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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

De La Noche a La Mañana (47 page)

BOOK: De La Noche a La Mañana
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Pero lo que sí me pareció ver en el aire luminoso de aquel mediodía de invierno, al quedarse vacía la sala de la Casa de América, fue un signo de rencor, un garabato de odio requintado, personal, que anunciaba venganzas futuras. En la guerra de Esperanza y Gallardón, aquélla fue sólo una de las primeras batallas. En lo que a mí respecta, fue el origen del afán obsesivo en Gallardón por neutralizar o dominar
La mañana
y la COPE. El tiempo demostró que iba a ser capaz de casi todo para conseguirlo.

Apezarena echa a César Vidal y yo siembro una idea

En la organización interna de
La mañana
no habían aparecido nubarrones. No fue posible que viniera Carmen Martínez Castro, que seguramente apetecía la dirección de
La brújula
o
La linterna
, pero Susana Moneo y las dos vices heredadas de Luis Herrero, Margarita Mayoral y Mercedes Aranda, parecían haber firmado una especie de armisticio. Yo lo único que quería del equipo es que me solucionara problemas y no me los crease, que es aproximadamente lo que hicieron. En cambio, Apezarena se reveló como un sujeto peligrosísimo. Incumplió con mi antiguo equipo, de forma sibilina pero implacable, el acuerdo luisiano ante don Bernardo de cambiar a los jefes pero no tocar a los indios. Y si bien en los fijos de plantilla yo tenía cierta capacidad de acogida, con los colaboradores resultaba más difícil. Hubo especialmente un caso que para mí fue una declaración de guerra y una prueba de celopatía de la mediocridad. Al primero que Apezarena echó de
La linterna
fue a uno de mis mejores colaboradores: César Vidal.

Asentado como tertuliano y, sobre todo, como divulgador literario (es mejor vendedor de libros que el mismísimo Sánchez Dragó), seguro de mi interlocución y mi respaldo en los asuntos conflictivos, César había mejorado extraordinariamente ante el micrófono o acaso adaptado a la radio sus costumbres de predicador evangélico. Como Luis Herrero, también hombre de fe, pero que en veinte años de amistad nunca me ha hablado de religión salvo forzado por las circunstancias, César es discretísimo al respecto. A cambio, yo evito chanzas en área tan sensible y, a veces, tan mortificante. El caso es que trabajábamos bien y sólo el pacto de las Grandes Praderas (indios, jefes y demás) hizo que no me lo llevara a
La mañana
. Aun así, lo hubiera hecho de no mediar la razonable petición de la casa de que no desmantelara
La linterna
en las áreas de Economía y Cultura, que eran mi aportación y debían seguir o parecer que seguían. Y entre las figuras fundamentales del área cultural, amén de tertuliano, estaba César.

Pues bien, de golpe y porrazo, Apezarena lo echó de la tertulia y, de rebote, de las colaboraciones literarias; que además eran su principal fuente de ingresos mensual porque aún no había dado en sus libros el gran salto de ventas que logró después. Por si fuera poco, Apezarena puso como segundo suyo a Miguel Ángel Marful, socialista de carné, pero tan de carné que, superado el disgusto de no casarse ante Trinidad Jiménez por un quítame allá esos votos, acabó recalando en Ferraz como jefe de Prensa de José Blanco. Todo lo que yo había teorizado y puesto trabajosamente en práctica sobre la necesaria alternativa política y cultural que debía suponer la COPE frente a la izquierda, se la cargaba Apezarena de un plumazo, arteramente. Y, encima, echaba a César Vidal.

Lo inmediato era remediar el estropicio profesional y económico, porque la indignación moral no había quien se la quitara:

—¡Pues no va el tío y me dice que tiene que prescindir de mí porque voy a otros programas como el de Cristina, cuando Antonio Casado, que es del PSOE, va a tres y además hace editoriales! ¿Pero qué daño he hecho yo a este personaje?

—Mira, César, aunque de momento sea imposible, te digo lo que me dijo a mí Luis al cambiar de programa: olvídate por completo de
La linterna
, nunca has hecho
La linterna
, no conoces a nadie de
La linterna
. ¿Quién es el director? Nadie.

—Eso que dices no dista mucho de la realidad, salvo la injusta cita de Homero.

—Ni caso. Tengo ya perfilado además un espacio de Historia que te va a gustar.

Impelido por la obligación moral de no dejar en la calle a mi buen amigo y colaborador, socio fundador de
Libertad Digital
y pieza importante del grupo intelectual que había ido creando en torno a
La linterna
y el periódico de Internet, me inventé un espacio largo con dos piezas para César: los «Enigmas de la Historia» —que escribía semanalmente los fines de semana en
Libertad Digital
y se habían convertido ya o estaban a punto de convertirse en libro de éxito— y una «Breve historia de España para inmigrantes, nuevos españoles y víctimas de la LOGSE», que haríamos él y yo mano a mano, al modo del Catecismo (pregunta-respuesta, pregunta-respuesta) o de la concisión divulgadora de la
Enciclopedia Alvarez
, no dando nada por sabido porque prácticamente nada se enseña. A los millones de extranjeros que se han avecindado en España, porque no había razones para que se lo explicaran; y a los españolitos, porque la secta progre que domina la enseñanza ha declarado a España «materia non grata».

Y en medio de las dos piezas de César, para vestirlas mejor y darles empaque y producción de radio antigua, añadí después un espacio con guión y dirección de Ayanta Barilli, «Grandes mujeres de la Historia de España», que tomaba como base mis pequeñas biografías en
Los nuestros
. Ayanta ha hecho un trabajo de orfebrería, rescatando grandes voces olvidadas, marginadas o desconocidas de la COPE —Lola Pérez Collado, Manuel Pablo, Urbano Canal—, y gracias a la entrega técnica de Juan Antonio Machado y trabajando como un afroamericano en Alabama antes de la Emancipación, han creado un producto de verdadera calidad. El conjunto de las tres piezas se llamó y se llama aún «Historias de la Historia de España».

Pero no acabó ahí el fruto de la aviesa hazaña de Apezarena. Por mi propio caso, seguramente llevaba tiempo dándole vueltas al hecho de que, para hacer cosas nuevas y ambiciosas en la radio, era a veces mejor ser intelectual que periodista, porque a esto se aprende pero lo que no se ha leído, sin leer está. Y al ver cómo el mediocre se quitaba de en medio al brillante, me dije: ¿no estará evitando la comparación y…la sucesión? Así que un día, llamado por don Bernardo a su despacho, le conté la traición de Apezarena al pacto de las Grandes Praderas, poniendo por testigo a Luis. Le disgustó mucho, claro, pero de esa forma intransitiva que yo ya conocía bien:

—¡Cuánto lo siento! ¡Quién lo iba a pensar de Apezarena, tan serio, tan formal y tan del Opus!

—Tampoco es la primera vez que usted se equivoca con él. Y a este paso en un año se ha cargado
La linterna
, que me ha costado cinco años levantar.

—Y un gran trabajo que todos reconocen. Pues sí, es posible que me haya equivocado. Pero es que sin recurrir a grandes fichajes que no nos podemos permitir, en la casa no veo a nadie. Dime, dime alguien que pueda hacer
La linterna
a tu gusto.

—César Vidal.

—¿César? Me sorprende, la verdad. Nunca lo hubiera pensado. ¡César Vidal! Me sorprende pero no me disgusta. No me disgusta en absoluto. Sabes que yo pensé en él para la BAC. Me gusta ese estilo pausado suyo, y lo que sabe de teología y de todo. Me quedo con el nombre: César Vidal. Si Apezarena no funciona, es el primero en cartera.

Por supuesto, yo sabía que no sería el primero. Pero había aprendido que en el peculiar funcionamiento de don Bernardo lo importante era plantar la semilla y dejar que el tiempo hiciera su trabajo. Es un estilo muy curioso, entre episcopal y abulense, que tiene algo de astucia y mucho de pereza, o viceversa. Yo suponía que, si se precipitaba la crisis en
La linterna
, don Bernardo se encontraría a fin de temporada exactamente igual que entonces, sin un solo nombre alternativo, con lo que la continuidad del estropicio estaba asegurada, salvo solución traumática. Y salvo que yo había plantado ya una semilla en el otoño tardío de nuestro Richelieu. En la primavera podía germinar. ¿Por qué no? Debo decir que es la única vez en que he usado tretas sotaniles para salirme con la mía en la COPE, porque no tengo paciencia ni estilo para realizarlas. Pero esa única vez salió de perlas. Meses después, tuve que recurrir a otra astucia similar para rematar la jugada, pero salió. O como se dice en tenis: entró, entró.

Intrigas aparte, a la vuelta de los turrones, en el EGM de febrero y como había pronosticado Gavela, subí mucho, muchísimo. La subida de noviembre y la de febrero, pensé, y no me recaté en decirlo. El EGM quedó, como siempre, por los suelos. Yo volví a lo que siempre sostuve en
La linterna
, aunque nos fuera bien: la COPE debía dejar ese medidor que sólo le tomaba medidas al traje de armiño de Polanco. Pero ya podía yo decir misa, que los comerciales no se apeaban de la celebración pagana. El aumento de publicidad, apreciable desde el primer mes, se convertiría en riada aurífera. ¡Todos se anunciarían en
La mañana
! ¡Empezábamos a remontar! ¡Milagro, milagro!

Pero además de que los datos del EGM sólo corroboraban, tarde y mal, lo que ya sabíamos, estaba ya casi terminando la campaña electoral de 2004, con Rajoy como candidato de Aznar, y por tanto del PP, a La Moncloa. Lo eligió a primeros de septiembre, justo cuando empezaba la nueva época de
La mañana
, y bastante tenía yo encima como para discutir una elección ya inapelable y con elecciones a la vista. Lo malo del 14 de marzo, día de votación, fue que antes llegaba, como es preceptivo, el 11. Y era el fatídico 11-M, que lo cambió absolutamente todo. Y, especialmente, la COPE.

Capítulo XIV
E
L
11-M, Z
APATERO EN EL GOBIERNO Y LOS DIEZ MILLONES DE HUÉRFANOS

L
a campaña electoral de marzo fue pavorosamente demagógica por parte del PSOE y horrorosamente blanda por parte del PP. Rajoy había elegido como jefe de campaña a Gabriel Elorriaga, un profesor atildado, inteligente, moderado y políticamente nulo. O sea, del género ilustrado y amorfo que tanto le gusta a Rajoy. El resultado en las encuestas era el previsible y, por desgracia, el que buscaba el PP: una victoria a los puntos intercambiando el menor número posible de golpes. Como siempre, la oposición pedía debates en televisión entre su candidato y el del Gobierno; y el Gobierno, como casi siempre, se negaba a ellos, utilizando unos argumentos que eran otras tantas ofensas a la inteligencia. La mayor ofensa —y la mayor estupidez— estaba en que Rajoy no le sacaba mucha ventaja a Zapatero en los sondeos y, siendo infinitamente mejor orador y sabiéndose perfectamente los asuntos del Gobierno y del Estado —nunca ha habido un candidato mejor preparado para asumir la Presidencia—, lo normal es que le ganara cuatro de cada cinco debates. Lo único que debía hacer Rajoy era proponer varios, de forma que se notaran más las lagunas de Zapatero y el peligro se redujera al mínimo.

Yo propuse siete debates, más que nada porque el número era redondo. Puestos a hacer pedagogía con la hipérbole, que es lo propio de la radio, llegué a pedir catorce, uno por cada día de campaña oficial, pero sin duda mi destino es no coincidir nunca con la derecha política oficial. Esa vez, tampoco. Aparte de los típicos argumentos de la experiencia, la madurez y demás garambainas, que si fueran eficaces habrían impedido siempre que la oposición llegara al Gobierno, el verdaderamente sólido por parte del PP era el pacto de Gobierno tripartito del PSC-PSOE con Esquerra Republicana y los comunistas rojiverdes de ICV, que había desembocado en las vacaciones navideñas en el Pacto de Perpiñán.

En él, Carod-Rovira,
conseller en cap
, es decir, jefe de Gobierno, pero en funciones de presidente de la Generalidad por vacaciones de Maragall, pactó con la ETA —representada por uno de sus más acreditados asesinos, Josu Ternera— que Cataluña quedaría exenta de sus crímenes porque no era España (tesis de Carod que ya había defendido en la prensa años atrás y muy corriente en el separatismo catalán) y porque ERC la representaría políticamente. La aceptación de un auténtico protectorado terrorista en Cataluña por parte del Gobierno tripartito, la mayor parte de las fuerzas políticas y la famosa sociedad civil catalana —ente o fantasma ideológico del que se habla mucho pero cuya existencia brilla por su ausencia: siempre se muestra sumisa al poder político, regional o nacional— era en sí misma una prueba de la radicalización izquierdista y nacionalista de Cataluña.

En rigor, más grave aún que el Pacto de Perpiñán con la ETA era el Pacto delTinell por el que se formaba el propio Gobierno tripartito. En él se establecía que ninguno de los partidos firmantes, aunque el único con posibilidades de hacerlo era el socialista, pactaría con el PP en ningún gobierno municipal, autonómico o nacional. Eso suponía la exclusión del sistema democrático del partido más importante de España, sustituido en la práctica como socio en un nuevo régimen por la ETA. Mayor Oreja lo denunció como el triunfo tardío y a traición de la Ruptura sobre la Reforma, el fin de la Transición y del régimen constitucional de 1978. Para mí, en
La mañana
, la cuestión nacional, inseparable siempre de las libertades, fue el argumento básico para propugnar el voto al PP, pero Rajoy y sus asesores huían de los «argumentos radicales» de Mayor, como si todo lo que pasaba en Cataluña no fuera radicalmente letal para España y el PP.

La mañana terrible del jueves 11-M y el golpe político-mediático de la izquierda

El lunes de la última semana de campaña, a sólo seis días de las elecciones, Luis Herrero y yo comimos con Ángel Acebes en el Ministerio del Interior. En esos días, Acebes vio a bastantes periodistas influyentes para transmitirles sus inquietudes sobre el terrorismo y, supongo, ver también cuál era el clima de opinión al respecto. El Gobierno estaba muy preocupado ante la posibilidad de que la ETA, contra las cuerdas después de los ocho años de Gobierno del PP, intentara un gran atentado en la víspera o la misma jornada electoral. Apenas tres meses antes, el día de Nochebuena de 2005, la policía había impedido una masacre en la estación madrileña de Chamartín. Después, había detenido una furgoneta cargada de explosivos en Cañaveras (Cuenca), también camino de Madrid. En el último año, la banda terrorista había intentado y a veces conseguido atentar en la capital, pero el efecto no había sido grande ni, por tanto, favorable a sus intereses. Durante la comida, analizamos las dos hipótesis sobre la actitud de los etarras ante las elecciones: la primera sería la de tratar de provocar una masacre o un asesinato llamativo, a riesgo de fallar y proporcionar al Gobierno una baza electoral de última hora o incluso de tener éxito y propiciar el voto contra el PSOE, que tras el Pacto de Perpiñán empezaba a aparecer como el partido de las componendas frente al terrorismo.

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