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Authors: Adolf J. Fort

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía, Terror

Despertando al dios dormido (16 page)

BOOK: Despertando al dios dormido
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—Vamos, cielo, huélelo —insistía su padre, acercándole el botellín—. Es especial para ti —añadió con un guiño cómplice.

La joven Julia aspiró con fruición el aroma penetrante, que recordaba al del mar en marea baja, cuando iba con su madre a recoger cangrejos y líquenes en las enormes rías que había cerca de casa.

—Vamos, un poco más,
ecco
, un poco más, así…
Molto bene
—le decía con dulzura una voz que no era la de su padre. Con un repentino acceso de pánico, sacudió la cabeza y trató de incorporarse, pero dos manos fuertes la sujetaron por los hombros.


Easy, easy now
—oyó que le decía la voz de un mujer que no era la de su madre—.
Everything’s gonna be fine
.

Julia sentía algo húmedo en los ojos y aunque los abría, no veía nada. Una mano firme la sujetaba por un hombro y de pronto, alguien retiró el paño mojado que tenía colocado sobre la cara. Un rostro masculino de ojos brillantes y oscuros, que no acertó a reconocer en ese momento, encuadrado por un pelo también oscuro y rizado, perlado de gotas de agua, le sonreía mientras le secaba la cara con toques suaves. Tras él, una mujer de pelo negro y también mojado, que Julia reconoció por los ojos, muy azules, tan claros como los de un perro siberiano, la miraba con atención mientras esbozaba una tímida sonrisa.

—Me llamo Fabio Lamberti —dijo él en inglés, y en aquel instante Julia reconoció la voz de acento italiano. Era el comprador colérico que había protagonizado el escándalo en Solsbury’s. El hombre hizo un gesto con la cabeza—. Y ella es Basia Przytycka. Casi no llegamos a tiempo,
signorina
Julia. Eres difícil de seguir.

Julia fue a decir algo, pero su garganta sólo emitió una especie de graznido, seguido de un incontrolable acceso de tos. Le dolía la cabeza y sentía como si la hubieran estado golpeando con palas de lavar durante horas.

La mujer rebuscó en uno de los bolsillos del chaleco impermeable azul que llevaba puesto y sacó un
minibrik
multicolor que entregó al llamado Fabio. Éste separó la pajita de plástico que llevaba adosada y se lo dio mientras la ayudaba a incorporarse de la cama.

—Llevamos siguiéndote desde lo de Solsbury’s —dijo ella en un inglés pasable y con voz bastante áspera, mientras Julia sorbía con inesperado deleite un zumo de frutas que le supo a néctar divino—. Para no ser una ladrona profesional, tienes unos recursos envidiables.

—¿Me
visteis
en Londres? —preguntó con el pánico insinuándose en la voz y mirándolos alternativamente—. ¿Sois de la Interpol?

Basia y Fabio se echaron a reír al unísono, un sonido que, después de todo lo que había sucedido, resonó de forma extraña en sus oídos. Entonces se apercibió de que casi no se oían truenos. La tormenta estaba cesando.

—No, en absoluto —respondió Fabio con la risa bailando en los ojos oscuros—. Simplemente queríamos lo mismo que tú estabas buscando, pero llegaste antes que nosotros y, como no sabíamos qué era lo que estabas robando, tuvimos que separarnos. Basia te siguió hasta el hotel y yo me encargué de buscar en los archivos. Pero me puse un poco nervioso —añadió con un suspiro, echando una mirada de soslayo hacia Basia— y acabé por registrarlo todo de cualquier manera.

—Y ahora tienes una bonita ficha en los archivos de Scotland Yard que nos va a costar eliminar —le recriminó ella con tono agrio y soltando un bufido.

Fabio levantó los brazos en actitud de rendición e hizo rodar los ojos hacia el techo.

—Está bien, está bien —replicó lanzando otro gran suspiro—. ¿Cuántas veces tendré que seguir pidiendo perdón? Tenemos cosas mucho más importantes y más apremiantes que restregarme mi error por la cara —dijo con tono enfático mientras se levantaba de la cama.

—¿Qué son esas
cosas
que me han atacado? —consiguió articular Julia entre dos accesos de tos—. ¿Cómo han llegado hasta aquí?

Fabio miró a Julia, pero la sonrisa se le había borrado del rostro. Desvió la mirada hacia la ventana. A lo lejos se percibió el fulgor de un relámpago.

—Hay un río cercano —contestó, sin apartar los ojos—, y esas bestias pueden controlar el clima hasta cierto punto. Necesitan humedad para sobrevivir y provocaron la tormenta. En cuanto a lo que son, será mejor que vayamos abajo. Tenemos mucho de qué hablar.

Fabio ayudó a Julia a bajar la escalera y a instalarse en el sofá lo más cómodamente posible, apilando previamente en el suelo su dispar contenido. Con la ayuda de un poco de leña milagrosamente seca que subió del sótano, consiguió encender la chimenea, cuyo calor fue diluyendo el hedor espeso que todavía flotaba en el ambiente, a pesar de haber abierto algunas ventanas. La tormenta había cesado casi por completo.

Basia trajo un par de maletas metálicas del exterior y las apiló en el salón, junto a la mesita. Como un prestidigitador, hizo aparecer de algún lugar del interior del impermeable unos emparedados y unas latas de agua mineral que consumieron los tres en completo silencio mientras Fabio echaba de cuando en cuando miradas a las ventanas.

Una vez concluido el frugal tentempié, Basia se acomodó en el sillón y Fabio se quedó sentado en el alféizar de una ventana, con algo parecido a un catalejo de aluminio con el que echaba ojeadas frecuentes hacia el exterior oscuro. Basia se había despojado del chaleco impermeable y Julia vio que llevaba un arma de aspecto ominoso sujeta con una sobaquera.

—No tienes que temer nada de nosotros, Julia —dijo al ver la expresión de alarma que había aparecido en sus ojos. El pelo, negro como el carbón, le caía por encima del hombro formando una cascada oscura—. Lo único que queremos es que nos escuches y después que nos cuentes tu parte de la historia. Lo que vamos a contarte te va a resultar difícil de asimilar, pero explicará muchas de las cosas que has visto hasta ahora y que no acabas de comprender. Los dos hemos pasado, en mayor o menor medida, por una experiencia similar a la tuya, así que sabemos qué se siente.

Basia bajó la vista al acabar la frase. No fue una tarea muy complicada para Julia seguir los pensamientos que debían estar pasando por la mente de la mujer.

—Somos ángeles negros —dijo Basia tras una breve pausa, y Julia casi se atraganta con el zumo. Desde la ventana llegó una risita ahogada y un sorbetón.

—No quiero decir con esto que seamos sobrenaturales —se apresuró a decir Basia al ver la cara de pasmo de Julia y lanzando una mirada de soslayo al hombre—. Fabio nació en Italia y yo en Polonia. Somos igual de humanos que tú, pero así es cómo nos llaman, Gli Angeli Neri. Trabajamos para una sección muy especial del Vaticano que se encarga de resolver asuntos que no pueden trascender a la luz pública por razones de Estado, ya sea políticas o financieras. También nos ocupamos de casos que desafían a la ciencia, milagros, supersticiones, fenómenos paranormales y cualquier otra manifestación que capte el interés de la Santa Sede. Pero, por encima de todo y desde hace mucho tiempo, luchamos por evitar algo que ha sido profetizado en cientos de ocasiones, incluso en las visiones de algunos Papas.

Basia hizo una pausa para beber un sorbo de agua y cambiar de postura en el sillón. Fabio continuaba atisbando ocasionalmente por la ventana pero ahora tenía una expresión más seria.

«¿El Vaticano?»
, se preguntó Julia casi sin dar crédito. Tenía la sensación de estar asistiendo al ensayo de una obra teatral o al rodaje de una película de terror. Casi esperaba oír en cualquier momento la voz del director gritando «¡Corten!». Entonces se oirían timbres, se moverían decorados y despertaría del sueño increíble y fantástico que estaba viviendo.

Jamás hubiera creído que una institución vaticana tuviera agentes armados que fueran liquidando monstruosas encarnaciones del Mal, pero las pruebas eran innegables. Claro que nunca había creído en la existencia de seres del averno… y allí estaba, en Austria, viva de milagro, salvada por
ángeles
. Qué ironía.

Julia contempló con detenimiento al ángel llamado Basia. Alta y atlética, vestía prendas ajustadas, pantalón de aspecto impermeable y suéter de cuello alto, ambos hechos de alguna clase de material sintético parecido a los anoraks polares, de apariencia caliente y suave. No llevaba pendientes, ni anillos ni collares, y en la muñeca lucía por único adorno un reloj de pulsera con una esfera grande y clara.

—Los textos antiguos narran de manera críptica hechos acaecidos mucho antes de que la Humanidad, tal y como la conocemos, se estableciera como especie dominante en el mundo —continuó diciendo Basia, siguiendo con la mirada la danza multicolor y reconfortante de las llamas en la chimenea—. Hay esculturas, monumentos, grabados, documentos y muchos otros elementos que siguen constituyendo un misterio para los investigadores. Ciertos parajes de la tierra continúan siendo tabú para algunas tribus que han conservado su primitivismo. Se siguen celebrando ritos paganos y ofrendas sangrientas a dioses impíos en muchas comunidades aparentemente civilizadas. Algunos gobiernos, que dicen ser transparentes, atesoran una serie de documentos y objetos que mantienen en el secreto más absoluto por miedo a que las aterradoras revelaciones que contienen pudieran provocar un pánico masivo, que desembocaría en un caos imposible de controlar.

»A nosotros nos ha tocado la desagradable tarea de limpiar reputaciones —continuó diciendo, mientras su voz adquiría matices más amargos—, de tomar terribles decisiones que espero jamás tengas que tomar, y de luchar día a día contra un enemigo implacable y mucho más poderoso que nosotros sin tener recursos logísticos o materiales, ni tan siquiera reconocimiento o protección cuando las cosas se ponen extremadamente difíciles.

Un trueno retumbó en la distancia. Fabio se tensó visiblemente, bajó del alféizar y desapareció escalera arriba con el extraño catalejo. Basia ladeó la cabeza, como escuchando, y Julia observó que su mirada se había dirigido hacia las dos enigmáticas maletas metálicas, como si estuviera comprobando su posición.

»Al Vaticano se le acusa de haber participado en casi todas las conjuras y escándalos políticos desde que el emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea —dijo cuando se extinguió el distante fragor del trueno—. Se le han atribuido asesinatos, lo han tachado de colaboracionismo, de antisemitismo, de genocidio, de organizar guerras cruentas en lugares lejanos para desembarazarse de personajes molestos, de custodiar secretos que pondrían en duda la fe de la Cristiandad y la misma existencia de la Iglesia.

Basia volvió a fijar la mirada en las llamas, y su voz sonó de pronto más amarga.

—No puedo decir que todas las acusaciones sean falsas. La Iglesia ha sido partícipe de acciones condenables e inexcusables que la historia se encargará de revelar a su debido tiempo, pero también ha velado por el alma de la humanidad y por la existencia de ésta, aunque empleando métodos que pocos cristianos aprobarían.

Un leño rodó en el hogar levantando una nube de ardientes chispas que escaparon por el tiro de la chimenea como luciérnagas gozosas.

—No estoy orgullosa de todo lo que he hecho —Basia alzó la cabeza y la amargura desapareció de su voz para ser reemplazada por la firmeza—, pero es lo único que podía hacerse y seguiré haciéndolo porque creo en lo que hago.

Julia guardó silencio e intentó sostener la mirada de Basia, pero cuando iba a claudicar, vencida por la fuerza de los ojos incendiados por las lenguas flamígeras, se oyeron pasos en la escalera. Basia se volvió hacia Fabio, que hizo un gesto de negación con la cabeza y volvió a apostarse en la ventana.

—Nuestro enemigo común es un adversario formidable —siguió diciendo Basia, frotándose las manos con suavidad y extendiéndolas hacia las llamas—. Es antiguo y terrible, y su paciencia es infinita. Los monstruos que has encontrado son engendros sin cerebro, criaturas que sirven de ejecutores y que sólo obedecen órdenes. Nosotros las llamamos Profundos, porque su hábitat son las profundidades marinas, donde no han llegado jamás ni la luz ni las sondas lanzadas por el hombre y donde la presión es tan alta que no hay submarino que la pueda resistir. Son incontables y están repartidos por todo el mundo. Tienen establecidas colonias y se dedican a raptar de vez en cuando a algún humano para robarle el cuerpo y la mente. Después embaucan a otros humanos con promesas de poder y conocimientos prohibidos y forman sectas de adoradores de sus terribles dioses, con la esperanza de poder llevar a cabo sus diabólicos planes de conquista.

El rompecabezas mental de Julia se había puesto a dar vueltas vertiginosamente, comprimiéndose sobre sí mismo como una estrella agonizante antes de convertirse en supernova y consumirse en una fugaz y rutilante bola de fuego cósmica.

—A lo largo de la Historia —siguió Basia, mirándola con atención—, esas blasfemias han sido vistas por bastante gente. Se ha escrito sobre ellas, casi siempre de manera críptica y antes de caer en un estado de demencia que ha culminado muchas veces en la muerte o el encierro en algún sanatorio mental. Los testimonios que han sobrevivido en forma de libros, diarios, grabados en piedra o pinturas son escasos y difíciles de conseguir, y su lectura comporta la pérdida irremediable de la salud mental, debido a la poca preparación de la mente humana para romper con los esquemas que ha marcado la sociedad y la tradición.

Flash
. La imagen que había estado intentando formarse en la mente de Julia durante los últimos días se volvió diáfana. Todo encajó por fin en el enorme tapiz enigmático que hasta entonces había estado deshilachado y que ahora se había desplegado mostrando todas sus aterradoras figuras.

Basia asintió con la cabeza, viendo la sucesión de expresiones que iban pasando por la cara de Julia al ir hilvanando la historia que le acababan de contar y sus propias experiencias.

—Sí, Julia —dijo al ver que ésta la miraba con intensidad y abría la boca como para preguntar—,
nosotros
somos los compradores del cuadro de Ûte Firsch-Pieke. Descubrimos la historia de la malograda pintora casi por casualidad y seguimos la pista a las obras que quedaron incólumes tras la devastación de la guerra. Ûte pintó ese retrato después de volver de sus viajes a lugares prohibidos. Es probable que viera manifestaciones de los cultos en algún lugar de Europa y decidiera avisar al mundo del peligro de la única forma que sabía: pintando un magnífico retrato de la obscenidad primigenia que había visto. Pero ¿quién querría comprar un retrato tan repugnante como ése en aquella época? Ya no se quemaba a la gente por herejía, pero el aislamiento social era casi peor que la muerte entre la aristocracia de la Inglaterra posvictoriana.

BOOK: Despertando al dios dormido
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