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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantástico

Cuentos desde el Reino Peligroso (12 page)

BOOK: Cuentos desde el Reino Peligroso
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—¡Si se llegara a saber yo me enteraría —dijo Uin—. Se supone que nadie de las Tierras Exteriores ha estado aquí; y los que llegan ahora son muy pocos. ¡Punto en boca!

¿Qué dije de los perros? Que no olvidan fácilmente las piedras malhumoradas. Pues bien, a pesar de todo lo que vio y los emocionantes viajes que hizo, Roverandom no pensó mucho en estas cosas durante el tiempo que estuvo allí. Pero las recordó muy claramente tan pronto como regresó a casa.

Su primer pensamiento fue: «¿Dónde está aquel viejo brujo? ¿De qué sirve ser cortés con él? Por poco que pueda, le destrozaré de nuevo los pantalones».

Así pensaba Roverandom cuando, después de haber intentado en vano tener unas palabras a solas con Artajerjes, vio pasar al brujo por uno de los caminos reales que partían del palacio. Por supuesto, Artajerjes era demasiado orgulloso como para tener cola o aletas o aprender a nadar correctamente. Todo lo que hacía era beber, como todos los peces (lo que significaba que incluso en el mar tenía sed); pasó mucho tiempo vertiendo sidra en grandes barriles que tenía en sus habitaciones, cuando habría podido emplearlo en asuntos oficiales. Si quería desplazarse deprisa conducía un vehículo. Cuando Roverandom le vio, conducía un vehículo expreso, un caparazón gigantesco en forma de caracol, tirado por siete tiburones. Todos se apartaban rápidamente del camino, pues los tiburones mordían.

—¡Vamos tras él! —dijo Roverandom al perro de mar; y así lo hicieron; y los dos perros malos se ponían a arrojar piedras al carruaje cada vez que pasaba por debajo de un acantilado. Como te he dicho, podían moverse y actuar con sorprendente rapidez; y se adelantaban, se escondían en las algas y empujaban sobre el borde todo lo que encontraban desprendido o a punto de desprenderse. Todo esto molestaba enormemente al brujo, pero los dos perros tenían mucho cuidado de que no los descubriera.

Antes de arrancar, Artajerjes estaba ya de muy mal humor, y antes de recorrer una gran distancia tuvo un ataque de cólera, una cólera no exenta de angustia, pues iba a investigar los daños causados por un inusitado remolino que había aparecido de repente, y en una zona del mar que a él no le gustaba en absoluto. Artajerjes pensaba (y estaba en lo cierto) que en aquella dirección había criaturas perversas a las que era mejor dejar solas. Creo que tú ya sabes lo que ocurría allí, Artajerjes también. La vieja serpiente de mar empezaba a despertar, o amenazaba con hacerlo.

La serpiente había dormido profundamente durante años, pero ahora empezaba a revolverse. Cuando estaba estirada, podía medir cientos de kilómetros (algunos decían que llegaba de Extremo a Extremo, pero esto es una exageración); y cuando está enroscada, aparte de la Olla (donde acostumbraba a vivir, y mucha gente desea que vuelva allí), sólo había una caverna en todos los océanos que la pudiera alojar, y desgraciadamente esa caverna está a menos de doscientos kilómetros del palacio del rey de los mares.

Cuando, en sueños, deshizo una o dos anillas, las aguas se encresparon y se agitaron sacudiendo las casas de la gente y perturbando a los que dormían en kilómetros y kilómetros a la redonda. Pero fue una estupidez enviar al PAM a ver lo que ocurría, pues evidentemente la serpiente de mar es mucho más grande y fuerte y vieja e idiota para que alguien la domine (otros adjetivos que se le aplicaban eran: primordial, prehistórica, autotalásica, fabulosa, mítica y tonta); y Artajerjes lo sabía muy bien.

Ni siquiera el Hombre de la Luna trabajando duramente durante cincuenta años podría confeccionar un hechizo tan largo o poderoso como para reducir a la serpiente. El Hombre de la Luna sólo lo había intentado una vez (cuando se le pidió expresamente), y el resultado fue el hundimiento de un continente en el mar.

El pobre Artajerjes se dirigió directamente hacia la boca de la cueva de la serpiente de mar. Pero aún no se había apeado de su carruaje cuando vio la punta de la cola de la serpiente de mar asomando por la entrada; era más grande que una hilera de gigantescos barriles de agua, y verde y viscosa. Para él esto era suficiente. Enseguida quiso volver a casa, antes de que el Gusano se volviera de nuevo, y todas las serpientes lo hacen en momentos especiales e inesperados.

Al pequeño Roverandom todo le impresionaba profundamente. El no sabía nada acerca de la serpiente de mar o de su monstruosidad; lo único que tenía en la mente era fastidiar al malhumorado brujo. Así, cuando se presentó la ocasión —Artajerjes estaba de pie, mirando fijamente, como un estúpido, al extremo visible de la serpiente, y sus animales de tiro no se enteraban de casi nada— se deslizó furtivamente y mordió a uno de los tiburones en la cola, por diversión. ¡Por diversión! ¡Menuda diversión! El tiburón salió disparado hacia adelante, y el carruaje con él; y Artajerjes, que se había vuelto para subir, cayó de espaldas. Luego el tiburón mordió a lo único que tenía a su alcance en ese momento, que era el tiburón situado delante de él; y éste tiburón mordió al siguiente; y así sucesivamente, hasta el último de los siete, el cual, muy idiota — ¡válgame Dios!—, va y muerde a la serpiente de mar en la cola.

¡La serpiente se revolvió de nuevo inesperadamente! Y los dos perros empezaron a dar vueltas en el agua, chocando con peces distraídos y arremolinados árboles marinos, muertos de miedo en una nube de hierbas arrancadas, arena, babosas, bígaros y restos diversos. Y las cosas se fueron poniendo cada vez peor, y la serpiente seguía revolviéndose. Y allí estaba el viejo Artajerjes, agarrándose a las riendas de los tiburones, zarandeado también de acá para allá, y diciéndoles, me refiero a los tiburones, las cosas más horribles. Afortunadamente para esta historia, él nunca supo lo que había hecho Roverandom.

Ignoro cómo llegaron a casa los perros. En cualquier caso, fue hace mucho, mucho tiempo. En primer lugar fueron arrojados a la playa en una de las terribles mareas provocadas por las convulsiones de la serpiente de mar; y luego fueron recogidos por unos pescadores en la otra orilla del mar y fueron enviados casi jubilosamente a un acuario (un destino odioso); y después, tras escapar de todo ello por los pelos, tuvieron que hacer el camino de regreso lo mejor que pudieron, en medio de una perpetua conmoción subterránea.

Y cuando por fin llegaron a casa, allí también reinaba una terrible conmoción. Todos los habitantes del mar estaban reunidos alrededor del palacio y todos gritaban a la vez:

—¡Traigan a PAM! (¡Sí, ahora lo llamaban así en público, y ninguna otra cosa más larga o más digna!) ¡TRAIGAN A A PAM! ¡TRAIGAN A PAM!

Y PAM estaba escondido en los sótanos. Finalmente, la señora Artajerjes lo encontró y lo hizo salir de allí; y cuando él se asomó a una ventana de la buhardilla, todo el pueblo marino gritó:

—¡Basta de disparates! ¡BASTA DE DISPARATES! ¡BASTADE DISPARATES!

Y era tal el alboroto que a lo largo de todas las costas del mundo la gente pensaba que el mar rugía con más fuerza que de costumbre. ¡Así era! Y la serpiente de mar seguía revolviéndose todo el tiempo, intentando obsesivamente llevarse la punta de la cola a la boca. Pero, ¡gracias al cielo! no estaba ni total ni propiamente despierta, pues de lo contrario habría podido salir y agitar coléricamente la cola, y entonces otro continente se habría hundido. (En verdad esto habría sido realmente lamentable o no habría dependido, en ese caso, de qué continente se hubiera hundido y en qué continente viviera uno.)

Pero el pueblo marino no vivía en un continente, sino en el mar, y precisamente en la zona media; y ésta iba creciendo. Y todos insistían en que era asunto del rey de los mares hacer que el PAM creara un hechizo, un remedio o solución para apaciguar a la serpiente de mar: el agua estaba tan agitada que no podían llevarse las manos a la cara para alimentarse o sonarse la nariz; y todos chocaban unos con otros, y todos los peces estaban mareados de revueltas que se habían puesto las aguas, y éstas estaban tan turbias y tan llenas de arenas que todos tenían tos; y se suprimieron todos los bailes.

Artajerjes se quejó, pero tenía que hacer algo. Así pues, fue a su taller y permaneció encerrado durante una quincena, y durante este tiempo tuvieron lugar tres terremotos, dos huracanes submarinos y varias revueltas del pueblo marino. Luego salió y soltó un hechizo prodigioso donde los haya (acompañado de un encantamiento consolador) a cierta distancia de la cueva; y todos se fueron a sus casas y se pusieron a esperar en los sótanos, todos menos la señora Artajerjes y su desdichado marido. El brujo estaba obligado a estar allí (a cierta distancia, no muy segura) y observar el resultado; y la señora Artajerjes estaba obligada a estar allí y observar a su marido.

El hechizo hizo que la serpiente tuviera un sueño terrible: soñó que todo su cuerpo estaba cubierto de percebes (muy irritante y parcialmente cierto) y también que era asada lentamente en un volcán (muy doloroso, y por desgracia completamente imaginario). ¡Y esto la despertó!

Probablemente la magia de Artajerjes era mejor de lo que se suponía. En cualquier caso, la serpiente de mar no salió, por suerte para esta historia. Puso la cabeza donde tenía la cola y bostezó, abrió la boca, tan ancha como la cueva, y bufó con tanta fuerza que todos los habitantes de los reinos marinos lo oyeron en sus sótanos.

Y la serpiente de mar dijo:

—¡Basta de DISPARATES! —Y añadió—: Si este brujo charlatán no sale de aquí al instante, y si alguna vez entra de nuevo en el mar, SALDRÉ DE AQUÍ; y primero me lo comeré a él, y luego lo golpearé y dejaré hecho añicos. Esto es todo. ¡Buenas noches!

Y la señora Artajerjes llevó a la casa a PAM, que se había desmayado.

Cuando se recuperó, que fue pronto, aunque después de tener a todos en vilo, retiró el hechizo de la serpiente y recogió sus cosas, y la gente decía y gritaba:

—¡Despide al PAM! ¡Gracias! Esto es todo. ¡Adiós!

Y el rey de los mares dijo:

—No queremos perderte, pero pensamos que tienes que irte. —Y Artajerjes se sintió muy pequeño y muy insignificante a la vez (cosa que le convenía). Hasta el perro de mar se rió de él.

Pero curiosamente, Roverandom estaba muy contrariado. Al fin y al cabo, él tenía sus propias razones para saber que la magia de Artajerjes no carecía de eficacia. Y además él había sido el que había mordido al tiburón en la cola, ¿no es cierto? Y él había sido el que había iniciado todo el embrollo al morder al brujo en los pantalones. Y él pertenecía a la tierra, y comprendía que tenía que ser duro para un pobre brujo de tierra verse atacado por todos los moradores del mar.

En cualquier caso, se acercó al viejo y le dijo:

—¡Por favor, señor Artajerjes!

—¿Bien? —dijo el brujo, con toda amabilidad (estaba muy contento de que no lo llamara PAM, y llevaba semanas sin oír un «señor»). ¿Bien? ¿Qué hay, perrito?

—Le pido perdón, de verdad. Lo siento muchísimo, créame. Nunca quise dañar la reputación de usted. —Roverandom pensaba ahora en la serpiente de mar y en la cola del tiburón, pero (¡afortunadamente!) Artajerjes creyó que se estaba refiriendo a sus pantalones.

—¡Ven, ven! —dijo—. No vamos a hablar del pasado. Y mucho menos cuando aquello quedó inmediatamente reparado o remendado. Creo que lo mejor que podemos hacer es volver a casa juntos.

—Pero, por favor, señor Artajerjes —dijo Roverandom—, ¿podría tomarse usted la molestia de devolverme mi tamaño?

—¡Claro que sí! —dijo el brujo, contento de encontrar a alguien que todavía creía que podía hacer algo—. ¡Claro que sí! Pero lo mejor y más seguro para ti es que sigas como hasta ahora mientras estés aquí abajo. ¡Primero tenemos que salir de aquí! Y ahora mismo estoy real y verdaderamente ocupado.

Y lo estaba real y verdaderamente. Entró en sus talleres y recogió toda su parafernalia, insignias, símbolos, apuntes, libros de recetas, secretos, aparatos, bolsas y botellas con hechizos de diversa naturaleza. Quemó todo lo que pudo quemar en su fragua impermeable y el resto lo arrojó al jardín trasero. Enseguida ocurrieron allí cosas extraordinarias: todas las flores enloquecieron, las hortalizas crecieron monstruosamente y los peces que las comieron se convirtieron en gusanos de mar, gatos de mar, vacas de mar, leones de mar, tigres de mar, demonios de mar, marsopas, dugones, cefalópodos, manatíes, y calamidades, o simplemente se envenenaron; y los fantasmas, las visiones, los trastornos, las ilusiones y las alucinaciones se propagaron de tal modo que en el palacio nadie tenía paz y se vieron obligados a mudarse. De hecho, todos empezaron a respetar la memoria del brujo cuando ya le habían perdido. Pero esto fue mucho después. De momento, clamaban para que se fuera.

Cuando todo estuvo a punto, Artajerjes dijo adiós al rey de los mares, más bien con frialdad; y ni siquiera los niños de mar parecían muy afectados, pues él había estado muy a menudo demasiado ocupado, y rara vez se había dedicado a hacer burbujas para ellos (como aquella ocasión de la que te hablé). Algunas de sus incontables cuñadas intentaron mostrarse educadas, de manera especial si la señora Artajerjes estaba delante; pero en realidad todos estaban impacientes por verlo salir por la puerta, a fin de poder enviar un mensaje respetuoso a la serpiente de mar:

«El lamentable brujo ha partido y no volverá nunca más. Por favor, duerme.»

Naturalmente, también la señora Artajerjes se fue. El rey de los mares tenía tantas hijas que podía perder alguna sin mucha congoja, sobre todo las diez mayores. Le dio una bolsa de joyas y un húmedo beso junto a la puerta y volvió a su trono. Pero todos los demás estaban muy tristes, y en especial la infinidad de sobrinas y sobrinos marinos de la señora Artajerjes; y también estaban muy tristes de perder a Roverandom.

El más triste de todos y el más abatido era el perro de mar:

—Escríbeme unas líneas desde dondequiera que estés —dijo—, y rápidamente iré a verte.

—¡No lo olvidaré! —dijo Roverandom. Y se fueron.

La ballena más vieja estaba esperando. Roverandom estaba sentado en el regazo de la señora Artajerjes, y cuando estuvieron instalados en el lomo de la ballena, se pusieron en marcha.

Y toda la gente dijo «¡adiós!» en voz alta, y «de menuda nos hemos librado» en voz baja, pero no tan baja; y ése fue el fin de Artajerjes como mago del Pacífico y el Atlántico. Ignoro quién ha hecho después los hechizos para aquellas gentes. El viejo Psámatos y el Hombre de la Luna, quiero creer, lo han arreglado entre ellos, son perfectamente capaces.

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