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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

De La Noche a La Mañana (40 page)

BOOK: De La Noche a La Mañana
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A mí aquellas interpelaciones afectuosas me dejaban atónito. Primero, porque eran sinceras, ya que nada ganaban ni perdían si yo sustituía a Luis. Salvo su empleo, dirá alguno. Pero, en realidad, no estaba en su mano decidir y, además, muchos lo daban ya por perdido o mantenido a la baja en otra empresa. Entonces empecé a recordar casi obsesivamente lo que me había dicho Eugenio Galdón en el funeral de Antonio: que me tocaría sucederle en
La mañana
. ¿Y si fuera verdad? ¿Y si el destino sólo se hubiera tomado el tiempo necesario para dejarme aprender el oficio y acostumbrarme a la idea?

No. Eso no podía pasar —me decía— por la sencilla razón de que…no iba a pasar. Si tanta inquietud les provocaba a los obispos
La linterna
, no iban a correr riesgos cardiovasculares entregándome el buque insignia de la COPE. Con graves vías de agua y peligro inminente de zozobrar, cierto, pero ¿cuándo se ha visto una timba de obispos apostando y arriesgando? Un testigo imparcial y racionalista habría dicho que, después de cinco años dirigiendo el segundo programa de la casa, nada raro habría en que me encargaran el primero. Pero yo ya había asumido mi condición de maldito oficial y no me hacía ilusiones. Además, ¿las tenía?, ¿quería intentarlo? No, puesto que no hacía el menor esfuerzo por conseguirlo. Si los curas querían correr el riesgo, ya me llamarían.

Y entonces don Bernardo me llamó.

Se lo dije a Luis y se quedó muy sorprendido. Nadie le había dicho nada, lo cual podía significar que no querían que le adelantase la noticia a su amigo o que no querían darle el disgusto de decirle que no habían elegido a su amigo sino a otro con el que seguramente se llevaba mal. Era extraño el hermetismo.

—Yo, Fede, creo que sólo hay dos posibilidades: que, contra lo que pensábamos, te pida que hagas
La mañana
o que, puesto que no te la encargan y tienen mala conciencia, quieren tener el detalle de decirte a ti el primero a quién han elegido.

—¿Y para qué?

—No sé para qué, pero quizá puedo imaginar por qué.

—¿Por qué?

—Porque son así. Para bien o para mal, sencillamente, son así. Y no van a cambiar su forma de actuar por la COPE, que es un episodio menor en dos mil años de episodios mayores. En fin, mañana lo sabremos. Ponte en lo peor; y si sale bien, mucho mejor.

—¿Y qué es lo peor?

—Eso lo teníamos que haber pensado antes. Lo hemos hecho fatal, sobre todo yo.

—Bueno, mañana salimos de dudas.

—¡Dios te oiga! Sería la primera vez.

Al día siguiente, don Bernardo se empeñó en desmentir a Luis. Para empezar, no nos vimos en la atmósfera vagamente lúgubre, ambarina y friolenta de otras tardes, sino en esa especie de resol de mediodía que se instala en Madrid desde las doce de La mañana hasta las seis de La tarde, incluso dentro de las habitaciones más frescas y oscuras. Todo era luz, lo que, de paso, ilustraba la extremada modestia del mobiliario. Y el cura, para rematar los cambios, estuvo concretísimo, sin sombras, a juego con el día:

—Federico, como estás al cabo de la calle, no tengo que contarte nada que no sepas sobre la marcha de Luis. Así que te he llamado porque tengo el encargo de decirte, de pedirte, que desde septiembre te hagas cargo de
La mañana
, si es que te ves con fuerzas para ello. Yo ya he dicho que ánimo te sobra, pero entiendo que es un cambio muy grande. Así que, dicho lo fundamental por mi parte, te toca a ti. Tú dirás.

—Don Bernardo, por ir también al grano, en primer lugar, gracias. No lo esperaba y les agradezco mucho la confianza. Sólo este ofrecimiento ya justifica todos estos años en la casa. Pero puesto que vamos contrarreloj, le pido cuarenta y ocho horas para contestarle. Antes tengo que hablar con mi mujer, porque, como supondrá usted, el cambio en mi vida cotidiana, es decir, la mía y la de mi familia, sería morrocotudo.

—Lo entiendo perfectamente. Cuarenta y ocho horas.

—¿No hay nada más que tenga que decirme?

—¿Te refieres a contratos y demás?

—No, ya sabe que eso para mí no es lo fundamental. ¿Algún mensaje más?

—¿Del Cardenal, quieres decir?

—Por ejemplo.

—Hombre, no puedo ocultarte que este paso no lo daría yo sin su apoyo y petición expresa. En esta casa, aunque algunos no se lo crean, y aunque tú mismo lo dudes, se te aprecia de verdad. Y no sólo yo. El Cardenal valora muchísimo la labor que has hecho en
La linterna
, lo de la economía y la cultura, por supuesto, pero sobre todo el nivel intelectual del programa sin perder garra ni audiencia, al contrario. En fin, no necesito halagarte los oídos. A las pruebas me remito. Piénsalo, habíalo con tu mujer y contéstame cuando puedas. Bueno, cuanto antes, mejor.

—Lo haré, muchas gracias.

—Gracias a ti.

Y eso fue todo. Salí en medio de aquella luz donde flotaban las minúsculas partículas de polvo como si yo fuera una más de aquellas pequeñas vidas de verano. Me acordaba de los versos de Bécquer: «Los invisibles átomos del aire / en derredor se agitan y se inflaman». Mi vida se agitaba de nuevo y podía inflamarse del todo. Parecía como si después de aquel 2 de mayo de 1998 en que perdimos a Antonio, el destino se entretuviera jugando conmigo, con nosotros. Yo tenía ahora la libertad de decidir, pero antes se habían producido tales circunstancias y tantos hechos inesperados hasta abocar en esa posibilidad que, por fuerza, uno tenía conciencia de emplazado. Vi que el amable merodeo lírico había terminado y que se imponía el vértigo de la acción, el dejarse llevar por la intuición y confiar en lo que inconscientemente ha ido uno madurando en el tráfago de los días. La verdad es que la magnitud del reto y, sobre todo, la confianza que me daba dejar de ser el patito feo, el malo bueno, el personaje que sobre la persona se crea siempre en estas vidas de escaparate, me animaba muchísimo a aceptarlo. Pero antes, tenía dos conversaciones pendientes. La primera, la fácil, con Luis:

—Me ha ofrecido
La mañana
.

—Qué bien, qué bien, qué bien. Pero ¿cuánto has estado? ¿Un minuto?

—Cinco o seis. No más. Parecía otra persona. Concreción máxima. Un Gracián.

—Sin condiciones, ni acotaciones, ni sugerencias ni peticiones.

—Ninguna. Supongo que si han dado el paso, es con todas las consecuencias.

—Desde luego. Chico, déjame hacerme a la idea. ¡Ah! Y, a todo esto, ¿tú qué le has contestado?

—Que tengo que hablarlo con mi mujer.

—¿Y qué crees que dirá María?

—Que no.

—¿Y tú qué vas a hacer?

—Lo primero, ver cómo me dice que no. Luego, ya veremos.

—¿Tú tienes claro si quieres?

—Me apetece, pero porque estoy chapoteando en el halago de la oferta. Ahora vendrá Paco con la rebaja. Me voy zumbando para casa, no sea que se me vaya al cine.

—Llámame con lo que sea.

—Te llamo.

Al llegar a casa, no había nadie. Los niños estarían trabajando en su verano y María quizá se habría ido al cine. Pero no, porque apenas abierto el ordenador para asomarme a Internet, oí la puerta al cerrarse. Por la falta de estrépito, no eran los niños.

—Siéntate, tenemos que hablar.

—¿Ha pasado algo grave?

—Pues sí y no, según se mire. Me han ofrecido hacer
La mañana
.

—Espero que hayas dicho que no.

—He dicho que me dejen dos días para pensarlo.

—No hay nada que pensar. Tienes que decirles que no.

—Bien, pero dime por qué.

—¿Que por qué? ¿Que por qué? ¿Pero tú es que quieres matarte? ¿Cómo te vas a levantar a esas horas si llevas treinta años levantándote a mediodía? ¿Tú te crees que puedes cambiar de golpe todo tu ritmo de vida? ¿Es que te has vuelto loco?

—No del todo. Por eso les he dicho que me dieran cuarenta y ocho horas.

—¿Y qué te ha dicho Luis?

—Está más sorprendido que yo. Pero dice que es una oportunidad extraordinaria, que profesionalmente es el no va más, que es el espaldarazo definitivo. O sea, que sí.

—¡Claro, como a él le ha ido tan bien! ¡Pero si lo ha pasado fatal! ¡Si se va a la política porque esa vida no hay quien la aguante! ¿Y no puede él, que siempre ha tenido una vida ordenada y unos horarios normales, y vas a poder tú, que eres un desastre, que llevas la vida al revés, que desayunas a la hora de comer? De verdad: te has vuelto loco.

—Bueno, ahora dime lo que tienes en contra.

—¡Vete a la porra! Que me divorcio, que me separo, que me voy. ¡Ni se te ocurra!

—Tranquila, no me he comprometido a nada. Déjame que lo hable con Luis.

—Habla con Luis y con quien quieras, pero tienes que decirles que no. Y mejor mañana que pasado. ¿No ves que es tu salud? ¿No ves que es absurdo hasta discutirlo?

—De salud, en mi modestia, estoy mejor que nunca. Soy un asceta, un eremita.

—Bueno, pues no quiero que empeores. Tus hijos están entrando en la edad difícil y yo quiero que tengan padre. Después de todo lo que hemos pasado, no creo que sea mucho pedir. Y aunque lo fuera. Estamos bien así. No necesitamos más. Diles que no.

Hablé con Luis, que andaba aún perplejo. No quería llevarle la contraria a María porque no quería tener esa responsabilidad si luego todo salía mal. Ella llevaba razón: era una vida invivible, al menos para él. Pero no lo había sido para Antonio y podía no serlo para mí. Tenía que decidir yo.

—Voy a decirle al cura que no.

—Pues cuanto antes, mejor.

Volví de nuevo al despacho. La luz seguía ahí, pero más descarnada, vulgar y arrasadora. O, simplemente, más real.

—Don Bernardo, lo siento, pero no puedo hacer
La mañana
. Mi mujer dice que si acepto, se divorcia. Que no podría resistir físicamente el ritmo de
La mañana
. Y dada la crisis de la familia, no creo que la COPE quiera incurrir en esa responsabilidad.

—No, hijo, no. La familia es lo primero. Eso trastoca todos nuestros planes, claro; pero es un argumento contra el que yo no puedo nada. Lo lamento, pero lo entiendo.

—Por supuesto, cualquiera que ustedes elijan para
La mañana
tendrá mi colaboración, en los términos que él y ustedes quieran. Y gracias de nuevo.

—A ti, hijo. Y si tu mujer cambia de opinión, dínoslo. Pero que cambie pronto.

—Lo haré. Si se produce el milagro, usted será el primero en saberlo.

Bajé en el viejo ascensor acristalado, como para darme tiempo a pensar en lo que había hecho. Luis me estaba esperando. Nos encerramos con el aire acondicionado.

—Hubo una vez un Papa que, después de ser elegido, rechazó la tiara. Y Dante en
La divina comedia
lo mete en el Infierno, si no recuerdo mal, por haber hecho «
il gran rifiutto
». Queda más fino en italiano que en español: rechazo,
rifiutto
. Mejor en toscano.

—Y tú, ¿cómo te has quedado?

—Regular. Después de rechazar
La mañana
voy a tener muy poca fuerza para defender
La linterna
cuando lleguen dificultades, que llegarán. Y tú ya no estarás ahí.

—Evidentemente, es el fin del modelo. Tú eres el único que queda de los que nos hemos acostumbrado a galopar en terrenos abiertos, pastar en libertad y todo lo demás.

—Tú crees que, al no aceptar
La mañana
, acabaré perdiendo
La linterna
.

—Hombre, ya sabes que todos los programas tienen muchos novios. Si fichan a Carlos Herrera, no. Pero no lo van a fichar porque es muy caro, porque él arriesgaría mucho y porque, si quisiera arriesgar, supongo que ya lo habrían fichado hace un año. Si traen a Luis del Olmo, que tampoco creo, porque ahora en la COPE tendría poco que ganar y mucho que perder, entonces sí. Te echaría para que no le hicieras sombra, como Zarzalejos en ABC. A ti ya te han ofrecido
La mañana
y eso es irreversible. Aunque no la hagas, siempre serás un candidato a hacerla. O sea, un rival y un peligro.

—A lo mejor si se lo explicas tú a María, cambia de opinión. Últimamente se ha puesto muy de moda despedirme. Y no es lo mismo un buen pasar en
La linterna
que andar dando tumbos por ahí. Sin contar con que para
Libertad Digital
sería horrible que saliera ahora de la COPE. Dentro de unos años, no. Pero este año o el que viene, sí.

—¿Lo has hablado con Recarte, Javier Rubio y los demás?

—Se lo he dicho.

—¿Y qué han dicho ellos?

—¿Qué van a decir? Nada. Supongo que la consternación se lo impide.

—O sea, que veo que acabas de decir que no y ya has empezado a arrepentirte.

—Empiezo a ver claro lo que puedo perder. Y no es sólo
La linterna
.

—Pero María es una persona muy razonable. Si le explicas esto, lo entenderá.

—Mi crédito en ese banco está bastante agotado. A ti te haría más caso que a mí.

—Bueno, inténtalo tú y dile que yo me presto a explicarle todo lo que quiera.

—¿Tú ves también que se trata de ir a todo o nada?

—Sí. Y tengo una mala conciencia horrible por no creer que podían ofrecerte
La mañana
y haber previsto todo esto mucho antes.

—Bueno, a lo mejor ya no tiene sentido esta charla porque han elegido a otro.

—Hasta hace unas horas, no. Tampoco creas que esto es un chollo. Para los inéditos, sí; para las figuras, no. Y lógicamente, lo que quieren aquí es una figura hecha. Pero ¿tú lo quieres de verdad? ¿Te ves haciéndolo?

—Si las cosas van mal, yo me veo rumiando toda la vida por qué no acepté el reto.

—Pues entonces vuelve a hablar con María, explícaselo y dile que me llame.

—Comprueba con el cura de la cárcel que la silla eléctrica aún no tiene huésped.

—Y tú dile a la presunta viuda que el velorio va para largo. Que probar no cuesta nada y que, en el futuro, siempre podrás reprocharle, y con razón, que te hiciera perder tu gran oportunidad profesional. Yo creo que es un argumento irrefutable, devastador.

Lo fue. En el mismo sofá, a la misma hora, pero con un tono más relajado:

—Mira, María: yo ya le he dicho que no al cura como tú querías, o sea, que no puedes decir que no te haya hecho caso. Era la mejor oportunidad profesional que puede darse en España y la rechacé por ti. Vamos, porque tus argumentos eran buenos y porque contábamos con seguir en
La linterna
, en el proyecto de
Libertad Digital
…, vamos, como ahora. Pero hemos estado analizando la situación con Luis y vemos que, después de la oferta, esto es a cara o cruz. O cojo
La mañana
, al menos hasta Navidad para probar si lo aguanto y, si aguanto, hasta julio a ver si funciona, o mis días en la COPE están contados.
La linterna
no dura ni un año.

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