Read Despertando al dios dormido Online

Authors: Adolf J. Fort

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía, Terror

Despertando al dios dormido (55 page)

BOOK: Despertando al dios dormido
12.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No, oh, no, no…

Isabel se giró hacia ella con los ojos desorbitados.

—¡Basia! ¡Dispara! ¡Tienes que disparar! —gritó de nuevo con tono histérico, renovando los ecos que atronaron en el inmenso espacio subterráneo.

Un puñado de Profundos se giraron hacia la galería, mirando casi con curiosidad la mísera figura humana que se desgañitaba con impotencia. Imperturbable, Julia se dirigió a las orillas del lago y siguió avanzando, metiéndose en el agua con lentitud. A su alrededor, las formas grises empezaron a retozar, gozosas, anticipando la victoria ansiada y trabajada durante miles de años. El clamor de los monstruos volvió a inundar la caverna, estallando glorioso en cánticos disonantes.

De pronto, el transmisor de Basia cobró vida. Ésta se llevó la mano al oído, tratando de discernir el mensaje que Florencia le enviaba. Sus ojos llorosos se encontraron con los de Isabel y ésta supo de inmediato que todavía quedaba un capítulo abierto en la monumental tragedia.

—Hemos de salir de aquí y volver a Florencia —exclamó la polaca alzándose del suelo.

—¿Qué ocurre?

—Te lo contaré por el camino. Vamos, no hay tiempo que perder. —Basia se introdujo de nuevo en el portal, hablando por el micrófono—.
Auro, domine, uno, controllo
. Transmitid el código Fénix tanto tiempo como podáis. Repito, código Fénix. Vamos para allá.
Auro, domine, uno, corto
.

Antes de cruzar el umbral mágico, Isabel se volvió por última vez hacia el lago. Ya no pudo distinguir a Julia de la marea de cuerpos que danzaban en el agua oscura y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Adiós, Julia —susurró sintiendo el nudo que atenazaba la garganta con mano de hierro.

Con el corazón encogido, se dio la vuelta y siguió a Basia por el túnel de entrada hasta volver a la superficie. Vio con sorpresa que ya había amanecido. Sin embargo, el sol, lejos de estar radiante en el horizonte, tenía un inquietante color carmesí que arrojaba una luz anómala sobre las ruinas de la madrasa que cruzaron casi a la carrera.

Una algarabía de graznidos les anunció la proximidad de los restos de los infortunados soldados que habían perecido en el primer ataque. Una mortaja negra se agitaba con frenesí sobre los cuerpos inmóviles. Pasaron entre ellos en silencio, cogidas de la mano y procurando no mirar los despojos destrozados una y otra vez por los ávidos cuervos llegados desde Khiva.

Finalmente, llegaron hasta los helicópteros, que reflejaban en sus pulidas superficies la extraordinaria y siniestra calidad de la luz reinante. Basia inspeccionó una de las máquinas y se encaramó a la carlinga, ajustándose el casco y los arneses de seguridad. Isabel hizo lo propio.

—¿Sabes pilotar estos trastos? —inquirió mirándola con fijeza.

Basia ajustó diales y manipuló interruptores. Un aullido mecánico se dejó oír en la diminuta cabina.

—Más nos vale —respondió.

Capítulo XIII

El cielo se tiñó de sangre y un grito único surgió de todas las gargantas. Un clamor de miedo y muerte tan poderoso que consiguió traspasar las barreras del vacío estelar y alcanzar con ecos horrorizados una lejana constelación en los confines del universo. Allí, ocultos entre las aberrantes galaxias, los Dioses Primigenios escucharon el grito de agonía de la raza humana y celebraron gozosos su triunfo. Uno a uno, fueron usando su terrible poder. Una a una, las estrellas que una vez fueron conocidas como las Siete Hermanas se fueron alineando.

Basia se detuvo un instante antes de abandonar definitivamente la azotea del
palazzo
. Miró al cielo y a la ciudad teñida de carmesí, una ciudad casi muerta, como todas las demás que habían sobrevolado en su rápido viaje de vuelta. Unas en llamas, otras simplemente desiertas, algunas todavía recorridas por los inevitables grupos de almas despojadas de cualquier esperanza que no tenían nada que perder, pero todas henchidas de muerte por doquier.

Inspiró el aire que se había vuelto extrañamente húmedo. Sabía que tal vez fuera la última oportunidad de ver un mundo que durante mucho tiempo después sólo iba a poder recordar. La Humanidad había claudicado frente a sus nuevos Dioses y éstos, cual Cronos, les habían arrancado la cabeza de cuajo. Iban a ser tiempos extremos para los míseros supervivientes que no pudieran refugiarse en algún lugar remoto. El heraldo de la profecía estaba llegando a la Tierra, y con él se iniciaba el ocaso de la civilización humana.

«Habrá otra oportunidad», se dijo mientras notaba que los ojos se le llenaban de lágrimas ardientes. Sí, pero sólo para aquellos que hubiesen podido llegar hasta los refugios preparados años atrás y cuyo nombre en clave era el código Fénix que habían estado transmitiendo una y otra vez hasta que, finalmente, los equipos de comunicaciones se quedaron sin baterías. Sobrevivirían al holocausto, ocultos, aislados del infierno en que se iba a convertir la superficie del planeta. Cinco, diez, o quizá cien años tendrían que pasar antes de poder volver a salir de sus agujeros y luchar de nuevo por su vida.

Basia cerró los ojos, como queriendo retener en su retina la última imagen de la ciudad en ruinas, se dio la vuelta y se reunió con Isabel, que la aguardaba en la puerta con los ojos arrasados. Al igual que había hecho con Julia en Barcelona, la joven periodista y la polaca se fundieron en un prolongado abrazo.

Después, cogidas de la mano, se internaron por los pasillos del
palazzo
hasta llegar a las puertas del ascensor. Todo estaba silencioso y vacío. Habían hecho cuanto habían podido para recoger a los supervivientes del ataque y a los que por algún milagro no habían sido poseídos por el parásito mortal. Muy pocos florentinos se habían salvado y los que así lo habían querido ya habían sido evacuados al refugio y el resto…, probablemente el resto ya estaban muertos.

Un escalofrío recorrió la espalda de Basia. No había tiempo para nada más. Besó con devoción la diminuta cruz de plata y la introdujo en el control del ascensor que las conduciría hasta las cámaras subterráneas del complejo.

—Señor, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Julia, de pie en el umbral del túnel que desembocaba en las ruinas del templo, oía en su cabeza la voz de la Sacerdotisa llamándola a su lado, apremiándola para ocupar el puesto que le correspondía por derecho. Luchando lo indecible, logró resistir y no darse la vuelta. Quería aprovechar los últimos instantes de voluntad en la contemplación de la madrasa en ruinas y de lo que ahora cruzaba los cielos, la colosal esfera ígnea que iba a impactar en cuestión de segundos sobre la faz de la tierra. Un meteoro extraído de las entrañas candentes del sol que portaba en su interior la llave que finalmente haría saltar los cerrojos del encierro eterno del Dios Dormido.

El viento llegó por fin, con el fragor de la inimaginable explosión cabalgando sobre su grupa. Miró hacia abajo y se vio desnuda, convertida en una estatua brillante como el mármol. Estaba cubierta por la arena finísima, casi blanca, que precedía tumultuosa a la brutal onda expansiva. Transformada en la última mujer de Lot, se volvió y encaró finalmente su destino, pero Julia… en realidad no era aquel su verdadero nombre, sino…

Cthuulia

Aquél
era el secreto de su nombre y de su herencia. Aquél era el mensaje que había tratado de hacerle comprender el padre Marini en su lecho de muerte. En honor a la deidad, su verdadero nombre había sido conjurado antes de su nacimiento en una terrible liturgia más antigua que el propio mundo. Fue entonces cuando sus padres sellaron su aterrador destino, el que la convertiría en la Heredera, La Que Muerta Y Renacida Yace, símbolo del triunfo de los Dioses Primigenios sobre la Humanidad.

Alzó la vista. Los contornos de las ruinosas edificaciones se tornaron difusos y empezaron a oscilar como si se tratara de una imagen proyectada sobre un lienzo líquido. Una sensación de miedo empañó el momento casi perfecto. El viento arreció y todo empezó a desmoronarse a lo lejos, una ola de destrucción avanzando imparable, cúpulas, torres y mamposterías deshaciéndose como castillos de arena, cayendo lánguidas en aparente desafío a la gravedad, batidas por la violencia apocalíptica que selló con su furia el destino de una civilización que no quiso recordar su pasado tenebroso hasta que fue demasiado tarde, hasta que incluso los sueños proféticos de muerte y destrucción que algunos iluminados habían plasmado en incontables formas a lo largo de la historia fueron primero ignorados y posteriormente relegados al olvido.

Se sentía como en uno de sus antiguos sueños, sola frente a un paisaje extraño e irreal que no tardaría en ser engullido para desaparecer finalmente envuelto en una bruma impenetrable, lo que casi siempre significaba que el despertar estaba próximo.

Pero esta vez sólo despertaría el Dios Dormido.

— FIN —

Agradecimientos

A Yolanda, como siempre.

A Salvador Solé —Don Salvatore— crítico minucioso y admirador elocuente a partes iguales.

A José López Jara, que creyó en este libro desde el primer momento.

Adolf J. Fort
ejerce la docencia en Barcelona y deja volar la imaginación en sus ratos libres, que alterna con sus facetas de escritor, músico y fotógrafo. Su interés por el oscuro universo de Howard Philips Lovecraft le lleva a escribir pequeños guiones para
La Llamada de Cthulhu
, un juego de rol basado en los trabajos del célebre escritor norteamericano. Colabora habitualmente con el e-zine
La Estela de Luveh-Kerapt
.

Despertando al Dios dormido
es la culminación de un sueño y el desafío personal de ir más allá de donde Lovecraft se atrevió a llegar. En palabras de Sean Branney, director de
La llamada de Cthulhu
y
El que susurra en la oscuridad
: Lovecraft siempre escribía sus cuentos en dos actos: éste es el tercero.

Notas

[1]
¿Por qué me recuerdas mis desgracias?
<<

[2]
¡A por ellos!
<<

[3]
«Amaré al abad con sinceridad, caridad y humildad» (Regla 72,10 de la Orden Benedictina).
<<

[4]
Centro Nacional de Inteligencia, el servicio secreto español.
<<

[5]
Se denomina cero absoluto a la temperatura de -270 ºC.
<<

[6]
No, en ruso.
<<

[7]
Miedo al vacío, en latín.
<<

[8]
Autor del libro
El Arte de la Guerra
.
<<

[9]
¡Te pillé!, en inglés coloquial.
<<

[10]
«El hombre me ha pegado», en dialecto waskia.
<<

BOOK: Despertando al dios dormido
12.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Unthinkable by Nancy Werlin
Thin Air by Robert B. Parker
Cry Me A River by Ernest Hill
Sleep Tight by Rachel Abbott
The Smuggler Wore Silk by Alyssa Alexander
South of Sunshine by Dana Elmendorf