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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

De La Noche a La Mañana (44 page)

BOOK: De La Noche a La Mañana
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Técnica, fórmulas y trucos para ganar audiencia

Tenía otro problema añadido y era que estábamos en periodo electoral, por lo que RNE acentuaba su gubernamentalismo y Onda Cero, colgada de la concesión de Antena 3 Televisión, acentuaba su equidistancia Made in Catalonia a favor de cualquier Poder, que tras las elecciones autonómicas les llevó a poner una vela al Jehová de Moncloa y otra al Diablo Tripartito, a masajear al PP y a estimular sensorialmente al PSC, que es lo que Lara, a través de Mateu, había intentado en la COPE: conseguir una «línea PSC». En los contenidos, por tanto, la diferencia iría siendo progresivamente menor con respecto a la SER. Pero es que la diferencia no es ni ha sido nunca de contenidos. La radio, como la literatura, es forma antes que contenido. Luego, puede haber contenidos mejores o peores, pero antes de llegar a ellos la forma, el género y el estilo del autor deben ganar el interés del lector o del oyente. Si no es así, siempre se ha dicho que con buenas intenciones nunca se ha hecho buena literatura. Y buena radio, tampoco.

Desde el final de mi primera temporada como director empezaron a publicarse análisis, generalmente difamatorios, sobre el «fenómeno» de
La mañana
y las razones de su éxito. La excepción benévola fue la de Amando de Miguel, para el que la clave está en la mezcla de estilo culto y popular; de eruditas referencias literarias, filosóficas, históricas o políticas y refranes ancestrales, sanchopancescos, frases hechas al alcance de cualquier persona sin formación intelectual, que no es lo mismo que sin educación. Pero esa mezcla de formación intelectual sofisticada y cultura rural popular no es una fórmula de comunicación; responde a mi biografía vital e intelectual; soy yo mismo.

Amando tiene razón en que eso funciona y acaso sea la clave de tener influencia por arriba de la pirámide social y fuerza y audiencia por abajo. ¿Y por qué funciona? Yo creo que porque es auténtico y en el micrófono eso se nota siempre; porque, para bien y para mal, yo soy así y a mucha gente le hace gracia que lo sea. ¿Y eso por qué? Quizá porque mi vida es, de forma casi exagerada, la de muchos millones de españoles que pasaron de las humildísimas condiciones de vida en los pueblos de la España profunda después de la Guerra Civil a la promoción social a través de las becas de estudios secundarios en los años sesenta, la universidad politizada y caótica de los setenta y la meritocracia en la Administración y la empresa privada en las postrimerías de la dictadura y los primeros años de la democracia con los gobiernos de UCD, fiel representante de la nueva derecha sociológica, de esas amplias clases medias de origen rural y emigradas a las ciudades en el franquismo tardío. Yo soy uno de ellos, uno más.

Como tanta gente del común, pero ante el micrófono, yo presumo infantil y pesadísimamente de mi pueblo natal, mi provincia, mi región e incluso, colmo de los colmos, de mi nación española. Lo mismo que en nuestras comedias del Siglo de Oro el labrador pobre, orgulloso a fuer de honrado, no se avergüenza de venir de padres pobres pero cristianos viejos, y defiende con su vida la sagrada dignidad del humilde frente al poderoso, porque sólo lo bueno es justo y siempre será injusto lo malo, yo tampoco me avergüenzo de ser hijo de un zapatero y una maestra, de haber nacido en Orihuela del Tremedal, un remoto pueblo de los Montes Universales (recuerdo que Javier Marías, cuando ambos empezábamos a escribir en
El País
, se burló en un artículo de mí por el nombre de mi pueblo), en la a veces hermosa y siempre pobre, ancha y helada provincia de Teruel, de haber estudiado con beca, de deber lo que soy a mi familia, a mis maestros y a mi esfuerzo, de tener una idea clara del bien y del mal aprendida en el catecismo y contrastada a lo largo de una vida azarosa y aventurera, de peligros y loterías, de riesgos y de logros.

Si me alargo en esto es para explicar que, igual que en las motos la carrocería es el motorista, en la radio lo primero que se oye y lo último que se escucha es a la persona que habla, con nombre y apellidos, con padre, madre, pueblo y demás querencias. No es casualidad que de los últimos grandes comunicadores en las mañanas de la radio española sepamos perfectamente sus orígenes: berciano Luis del Olmo; donostiarra Iñaki Gabilondo; castellonero de Madrid Luis Herrero; andaluz de Mataró Carlos Herrera, y marbellero, ay, de principio a fin Antonio Herrero. Además de un recurso en las largas horas ante el micrófono, como el de tocar marro y volver, el recuerdo de los orígenes es una contraseña, un guiño, un recuerdo de que el que habla es el que es y no otro, que viene de donde viene y no de otra parte; lo mismo que el oyente, por cierto.

Pero no es la única fórmula de comunicación ni la más eficaz de las que puse en marcha en
La mañana
. Por sintetizar, diría que recuperé el modelo de Antonio, pero menos; y los trucos de Antonio y García, pero más. De Antonio, aparte del vigor feroz y el optimismo mañanero como editorial, tomé un recurso que como oyente me admiraba, espantaba y subyugaba: interpelar al poderoso de turno, sea en el ámbito político o económico, civil o militar, ejecutivo, legislativo, judicial o mediático, tratándolo de tú. Apostrofando, retando o ironizando, pero de tú. Es lo que el oyente común querría hacer, pero ni tiene ocasión ni, de tenerla, sería capaz. De ahí su fuerza. Y también, como expliqué en el capítulo primero, el arrojo, los desplantes, meter la pierna y jugársela, que en España, tan asustadiza en la derecha como gregaria en la izquierda, gusta mucho al respetable y produce devoción en los propios y respeto en los ajenos.

Pero aparte del tono mañanero y mitinero, que en mí se parece de forma natural al de Antonio, no al de Luis, y que, por tanto, no debía cambiar sino acentuar, introduje un cambio esencial con respecto a ambos en
La mañana
: separar radicalmente la opinión de la información, pero no al modo convencional e hipócrita de ciertas escuelas de periodismo que acentúan la diferencia para censurar la opinión libre en beneficio de la información manipulada. No. Tanto Antonio como Luis leían las noticias del día a medias con su subdirectora y, una vez leídas, las comentaban. Yo creo que ésa era una cautela antigua que quedaba desacreditada por un hecho evidente: el director comentaba las noticias que acababa de dar y su compañera no. ¿A qué, pues, fingir neutralidad a las ocho y tomar partido a las ocho y diez? Yo decidí no leer ninguna noticia, salvo el tiempo, que pertenece al orden adivinatorio, y dedicarme exclusivamente a la opinión, tanto en los prólogos como en los epílogos, entre bloque y bloque de noticias o saltando sobre cualquier suceso que, al oírlo, me inspirase un comentario. Creo que ésta ha sido una innovación de importancia, porque asume con sinceridad y sin complejos que hoy el comunicador en la radio se acerca más al
showman
que al reportero, al funambulista que al oficinista, al predicador que al agrimensor. Nosotros nos movemos entre el Club de la Comedia y el Espíritu de la Tragedia, entre el Libro de Job para maldecir el presente y el Apocalipsis para predecir el futuro, sin olvidar el erótico Cantar de los Cantares para las horas tradicionalmente mujeriles y de entretenimiento, de diez a doce.

Esto conduce forzosamente a una cierta teatralización de lo que se dice, a la conversión de nuestra persona en personaje, a bordear peligrosamente el histrionismo que no deben permitirse los informadores pero sí frecuentar los grandes comunicadores, si buscan conservar todos los días y el mayor número posible de horas a una audiencia que, en los grandes programas matinales, roza en ciertas horas los dos millones de oyentes. España es uno de los pocos países occidentales ricos, si no el único, en el que durante varias horas de La mañana la audiencia televisiva es superada por la radiofónica, que además, y esto es lo fundamental, resulta decisiva en la creación de opinión pública. Se trata, pues, de asumir esa realidad excepcional pero sin duda muy favorable a la radio en España y servirla con los recursos propios del medio, que son muchos aunque se utilicen poco. He citado ya algunos de Antonio. Pero él tomó muchos de José María García, adaptándolos del deporte a la política. Yo sólo he ido un paso más allá. O dos.

Del perro
Óscar
a «¡¡¡Cándido!!!»

Permítaseme una explicación biográfica: mi madre no conocía las reglas del fútbol ni tuvo nunca el menor interés en aprenderlas, pero en los últimos veinte años de su vida jamás se perdió el programa de García. Si no lo escuchaba, no se podía dormir. Al dedicar ahora tanto tiempo a la radio, me he preguntado muchas veces qué era exactamente lo que le atraía y relajaba tanto, si de deportes no sabía nada. Y he llegado a la conclusión de que le sucedía lo que a tantos con la novela negra, policíaca e incluso rosa: nos sumergimos en una atmósfera brumosa y sugerente, que se parece mucho a la vida real. En ella —o ellas— el mal existe pero el bien lo combate, los malos parecen más poderosos pero los buenos tienen a su favor la Justicia, si no las leyes o los jueces, y a la opinión pública, o sea, al lector, que desea el triunfo de los buenos, incomprendidos, solitarios y valientes y el castigo implacable de los malos, poderosos, viles y cobardes.

Pues lo mismo sucede en la radio: hay que crear una atmósfera peculiar, que se basa en el estilo del narrador. Tiene que haber personajes, a ser posible reales pero, ojo, con ciertas características de ficción: dibujo físico y moral, peripecia larga y con alguna sorpresa frecuente. También deben pasar cosas, ha de haber acción, que como en las novelas históricas la produce el día a día, el devenir tumultuoso de los acontecimientos. Y, por supuesto, debe luchar el bien, que nos es próximo o querido, con el mal, que nos resulta extraño o detestable. No es preciso que gane el bien definitivamente, porque sabemos que no puede ser, pero sí que el bueno sobreviva y podamos irnos a dormir satisfechos con haber ganado junto a él una pequeña batalla moral aunque la guerra continúe y mañana emprendamos otra aventura. Esto vale para la novela y para la radio, para los detectives y para los comunicadores. Es, en última instancia, una prueba del acierto de Shakespeare al decir que estamos hechos de la materia de nuestros sueños.

García combinaba la investigación implacable de tramas tenebrosas y liadísimas en federaciones deportivas o clubes de fútbol con la sátira de picaros, ladronzuelos y vividores. Crítica personalizada, naturalmente, porque sin la persona o el personaje, la historia resulta abstracta y sin vida, ayuna de interés. El genio garciesco se basaba en unas fórmulas de descripción elementales que incluían una definición moral popular — «vestirse por los pies», «servir y no servirse», «señor dentro y fuera del campo»— lo cual iba configurando a lo largo de los años un elenco de personajes buenos y malos, de fiar y desconfiar, que, a veces, cambiaban temerariamente de bando y se vendían por lisonjas o prebendas. Nunca lo hicieran. Toda España era testigo del desengaño. García los apartaba de su afecto, de la familia del programa, y los fulminaba con un «me ha engañado», sin apelación; o un «me ha decepcionado», sin arreglo. Y adiós. Nunca más. No sé qué fechoría había cometido o encarnaba Pablo Porta, manitú de la Federación de Fútbol, a quien bautizó con un inofensivo «Pablo, Pablito, Pablete», que, aunque parezca increíble y de no mediar un indulto del Gobierno, lo hubiera llevado a la cárcel. Pero lo más interesante del personaje era su perro
Óscar
, a quien un empleado llevaba a hacer sus menesteres básicos junto a algún árbol. ¡Pobre Óscar No dudábamos de la ilegalidad de su amo, pero el chucho era ya parte de la gran familia garciesca y temíamos que, de haber justicia, se quedara sin tan higiénico paseo.
Dura lex, sed lex
!

Era una forma satírica de acercar al oyente personas y cosas mediante juegos de palabras, aliteraciones, imprecaciones y apostrofes, que, a fuerza de repetirlos, se convertían en latiguillos,
ritornellos
, capones sonoros o alfilerazos verbales implacables. Era un mecanismo sencillo, infantil, más propio de una plaza de pueblo que de las ondas de Frecuencia Modulada, pero ¿qué es la FM sino una plaza mayor mucho mayor? Yo, en esa estela de García, he elevado la apuesta, he creado sobre la marcha neologismos o los he tomado de las bitácoras y foros de Internet, he recuperado fórmulas antiguas para satirizar fechorías nuevas que también son viejas, he tratado de poner a un poderoso contra las cuerdas recordando su aviesa conducta o, simplemente, criticando su abuso de poder y su traición a los ciudadanos que, como repito siempre, le pagamos el sueldo.

En ese género, mi mayor éxito se lo debo a Cándido Conde-Pumpido, fiscal general del Estado, a quien empecé jugando a despertar: «¡¡Cándido! ¡Pero Cándido! ¡Que ya es de día, Cándido!», en todas las variantes de madre con hijo dormilón, para que cumpliera con su obligación de perseguir etarras u otros delincuentes. Pero cuando se fue delatando como más amigo de los terroristas que de las víctimas del terrorismo, cuando en vez de fiscal general del Estado se convirtió en abogado particular del Gobierno, cuando se fue confirmando como un peligro público, lo único que se me ocurrió una mañana fue decirle: «¡Malo!». Y ese «¡Cándido, malo!», por su propia ingenuidad infantil, tuvo un éxito devastador. Tanto, que un día el Grupo Risa lo convirtió en politono de teléfono móvil, descargable en la Red. Me reí, pero estuve uno o dos meses sin repetirlo, porque evidentemente la broma había llegado al punto de saturación. Ahora lo digo alguna vez, pero ya sólo como homenaje a los oyentes fieles, que le tienen cariño, como al perro
Óscar
. A mí ya no me divierte y ésa es señal inequívoca de que hay que jubilarlo. Como el éxito de estos latiguillos se basa en la repetición, o en la cadencia de la repetición, si a uno le aburre es señal de que puede empezar a aburrir a la audiencia, así que hay que inventar otra cosa. No son hallazgos ni invenciones mías, pero llevaban bastantes años sin hacerse y funcionaron de maravilla. Son trucos muy sencillos pero eficacísimos en el registro más popular de
La mañana
. Pero ¿cómo se sabe si una ocurrencia puede tener éxito? Pues no se sabe. Yo lo barrunto al oírmela, nunca al leerla en algún sitio o al pensarla. Si me hace gracia, la repito; si me aburre, la abandono. Es la clásica situación del cómico a merced del público, que le ríe unos chistes, no otros y debe repetir los unos. Pero como el público de la radio no está a la vista y a las seis o las siete de La mañana estoy solo, con dos o tres del equipo, que no van a ponerme mala cara, debo fiarme de la intuición y del instinto de conservación, que empieza por no aburrirse uno en el micrófono y termina por no aburrir a los demás.

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