor recordarían más tarde esta expresión al dirigirles la palabra, y la calificarían de benigna, incluso paternal. Aquellos que no tenían muy buena opinión del noble la tildarían de altiva.

—¿Quién sino Zhentil Keep querría espiar lo que se diga en esta reunión? —Mourngrym tocó el símbolo del Valle de las Sombras, una torre en espiral delante de una luna en cuarto creciente invertida, enganchado en la pechera del sobreveste—. La gente de Los Valles conocemos mejor que nadie la maldad del Keep.

—Los magos del Keep habrían utilizado un hechizo mucho más sutil que el que descubrí —objetó Vangerdahast, que avanzó un paso hacia el señor.

—Entonces, quizá sea obra del gremio de los tramperos —replicó el noble—. Según me han dicho, tenéis problemas con ellos por el tema de la cruzada.

—Las quejas de unos pocos tramperos no se pueden considerar un problema —señaló Azoun. Hizo una corta reverencia a los delegados del importante reino mercader de Sembia—. Desde luego sentimos un gran respeto por nuestros gremios de comerciantes.

El líder de la delegación sembiana, Elduth Yarmmaster, se puso de pie. Era un hombre de carnes fofas con un aire relajado, casi insolente, que hoy vestía una magnífica túnica carmesí.

—Nosotros también hemos escuchado rumores sobre la inquietud de los comerciantes en vuestra tierra, alteza, y nos preocupa. No obstante, ¿no es más lógico pensar que son los tuiganos quienes nos espían? —Movió una mano regordeta adornada con varias sortijas trazando un círculo en el aire—. Son ellos, más que cualquier otro, los principales interesados en conocer nuestros planes.

—Es obvio que sabéis muy poco de los tuiganos. —La voz sonó baja y cascada, pero fuerte. Todas las cabezas se volvieron para mirar otra vez al frente de la sala, donde se encontraba la vieja, que los observó fríamente, con los párpados entornados. Después de alisar los pliegues del sencillo manto blanco, añadió—: Los tuiganos no valoran la magia como nosotros y les importa muy poco lo que hagáis en Cormyr.

El comentario provocó un coro de murmullos y exclamaciones. Vangerdahast y Azoun se aproximaron a la anciana y levantaron las manos, en un intento de calmar a los presentes.

—No es necesario hacerlos callar, Azoun de Cormyr —dijo la anciana con voz seca, volviendo su afilado rostro hacia el monarca—. En cuanto comprendan la sabiduría de mis palabras mostrarán más respeto.

Los murmullos aumentaron de tono; Azoun deseó en silencio no haber sido bendecidos con la presencia de la mujer. Se había ganado el apoyo de Vangerdahast, pero la anciana estaba a punto de hacerle perder a la mayoría de los aliados.

—Por favor, damas y caballeros, Fonjara Galth es la representante de Rashemen. Escuchad lo que tiene que decir.

No bien Azoun identificó a la mujer, los presentes hicieron silencio. Aunque había muchos en Faerun que comerciaban con Rashemen, ubicado en las fronteras más al este de los Reinos «civilizados», sólo un puñado de occidentales se encontraban cómodos en presencia de la gente de aquel país. Las baladas mencionaban a Rashemen como la «tierra de los feroces», porque muchos de los habitantes eran unos guerreros salvajes e implacables, el
huhrong
era el gobernante nominal que regía los destinos del país desde el castillo de muros de acero, en la ciudad de Immilmar. Pero las riendas del gobierno de Rashemen estaban en manos de un poderoso y secreto grupo de brujas.

Aunque las brujas pocas veces salían del país sin adoptar unos disfraces perfectos, los señores y las damas que miraban atónitos a Fonjara se preguntaban si ella era uno de los verdaderos gobernantes de Rashemen.

La vieja permaneció inmóvil con los brazos cruzados sobre el pecho. Observó a la concurrencia por un momento, y se demoró en los magos que esperaban, boquiabiertos, escuchar sus palabras.

—No pretendo engañar a nadie. Estoy aquí en representación de
huhrong
Huzilthar, señor de Immilmar y comandante de nuestros ejércitos y de la hermandad que también gobierna mi país.

Una vez más se oyeron murmullos y exclamaciones ante la referencia encubierta de Fonjara a las brujas. Una sonrisa fugaz apareció en el rostro de la vieja al escuchar los cuchicheos de asombro de los nobles. Unos cuantos señores cormytas miraron a Azoun y Vangerdahast en busca de una confirmación. El rey y el consejero intentaron mostrarse inescrutables, aunque a Azoun le resultaba difícil contener el entusiasmo.

—Mi pueblo ha luchado durante muchos años con los terribles brujos rojos de Thay, nuestros infames vecinos del norte —graznó la vieja tras una breve pausa—. Hemos podido mantener a raya a esos viles hechiceros con muy poca ayuda del resto de Faerun. Ahora, nos enfrentamos a otra amenaza, los tuiganos, y la magia y los aceros ensangrentados de los más valientes guerreros no son suficientes para detener a la horda bárbara.

Por primera vez desde que había llegado al frente de la sala, la anciana movió el cuerpo. Desplegó los esqueléticos brazos y trazó un complejo símbolo delante de ella. La voz de Fonjara se mantuvo baja y amenazante, y la letanía semejó más una maldición que un canto. Ni siquiera Vangerdahast fue capaz de identificar el encantamiento que intentaba lanzar, el poder que quería invocar. No había pasado ni un minuto, cuando la bruja sacó una bolsita de la túnica y dispersó el contenido en el aire.

La imagen casi transparente de un hombre regordete y muy sucio, con gruesas polainas de cuero y una grasienta armadura de placas, apareció junto a Fonjara. Llevaba el pelo rojizo peinado en trenzas que caían debajo del sencillo casco plateado. La imagen fantasmal se volvió, sin ver, hacia los presentes. Azoun advirtió la cicatriz irregular y blanquecina que le cruzaba la nariz hasta la mandíbula. Una segunda cicatriz, más gris y por lo tanto más vieja, desfiguraba el labio superior en un leve gesto de desprecio.

—Éste es Yamun Khahan —comentó la vieja—, que se ha proclamado a sí mismo emperador de todos los pueblos, al menos una imagen de cómo es en la actualidad. Ahora acampa con cien mil guerreros en Ashanath, cerca del Lago de las Lágrimas, en la frontera oeste de Rashemen. —Tras una pausa, Fonjara Galth volvió a cruzar los brazos, movió sólo la cabeza hacia el rey Azoun y siseó—: Este es el hombre que, si tiene la oportunidad, arrasará gustoso todo Faerun. Intentará matar a cualquiera que se le interponga, incluido un rey.

La declaración no fue ninguna sorpresa para Azoun ni para los nobles asistentes, pero en los labios de la bruja sonó como algo mucho más terrible, como la promesa de algo que pasaría inevitablemente. El monarca de Cormyr se estremeció por un instante, pero se libró del temor casi en el acto. Se acercó a la imagen mágica de Yamun Khahan.

La bruja miró al rey y después a los nobles. Con voz lenta, metódica, describió una de las batallas libradas contra los bárbaros. Fonjara detalló la espantosa carnicería y los sufrimientos infligidos al ejército y a los civiles de Rashemen. Expresiones de asombro y espanto aparecieron en los rostros de la mayoría de los presentes.

Sólo entonces la vieja sonrió antes de comentar:

—Y continuarán a través de todo Faerun haciendo lo mismo a menos que los detengan. Ashanath está a mil seiscientos kilómetros al este, pero los bárbaros no se quedarán allí por mucho tiempo. —La mirada firme de Fonjara se posó en Azoun—. Además de los cien mil tuiganos que acompañan al Khahan, hay, quizás, unos veinte mil o más en mi país. Hemos matado a unos cinco mil desde principios del invierno pasado, cuando invadieron nuestras fronteras.

Elduth Yarmmaster, líder de los sembianos, alisó los pliegues de las mangas de la túnica roja y se tironeó de una de las papadas al tiempo que se ponía de pie.

—Perdonadme, señora Fonjara, pero a mí me parece que veinte mil soldados bárbaros no pueden ser un problema para el legendario ejército de Rashemen.

—Si sólo tuviésemos que enfrentarnos a los tuiganos, no habría ningún problema —respondió la anciana—. Pero el zulkir Szass Tam, el jefe de los brujos rojos de Thay, hizo un pacto con Yamun Khahan: si los tuiganos pasaban por Rashemen en lugar de Thay, él y sus brujos separarían las aguas del Lago de las Lágrimas, para permitirles el acceso a las grandes llanuras en la otra orilla…

Miró a los presentes y añadió—: los países de Ashanath, Thesk, y también los vuestros a su tiempo.

—Los brujos rojos de Thay han utilizado este ataque como una maniobra de diversión —intervino Vangerdahast, después de carraspear con mucho ruido—. Sus ejércitos de gnolls, goblins e incluso zombis han ampliado las fronteras. Aglarond, Thesk, Ashanath, y, desde luego, Rashemen luchan en dos frentes al mismo tiempo: uno contra los tuiganos y el otro contra los agentes de Thay.

—¿Y nosotros contra quién lucharemos en esta cruzada? ¿Contra Thay o los bárbaros? —preguntó un rudo y barbado comandante de Tantras.

Fonjara abrió y cerró los dedos retorcidos en un gesto de impaciencia. Azoun dejó de mirar la figura mágica del Khahan y contestó a la pregunta.

—Lucharemos contra los tuiganos. Los ejércitos locales se bastan para repeler las incursiones procedentes de Thay. Al menos, por ahora, los brujos rojos sólo parecen tantear el terreno antes de lanzar cualquier invasión a gran escala.

—Si no he entendido mal —señaló Mourngrym, señor del Valle de las Sombras—, tendremos que luchar contra el Khahan y su horda sin ninguna ayuda de la gente que vamos a salvar.

—También os estaréis ayudando a vos mismo, señor Mourngrym —replicó el rey, ceñudo—. Los tuiganos son muy capaces de atravesar Faerun y acampar a nuestras puertas en poco más de un año.

—Eso no es más que una suposición, alteza —afirmó el noble, con un ademán que descartaba la posibilidad.

Vangerdahast, el rostro arrebolado por el enojo, fue a hablar, pero Fonjara alzó un dedo para que no abriera la boca. El hechicero se tragó la respuesta mientras la bruja cruzaba la sala. La imagen mágica de Yamun Khahan desapareció en cuanto Fonjara llegó junto a Mourngrym.

—Os gustaría que los tuiganos desaparecieran con la misma facilidad con que se ha esfumado la imagen del Khahan —dijo la vieja, inclinándose sobre el noble.

—Tenéis que comprender que nosotros tenemos nuestros propios problemas —contestó Mourngrym, que se movió incómodo en la silla. El escriba de gafas sentado junto a su señor asintió, pero permaneció tan callado como antes.

—¿Cuántos años tiene vuestro hijo, señor? —preguntó Fonjara, con la mirada puesta en el caballero.

—¿Qué tiene que ver mi hijo con todo esto? —exclamó Mourngrym, que se levantó como empujado por un resorte, con una expresión airada en el rostro.

—La torre en espiral que llamáis vuestro hogar no os salvará de Yamun Khahan si llega a Los Valles. —La bruja curvó los dedos como garras y rasgó el aire delante de Mourngrym—. Ni siquiera el gran Elminster en persona, que según tengo entendido vive ahora en el Valle de las Sombras, conseguirá evitar que un millar de flechas tuiganas acaben con vos, con vuestra esposa o con vuestro hijo.

—Elminster podría… —tartamudeó el noble.

—Elminster no podría hacer nada —lo interrumpió la anciana. Los ojos violetas parecieron tornarse grises—. La magia es un gran poder, pero los tuiganos superan en número a todos los magos que podáis reunir para combatirlos.

—Por cierto —intervino Vangerdahast, sin disimular el sarcasmo en su voz—, ¿dónde está Elminster?

El escriba de Mourngrym abandonó la silla. El hombre bajo y de aspecto inofensivo tenía un aire de despiste, que fue reforzado por la forma de carraspear antes de responder a la pregunta.

—Sus numerosas ocupaciones le impidieron venir, amo Vangerdahast.

Fonjara emitió un sonido que podía interpretarse como tina carcajada al escuchar la respuesta.

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