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Authors: Maurice Druon

Tags: #Novela, Histórico

De cómo un rey perdió Francia (5 page)

BOOK: De cómo un rey perdió Francia
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La nueva duquesa de Normandía tenía más edad que su suegra; reunidas, causaban un extraño efecto en las reuniones de la corte, sobre todo porque desde el punto de vista de la actitud y el rostro, la comparación no beneficiaba a la nuera. El duque Juan se mostró despechado; se le metió en la cabeza que estaba enamorado de Blanca de Navarra, que le había sido tan villanamente arrebatada, y sufría viéndola cerca de su padre, que a menudo la exhibía en público en la actitud más tonta que pueda concebirse. Esta situación no mejoró las noches del duque Juan con madame de Boulogne, y lo llevó de nuevo a los brazos de Carlos de España. La prodigalidad le sirvió de compensación. Hubiérase dicho que se honraba dilapidando.

Por otra parte, después de los meses de terror e infortunio sufridos durante la peste, todo el mundo gastaba locamente. Sobre todo en París.

En la corte y sus alrededores era una pura locura. Afirmábase que este despliegue de lujo daba trabajo a los humildes. Sin embargo, no se veía jamás ese efecto en las chozas y las casas campesinas. Entre los príncipes endeudados y el pueblo común necesitado estaba el escalón donde se concentraba la ganancia, arrebatada por grandes mercaderes, como los Marcel, que negociaban con telas, sedas y otros artículos de adorno, y que entonces se enriquecieron enormemente. La moda llegó a ser extravagante, y el duque Juan, que ya tenía treinta y un años, lucía en compañía de mi señor de España camisas de encaje tan cortas que dejaban ver las nalgas. Quienes los veían se reían de ellos cuando habían pasado.

Blanca de Navarra había sido reina antes de lo previsto y reinó menos tiempo del calculado. Felipe de Valois se había salvado de la peste; no resistió el amor. Mientras vivió con aquella coja de mal carácter, gozó de buena salud; era un poco grueso, pero siempre se lo veía sólido y activo, y esgrimía las armas y cabalgaba presto y dedicaba mucho tiempo a la caza. Seis meses de proezas galantes con su bella desposada terminaron con él. Abandonaba el lecho con la idea de regresar. Era una obsesión; un frenesí. Exigía a sus médicos preparados que lo convirtiesen en un hombre infatigable... ¿Qué? Os sorprende que... Pero sí, sobrino, sí, aunque pertenezco a la Iglesia, o más bien porque soy un hombre de la Iglesia, debo conocer estas cosas, sobre todo cuando tocan a la persona de los reyes.

Blanca, que consentía y al mismo tiempo se sentía inquieta y halagada, soportaba esta pasión que se le demostraba constantemente.

El rey se vanagloriaba públicamente de que su esposa se fatigaba antes que él. Pronto comenzó a adelgazar. Ya no le interesaba gobernar. Cada semana envejecía un año. Murió el veintidós de agosto de 1350 a los cincuenta y siete años, de los cuales treinta y dos había sido rey.

Espléndido en apariencia, este soberano a quien yo fui fiel... era rey de Francia y, por otra parte, yo no podía olvidar que había pedido para mí el capelo... Aquel soberano había sido un lamentable jefe militar y un financiero desastroso. Había perdido Calais y también Aquitania; dejaba Bretaña en estado de rebelión y muchos lugares del reino eran inseguros o estaban asolados. Sobre todo, había perdido prestigio. Ah, sí... en efecto, había comprado el delfinado. Nadie puede provocar catástrofes permanentes. Yo mismo, es bueno que lo sepáis, cerré el trato, dos años antes de Crécy. El delfín Huberto estaba tan endeudado que ya no sabía a quién pedir prestado para pagar a quién... Si os interesa, otra vez os explicaré detalladamente el asunto, y cómo yo conseguí, trasladando la corona del delfín al hijo mayor de Francia, que el Viennois entrase en el dominio del reino. También puedo afirmar, sin excesiva vanidad, que serví a Francia mejor que el rey Felipe VI, pues él solamente supo disminuirla y en cambio yo logré agrandarla.

¡Ya han pasado seis años! Seis años desde que murió el rey Felipe, y mi señor, el duque Juan, se convirtió en el rey Juan II. Esos seis años han pasado tan rápido que uno se creería aún al comienzo del reinado.

¿Será porque nuestro nuevo rey hizo muy pocas cosas memorables o porque a medida que uno envejece el tiempo parece correr más rápido?

Cuando uno tiene veinte años, cada mes, cada semana, cargados de novedades, parecen durar mucho... Ya lo veréis, Archambaud, cuando tengáis mi edad, si llegáis a eso, lo que os deseo de todo corazón... Uno mira atrás y se dice: «¿Cómo? ¿Ya pasó un año? ¡Qué rápido!» Quizá porque uno dedica mucho tiempo a recordar, a revivir el tiempo...

Y bien, ha terminado el día. Sabía que llegaríamos a Nontron de noche cerrada.

¡Brunet! ¡Brunet! Mañana tendremos que partir antes del alba, pues nos espera una larga etapa. Por eso quiero que ensillen a tiempo, y que cada uno lleve víveres, pues no dispondremos de tiempo para detener la marcha. ¿Quién fue a Limoges para anunciar mi llegada? Armando de Guillermis; muy bien... Envío a mis bachilleres para que se ocupen de mi alojamiento y los preparativos de la recepción un día o dos antes, pero no más. Lo indispensable para conseguir que la gente se dé prisa, y no lo suficiente para que los quejosos de la diócesis acudan a abrumarme con sus súplicas... ¿El cardenal? ¡Ah! Sólo ayer nos enteramos.

Lamentablemente, ya partió... De lo contrario, sobrino, sería un verdadero tribunal ambulante.

IV.- El cardenal y las estrellas

Ah, sobrino, veo que os gusta mi litera y las livianas comidas que aquí me sirven. Y mi compañía, por supuesto, mi compañía... Probad este pastel de pato que nos regalaron en Nontron. Es la especialidad del lugar. No sé cómo nuestro maestro cocinero se las arregló para conservarlo tibio...

¡Brunet! Brunet, diréis a mi cocinero que aprecio mucho que conserve un poco calientes los platos que me preparan para el camino; es hábil...

Ah, en su carro lleva brasas... No, no, no me quejo si me sirven dos veces seguidas los mismos alimentos, con la única condición de que me hayan agradado la primera vez. Y este pastel me pareció muy sabroso anoche.

Agradezcamos a Dios que nos ha provisto de todo lo necesario.

Ciertamente, el vino es demasiado joven y flojo. No es el vino de Sainte-Foy ni el de Bergerac, a los cuales estáis acostumbrado. Por no hablar de los vinos de Saint-Emilion y de Lussac, que son maravillosos, pero que ahora salen todos de Libourne, en las bodegas atestadas, hacia Inglaterra... Los paladares franceses ya no tienen derecho a saborearlo.

¿No es verdad, Brunet, que esto no vale un jarro de Bergerac? El caballero Aymar Brunet es de Bergerac y aprecia lo que crece en su región. De eso yo me burlo un poco...

Esta mañana, Francisco Calvo, secretario papal, me acompañó. Yo deseaba que me recordase los asuntos que tendré que atender en Limoges. Allí permaneceremos dos días completos, tal vez tres. De todos modos, salvo que me vea obligado por una urgencia o un mandato explícito, evito viajar en domingo. Deseo que mi escolta pueda asistir a los oficios y descansar.

Ah, no niego que me emociona un poco volver a Limoges. Fue mi primer obispado. Yo tenía... tenía... Archambaud, era más joven que vos ahora; tenía veintitrés años. ¡Y os trato como si fuerais un jovencito! Es una manía que viene con la edad y que significa tratar a la juventud como si ésta todavía fuese la infancia, olvidando lo que uno mismo fue a esa edad. Sobrino, tendréis que reprenderme cuando me veáis caer en ese error. Obispo... ¡mi primera mitra! Me sentía muy orgulloso, y muy pronto por esa razón incurrí en el pecado del orgullo. Cierto, decían que debía mi sede al favoritismo, y que del mismo modo que mis primeros beneficios me fueron concedidos por Clemente V a causa de la gran amistad que profesaba a mi madre, Juan XXII me asignó un obispado porque dimos la mano de mi última hermana, vuestra tía Aremburge, a uno de sus sobrinos nietos, Jacobo de La Vie. En realidad, era bastante cierto. Ser sobrino de un Papa es una hermosa casualidad, pero el beneficio no dura mucho salvo que uno se relacione con una nobleza de primera categoría, como la nuestra... Vuestro tío La Vie fue un gran hombre.

Por mi parte, aunque era joven, creo que no dejé el recuerdo de un mal obispo. Cuando veo a tantos obispos ancianos que no saben dirigir ni a sus ovejas ni a su clero, y que nos abruman con sus agravios y sus procesos, me digo que supe desempeñarme bastante bien, sin provocar conflictos excesivos. Tenía buenos vicarios... Vamos, servidme más vino; es necesario aligerar el pastel... Buenos vicarios a quienes yo dejaba las fatigas de la administración. Ordenaba que me molestasen sólo en los asuntos graves, y de ese modo acabaron respetándome, e incluso temiéndome. Así dispuse del tiempo necesario para proseguir mis estudios. Ya sabía mucho de derecho canónico; conseguí reunir buenos maestros en mi residencia con el fin de desarrollar mis estudios de derecho civil. Vinieron de Tolosa, donde yo me había diplomado, que es una universidad tan buena como la de París, igualmente dotada de hombres sabios. Movido por el agradecimiento, decidí... quiero advertiros, sobrino, pues la ocasión se presta; esto está indicado en mis últimas voluntades, en caso de que no pueda acabar el proyecto en vida... Decidí fundar en Tolosa un colegio para los estudiantes pobres de Périgord... Archambaud, tomad este pedazo de tela y secaos los dedos...

Precisamente en Limoges comencé a aprender la astrología. Pues las dos ciencias más necesarias para quienes tienen que ejercer el gobierno son el derecho y la ciencia de los astros, ya que la primera enseña las leyes que rigen las relaciones y las obligaciones mutuas de los hombres, o con el reino, o con la Iglesia, y la segunda permite conocer las leyes que rigen las relaciones de los hombres con la Providencia. El derecho y la astrología; las leyes de la tierra, las leyes del cielo. Yo afirmo que no tiene objeto alejarse de estos dos temas. Dios impone que cada uno de nosotros nazca a la hora que Él quiere, y esta hora está señalada en el reloj celeste, donde movido por su gran bondad nos ha permitido leer. Sé que hay malos creyentes que se burlan de la astrología, porque en esta ciencia abundan los charlatanes y los mercaderes de mentiras. Pero así ocurrió siempre, y los viejos libros nos dicen que los antiguos romanos y otros pueblos del pasado denunciaban a los falsos lectores de horóscopos y a los falsos magos vendedores de predicciones; ello no impedía que buscasen con afán a los buenos y justos lectores del cielo, que ejercían a menudo en los templos. Si hay sacerdotes maníacos o intemperantes, no por eso es necesario cerrar todas las iglesias.

Me alegro de que compartáis mis opiniones sobre este punto. Es la actitud humilde que conviene al cristiano ante los decretos del Señor, el creador de todas las cosas, el que está detrás de las estrellas...

Desearíais... Pero, sobrino, de buena gana lo haré por vos. ¿Sabéis a qué hora nacisteis? Ah, sería necesario saberlo. Enviad un mensajero a vuestra madre para rogarle que os indique la hora de vuestro primer grito. Las madres son las personas que recuerdan esas cosas...

Por mi parte, siempre me felicité de practicar la ciencia astral. Ello me permitió ofrecer útiles consejos a los príncipes que estaban dispuestos a escucharme, y también conocer el carácter de las personas con quienes trataba, y cuidarme de aquellas cuya suerte era contraria a la mía. Por ejemplo, siempre supe que Capocci sería mi antagonista en todo, y siempre desconfié de él... Precisamente a causa de los astros desarrollé con éxito muchas negociaciones y concluí muchos arreglos favorables, por ejemplo el de mi hermana de Durazzo, o el matrimonio de Luis de Sicilia, y los beneficiarios agradecidos acrecentaron mi fortuna. Pero en primer lugar, y con respecto a Juan XXII... Dios lo guarde, fue mi benefactor... esta ciencia me prestó un precioso servicio. Pues este Papa era gran alquimista y también astrólogo, y cuando supo que yo me consagraba al mismo arte, y con éxito, su simpatía por mí aumentó, y le indujo a escuchar la petición del rey de Francia, de modo que me vi cardenal a los treinta años, lo cual es cosa poco común. Por lo tanto, fui a Aviñón a recibir mi capelo. Sabéis cómo es eso, ¿no?

El Papa ofrece un gran banquete, al que convida a todos los cardenales, con motivo del ingreso del nuevo miembro en la curia.

Finalizada la comida, el Papa se sienta en su trono e impone el capelo al nuevo cardenal, que está arrodillado; le besa primero el pie y después la boca. Yo era demasiado joven para que Juan XXII... tenía entonces ochenta y siete años... me llamase
venerabilis frater
; prefirió dirigirse a mí utilizando la forma
dilectus filius
. Y antes de proponer que me incorporase, me dijo al oído: «¿Sabes lo que me cuesta tu capelo? Seis libras, siete sueldos y diez denarios.» Era muy propio de este pontífice hacer lo posible para rebajar el orgullo de su interlocutor, y en el instante en que éste trataba de elevarse, lo conseguía deslizando una burla acerca de la grandeza. Ése fue el día cuyo recuerdo se conserva más vivo en mi memoria. El Santo Padre, enjuto y arrugado, bajo el bonete blanco que le apretaba las mejillas... fue el catorce de julio de 1331...

¡Brunet! Ordena detener mi litera. Voy a estirar un poco las piernas con mi sobrino mientras limpian esas migas. El camino es llano y el sol nos regala sus suaves rayos. Continúen la marcha. Que me escolten sólo doce hombres; deseo un poco de paz... Salud, maestro Vigier... salud Volnerio... salud Bousquet... La Paz de Dios sea con vosotros, hijos míos, buenos servidores.

V.- Los comienzos de este rey llamado el Bueno

¿La carta astral del rey Juan? Sí, la conozco; muchas veces me incliné sobre esa carta... ¿Si yo preveía? Por supuesto, preveía; por eso me esforcé tanto por impedir esta guerra, pues sabía que sería funesta para él y, por lo tanto, para Francia. Pero tratad de que un hombre se atenga a razones, y peor aún si es un rey, cuyos astros impiden precisamente la acción del entendimiento y la razón.

Cuando nació, el rey Juan II tenía Saturno dominando la constelación de Aries, en medio del cielo. Esta configuración, funesta para un rey, es la que corresponde a los soberanos destronados, a los reinos que concluyen muy pronto o que terminan en trágicas derrotas. Agregad a eso una Luna que se alza en el signo de Cáncer, también lunar, y que destaca así una naturaleza muy femenina. Finalmente, y por no señalar más que los rasgos más evidentes, los que saltan a la vista de cualquier astrólogo, un difícil agrupamiento en el cual se encuentran el Sol, Mercurio y Marte estrechamente unidos en Tauro. Un cielo que pesa demasiado sobre un hombre poco equilibrado, de apariencia varonil e incluso bastante pesada, pero en quien todo lo que debería ser viril está como castrado; y lo que digo se aplica también al entendimiento. Al mismo tiempo un individuo brutal, violento, asaltado por sueños y miedos secretos que le inspiran furores súbitos y homicidas, incapaz de escuchar consejos o dominarse y que oculta sus debilidades bajo una apariencia de ostentación. En el fondo, un tonto, lo contrario de un vencedor o de un alma capaz de imponerse.

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