Sus padres habían mandado a Viktor a la cama a las nueve y media, y ella había rehusado acompañarlos a la fiesta después de que la invitaran con aquel tono desenfadado que decía que no había pasado nada, que todo estaba bien, pío, pío.
Rodó sobre sí misma para salir de la cama y fue al cuarto de estar, donde puso la tele para ver las noticias. No había sabido nada más de Peter, y no se atrevía a llamarlo por miedo a hacer ruido.
Las noticias trataban casi exclusivamente de los redivivos. Un catedrático de biología molecular explicó que sí, que lo que en un principio habían pensado que era una bacteria agresiva que favorecía la descomposición, había resultado ser una coenzima ATP, un nucleótido en la obtención de energía celular. Lo incomprensible era que pudiera vivir a una temperatura tan baja.
«Es como si fermentara una masa colocada fuera en la nieve», explicó el catedrático, que solía colaborar en programas de divulgación científica.
La incomprensible vitalidad del ATP explicaba también por qué los recién fallecidos habían podido superar la rigidez característica de la muerte, ya que es precisamente la disgregación del ATP lo que bloquea los músculos.
—Digamos por el momento que se trata de una mutación del ATP,
pero...
—El catedrático hizo un gesto juntando el dedo índice con el pulgar como para subrayarlo—... lo que no sabemos es si esa enzima es la que los ha hecho despertar, o si la aparición de ésta es sólo una consecuencia de que se hayan despertado.
El catedrático extendió los brazos y sonrió, como si esa fuera una pregunta que quisiera responder con la ayuda de los telespectadores. ¿Causa o consecuencia?
¿Tú
qué crees? A Flora no le gustaba su manera de hablar del asunto como si fueran perogrulladas, como si se tratara de debatir sobre los pros y los contras de suspender las capturas de merluza.
La siguiente noticia hizo que se acercara un decímetro más a la pantalla.
Por la tarde habían permitido la entrada en Danderyd a un equipo de televisión. Las imágenes mostraban una sala de hospital enorme donde aparecían unos 20 redivivos sentados en el suelo, en las camas, en las sillas. Al principio sólo se les veía el semblante. Lo sorprendente era que todos tenían la misma expresión en la cara: una extrañeza impasible, los ojos como platos, las bocas abiertas. Parecía un grupo de escolares, todos sentados mirando a un mago y vestidos con las batas azules del hospital.
Luego la cámara se alejaba para que se viera el objeto de su atención: un metrónomo colocado encima de una mesa con ruedas; la varilla se movía sin parar de un lado a otro ante la admiración del público. Una enfermera sentada al lado del metrónomo estaba bastante tensa, consciente de la presencia de la cámara.
«Será la que lo ponga en marcha cuando se pare».
El locutor hablaba de cómo había mejorado la situación en el hospital desde que se les ocurrió la idea de los metrónomos, e informó de que ahora buscaban otros métodos.
El tiempo iba a seguir inestable.
Flora apagó la tele y se quedó sentada mirando su propia imagen reflejada en la pantalla. Con todo en silencio llegaba el sonido del ático, donde habían empezado a cantar una antigua canción protesta, polifónica. Al terminar la melodía se oyeron voces y risas.
Se echó hacia atrás y se tumbó en el suelo.
«Yo sé», pensó ella, «yo sé lo que falta: la muerte. La muerte no existe ni puede existir para ellos. Para mí lo es todo».
Se rio de sí misma.
«Bueno, Flora. Tampoco hace falta que exageres».
Viktor salió de su habitación sin más ropa que los calzoncillos, parecía tan delgado y frágil que a su hermana de pronto le invadió la ternura.
—Flora —le preguntó—. ¿Tú crees que son peligrosos como los de la película?
Ella dio unas palmaditas en el suelo a su lado, para indicarle que se acercara y se sentara. Él se sentó y dobló las rodillas debajo de la barbilla como si tuviera frío.
—La película no es de verdad —le explicó ella—. ¿Crees tú que existe un basilisco como el que sale en Harry Potter? —Viktor negó con la cabeza—. Bien. ¿Crees que existen... crees que existen elfos y hobbits en la realidad, como en
El señor de los anillos
?
Viktor dudó un instante, pero luego sacudió la cabeza y adujo:
—No, pero hay enanos.
—Sí —admitió su hermana—, pero no van por ahí con hachas, ¿a que no? No. Los zombis de esa película son como el basilisco y Gollum. Son inventados, y nada más. No es así en la realidad.
—¿Cómo es en la realidad, entonces?
—En la realidad... —Flora miraba la pantalla negra del televisor—. En la realidad son buenos. No quieren hacer ningún daño.
—¿Seguro?
—Seguro. Ahora, acuéstate.
Svarvargatan, 22:15
El reloj de la mesilla marcaba las 22:15 cuando sonó el teléfono. Magnus llevaba durmiendo un buen rato y David liberó el brazo que tenía medio dormido, salió a la cocina y contestó.
—Sí, soy David Zetterberg.
—Sí, hola. Me llamo Gustav Mahler. Espero no haberte llamado demasiado tarde. Me han dicho que me estabas buscando.
—No, está... bien. —David vio la botella y la copa, se sirvió—. Si te soy sincero... —Dio un buen trago—. El caso es que no sé por qué te he buscado.
—Bueno —dijo Mahler—. Eso también puede pasar. Salud.
Sonó un tintineo en el otro extremo de la línea y David alzó su copa y dijo:
—Salud. —Y bebió otro trago.
Se quedaron unos segundos en silencio.
—¿Qué tal va? —preguntó Mahler.
David se lo contó todo. Sería por el vino, por la angustia contenida o algo en la voz de Mahler, pero el bloqueo saltó. Sin preocuparse de si el desconocido que escuchaba al otro lado estaba o no interesado, le habló del accidente, de que ella se había despertado, de Magnus, de la visita al Instituto de Medicina Forense, de la sensación que tenía de haberse quedado descolgado de la vida, de su amor por Eva. Al menos estuvo hablando diez minutos, y lo dejó porque tenía la boca seca y necesitaba más vino.
—La muerte tiene la capacidad de aislarnos de los demás —afirmó el periodista mientras Zetterberg se servía más bebida.
—Sí —coincidió David—. Tendrás que disculparme, no sé por qué... no he hablado con nadie de... —El humorista se detuvo con la copa a mitad de camino hacia la boca. Un chorro frío le cayó en el estómago, dejó la copa con tanto ímpetu que el vino salpicó—. ¿No pensarás escribir nada de esto?
—Puedo...
—¡Oye! No puedes escribir nada de esto, hay muchas personas que...
Fue haciendo la lista mentalmente: su madre, el padre de Eva, sus colegas, los compañeros de clase de Magnus, sus padres... y toda la gente que se iba a enterar de más cosas de las que él quería que supieran.
—David —dijo Mahler—, te prometo que no escribiré ni una palabra sin que tú le des el visto bueno.
—¿Seguro?
—Sí, seguro. Sólo estamos hablando. Mejor dicho: tú hablas y yo escucho.
El humorista se rió, fue una risa corta que llegó en forma de resoplido y le llenó la nariz de mocos, viejas lágrimas. Pasó el dedo por el vino que había salpicado y dibujó un signo de interrogación.
—¿Y tú? —le preguntó—. ¿Por qué te interesa este tema? ¿Es un interés puramente... periodístico?
Se hizo un silencio al otro lado. David pensó incluso que se había cortado la comunicación, antes de que el periodista contestara:
—No. Es más... personal.
David bebió más vino mientras esperaba. Estaba empezando a subírsele a la cabeza. Notó con alivio que la existencia empezaba a perder sus contornos, que los pensamientos fluían más despacio. A diferencia de lo que había sentido todo el día, ahora experimentaba una sensación que le permitía relajarse. Había una persona al otro lado de la línea telefónica. Él estaba flotando, pero no estaba solo. Temió que la conversación fuera a terminar.
—¿Personal?
—Sí. Tú has confiado en mí. Yo voy a confiar en ti. Y... en caso de que seamos de ésos, pues los dos tendremos pillado al otro. Yo tengo en casa a mi nieto, que es... —David oyó que su interlocutor daba un trago a lo que estuviera bebiendo—. Mi nieto estaba muerto hasta ayer por la noche. Enterrado.
—¿Le tienes escondido?
—Sí. Sólo lo sabes tú y otras dos personas más. Se encuentra en muy mal estado. Si te he llamado ha sido sobre todo porque he pensado que a lo mejor... tú sabías algo.
—¿De... de qué?
Mahler suspiró.
—Sí, no sé. Como estabas presente cuando ella se despertó, pues... no sé. Si pasó algo que... me pueda servir de ayuda.
David repasó mentalmente lo ocurrido en el hospital. Quería sinceramente ayudar a Mahler.
—Ella hablaba —le dijo.
—¿De verdad? ¿Qué decía?
—No, no dijo nada que... era como si las palabras fueran nuevas para ella, como si estuviera probándolas. —David la oyó de nuevo; la voz metálica y áspera de Eva—. Fue... fue bastante duro.
—Sí —dijo Mahler—. Pero ¿no era como si ella... recordara algo?
Sin pensar en ello, David había apartado de su consciencia aquel momento en el hospital. No había querido reconocerlo. Ahora sabía por qué.
—No —contestó David, y se le saltaron las lágrimas—. Era como si estuviera completamente... vacía —contestó, aclarándose la voz—. Creo que tengo... bueno...
—Lo comprendo —dijo Mahler—. Apunta mi número de teléfono por si... por si pasa algo.
Colgaron y el humorista permaneció sentado junto a la mesa de la cocina, acabó el vino restante y dedicó veinte minutos a no pensar en la voz de Eva, ni en su ojo en el hospital. Cuando fue a acostarse, Magnus estaba como un crucificado en medio de la cama, con los brazos extendidos. David colocó al niño en un lado, se quitó la ropa y se acostó junto a él.
Estaba tan agotado que se durmió nada más cerrar los ojos.
Koholma, 22:35
—¿Qué te ha dicho?
Anna entró en la habitación de Mahler dos segundos después de que él colgara el teléfono.
—Nada de particular —respondió él, frotándose los ojos—. Me ha contado su historia. Era terrible, claro, pero nada que nos ayude.
—Su mujer, ¿estaba...?
—No. Lo mismo que Elias, más o menos.
Cuando ella volvió al cuarto de estar y se puso a ver la tele, Gustav fue a la habitación de Elias, se quedó bastante tiempo mirando aquel cuerpecillo. Elias se había tomado un biberón de suero fisiológico, y por la tarde otro de suero glucosado.
«Era como si estuviera completamente... vacía».
Y eso que Eva Zetterberg sólo había estado muerta media hora.
¿Se estaba equivocando?
¿Tenía Anna razón? ¿Y si en ese ser que yacía en la cama no quedaba nada de lo que había sido Elias?
* * *
El aire era nuevo cuando salió a la terraza. Durante la larga ausencia de lluvias había olvidado que el aire podía estar así de saturado; la oscuridad era completa y estaba impregnada de olores de una naturaleza que la tormenta había devuelto a la vida.
«¿Guardará alguna... relación?».
También Elias había estado muerto y reseco. Algo que no era la lluvia le había hecho resucitar, pero ¿qué? ¿Y qué le mantenía vivo si estaba vacío por dentro?
Una semilla, seca o congelada dentro de un glaciar, podía permanecer latente cientos e incluso miles de años. Crecía si se sembraba en tierra húmeda porque había una fuerza verde que impulsaba la flor. ¿Qué fuerza impulsaba a las personas?
Mahler contempló las estrellas. Aquí, en el campo, había muchas más que en la ciudad, lo cual no dejaba de ser una ilusión. Evidentemente las estrellas estaban siempre allí, y eran infinitamente muchas más de las que el ojo más agudo podía percibir.
Le rozó un presentimiento impronunciable. Su cuerpo se estremeció.
En una rápida sucesión de imágenes, vio una brizna de hierba salir de la semilla, buscar la superficie; vio un girasol alzándose hacia el cielo, volverse hacia la luz; vio a un niño pequeño ponerse en pie, levantar los brazos en alto, dar gritos de alegría, y todo vive y tiende hacia la luz, y vio...
«Eso no es evidente».
La fuerza verde que impulsa la flor no es evidente. Todo es un esfuerzo, un trabajo. Un regalo. Nos lo pueden arrebatar. Nos lo pueden devolver.
La solidaridad va dirigida siempre hacia «uno
de nosotros», y «nosotros» no puede significar
todas las personas... «Nosotros» presupone que
alguien queda excluido, que pertenece a los
otros, y esos otros no pueden ser animales o
máquinas, sino que deben ser personas.
S
VEN
-E
RIC
L
IEDMAN
,Att se sig själv i andra
(Verse a uno mismo en los otros).
15 DE AGOSTO
INFORME URGENTE. TERCER INTENTO (SUSPENDIDO)
Ministerio de Sanidad. Reservado.
Se interrumpe el suministro de nutrientes al paciente 260718-0373, Bengt Andersson, el día 15-08-2002 a las 8:15.
Le fueron retiradas las sondas para el suero fisiológico y glucosalino con objeto de observar su reacción.
A las 9:15 el paciente aún no ha mostrado ningún signo de que su estado general haya empeorado. ECG plano, EEG sin cambios.
9:25. Se producen una serie de convulsiones espasmódicas. Las sacudidas duraron unos tres minutos, tras lo cual el sujeto volvió a su estado anterior.
14:00. No se ha observado ninguna convulsión más, ni ninguna otra reacción.
Nuestra conclusión es que resulta innecesaria la administración de suero fisiológico y glucosalino. Los niveles bajos del redivivo no han mejorado ni empeorado.
FRAGMENTO DEL PROGRAMA
STUDIO ETT.
16:00
E
NTREVISTADOR
: ...resultados que indican que los redivivos no necesitan ser alimentados. Profesor Lennart Hallberg, ¿cómo puede discernirse eso?
L
ENNART
H
ALLBERG
: Sí, bueno, como sabe, aún no se han hecho públicos los resultados de la investigación, pero yo supongo que sencillamente se habrá dejado de suministrar azúcar y sal para ver qué pasa.
E
NTREVISTADOR
: ¿Se puede hacer eso? ¿Está permitido?
L
ENNART
H
ALLBERG
: Para empezar, los redivivos se encuentran en una especie de laguna jurídica. Seguramente tardaremos en tener unas directrices dentro de la medicina legal para este tipo de situaciones. Y, además, la bandera de la peste digamos que aún no se ha arriado, y eso nos otorga a los médicos ciertas... facultades.