—¿Qué tal?
Anna estaba mirando la pantalla apagada del televisor con ojos inexpresivos.
—No es Elias —afirmó.
Mahler no dijo nada. El dolor del pecho se le extendió por el hombro y el brazo, de modo que se reclinó en el sofá e intentó ordenar al corazón que se tranquilizara, que dejara de fibrilar. Retorció la cara en un gesto de dolor cuando una mano ardiendo le agarró el corazón, se lo apretó... y soltó. Los latidos volvieron a su ritmo habitual. Anna no había notado nada.
—Elias ya no existe —dijo.
—Anna... yo... —jadeó Mahler.
Anna asentía a su propia afirmación, y añadió:
—Elias está muerto.
—Anna, yo estoy... seguro de que...
—No me entiendes. Sé que es el cuerpo de Elias. Pero Elias ya no existe.
Él no supo qué decir. Los calambrazos en el brazo remitieron, dejando su cuerpo relajado, la tranquilidad después de ganar una batalla.
—Entonces, ¿qué quieres hacer? —inquirió con los ojos cerrados.
—Cuidar de él, por supuesto. Pero Elias ha desaparecido. Existe en nuestros recuerdos. Ahí debe permanecer. En ningún otro sitio.
—Sí... —respondió Mahler con un asentimiento. No sabía lo que quería decir con eso.
Solna, 08:45
El taxista se había pasado la noche llevando pacientes desde Danderyd y hablaba de lo estúpida que era la gente. Tenían miedo de los muertos como lo tenían de los fantasmas o de los aparecidos, cuando ése no era para nada el problema. El problema eran
las bacterias.
—Tira el cadáver de un perro a un pozo. Después de tres días el agua está tan emponzoñada que se corre el riesgo de morir si se bebe de esa agua. O fíjate en la guerra de Ruanda; decenas de miles de muertos, sí, pero eso no fue lo peor. La gran tragedia fue el agua. Los muertos fueron arrojados a los ríos y murió aún más gente por la falta de agua, o por beber la que había.
Las bacterias que los muertos traían consigo. Ése era el gran peligro.
David Zetterberg advirtió que el conductor llevaba una caja de pañuelos de papel en el salpicadero, debajo del taxímetro. No sabía si era verdad lo que decía aquel hombre, pero el simple hecho de que lo creyera...
Él dejó de escucharle cuando el taxista empezó a hablar de las esporas halladas en el cometa procedente de Marte que había aterrizado hacía cuatro años. Era evidente que aquel tipo estaba obsesionado, y David no le prestó atención mientras seguía hablando de unos resultados secretos.
«¿Tendrán pensado hacerle la autopsia? ¿Se la habrán hecho ya?».
Cuando llegaron a las inmediaciones del Instituto Karolinska, el taxista le preguntó la dirección exacta.
—Medicina Forense —contestó David.
El conductor se quedó mirándolo.
—¿Trabaja allí?
—No.
—Mejor para usted.
—¿Y eso?
El taxista meneó la cabeza y, con el tono de quien está revelando un secreto, dijo:
—Digamos que... buena parte de esa gente está bastante pirada.
Cuando David se bajó del vehículo junto a un edificio de ladrillo bastante anodino, el taxista le guiñó el ojo.
—Suerte... —le deseó antes de marcharse.
Se dirigió a recepción y explicó el motivo de su visita. La recepcionista, que, por cierto, parecía no tener ni idea de lo que le estaba hablando, tuvo que hacer varias llamadas hasta que al final dio con la persona indicada, y le pidió a Zetterberg que se sentara y esperase.
En la sala de espera sólo había dos sillas con la tapicería ribeteada. Él se ahogaba en aquel ambiente, y justo cuando estaba a punto de levantarse y salir a esperar al aparcamiento, apareció alguien a través de las puertas de cristal que daban a la parte interior.
David, sin pensar en ello, había esperado que apareciera un tipo de dos metros con la bata manchada de sangre, pero salió a recibirle una mujer menuda de unos cincuenta años, con el cabello corto y cubierto de canas, y los ojos azules protegidos detrás de unas gafas enormes. Ni siquiera había una mancha de sangre en la bata blanca. Ella le tendió la mano.
—Hola. Soy Elisabeth Simonsson.
David le estrechó la mano. El apretón fue fuerte y seco.
—David. Yo... Eva Zetterberg es mi mujer.
—Sí. Lo entiendo. Siento la...
—¿Está aquí?
—Sí.
Pese a su determinación, a David le puso nervioso la mirada inquisitiva que le echó aquella mujer, como si buscara en sus entrañas las huellas de un crimen. Él se cruzó los brazos sobre el pecho para protegerse.
—Me gustaría verla.
—Lo siento. Entiendo cómo se siente, pero no puede ser.
—¿Y eso por qué?
—Porque estamos... examinándola.
Él hizo una mueca. Había advertido la brevísima pausa antes de pronunciar la palabra «examinándola». Ella había pensado decir otra cosa. Él cerró el puño y dijo:
—¡No pueden hacer esto!
Elisabeth ladeó la cabeza.
—¿El qué? ¿A qué se refiere?
Zetterberg estiró los brazos hacia la puerta por la que ella había salido, hacia las salas.
—¡Joder, que no podéis hacerle la autopsia a alguien que
vive!
Ella parpadeó, y después hizo algo que sorprendió a David. Se echó a reír. Aquella cara pequeña quedó surcada por una red de arrugas causadas por la risa que enseguida desaparecieron. La mujer agitó la mano.
—Perdona —se disculpó; echó las gafas hacia atrás y continuó—: Comprendo que estés... pero no tienes que preocuparte por eso.
—No, ¿qué es lo que hacéis entonces?
—Pues lo que te he dicho. La estamos examinando.
—Pero ¿por qué lo hacéis
aquí?
—Porque... yo, por ejemplo, soy toxicóloga forense, es decir, que estoy especializada en la detección de sustancias extrañas en los cuerpos muertos. Nosotros la estudiamos bajo el supuesto de que, digamos que... se haya introducido algo que no debería estar ahí. Exactamente igual que lo hacemos cuando sospechamos que puede tratarse de un asesinato.
—Pero vosotros... vosotros aquí cortáis a la gente, ¿no?
La mujer arrugó la nariz ante esa descripción de su lugar de trabajo, pero asintió y dijo:
—Sí, lo hacemos. Porque tenemos que hacerlo. Pero en este caso... nosotros disponemos de instrumentos que no hay en ningún otro sitio. Que pueden usarse también cuando no... cortamos a la gente.
David se sentó en la silla, apoyó la cara en las manos. Sustancias extrañas... algo que se le ha
introducido.
No entendía qué era lo que andaban buscando. Sólo sabía una cosa.
—Quiero verla.
—Por si te sirve de consuelo, te diré que todos los redivivos han sido aislados. —Su voz se tornó más cercana—. Hasta que sepamos más. No eres tú solo.
Él elevó las comisuras de los labios en una mueca.
—Es por las bacterias, ¿no?
—Sí, entre otras cosas.
—¿Y si yo me cago en las bacterias? ¿Si digo que quiero verla igual?
—Pues no sirve de nada. Tendrás que disculparme. Entiendo cómo te...
—No lo creo. —David se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir se volvió—. Puede que esté equivocado, pero no creo que tengáis derecho a actuar así. Yo voy a... voy a hacer algo.
La mujer no respondió. Sólo se quedó mirando a David con una cara de lechuza compasiva que a él le puso furioso. La puerta retumbó amortiguada contra el tope cuando le dio un empellón y salió al aparcamiento.
—¿No es Fingal Olsson el que está ahí sentado?
—¿Fingal Olsson? Pero si ha muerto.
—Ya. Pero se está moviendo.
Hasse & Tage
RECORTES DE PRENSA
Aftonbladet,
14 de agosto de 2002.
LOS DESENTERRADOS INTENTARON ESCAPAR
Los militares abrieron anoche las tumbas del cementerio.
El anciano de 87 años murió hace seis semanas y su cuerpo se encuentra en avanzado estado de descomposición, pero vive y esta mañana temprano trató de escapar de los soldados que abrieron su tumba. Se vivieron escenas estremecedoras cuando el ejército acometió la tarea de controlar no menos de 200 tumbas en el cementerio de Skogskyrkogården, en Estocolmo.
«Esto es terrible, lo peor que he visto en mi vida», asegura un soldado.
Esta noche a la 1:30 se puso de manifiesto que los temores eran fundados: los enterrados viven. El periódico
Aftonbladet
estuvo en el lugar de los hechos cuando los soldados iniciaron sus trabajos en el citado cementerio. El octogenario fue el primero al que desenterraron. Estaba vivo, aunque ya habían pasado seis semanas desde su entierro. Su cuerpo se encontraba en un avanzado estado de descomposición. El hombre intentó escapar de allí, pero se lo impidieron. En el forcejeo se le desprendieron algunos trozos de carne. Con ayuda del sudario, al fin consiguieron obligarlo a tumbarse en el suelo. Fueron necesarias dos personas para sujetarlo.
Intentan escapar
«No nos queda más remedio, pero es sólo provisional», aseguró el coronel Johan Stenberg a propósito de la alambrada que los soldados estaban empezando a levantar en ese momento. La unidad de ingenieros instaló una valla para retener a los muertos. Mientras tanto fueron desenterrando los ataúdes, pero sin abrirlos.
«No es agradable, ¿pero qué demonios vamos a hacer?», dijo el coronel Stenberg, encogiéndose de hombros. A las 2:30 estuvo listo el cercado y el cementerio se llenó de personal militar. No se veían por ninguna parte los transportes sanitarios. Empezaron a abrir los ataúdes y se encontraron con un espectáculo aterrador.
Los muertos, tambaleándose y a tientas, intentaban salir de allí. Unos cuantos trataron de escapar de los militares, pero fueron detenidos rápidamente.
Presión psicológica
«Esto es el infierno en la tierra», declaró, apático, un recluta sentado junto al cercado. Detrás de él había quince muertos zarandeando la valla. «Nos miraban fijamente con las cuencas de los ojos vacías». El soldado se tiró de bruces al suelo y se tapó los oídos con las manos.
«Contábamos con ello» dijo Johan Stenberg. «Por eso hemos traído tanto personal. Es una pena lo de ese chaval. No ha soportado la presión psicológica».
Era evidente que el coronel no decía lo que pensaba.
La llegada de las ambulancias
Tuvieron tiempo de desenterrar a otros tres difuntos antes de que aparecieran las ambulancias. Se produjeron altercados en diversos sitios. El mando se vio obligado a intervenir para poner fin a varias peleas. A la hora de cerrar esta edición, la situación en el cementerio estaba muy cerca del caos. Es posible que se hayan fugado algunos redivivos. Se pide a la gente de las inmediaciones que mantenga las puertas cerradas. Hoy se abrirán el resto de las tumbas y luego el trabajo continuará en los otros dieciocho cementerios de la ciudad.
EDITORIAL,
EXPRESSEN
Lo imposible ha sucedido esta noche: han vuelto a la vida 2.000 suecos declarados muertos o enterrados. Cómo es posible y qué va a pasar está por ver, pero desde este momento podemos hacernos una pregunta elemental: después de esto, ¿podemos considerar la muerte como el final?
Probablemente, no.
Una de las definiciones del ser humano es que es un animal consciente de que va a morir. Quizá el único. Los acontecimientos de la pasada noche nos van a obligar a reformular las premisas de nuestra existencia.
La muerte es un sinónimo con el que nos referimos al cese de las reacciones y procesos físico-químicos que se producen dentro del organismo. Prescindiendo de las interpretaciones religiosas o paranormales, sólo nos queda una explicación: el mecanismo biológico que es nuestro cuerpo posee la capacidad de reiniciar el metabolismo. Aún no hay ningún resultado científico que lo pruebe, pero todo apunta en esa dirección.
Todos los síntomas clásicos de muerte han quedado obsoletos. Sencillamente, ya no existe la posibilidad de declarar muerto a nadie. Todos pueden revivir.
Durante la década de los ochenta surgió una moda llamada criogenia. Los ricos estipulaban en sus testamentos que sus cuerpos se conservaran congelados después de la muerte. Hay miles de personas conservadas de esta manera, sobre todo en EE UU.
No sería sorprendente que la tan ridiculizada criogenia experimentara un nuevo auge. Al menos tendremos que establecer algún procedimiento que nos permita conservar nuestros cuerpos muertos.
Cabe suponer que los científicos podrán determinar qué es lo que ha hecho que revivan los muertos. Cabe suponer también que podrán repetir los resultados. Los anticuerpos contra una enfermedad se pueden producir a partir de la sangre de un paciente que ha vencido esa enfermedad. Pues bien, esta noche hemos visto a miles de personas venciendo a la muerte. ¿Qué conclusiones podremos extraer?
Nuestro actual sistema de tratamiento del cadáver de un ser humano se basa principalmente en su destrucción. Bien sea de forma rápida mediante la incineración, bien lentamente mediante su descomposición bajo tierra.
En el futuro cada uno tendrá que poder decidir lo que va a suceder. Dentro de un mes, de un año o de diez quizá dispongamos de algún remedio contra la muerte.
¿Quién querrá entonces estar incinerado?
RADIO
MORGONEKOT
[8]
, 6:00
...fuentes del ejército nos informan en este momento de que quedan más de 150 sepulcros por abrir. Todos los cementerios de Estocolmo permanecerán cerrados al público durante el resto del día...
...aún faltan 12 personas. En tres de los casos se trata de tumbas que han sido encontradas abiertas, y en las que el muerto ha desaparecido...
...en estos momentos tiene lugar la rueda de prensa en el edificio del Parlamento...
MORGONEKOT, 7:00
Los familiares de los redivivos se han concentrado en las inmediaciones del hospital de Danderyd. El jefe de servicio Sten Bergwall declara a Ekot que, de momento, no se permiten las visitas.
«Sabemos muy poco aún. Los redivivos se encuentran aislados, pero reciben la mejor atención sanitaria posible. Autorizaremos las visitas tan pronto como se consideren seguras. Puede ocurrir hoy o dentro de una semana».
Comunicación desde la sala donde acaba de finalizar la rueda de prensa.
M
INISTRO
DE
S
ANIDAD
: En el consejo de ministros celebrado esta noche hemos decidido paralizar todos los enterramientos e incineraciones por tiempo indefinido. Lo cierto es que las cuatro personas que han fallecido en Estocolmo posteriormente no han mostrado ninguna señal de despertar, pero...