—¿Y Haven? ¿Has sabido algo de ella últimamente?
Jude aparta la mirada y desliza los dedos por la barba que ha empezado a aparecer en su barbilla.
—No, nada de nada —dice con voz cansada, resignada—. Y, ahora que lo pienso, seguro que eso no es una buena señal. De todas formas, no tengo ninguna posibilidad en todo este asunto, así que, ¿qué más da? —Me mira de reojo y observa mi rostro un instante.
—¿Y si te dijera que no es así? —Me quedo callada hasta que vuelve a mirarme—. ¿Y si tuvieras alguna posibilidad?
Suelta un resoplido, murmura algo indescifrable entre dientes y luego niega con la cabeza.
—Bromeas, ¿verdad?
Afronto la expresión seria de su rostro.
—Esto no es ninguna broma, créeme. De hecho…
Sin embargo, me interrumpe antes de que pueda acabar, antes incluso de que haya llegado al meollo de la cuestión. Ya ha sacado sus propias conclusiones y quiere detenerme ya, antes de que siga adelante.
—Oye, Ever… —Suspira y da una patada al asfalto mientras mete las manos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros—. Te agradezco mucho que te preocupes por mi seguridad, pero quiero dejar claro que no estoy dispuesto a beber el elixir que me convertiría en un inmortal como tú.
Lo miro con los ojos como platos y la mandíbula por las rodillas. No puedo creer que haya pensado que iba a ofrecerle algo semejante.
—Sé que ya te lo había dicho, y no quiero criticarte ni nada de eso, pero esa clase de vida antinatural… Bueno, no me interesa en absoluto.
Pues ya sois dos en otros tantos días, pienso, sin salir de mi asombro.
—Después de ir a Summerland y ver a Lina, creo que sería una locura querer quedarse aquí, elegir una vida extralarga en un mundo imperfecto lleno de odio, cuando existe un lugar muchísimo mejor esperándote a la vuelta de la esquina, por decirlo de algún modo.
Y aunque me impactan sus palabras tanto como las de Miles, no me echo a llorar. Se acabaron las lágrimas. Para bien o para mal, soy lo que soy, y no hay forma de volver atrás. Pero eso no significa que esté dispuesta a persuadir a otros para que se unan al club.
—Seguro que no es tan malo. ¿O sí? —le pregunto con la esperanza de aligerar el ambiente.
Sin embargo, él se limita a alzar los hombros.
—No, supongo que no —dice con tono serio—. Seguro que ahí fuera hay algo más que odio y calamidades. De vez en cuando, con un poco de suerte, puedes tropezarte con un poquito de felicidad.
—Vaya, un comentario un poco sombrío, ¿no te parece? —Suelto una carcajada forzada, aunque sus palabras me han perturbado más de lo que estoy dispuesta a admitir.
Jude vuelve a encogerse de hombros y entorna tanto los párpados que apenas puedo verle los ojos.
—De todas formas, no pretendía insultarte. Es solo que eso no es para mí. No me interesa.
Yo también hago un gesto de indiferencia con los hombros, preparada para continuar, para ir directa a la razón por la que estamos aquí.
—Bueno… —Jude me mira—. ¿Eso es todo? ¿Hemos dejado las cosas claras?
—Desde luego, las cosas están muy claras. Pero esta conversación está lejos de haberse acabado. —Le hago una señal con la mano para que me siga hasta la puerta de la verja. Cierro los ojos un momento, visualizo el cerrojo abierto en mi mente y luego miro a Jude por encima del hombro para decirle—: Créeme, no ha hecho más que empezar.
Empujo la puerta para abrirla. He dado por hecho que me seguiría, así que me sorprende ver que se queda al otro lado.
—¿De qué va esto, Ever? ¿Por qué me has pedido que me reuniera contigo aquí precisamente? Creí que habías dejado el instituto.
Niego con la cabeza y contemplo durante un instante el grupo de edificios que no he visto en toda la semana, y que no he echado de menos ni un poquito.
—Pues no lo he hecho. Además, este es el único lugar que se me ocurrió que puede proporcionarnos el espacio y la intimidad que necesitamos.
La cicatriz de su frente se arruga de curiosidad.
Pongo los ojos en blanco y me encamino hacia el gimnasio, segura de que esta vez me seguirá sin dudarlo.
—¿Esa puerta está cerrada también? —Desliza la mirada por mis brazos, mis piernas, mi nuca… por todos los lugares donde se ve algo de piel.
Asiento mientras me concentro en la puerta. Oigo el chasquido del cerrojo y la abro.
—Tú primero —le digo.
Jude entra, sus sandalias chirrían sobre el suelo de madera pulida mientras avanza hacia la parte central de la sala; ahí se detiene. Eleva los brazos a ambos lados, echa la cabeza hacia atrás y respira hondo.
—Sí, está impregnado de ese hedor universal de los gimnasios de instituto que recuerdo tan bien.
Sonrío un instante antes de volver a centrarme en lo que tenemos entre manos.
No he venido hasta aquí para bromear ni para charlas insustanciales. He venido aquí para salvarlo. O, mejor dicho, para enseñarle lo que necesita saber para salvarse en caso de que yo no esté cerca para ayudarlo.
Porque, aunque sigo enfadada con él y albergo ciertas dudas con respecto a sus intenciones, siento que mi deber es protegerlo de Haven.
—Bueno, creo que deberíamos ir al grano. No tiene sentido desperdiciar más tiempo.
Cuando me mira, veo que su rostro está cubierto por una fina película de sudor. Sin embargo, no sé si se debe al ambiente bochornoso o a la ansiedad que le provoca la situación en la que se ha metido, el no saber si estará a la altura de lo que se espera de él.
Me tomo un momento para prepararme: dejo la mochila en el rincón, me deshago de los zapatos y me quito la camiseta para dejar al descubierto la blanca camiseta elástica de tirantes que llevo debajo. Aliso con las manos la parte delantera y ajusto la cinturilla de goma de mis pantalones cortos mientras me acerco a él.
—Es evidente que ya conoces los chakras. —Me sitúo delante de él y lo estudio con detenimiento, pero no le doy tiempo a intervenir—: Puesto que mataste a Roman de esa manera…
—Ever, yo…
Empieza a hablar, pero no pienso dejar que continúe. No quiero que empiece con las excusas otra vez. Ya las he oído todas, así que no me interesan. Además, no puedo permitir enzarzarme en una discusión que me haga cambiar de opinión con respecto a él. Con respecto a esto.
—Ahórratelo. —Levanto las manos entre nosotros—. Ese es otro tema, para otro día. Ahora solo quiero hablar de una cosa: Haven tiene poderes que ni siquiera puedes imaginar… —«Que ni siquiera yo puedo imaginar», pienso para mis adentros—. Poderes que la embriagan, que la convierten en una persona temeraria y peligrosa. En alguien a quien debes evitar a toda costa. Pero si por alguna casualidad te encuentras con ella o, aún peor, decide ir a por ti (algo que, por si no lo sabes, es más que probable), tienes que estar preparado. Así que, teniendo en cuenta eso y todo lo que sabes de ella, ¿qué chakra elegirías para vencerla?
Jude frunce los labios hacia un lado mientras me mira. Es obvio que no se lo está tomando en serio, y eso es un grave error por su parte.
—Cuanto antes respondas, antes acabaremos con esto. —Apoyo las manos en las caderas y empiezo a tamborilear con los dedos, impaciente.
—El tercero. —Hace un gesto afirmativo y se coloca la palma de la mano por debajo del pecho—. El plexo solar, también conocido como el centro de la venganza, el núcleo de la furia y ese tipo de cosas. ¿Qué? ¿He acertado? ¿He superado la prueba? ¿Puedo recoger mi premio y marcharme a casa ya? —Arquea las cejas.
—De acuerdo, ahora vamos a fingir que yo soy Haven —le digo, pasando por alto sus preguntas y su mirada suplicante—. Quiero que te acerques, que me golpees en el lugar exacto donde la golpearías a ella.
—Ever, por favor. ¡Esto es ridículo! No puedo hacerlo. De verdad. Aprecio mucho tu preocupación y todo eso; significa mucho para mí, créeme, pero esta especie de farsa forzada… —Niega con la cabeza, con lo que sus rastas se balancean de un lado a otro—. Resulta un poco embarazosa, la verdad. Por decirlo suavemente.
—¿Embarazosa? —No puedo estar más atónita. Debo admitir que el ego masculino escapa a mi entendimiento—. Voy a fingir que no has dicho eso. Madre mía, Haven tiene poder para causarte todo tipo de heridas antes de apiadarse y acabar contigo, ¿y a ti te preocupa hacer el ridículo? ¿Delante de mí? —Niego con la cabeza otra vez y levanto las manos en un gesto de exasperación—. Escucha, si lo que te inquieta es hacerme daño, olvídalo. No puedes y no lo harás. Es imposible. Sin importar lo mucho que te esfuerces, no conseguirás golpearme. Así que quítate esa preocupación de la cabeza.
—Vaya, eso me tranquiliza. Y deja mi ego masculino a la altura del betún, la verdad. —Vuelve a sacudir la cabeza mientras sus hombros se hunden.
—No pretendo insultarte. —Encojo los hombros para quitarle importancia—. Me limito a señalar los hechos, eso es todo. Soy más fuerte; creo que ya te he dado pruebas más que suficientes de eso. Y, detesto tener que decírtelo, pero Haven también es más fuerte. Es cierto que no puedes hacer nada para cambiar eso, pero ella carece de algo que yo poseo.
Jude me mira con cierta curiosidad.
—Ha dejado de ponerse el amuleto. Ahora no hay nada que la proteja. Yo, por el contrario, jamás me quito el mío. —Me quedo callada un momento al recordar todas las veces que me lo he quitado en el pasado. Me corrijo de inmediato—: Ya no, al menos. Además, el plexo solar no es mi chakra débil. No voy a decirte cuál es, pero aun en el caso de que ya lo hubieras adivinado, aunque estuvieras tan desesperado por salir de aquí y disfrutar de la noche, y quisieras acabar conmigo, te lo impediría sin problemas antes incluso de que lograras acercarte.
Jude pone los ojos en blanco y suspira antes de levantar las manos en un gesto de rendición. Ya se ha dado cuenta de que no le queda más remedio que ceder.
—Vale. Está bien —me dice—. Adelante, dime qué es lo que quieres que haga. ¿Tengo que abalanzarme sobre ti o algo parecido?
—Claro, ¿por qué no? —respondo. Me parece una forma de empezar tan buena como cualquier otra.
Sin embargo, Jude se limita a mirarme.
—Pues porque esta es una situación totalmente irreal —me responde—. Jamás me abalanzaría sobre Haven ni sobre nadie. No a menos que me provocaran, y es posible que ni siquiera en esa situación. No es propio de mi carácter. Soy un pacifista, y lo sabes. Esas cosas no son propias de mí. Así que, siento decírtelo, pero si de verdad quieres que participe en esto, tendrás que motivarme con algo mejor.
—De acuerdo. —Asiento con la cabeza, decidida a no dejar que se escape—. Pero, para que lo sepas, yo tampoco pienso lanzarme sobre Haven. No tengo pensado provocarla de ninguna manera. Aun así, creo que ninguno de nosotros puede ignorar el hecho de que ha prometido destruirnos. Eso es algo que ha dejado bastante claro. Y no te equivoques: puede hacerlo, Jude. Sobre todo a ti, porque no estás preparado en absoluto. Puede acabar contigo sin inmutarse, ¡sin pestañear! Así que debemos prepararnos para la ocasión. Has dejado claro que no te interesa convertirte en inmortal, pero seguro que tampoco te apetece morir a manos de Haven. ¿Qué te parece si soy yo la que ataco primero? ¿Te sentirías mejor así? De todas formas, es probable que las cosas ocurran de ese modo.
Jude hace una mueca desdeñosa. Encoge los hombros y pone las manos bocarriba.
Y ese sencillo gesto me enfada tanto que, sin previo aviso, me abalanzo sobre él a toda velocidad.
Me muevo tan rápido que, en un segundo, ha pasado de estar en el centro del gimnasio, tan fresco e indiferente, a estar aplastado contra la pared del otro lado de la sala, igual que Haven hizo conmigo en los aseos. Y, como le ocurrió a ella, mi respiración no se ha alterado ni lo más mínimo a causa de semejante esfuerzo.
—Esto es lo que pasará —le digo mientras le aferro la parte delantera de la camisa. Tiro del tejido con tanta fuerza que al final se desgarra un trozo. Consciente de su aliento fresco sobre mi mejilla, de que mi rostro se halla a escasos centímetros del suyo, clavo la mirada en sus ojos aguamarina—. A esta velocidad. No tendrás tiempo para reaccionar.
Jude aguanta mi mirada. Su respiración se acelera, su frente se llena de gotitas de sudor y su corazón se pone a mil por hora.
Sin embargo, esa reacción no es el resultado del miedo o de la sorpresa. No, es el resultado de algo muy diferente.
Algo que reconozco de inmediato.
Tiene la misma expresión que la noche en que estuvimos a punto de besarnos en el jacuzzi.
La misma expresión que tenía la noche en que me dijo que me amaba, que me había amado en todas nuestras vidas, y que no pensaba renunciar a mí bajo ningún concepto.
Y aunque es cierto que quiero hacerlo, aunque mi mente racional me dice que le suelte la camisa y que me aleje de él todo lo posible, no lo consigo.
En lugar de eso, me aprieto más contra su cuerpo, aliviada por la oleada de calma que emana de su piel, y me lanzo en picado hacia esos ojos del color del océano.
La vocecilla de mi cabeza me recuerda todas las razones por las que debería salir pitando (mi larga lista de sospechas y todas las preguntas sin respuesta), pero mi cuerpo se niega a escucharlas. Responde a él del mismo modo que en mi vida sureña como esclava.
Levanto la mano hasta su rostro. Me tiemblan los dedos, y de pronto lo que más deseo en el mundo es fundirme con él.
Desaparecer bajo su piel.
Sus labios pronuncian mi nombre en una especie de gemido. Como si le doliera decirlo. Como si le doliera tenerme tan cerca.
Pero no dejo que continúe; no le dejo hablar. Aprieto los dedos contra su boca para acallarlo. Noto su calidez, cómo se ablandan bajo la presión, y me pregunto qué sentiría si los apretara con mis propios labios.
Siento los fuertes latidos de su corazón contra el mío, cada vez más intensos. Y aunque intento evitarlo, aunque me esfuerzo por no hacerlo, hay algo que debo comprobar por mí misma. Algo que necesito averiguar de una vez por todas para desterrar la pregunta que me reconcome por dentro.
Mi única esperanza es que su beso destierre todas mis dudas, del mismo modo que ocurrió con el de Damen en su día.
¿De verdad existe una conexión entre nosotros?
¿Nuestro destino es estar juntos y Damen se interpone a propósito en nuestro camino?
Sé que solo hay una forma de descubrirlo, así que respiro hondo, cierro los ojos y aguardo el contacto de sus labios sobre los míos.