Danza de dragones (62 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Anda y que te follen, mocoso imberbe.

—Prefiero follarte a ti.

Le cortó los cordones del jubón con un tajo rápido. Asha echó mano del hacha, pero Qarl soltó el cuchillo, le cogió la muñeca y se la retorció hasta obligarla a estirar los dedos. Luego la tiró a la cama de Glover, la besó con violencia y le arrancó la túnica para liberar sus pechos. Ella trató de darle un rodillazo en la entrepierna, pero Qarl se apartó y la obligó a abrir las piernas.

—Vas a ser mía.

—Te mataré mientras duermes. —Asha le escupió. Estaba chorreando cuando la penetró—. Maldito seas —gimió—. Maldito seas, maldito, maldito seas.

Le chupó los pezones y ella gritó, mitad de dolor y mitad de placer. Su coño se convirtió en el mundo. Se olvidó de Foso Cailin, de Ramsay Bolton y del trozo de piel; se olvidó de la asamblea de sucesión, del fracaso, del exilio, de sus enemigos y de su marido. Lo único que importaban eran las manos de Qarl, su boca, sus brazos en torno a ella, su polla dentro. La penetró hasta que la hizo gritar, y luego otra vez hasta que la hizo llorar, hasta que por fin se derramó dentro de su vientre.

—Estoy casada —le recordó después—. Me has deshonrado, mocoso imberbe. Mi señor esposo te cortará los cojones y te pondrá un vestido.

Qarl rodó a un lado para quedar tumbado junto a ella.

—Será si puede levantarse de la silla.

La estancia se había enfriado. Asha se levantó de la cama de Galbart Glover y se puso la ropa desgarrada. El jubón se arreglaría con unos cordones nuevos, pero la túnica se había echado a perder.

«De todos modos, no me gustaba… —La tiró al fuego y amontonó el resto de las prendas junto a la cama. Tenía los pechos magullados, y la semilla de Qarl le corría muslos abajo. Tendría que preparar té de la luna; de lo contrario se arriesgaba a traer otro kraken al mundo—. ¿Y qué más da? Mi padre ha muerto, mi madre se muere, a mi hermano lo están desollando y yo no puedo hacer nada. Y estoy casada. Casada y follada…, aunque no por el mismo hombre.»

Cuando volvió a meterse bajo las pieles, Qarl se había dormido.

—Ahora, tu vida está en mis manos. ¿Dónde te clavo el puñal?

Asha se pegó a su espalda y lo rodeó con los brazos. En las islas lo llamaban Qarl la Doncella, en parte para distinguirlo de Qarl Pastor, Qarl Keening el Raro, Qarl Hachaveloz y Quarl el Siervo, pero sobre todo por sus delicadas mejillas. Cuando Asha lo conoció, Qarl intentaba dejarse barba. «Pelusa de melocotón», le había dicho ella entre risas, y Qarl le confesó que nunca había visto un melocotón, así que lo invitó a acompañarla en el siguiente viaje que emprendiera hacia el sur.

Por aquel entonces aún era verano. Robert ocupaba el Trono de Hierro, Balon cavilaba en el Trono de Piedramar y los Siete Reinos estaban en paz. Asha había estado navegando en el
Viento Negro
para comerciar por la costa y anclaron en Isla Bella, en Lannisport y en otra docena de puertos de menor importancia antes de llegar al Rejo, donde los melocotones eran siempre grandes y dulces.

—¿Lo ves? —le dijo la primera vez que puso uno contra la mejilla de Qarl.

El joven le dio un mordisco y el jugo le corrió por la barbilla. Tuvo que limpiárselo a besos.

Se habían pasado la noche devorando melocotones y devorándose entre sí; cuando amaneció, Asha estaba saciada, pegajosa y más feliz que en toda su vida.

«¿Hace seis años o siete?» El verano era un recuerdo lejano, y hacía tres años que Asha no disfrutaba de un melocotón. Pero seguía disfrutando de Qarl. Los capitanes y los reyes no la apreciaban, pero él sí. Asha había tenido otros amantes: unos compartieron su cama medio año; otros, media noche. Qarl la complacía más que todos juntos. Se afeitaba dos veces al mes, sí, pero la barba frondosa no hace al hombre. A ella le gustaba sentir su piel suave en los dedos, y el roce de su cabello largo y liso en los hombros. Le gustaba su forma de besar, su forma de sonreír cuando le acariciaba los pezones con los pulgares. El vello que tenía entre las piernas era de un color arena algo más oscuro que el de la cabeza, pero era una pelusa en comparación con la recia pelambre que ocultaba ella bajo la ropa. Eso también le gustaba, y que tuviera cuerpo de nadador, esbelto y atlético, sin una sola cicatriz.

«Sonrisa tímida, brazos fuertes, dedos hábiles y dos buenas espadas. ¿Qué más puede pedir una mujer? —De buena gana se habría casado con Qarl, pero era hija de lord Balon y él era plebeyo, nieto de un siervo—. Demasiado humilde para casarse conmigo, pero no tanto como para que no le chupe la polla.» Sonrió ebria, se metió bajo las pieles y tomó su miembro en la boca. Qarl se movió en sueños, y enseguida se le empezó a poner dura. Asha no tardó en estar húmeda, y él, despierto; se cubrió la espalda con las pieles y lo montó, clavándose en él hasta que no hubo manera de saber de quién era la polla y de quién el coño. En esa ocasión, alcanzaron juntos el clímax.

—Mi hermosa señora —murmuró después con la voz trabada de sueño—. Mi hermosa reina.

«No —pensó Asha—. No soy reina ni lo seré jamás.»

—Anda, duérmete.

Le dio un beso en la mejilla, cruzó el dormitorio de Galbart Glover y abrió los postigos. La luna brillaba casi llena y la noche era tan clara que se veían las montañas, con las cumbres coronadas de nieve.

«Frías, desoladas e inhóspitas, pero tan hermosas con esta luz…» Las cimas brillaban, pálidas y serradas como una hilera de dientes afilados. Las laderas y los picos más bajos se perdían en las sombras.

El mar estaba más cerca, tan solo a cinco leguas hacia el norte, pero no lo veía; había demasiadas colinas enmedio.

«Y árboles, demasiados árboles. —El bosque de los Lobos, como lo llamaban los norteños. Casi todas las noches se oían los aullidos de los animales que se llamaban en la oscuridad—. Un océano de hojas. Ojalá fuera un océano de agua.»

Bosquespeso estaba más cerca del mar que Invernalia, pero seguía demasiado lejos para su gusto. El aire olía a pinos, no a sal. Al noreste de aquellas sombrías montañas grises estaba el Muro, donde Stannis Baratheon había izado sus estandartes. «El enemigo de mi enemigo es mi amigo», decían los hombres; pero esa moneda tenía otra cara: «El enemigo de mi amigo es mi enemigo». Los hijos del hierro eran enemigos de aquellos señores norteños a los que tanto necesitaba Baratheon.

«Podría ofrecerle mi cuerpo joven y hermoso», pensó, al tiempo que se apartaba un mechón de pelo de los ojos; pero Stannis estaba casado, igual que ella, y era enemigo declarado de los hijos del hierro: en la primera rebelión del padre de Asha, había aplastado la Flota de Hierro junto a las costas de Isla Bella y había sometido Gran Wyk en nombre de su hermano.

La muralla musgosa de Bosquespeso rodeaba una colina de cima plana, coronada por la fortaleza con su torre de vigía en una punta, que se alzaba quince varas por encima de la colina. Al pie de su ladera estaba el patio amurallado con los establos, el corral, la herrería, el pozo y el redil, todo ello defendido por una zanja profunda, un murete de tierra prensada y una empalizada de troncos. Las defensas exteriores formaban un óvalo siguiendo los contornos naturales. Había dos puertas, cada una protegida por un par de torres de madera cuadradas, y adarves en todo el perímetro. En la cara sur del castillo, el musgo crecía espeso en la empalizada y ascendía por las torres hasta media altura. A este y oeste había campos en los que crecían avena y alfalfa cuando Asha tomó el castillo, pero todo quedó aplastado durante el ataque. Una serie de heladas acabó con las cosechas que plantaron después, con lo que solo quedaban barro, cenizas y tallos mustios o podridos.

Era un castillo antiguo, pero no fuerte. Ella se lo había arrebatado a los Glover, y el Bastardo de Bolton se lo arrebataría a ella. Aunque no la desollaría, no. Asha Greyjoy no se dejaría capturar con vida. Moriría como había vivido, con un hacha en la mano y una carcajada en los labios.

Su señor padre le había dado treinta barcoluengos para capturar Bosquespeso. Le quedaban cuatro, contado el
Viento Negro,
y uno era de Tris Botley, que se le había unido cuando ya huían los demás.

«No. No es justo. Pusieron rumbo de vuelta para jurar pleitesía a su rey. Yo fui quien huyó.» Solo con recordarlo le ardía la cara de vergüenza.

—Vete —había apremiado el Lector mientras los capitanes arrastraban a su tío Euron colina de Nagga abajo para ponerle la corona de madera de deriva.

—Le dijo el cuervo al grajo. Ven conmigo. Te necesito para convocar a los hombres de Harlaw. —En aquel momento aún tenía intención de pelear.

—Los hombres de Harlaw están aquí, al menos los que cuentan. Algunos han gritado el nombre de Euron. No enfrentaré Harlaw contra Harlaw.

—Euron está loco y es peligroso. Ese cuerno infernal…

—Ya lo he oído. Vete, Asha. Cuando Euron tenga la corona te buscará, y más vale que no te ponga un ojo encima.

—Si me alzo con mis otros tíos…

—… morirás como proscrita, enfrentada a todos. Cuando postulas tu nombre ante los capitanes te sometes a su criterio; ahora no puedes ir contra ese mismo criterio. Solo una vez se anuló el dictamen de la asamblea de sucesión. Lee a Haereg.

Solo a Rodrik el Lector se le ocurriría hablar de algún libro viejo mientras sus vidas se mantenían en equilibrio en el filo de una espada.

—Si tú te quedas, yo también —se obcecó.

—No seas idiota. Esta noche, Euron muestra al mundo su ojo sonriente, pero cuando llegue la mañana… Eres hija de Balon, Asha; tienes más derecho al trono que él. Si te quedas, te matará o te casará con el Remero Rojo. No sé qué es peor. Vete, no tendrás otra oportunidad.

Asha había anclado el
Viento Negro
en el extremo opuesto de la isla temiendo una eventualidad como aquella. Viejo Wyk no era grande, así que podía estar a bordo de su barco antes de que saliera el sol, y de camino hacia Harlaw antes de que Euron se diera cuenta de que se había marchado, pero aun así titubeó hasta que su tío insistió una vez más.

—Por el amor que me profesas, chiquilla, vete de una vez. No me obligues a presenciar tu muerte.

Así que se había marchado, no sin antes pasar por Diez Torres para despedirse de su madre.

—Puede que tardemos en volver a vernos —había avisado Asha.

—¿Dónde está Theon? —preguntó lady Alannys sin comprender—. ¿Dónde está mi hijito? —Lady Gwynesse solo había preguntado cuándo volvería lord Rodrik.

—Soy siete años mayor que él. Diez Torres me corresponde por derecho.

Asha estaba todavía en Diez Torres, aprovisionando los barcos, cuando le llegó la noticia de su casamiento.

—Mi díscola sobrina necesita un hombre que la dome —le contaron que había dicho Ojo de Cuervo—, y sé quién es el indicado.

La casó con Erik Ironmaker, y además encomendó al Destrozayunques el gobierno de las Islas del Hierro mientras él cazaba dragones. Erik había sido un gran hombre en sus tiempos, un asaltante intrépido que podía alardear de haber navegado con el abuelo del abuelo de Asha, el Dagon Greyjoy, en cuyo honor habían puesto nombre a Dagon el Borracho. Las viejas de Isla Bella todavía asustaban a los niños con cuentos sobre lord Dagon y sus hombres.

«En la asamblea de sucesión ofendí a Erik —reflexionó Asha—. Seguro que no lo ha olvidado.»

Tenía que reconocérselo a su tío: con una jugada maestra había transformado a un rival en aliado, había asegurado las islas durante su ausencia y había acabado con cualquier amenaza que pudiera suponer Asha.

«Y seguro que además se lo ha pasado en grande.» Según Tris Botley, Ojo de Cuervo había puesto una foca en el lugar de Asha en la boda.

—Espero que Erik no se empeñara en consumar —apuntó ella.

«No puedo volver a casa, pero tampoco puedo quedarme mucho más.» El silencio del bosque la volvía loca. Se había pasado la vida entre islas y barcos, y en el mar nunca había silencio. Llevaba en las venas el sonido de las olas contra las rocas de la costa, pero en Bosquespeso no había olas; solo árboles, árboles sin fin, pinos soldado, centinelas, hayas, fresnos, robles viejos, castaños, carpes y abetos. Su sonido era más suave que el del mar, y Asha solo lo oía cuando soplaba el viento: en esas ocasiones, los suspiros la rodeaban como si los árboles susurrasen en un idioma desconocido.

Aquella noche, los susurros eran más altos que nunca.

«El crepitar de las hojas muertas —se dijo—, el crujido de las ramas al viento. —Se apartó de la ventana, del bosque—. Necesito sentir de nuevo una cubierta bajo los pies. O al menos, algo de comida en el estómago.» Aquella noche había tomado demasiado vino, pero poco pan y nada del asado sangrante.

La luz de la luna le bastó para encontrar la ropa. Se puso unos calzones negros gruesos, una túnica acolchada y un jubón de cuero verde con escamas de acero superpuestas. Dejó a Qarl profundamente dormido y bajó por la escalera exterior de la fortaleza, donde los peldaños crujieron bajo sus pies descalzos. Un centinela que patrullaba la muralla la divisó y alzó la lanza hacia ella. Asha se identificó con un silbido. Mientras cruzaba el patio en dirección a las cocinas, los perros de Galbart Glover se pusieron a ladrar.

«Mejor —pensó—; eso ahogará el sonido de los árboles.»

Mientras cortaba un trozo de un queso amarillo del tamaño de una rueda de carro, Tris Botley entró en la cocina arrebujado en una gruesa capa de piel.

—Mi reina —saludó.

—No te burles de mí.

—Siempre serás la reina de mi corazón. Eso no cambiará por muchos idiotas que griten en una asamblea de sucesión.

«¿Qué voy a hacer con este crío? —Asha no dudaba de su devoción. No solo había gritado su nombre en la colina de Nagga, sino que había cruzado el mar para reunirse con ella aunque para eso había tenido que renunciar a su rey, a su familia y a su hogar—. Aunque no se atrevió a desafiar abiertamente a Euron.» Cuando la flota de Ojo de Cuervo se hizo a la mar, Tris se limitó a rezagarse para cambiar de rumbo cuando los otros barcos se perdieron de vista. Pero hasta para eso hacía falta bastante valor; ya nunca podría regresar a las islas.

—¿Queso? —le ofreció—. También hay jamón y mostaza.

—No es comida lo que quiero, mi señora, bien lo sabes. —Tris se había dejado una barba castaña en Bosquespeso; decía que era para calentarse la cara—. Te he visto bajar desde la torre de guardia.

—Si estabas de guardia, ¿qué haces aquí?

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