—¿Y si Daenerys muere antes de que lleguemos a ella? —preguntó Quentyn—. Necesitamos un barco, aunque sea la
Aventura.
—Si no te importa soportar esa peste durante meses, estás más loco por Daenerys de lo que creía —rio Gerris—. Yo tardaría menos de tres días en rogarles que me mataran. No, príncipe mío, te lo suplico, lo que sea menos la
Aventura.
—¿Se te ocurre una manera mejor de viajar? —replicó Quentyn.
—Pues sí. Acabo de tener una idea. Te adelanto que no es nada honroso y no carece de riesgos…, pero te llevará junto a tu reina más deprisa que el camino del Demonio.
—Habla —dijo Quentyn Martell.
Jon Nieve leyó la carta una y otra vez hasta que las palabras comenzaron a emborronarse y superponerse.
«No puedo firmar esto. No pienso firmar esto. —Estuvo tentado de quemar el pergamino en aquel mismo instante, pero lo que hizo fue beber de la cerveza que había dejado por la mitad durante la solitaria cena del día anterior—. Tengo que firmarlo. Me eligieron para que fuera su lord comandante. El Muro me pertenece, así como la Guardia. La Guardia de la Noche no toma partido.»
Sintió alivio al ver a Edd Tollet el Penas abrir la puerta para decirle que Eli estaba esperando. Jon guardó la carta del maestre Aemon.
—La recibiré ahora mismo. —Había temido aquel momento—. Ve a buscar a Sam; después quiero hablar con él.
—Seguro que está abajo leyendo. Mi antiguo septón decía que los libros son muertos que hablan. En mi opinión, deberían quedarse callados. A nadie le interesa el parloteo de los muertos. —Edd el Penas se marchó mascullando algo sobre gusanos y arañas.
Eli se arrodilló nada más entrar. Jon rodeó la mesa y la instó a ponerse en pie.
—No necesitas hincar la rodilla ante mí. Eso se reserva para los reyes. —Aunque Eli era madre y esposa, aún le parecía casi una niña, una cosita delgada envuelta en una vieja capa de Sam. Le quedaba tan grande que bajo sus pliegues se podían esconder varias chicas como ella.
—¿Los niños están bien?
—Sí, mi señor. —La salvaje sonrió con timidez bajo la capucha—. Me daba miedo no tener bastante leche para los dos, pero cuanto más maman, más me sale. Son fuertes.
—Tengo que decirte algo muy duro. —Estaba a punto de decir
pedirte,
pero se dio cuenta justo a tiempo.
—¿Es por Mance? Val le ha rogado al rey que lo perdone. Le ha dicho que, si no matan a Mance, ella se dejará casar con alguno de sus arrodillados y nunca le cortaría la garganta. Van a perdonar a ese tal Señor de los Huesos. Craster siempre juró que lo mataría si asomaba la cabeza por el torreón. Mance no ha hecho ni la mitad de cosas que él.
«Lo único que ha hecho Mance es encabezar un ejército contra el reino que juró proteger.»
—Mance pronunció nuestro juramento, Eli. Luego cambió de capa, se casó con Dalla y se coronó Rey-más-allá-del-Muro. Ahora, su vida está en manos del rey. No es de él de quien quiero hablar, sino de su hijo. Del hijo de Dalla.
—¿El niño de teta? —Le temblaba la voz—. No ha roto ningún juramento, mi señor. Duerme, llora y mama, nada más; nunca ha hecho daño a nadie. No dejéis que lo quemen. Salvadlo, por favor.
—Solo tú puedes salvarlo, Eli. —Jon le explicó cómo.
Otra mujer habría gritado y maldecido, lo habría mandado a los siete infiernos. Otra mujer se habría abalanzado sobre él ciega de rabia, le habría pegado, pateado y arrancado los ojos con las uñas. Otra mujer lo habría desafiado.
Eli solo negó con la cabeza.
—No. Por favor, no.
El cuervo se hizo con la palabra. «¡No!», gritó.
—Si te niegas, quemarán al niño. Puede que no sea mañana, ni pasado mañana…, pero será pronto, cuando Melisandre necesite despertar un dragón, levantar viento o realizar cualquier otro hechizo que requiera la sangre de un rey. Para entonces Mance será un montón de huesos y cenizas; ella exigirá a su hijo para el fuego y Stannis no se lo impedirá. Si no te llevas al niño, lo quemará.
—Me iré. Me lo llevaré, me los llevaré a los dos, al niño de Dalla y al mío. —Las lágrimas le rodaron por las mejillas. De no ser por la vela que las hacía brillar, Jon ni se habría dado cuenta de que lloraba.
«Supongo que las esposas de Craster enseñaron a sus hijas a llorar contra la almohada. O quizá salieran de casa para llorar, bien lejos de los puños de Craster.» Jon flexionó los dedos de la mano de la espada.
—Si te llevas a los dos, los hombres del rey te perseguirán y te traerán de vuelta a rastras. Quemarían al niño… y a ti con él. —«Si la consuelo, pensará que sus lágrimas pueden conmoverme. Tiene que darse cuenta de que no voy a ceder»—. Solo te llevarás a un niño, y será el de Dalla.
—Si una madre abandona a su hijo, quedará maldecida para siempre. No se puede abandonar a un hijo. Sam y yo lo salvamos. Por favor. Por favor, mi señor. Lo salvamos del frío.
—Los hombres dicen que la muerte por congelación es casi apacible. Sin embargo, el fuego… ¿Ves esa vela, Eli?
—Sí. —Eli miró la llama.
—Tócala. Pon la mano encima.
Sus grandes ojos marrones se abrieron aún más. No se movió.
—Hazlo. —«Mata al niño»—. Ahora mismo.
La muchacha colocó la mano temblorosa sobre la llama.
—Más abajo. Deja que te bese.
Eli bajó un poco la mano. Luego, un poco más. Cuando la llama le lamió la piel, apartó la mano y empezó a sollozar.
—Es horrible morir en el fuego. Dalla dio la vida por su hijo, pero has sido tú quien lo ha criado. Lo salvaste del hielo; ahora tienes que salvarlo del fuego.
—Pero entonces, la mujer roja quemará a mi hijo. Si no puede echar a las llamas al hijo de Dalla, echará al mío.
—Tu hijo no tiene sangre real. Melisandre no gana nada entregándolo a las llamas. Stannis quiere que el pueblo libre luche por él; no quemará a un niño inocente sin un buen motivo. Tu chico estará a salvo. Le buscaré una nodriza y crecerá aquí, en el Castillo Negro, bajo mi protección. Aprenderá a cazar y montar; a luchar con espada, hacha y arco. Incluso me haré cargo de que aprenda a leer y escribir. —A Sam le gustaría aquello—. Y cuando tenga edad suficiente, le diré la verdad. Será libre para buscarte, si eso es lo que quiere.
—Lo convertiréis en un cuervo. —Se limpió las lágrimas con el dorso de la pálida mano—. No. Me niego.
«Mata al niño», pensó Jon.
—Harás lo que te digo. De lo contrario, te doy mi palabra de que el día en que quemen al hijo de Dalla, el tuyo también morirá.
—Morirá —graznó el cuervo del Viejo Oso—. Morirá, morirá, morirá.
La chica se encogió, con la mirada fija en la vela y los ojos llenos de lágrimas.
—Puedes retirarte. No hables de esto con nadie, pero asegúrate de estar lista para partir una hora antes del amanecer. Mis hombres irán a buscarte —dijo Jon tras un largo silencio.
Eli se levantó y se marchó sin volver a mirarlo, pálida y muda. Jon la oyó atravesar la armería. Iba casi corriendo.
Cuando fue a cerrar la puerta, vio que
Fantasma
roía un hueso de buey, tendido bajo el yunque. El gran huargo blanco lo observó acerarse.
—Ya era hora de que volvieras. —Volvió a su silla, a releer la carta del maestre Aemon.
Samwell Tarly apareció poco después, cargado con un montón de libros. Tan pronto como entró, el cuervo de Mormont voló hacia él y le pidió maíz. Sam trató de complacerlo y le ofreció unos granos del saco que colgaba tras la puerta, pero el cuervo quiso picotearle la mano. Sam gritó; el cuervo batió las alas y el maíz saltó por los aires.
—¿Te ha hecho daño este canalla? —preguntó Jon.
—Sí. —Sam se apresuró a quitarse el guante—. Estoy sangrando.
—Todos derramamos sangre por la Guardia. Ponte guantes más gruesos. —Jon empujó una silla hacia él con un pie—. Siéntate y echa un vistazo a esto. —Le tendió el pergamino.
—¿Qué es?
—Un escudo de papel.
Sam lo leyó atentamente.
—¿Una carta para el rey Tommen?
—En Invernalia, Tommen y mi hermano Bran lucharon con espadas de madera —recordó Jon—. Tommen llevaba tantas almohadillas protectoras que parecía un ganso relleno. Bran lo derribó. —Se dirigió a la ventana y la abrió. El aire era fresco y vivificante, a pesar del gris plomizo del cielo—. Pero Bran ha muerto, y Tommen, el gordito de cara rosada, está sentado en el Trono de Hierro con una corona entre los rizos dorados.
Sam le lanzó una mirada torva, y durante un momento pareció dispuesto a decir algo, pero tragó saliva y volvió a mirar el pergamino.
—No has firmado la carta —dijo. Jon negó con la cabeza.
—El Viejo Oso suplicó ayuda al Trono de Hierro cien veces. Le enviaron a Janos Slynt. Ninguna carta nos granjeará el afecto de los Lannister, y menos aún cuando sepan que hemos estado ayudando a Stannis.
—Solo en la defensa del Muro; no en su rebelión. Aquí lo pone.
—Puede que lord Tywin no capte el matiz. —Jon volvió a coger la carta—. ¿Por qué va a ayudarnos ahora? ¿Qué ha cambiado?
—No querrá que se diga que Stannis cabalgó en defensa del reino mientras el rey Tommen jugaba con sus muñecos. Eso haría caer la ignominia sobre la casa Lannister.
—Lo que quiero que caiga sobre la casa Lannister es muerte y destrucción, no ignominia. —Jon cogió la carta—. «La Guardia de la Noche no toma parte en las guerras de los Siete Reinos —leyó—. Juramos defenderlos todos, y el territorio corre grave peligro en estos momentos. Stannis Baratheon nos ayuda contra nuestros enemigos del otro lado del Muro, pero no estamos a su servicio…»
—Bueno, es que no estamos a su servicio, ¿verdad? —Sam se agitó en la silla.
—Le he proporcionado a Stannis provisiones, refugio y el Fuerte de la Noche, además de permiso para instalar en el Agasajo a unos cuantos miembros del pueblo libre. Nada más.
—Lord Tywin dirá que nada menos.
—Pues Stannis opina que no es suficiente. Cuanto más se le da a un rey, más quiere. Caminamos por un puente de hielo, con un abismo a cada lado. Complacer a un rey ya es difícil; complacer a dos es imposible.
—Sí, pero… Si al final vencen los Lannister y lord Tywin decide que hemos traicionado al rey por ayudar a Stannis, podría ser el final de la Guardia de la Noche. Tiene el apoyo de los Tyrell, con todo el poder de Altojardín, y derrotó a lord Stannis en el Aguasnegras.
—Lo del Aguasnegras fue una batalla. Robb ganó todas las batallas, y aun así le cortaron la cabeza. Si Stannis consigue arrastrar al norte…
—Los Lannister también tienen vasallos en el norte: lord Bolton y su bastardo —dijo Sam, tras dudar un momento.
—Stannis tiene a los Karstark. Si pudiera conseguir Puerto Blanco…
—Si pudiera —subrayó Sam—. Si no…, mi señor, hasta un escudo de papel es mejor que nada.
—Es verdad. —«Igual que Aemon. —Había tenido la esperanza de que Sam Tarly lo viese de otra forma—. Solo es tinta y pergamino.» Resignado, cogió la pluma y firmó—. Trae el lacre. —«Antes de que cambie de idea.» Sam se apresuró a obedecer. Jon estampó el sello de lord comandante y le entregó la carta—. Llévale esto al maestre Aemon cuando te vayas —ordenó—; dile que envíe un pájaro a Desembarco del Rey.
—Muy bien —Sam sonaba aliviado—. Mi señor, si no te importa que te lo pregunte… He visto salir a Eli. Estaba al borde de las lágrimas.
—Val ha vuelto a enviármela a interceder por Mance —mintió Jon. Hablaron un rato de Mance, Stannis y Melisandre de Asshai, hasta que el cuervo terminó con todo el maíz y gritó: «Sangre».
—Voy a enviar a Eli lejos de aquí —dijo Jon al final—. A ella y al niño. Tendremos que buscar otra nodriza para su hermano de leche.
—Mientras tanto se le puede dar leche de cabra; para los niños de teta es mejor que la de vaca. —A Sam lo incomodaba hablar tan a las claras de pechos femeninos, así que empezó a parlotear sobre historia y sobre niños comandantes que habían vivido y muerto cientos de años atrás.
—Dime algo útil. Háblame de nuestro enemigo —interrumpió Jon.
—Los Otros. —Sam se humedeció los labios—. Aparecen mencionados en los anales, aunque no tan a menudo como cabría esperar, al menos en los que he leído hasta ahora. Hay más que todavía no he encontrado. Los más viejos se caen a pedazos: las páginas se desmenuzan cuando las paso. Y los antiguos de verdad… O se han deshecho por completo, o están enterrados en algún lugar donde no he buscado aún, o… Bueno, también es posible que no existan, que no hayan existido nunca. Las historias más antiguas se escribieron después de que los ándalos llegaran a Poniente. Los primeros hombres solo nos dejaron runas grabadas en piedra, de modo que todo lo que creemos saber sobre la Edad de los Héroes, la Era del Amanecer y la Larga Noche procede de relatos que escribieron los septones miles de años después. En la Ciudadela hay archimaestres que lo ponen todo en duda. Esas historias antiguas están llenas de reyes que reinaron durante cientos de años y caballeros que cabalgaban por ahí milenios antes de que existieran los caballeros. Ya conoces las historias: Brandon el Constructor, Symeon Ojos de Estrella, el Rey de la Noche… Decimos que eres el lord comandante número novecientos noventa y ocho de la Guardia de la Noche, pero en la lista más antigua que he encontrado pone que hubo seiscientos setenta y cuatro, lo cual indica que se redactó hace…
—Hace mucho —interrumpió Jon—. ¿Qué hay de los Otros?
—He encontrado alusiones al vidriagón. Durante la Edad de los Héroes, los hijos del bosque entregaban a la Guardia de la Noche un centenar de puñales de obsidiana al año. La mayoría de los relatos coincide en que los Otros llegan con el frío. O si no, cuando llegan empieza el frío. A veces aparecen durante las ventiscas y se derriten cuando se despeja el cielo. Se esconden de la luz del sol y salen de noche…, o bien cae la noche cuando ellos salen. Según algunas narraciones cabalgan a lomos de animales muertos: osos, huargos, mamuts, caballos… No importa, con tal de que la bestia no esté viva. El que mató a Paul el Pequeño montaba un caballo muerto, de modo que esa parte es cierta. Otros relatos hablan también de arañas de hielo gigantes, pero no sé a qué se refieren. A los hombres que mueren combatiendo a los Otros hay que quemarlos; de lo contrario se levantarán y serán sus esclavos.
—Todo eso ya lo sabemos. La cuestión es saber cómo los podemos combatir.
—Según los relatos, la armadura de los Otros es resistente a casi cualquier arma normal —prosiguió Sam—. Llevan espadas tan frías que hacen trizas el acero. Pero el fuego los detiene, y son vulnerables a la obsidiana. Encontré una reseña de tiempos de la Larga Noche que hablaba del último héroe que mataba Otros con una espada de acerodragón. Da a entender que era infalible contra ellos.