Authors: Greg Egan
Por el camino percibieron mil vistazos aleatorios del mundo físico: una imagen de radar de una tormenta de polvo barriendo el mar de dunas que rodeaba el polo norte de Marte; el tenue penacho en infrarrojo de un pequeño cometa desintegrándose en la atmósfera de Urano... un suceso que se había producido varias décadas antes, pero que había persistido en la memoria discriminadora del satélite. Incluso dieron con una fuente en tiempo real de un zángano que atravesaba la sabana del este de África hacia un grupo de leones, pero al contrario que las fluidas imágenes de la biblioteca, esa visión parecía intratablemente congelada y tras unos pocos taus siguieron avanzando.
Cuando el huérfano dio con la dirección de un foro de Konishi, vio una plaza pavimentada con rombos lisos de unos colores minerales azules y grises, dispuestos en un patrón denso con regularidades pero que no llegaba a repetirse. Una fuente salpicaba un líquido plateado hacia un cielo lleno de nubes y de un color naranja oscuro; cuando cada chorro se dividía, a medio camino del arco, en gotas espejadas, los glóbulos relucientes se convertían en pequeños cerdos alados que volaban alrededor de la fuente, entretejiendo su vuelo unos con otros y gruñendo alegremente antes de volver a sumergirse en la fuente. Un claustro de piedra envolvía la plaza. El lado interno del camino presentaba una serie de arcos anchos y columnas exquisitamente decorados. Algunos de los arcos daban giros poco habituales, de Escher o Klein, torciéndose en dimensiones extra e invisibles.
El huérfano había visto estructuras similares en la biblioteca, y conocía las palabras lineales para la mayoría de ellas; el panorama en sí era tan poco llamativo que el huérfano no dijo nada sobre él. Y el huérfano había visto miles de escenas de ciudadanos moviéndose y hablando, pero era más que consciente de que aquí había algo diferente, aunque no acababa de entender lo que era. En general, las imágenes gestalt en sí mismas le recordaban a iconos que había visto antes, o a los carnosos estilizados que había visto en el arte representativo: mucho más diversos y mucho más volubles de lo que podría ser ningún carnoso real. Su forma no estaba limitada por la fisiología o la física, sino sólo por las convenciones del gestalt... la necesidad de proclamar, bajo todas las inflexiones y sutilezas, un significado primario:
Soy un ciudadano
.
El huérfano se dirigió al foro:
—Gentes.
Las conversaciones lineales entre ciudadanos eran públicas, pero estaban atenuadas —degradadas en proporción a la distancia en el panorama— y el huérfano sólo oía un murmullo inmutable.
Probó de nuevo.
—¡Gentes!
El icono del ciudadano más cercano —una forma deslumbrante como una estatua de vidrio coloreado, de como dos deltas de alto— se volvió para mirar al huérfano. Una estructura innata en el navegador de entrada rotó el ángulo de visión del huérfano directamente hacia el icono. El navegador de salida, impulsado a seguirle, hizo que el icono del huérfano —ahora una parodia tosca e inconsciente del ciudadano— se girase de la misma forma.
El ciudadano relucía en azul y oro. Su rostro translúcido sonrió y dijo:
—Hola, huérfano.
¡Al fin una respuesta!
El detector de retroalimentación del navegador de salida desconectó sus gritos de aburrimiento, reduciendo la inquietud que había impulsado la búsqueda. Llenó la mente con señales para reprimir cualquier sistema que pudiese intervenir y apartarle de su descubrimiento.
El huérfano repitió:
—Hola, huérfano.
El ciudadano volvió a sonreír.
—Sí, hola —y luego se volvió hacia sus amigos.
—¡Gentes! ¡Hola!
No pasó nada.
—¡Ciudadanos! ¡Gentes!
El grupo hizo caso omiso del huérfano. El detector de retroalimentación redujo su grado de satisfacción, lo que hizo que los navegadores volviesen a mostrarse inquietos. No tanto como para abandonar el foro, pero sí lo suficiente para moverse por él.
El huérfano voló de un lado a otro, gritando:
—¡Gentes! ¡Hola!
Se movía sin impulso o inercia, gravedad o fricción, simplemente ajustando los bits menos significativos de la petición de datos del navegador de entrada, que el panorama interpretaba como la posición y el ángulo del punto de vista del huérfano. Bits similares en el navegador de entrada determinaban dónde y cómo se ajustaban el habla y el icono del huérfano con respecto al panorama.
Los navegadores aprendieron a moverse lo suficientemente cerca de los ciudadanos como para que se le oyese con facilidad.
Algunos respondieron «Hola, huérfano» antes de apartarse. El huérfano repitió sus iconos: simplificados o complejos, rococó o espartanos, falsamente biológicos, falsamente artísticos, formas recreadas con hélices de humo luminoso, o repletas de vivaces serpientes siseando, decoradas con cegadores relieves fractales o recubiertas de un negro uniforme... pero siempre el mismo bípedo, la misma forma de simio, tan constante bajo el tumulto de variaciones como la letra A en los manuscritos iluminados de un centenar de monjes dementes.
Gradualmente, las redes de clasificación de entrada del huérfano comenzaron a comprender la diferencia entre los ciudadanos del foro y todos los iconos que había visto en la biblioteca. Además de una imagen, aquí cada icono exudaba una
etiqueta
gestalt no visual —una característica similar al olor propio de un carnoso, aunque más localizada y con muchas más posibilidades. El huérfano no podía comprender esa nueva forma de datos, pero ahora su infotropo —una estructura de desarrollo tardío que había crecido como segundo nivel sobre los detectores más simples de novedad y patrones— empezó a responder al déficit de comprensión. Se aferró al leve indicio de regularidad —
aquí el icono de todos los ciudadanos viene acompañado de una etiqueta única e inmutable
— y manifestó su insatisfacción. Antes el huérfano no se había molestado en imitar la etiqueta, pero ahora, exhortado por el infotropo, se acercó a un grupo de tres ciudadanos y se puso a imitar a uno de ellos, etiqueta y todo. La recompensa fue inmediata.
El ciudadano exclamó con furia:
—¡No hagas eso, idiota!
—¡Hola!
—Nadie te creerá si afirmas ser yo... y yo menos. ¿Comprendes? ¡Ahora vete! —El ciudadano poseía una piel metálica de peltre. Il hizo parpadear su etiqueta para añadir énfasis; el huérfano le imitó. —¡No! —ahora el ciudadano emitió una segunda etiqueta, junto a la original—. ¿Ves? Te desafío... y no puedes responder. ¿A qué molestarse en mentir?
—¡Hola!
—¡Vete!
El huérfano estaba jubiloso; aquí había obtenido más atención de la que había recibido nunca.
—¡Hola, ciudadano!
La cara de peltre se hundió, casi fundiéndose con el cansancio exagerado.
—¿No sabes quién eres? ¿No conoces tu propia
firma
?
Otro ciudadano dijo con tranquilidad:
—Debe ser el nuevo huérfano... todavía en el útero. Tu más reciente conciudadano, Inoshiro. Deberías darle la bienvenida.
Ese ciudadano estaba cubierto de un pelaje corto y dorado. El huérfano dijo:
—León.
Intentó imitar el nuevo ciudadano... y de pronto los tres reían. El tercer ciudadano dijo:
—Ahora quiere ser tú, Gabriel.
El primer ciudadano, de piel de peltre, dijo:
—Si no sabe su nombre, deberíamos llamarle «idiota».
—No seas cruel. Podría mostrarte recuerdos, pequeño hermanado parcial. —El icono del tercer ciudadano era una silueta negra sin más rasgos.
—Ahora quiere ser Blanca.
El huérfano se puso a imitar a cada ciudadano por turnos. Los tres respondiendo cantando extraños sonidos lineales que no significaban nada:
—¡Inoshiro! ¡Gabriel! ¡Blanca! ¡Inoshiro! ¡Gabriel! ¡Blanca! —justo cuando el huérfano enviaba las imágenes y las etiquetas gestalt.
Los reconocedores de patrones a corto plazo se fijaron en la conexión y el huérfano se unió al canto lineal... y lo siguió durante un rato, después de que los otros hubiesen guardado silencio. Pero después de algunas repeticiones el patrón perdió interés. El ciudadano de piel de peltre se llevó la mano al pecho y dijo:
—Yo soy
Inoshiro.
El ciudadano de pelaje dorado se llevó la mano al pecho y declaró:
—Yo soy Gabriel.
El ciudadano de silueta negra dotó a la mano de un delgado reborde blanco para evitar que despareciese al moverla delante del tronco y dijo:
—Yo soy Blanca.
El huérfano imitó una vez a cada ciudadano, hablando la palabra lineal que habían empleado, imitando el movimiento de la mano. Para los tres se habían formado símbolos, enlazando sus iconos con sus etiquetas y las palabras lineales... a pesar de que las etiquetas y las palabras lineales seguían sin estar conectadas a nada más.
El ciudadano cuyo icono les había hecho cantar «Inoshiro» dijo: —Por ahora bien. ¿Pero cómo obtiene un nombre propio? El que tenía la etiqueta enlazada con «Blanca» dijo: —Los huérfanos escogen su propio nombre.
El huérfano repitió:
—Los huérfanos escogen su propio nombre.
El ciudadano enlazado con «Gabriel» señaló al enlazado con «Inoshiro» y dijo:
—¿II es...?
El ciudadano enlazado con «Blanca» dijo:
—Inoshiro.
A continuación el ciudadano enlazado con «Inoshiro» señaló a il y dijo:
—¿II es...?
En esta ocasión, el ciudadano enlazado con «Blanca» respondió:
—Blanca.
El huérfano se unió al juego, señalando a donde señalaban los demás, guiado por sistemas innatos que le ayudaban a comprender la geometría del panorama y a completar con facilidad el patrón cuando los demás no lo hacían.
Luego, el ciudadano de pelaje dorado señaló al huérfano y dijo:
—¿II es...?
El navegador de entrada giró el ángulo de visión del huérfano, intentando ver a qué señalaba el ciudadano. Al no encontrar nada tras el huérfano, fue retrocediendo, acercándose al ciudadano de pelaje dorado... desligándose momentáneamente del navegador de salida.
De pronto, el huérfano
vio
el icono que il mismo proyectaba —una amalgama tosca de los iconos de los tres ciudadanos, todo pelaje negro y metal amarillo— no sólo como la habitual tenue imagen mental de los canales cruzados, sino como un vivido objeto en el panorama junto a los otros tres.
A eso apuntaba el ciudadano de pelaje dorado enlazado con «Gabriel».
El infotropo se volvió loco. No podía completar la regularidad incompleta... no podía responder a la pregunta del juego con respecto a ese extraño cuarto ciudadano... pero era preciso llenar el hueco en el patrón.
El huérfano observó al cuarto ciudadano cambiar de forma y color, allí en el panorama... cambios que seguían con exactitud sus propios movimientos aleatorios: en ocasiones imitando a uno de los otros tres ciudadanos, en ocasiones simplemente jugando con las posibilidades del gestalt. Eso hipnotizó durante un tiempo a los detectores de regularidad, pero sólo logró que el infotropo se mostrase más inquieto.
El infotropo combinó y recombinó todos los factores disponibles, y se estableció un fin a corto plazo: hacer que el icono «Inoshiro» de piel de peltre cambiase, de la misma forma que cambiaba el icono del cuarto ciudadano. Lo que provocó una tenue activación anticipatoria de los símbolos relevantes, una imagen mental del suceso deseado. Pero a pesar de que la imagen de un icono de ciudadano meneándose y pulsando tomó fácilmente el control del canal de salida gestalt, el que cambió no fue el icono «Inoshiro»... sino el icono del cuarto ciudadano, como antes.
Por decisión propia, el navegador de entrada se desplazó a la misma posición que el navegador de salida y el cuarto ciudadano desapareció de pronto. El infotropo separó de nuevo los navegadores; el cuarto ciudadano reapareció.
El ciudadano «Inoshiro» dijo:
—¿Qué hace?
El ciudadano —Blanca» respondió:
—Tú mira y sé paciente. A lo mejor aprendes algo.
Se estaba formando un nuevo símbolo, una representación del extraño cuarto ciudadano... el único cuyo icono parecía limitado por una atracción mutua con el punto de vista del huérfano en el panorama, y el único cuyos actos el huérfano podía anticipar y controlar con facilidad.
Por tanto, ¿eran los cuatro ciudadanos el mismo tipo de cosa... como todos los leones, todos los antílopes, todos los círculos... o no
? Las conexiones entre los símbolos seguían siendo preliminares.
El ciudadano «Inoshiro» dijo:
—¡Me aburro! ¡Que otro lo cuide! —Bailó alrededor del grupo... turnándose para imitar los iconos de «Blanca» y «Gabriel» y luego volviendo a la forma original—. ¿Cómo me llamo? ¡No lo sé! ¿Cuál es mi firma? ¡No tengo! ¡Soy huérfano! ¡Soy huérfano! ¡Ni siquiera sé qué aspecto tengo!
Cuando el huérfano percibió al ciudadano «Inoshiro» adoptando los iconos de los otros dos, casi abandonó por confusión el intento de clasificación. Ahora el ciudadano «Inoshiro» se estaba comportando más bien como el cuarto ciudadano... aunque sus acciones seguían sin coincidir con las intenciones del huérfano.
El símbolo del huérfano para el cuarto ciudadano registraba la apariencia y la localización del ciudadano en el panorama, pero empezaba a destilar la esencia de las propias imágenes mentales y metas a corto plazo, creando un resumen de todos los aspectos del estado mental del huérfano que parecían tener alguna conexión con el comportamiento del cuarto ciudadano. Pero pocos símbolos poseían límites claramente definidos; la mayoría eran tan permeables y promiscuos como bacterias intercambiando plásmidos. El símbolo para el ciudadano «Inoshiro» copió algunas de las estructuras de estados mentales del símbolo para el cuarto ciudadano y se puso a probarlas para sí mismo.
Al principio, la capacidad de representar «imágenes mentales» y «metas» muy resumidas no servía de mucho... porque seguía enlazada con el estado mental del huérfano. La maquinaria clonada al azar del símbolo «Inoshiro» insistía en predecir que el ciudadano «Inoshiro» se comportaría según los planes del huérfano... cosa que no sucedía en ningún momento. Enfrentado a ese fracaso repetido, los enlaces pronto murieron... y el tosco y diminuto modelo de una mente que quedó en el interior del símbolo «Inoshiro» tuvo libertad de encontrar el estado mental «Inoshiro» que mejor se ajustase al comportamiento real del ciudadano.
El símbolo probó conexiones diferentes, teorías diferentes, buscando la que tuviese más sentido... y el huérfano comprendió de pronto que el ciudadano «Inoshiro» había estado imitando
al cuarto ciudadano
.