Don Alfredo (45 page)

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Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
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Apenas se hizo cargo del Ministerio de Economía, Cavallo se topó con una resolución, firmada por Erman, que le otorgaba a Villalonga Furlong los servicios de transporte de ENCOTEL. La resolución sería objetada por el Tribunal de Cuentas. Se pretendía gastar 25 millones de dólares por una erogación estimada por cinco años en 10 millones. Pero lo que le pareció
aterrador
al nuevo ministro fue el contrato firmado a mediados de 1990 entre la Caja Nacional de Ahorro y Seguro —que entonces conducía el riojano Juan Gasset Waidat, bajo el paraguas de su comprovinciano Erman— y una unión transitoria de compañías encabezada por OCASA para privatizar las cobranzas de las principales empresas públicas. Por ese servicio se otorgaba al Grupo un 15 por ciento de comisión sobre las facturas a cobrar. En la actualidad, el servicio apenas les representa a las empresas privatizadas un costo inferior al 0,5 por ciento. La tarea de cobranza, con semejante porcentaje, significaba un gasto presupuestario adicional de 600 millones de dólares para los niveles de facturación de 1990 y de 1.800 millones para los de 1996. Pero habría sido un negocio
espectacular
para OCASA, si Cavallo no lo hubiera frustrado.

Paralelamente, en un todo de acuerdo con los planteos del grupo de trabajo armado en La Embajada, Cavallo salió a pegarle duro a EDCADASSA y a Intercargo, por el alto costo de sus tarifas y la mala calidad del servicio obligatorio que brindaban. Erman, a su vez, defendía a las dos empresas a capa y espada, igual que el conocido publicitario Bernardo Neustadt. Una mañana, a comienzos de marzo de 1992, en su entonces influyente programa radial por América, Neustadt comentó elogiosamente la manera en que EDCADASSA había transportado unos muebles a su casa. EDCADASSA era, casualmente, uno de los principales anunciantes de su programa televisivo
Tiempo Nuevo
("Una de las empresas que cree en el país", como decía el
spot
de apertura y cierre, entre acordes de Piazzolla). Cavallo, que aún amaba y seguía a Neustadt, encantado por los elogios que entonces le prodigaba, tuvo uno de sus clásicos arrebatos de furia y llamó a la radio. "¡El servicio de EDCADASSA es monopólico y muy malo!", vociferó ante un Neustadt desconcertado. Y agregó: "Por eso es una buena idea la de la desregulación. Por más presiones e intereses que haya y por más
lobbies,
que se valen de todos los medios posibles, nosotros vamos a seguir adelante aunque amenacen a los funcionarios". Aludía, y lo aclaró de inmediato al aire, a Pablo Rojo, que trabajaba en su Ministerio, en el proyecto de desregulación del Correo y los aeropuertos. Pablo, hijo de Ricardo Rojo —el autor de
Mi amigo el Che—,
devenido tecnócrata del equipo cavallista, había sido amenazado luego de que trascendiera el programa desregulador en el que estaba trabajando, y que su jefe, el Ministro de Economía, todavía no había autorizado a divulgar. "El proyecto aún lo teníamos que discutir —reveló Cavallo— pero
alguien
lo hizo trascender. Los que lo mandaron a
La Nación
fueron
los mismos que le dieron a usted
información sobre los servicios de rampa", subrayó con ironía el Ministro metiendo en la bolsa al propio conductor del programa, con el que después llegaría a litigar en los tribunales. Para rematar, denunció que la amenaza contra Pablo Rojo provenía "de las mafias que existen en el país". Un anticipo de lo que sería su caballito de batalla a partir de fines del '94 y haría eclosión en su maratónica exposición ante los diputados, en agosto de 1995.

En enero de ese mismo año, Erman González se había reunido en Washington con el secretario de Estado adjunto para América latina, Bernard Aronson, y con otros funcionarios norteamericanos ante quienes gestionaba un crédito de trescientos millones de dólares para hacer frente a las indemnizaciones que supondría la privatización de algunas áreas en el Ministerio de Defensa. Para su sorpresa y disgusto, los funcionarios del gobierno republicano de George Bush le pidieron a cambio la desregulación de los servicios de rampa y los depósitos fiscales de Ezeiza. Por dos razones: para que entrara en el negocio el viejo amigo Fred Smith y porque suponían que "varios ojos a la vez" podían controlar mejor el narcotráfico y la entrada y salida de los narcodólares.

De regreso en la Argentina, Erman cumplió parcialmente el pedido norteamericano, disponiendo que las acciones de la Fuerza Aérea en
EDCADASSA,
Intercargo e Interbaires pasaran a su Ministerio mientras se estudiaban alternativas para acabar con una regulación que había instituido un monopolio. Pero, como ya se sabe,
las cosas de palacio van despacio,
y La Embajada empezó a sospechar que su propuesta antimonopólica no iba muy en serio. Entonces Cavallo se encargó de apurarlo. Primero por teléfono y después con una carta muy dura que era privada pero que "alguien" de su equipo dejó filtrar a la prensa "por error". Erman no creía en los "errores' de un equipo tan sólido y disciplinado como el de su adversario y salió a las radios a prometer que "por cada misil (de Cavallo) habrá un antimisil".

Todman, por su parte, se reunió con el Presidente y volvió a insistir con el tema que lo obsedía: había que dejar entrar a Fred Smith en Ezeiza. Menem le dijo que sí, como solía hacer con todo el mundo y principalmente con el
Virrey, y
salió a decir que no había enfrentamientos entre el Ministro de Defensa y el de Economía. Luego hizo una de las suyas:
en un
almuerzo partidario, el ex demócrata cristiano Erman González firmó
su
ficha de afiliación al Partido Justicialista, con la bendición del Je
fe.
Era una señal para indicar claramente de qué lado estaba su corazón, que Cavallo no interpretó debidamente. Aunque todavía no mencionaba a Yabrán en público, salió a decir que su rival Erman González sostenía que las tarifas aeroportuarias habían bajado después de preguntárselo a
EDCADASSA.
Era una forma indirecta de pegarle al
Amarillo.

En
esos días, dos ejecutivos de
EDCADASSA
salieron a decir que no tenían nada que ver con Yabrán y que no se les había podido comprobar que hicieran contrabando, atribuyendo las versiones en su contra a una campaña "de competencia desleal" por parte de "Federal Express, American Airlines, Arrow Air y Florida West", que pretendían apoderarse del negocio de Ezeiza. Uno de los portavoces era Carlos
Yeyé
Cabrera; el otro, Carlos Mackinlay, el ariete usado por Yabrán contra Giacchino para comerse a DHL.

Menem le encargó al
Flaco
Eduardo Bauzá, a quien consideraba el mejor discípulo de Maquiavelo, que contemporizara con los dos peleadores y los hiciera llegar a un acuerdo. La
Eminencia Gris,
que aún no había exteriorizado sus problemas de salud, conducía el gabinete.

El
10 de marzo de 1992, a las diez menos cuarto de la mañana, el
Flaco
reunió a los contendientes en su despacho, contiguo al del Presidente. No fue precisamente un encuentro placentero. El
Negro
empezó quejándose por la difusión de la carta y
Mingo
contraatacó diciendo que la carta era una anécdota y que lo realmente importante era la existencia en el gobierno de un ministro que actuaba como "si fuera el representante de EDCADASSA y de Yabrán". González sonrió, furioso:

—Y vos hablás en nombre de Federal Express y parecés un agente de la embajada norteamericana.

Bauzá los llamó al orden y, tras dos horas de discusión, le pidió a cada uno que le acercaran un memorándum con los posibles puntos de acuerdo. Tras una serie de cabildeos y de consultas a Menem que, naturalmente, estaba jugando al golf, Bauzá emitió un comunicado que pretendía reflejar una suerte de "empate", pero que le daba una cierta ventaja a Cavallo. Se frenaba el ritmo de la desregulación, las empresas asociadas con la Fuerza Aérea continuaban con sus prestaciones, pero la cartera de Cavallo —que unía Economía y Obras y Servicios Públicos— quedaba facultada para fijar los precios de los servicios aeroportuarios. Cavallo pensaba, de todas maneras, que había que avanzar con la desregulación. Y los Estados Unidos coincidían. El 13 de marzo se dio a conocer en Washington un comunicado de la Secretaría de Transporte norteamericana calificando como "inseguro" al Aeropuerto de Ezeiza. Menem se enojó en público ("A mí no me presiona ni Bush ni nadie"), pero acusó el golpe y le pidió a Di Tella que calmara los vientos que llegaban del Norte. La tarea que más excitaba al Canciller.

Todman, como era de esperarse, estaba bien informado. Yabrán y Fred Smith estaban en conversaciones. Y el intermediario era el escribano Wenceslao Bunge, que en mayo de 1991 fue nombrado "asesor
ad honorem"
por Domingo Felipe Cavallo para participar como expositor en la decimocuarta reunión de la ESOP Association de Estados Unidos y en setiembre de ese mismo año viajó a Memphis, Tennessee, como enviado de Yabrán. Seguramente "ad honorem" también, como una gauchada más para el hombre que le había regalado un juego de platos a la hija. Unos meses después, y probablemente ya no
ad honorem,
su empresa Programas de Propiedad Participada SA trabajaría como consultora a fin de establecer qué nivel de participación accionaria y de gestión tendrían los trabajadores en las empresas del Estado que se iban a entregar al capital privado. Según Horacio Verbitsky, en los cuatro casos en los que le tocó asesorar (ENTEL, Aerolíneas Argentinas, Aguas Argentinas e YPF), "las intenciones sociales declaradas en la ley de reforma del Estado fueron sustituidas por el negocio financiero, que licuó la participación prometida a los trabajadores".

Fred Smith, el simpático
self made man
que Cavallo le había presentado durante la recepción a Dan Quayle, lo recibió con llaneza y bonhomía en sus
headquarters
de Memphis, donde se concentraba la distribución de los millones de piezas que luego circularían —en apenas veinticuatro horas— por los Estados Unidos y por el mundo entero. Allí, el
Cartero
norteamericano se recreaba observando un gigantesco globo terráqueo, sostenido por una armazón de hierro forjado, que evocaba la escenografía de
El gran dictador
de Charles Chaplin. La primera reunión fue exploratoria. Don Alfredo, en realidad, quería neutralizar al piloto de helicópteros que, detrás de bambalinas, motorizaba la campaña en su contra, ofreciéndole una parte de la torta. Pensaba, además, que podía ser buena una asociación con Federal Express para acceder a través de esa corporación al mercado internacional. Pero no estaba dispuesto a cederle a su contrafigura norteamericana el 51 por ciento de las acciones. Nunca más de un 40. Las camionetas de OCASA seguirían siendo amarillas y, a lo sumo, tendrían un rectángulo con los colores azul y blanco de Fed Ex, como símbolo de la alianza.

Wences
pronto comprendió que Smith pensaba lo mismo, sólo que al revés. Quería comprar lisa y llanamente OCASA y pintar las camionetas de azul y blanco, sin rastros del amarillo. Insinuó que podía pagar unos doscientos millones de dólares. Bunge dijo que lo veía difícil, pero que transmitiría la oferta al señor Yabrán. Estaba convencido de que su amigo Cavallo le pasaba información al hombre de Memphis. (Más tarde concebiría una hipótesis referida a esa reunión:
Mingo
quería que Fred Smith se quedara con OCASA y después se metiera como candidato a comprador cuando llegara la hora de privatizar el Correo. Cavallo —especularía después Bunge— quería que el Correo privatizado le financiara su carrera política.) Fred Smith dio fin al primer encuentro con la clásica displicencia del comerciante que finge no estar demasiado interesado. "OK,
Wences,
vamos a esperar un año y seguimos hablando". Sin embargo, volvieron a verse dos veces más en aquel setiembre. El segundo encuentro, en el que participaron cinco o seis directivos de Federal Express, tuvo una sugestiva interrupción, cuando una secretaria ejecutiva, convenientemente cuáquera, se acercó al jefe Smith para decirle, en voz no tan baja como para que Bunge no pudiera escucharla:

—Your call to
Argentina.

El dueño de Federal Express se excusó y dejó la mesa del directorio para encerrarse en su privado. La conversación debía de ser interesante porque demoró unos quince o veinte minutos. Al cabo, Smith volvió a ocupar la cabecera y le dijo al enviado de Don Alfredo:

—Obviamente,
Wences,
también queremos comprar EDCADASSA.

—Yo no tengo nada que ver con EDCADASSA —dijo Bunge, cortante.

Fred Smith sonrió.

—Y tampoco el señor Yabrán —agregó el enviado, visiblemente molesto.

Smith no abandonó la sonrisa. En el tercer encuentro cada uno siguió en sus trece y estuvieron a punto, literalmente, de mandarse a la mierda.

"No hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague". Hay gente que se toma el
Martín Fierro
muy a pecho. El hombre estacionó su auto y alcanzó a verlos como en un sueño. Un coche se le había apareado y estaba ocurriendo lo increíble: el acompañante del conductor había sacado una pistola ametralladora por la ventanilla y lo estaba apuntando. El hombre se tiró al piso y se quedó aplastado contra el caucho negro, justo cuando las balas en ráfaga hacían añicos las ventanillas y dejaban la carrocería como un rallador de queso. Con la cabeza todavía llena de vidrios y de estruendo, alcanzó a escuchar que los tipos arrancaban haciendo chillar las gomas. Igual se quedó quieto, con la cara pegada al caucho, escuchando gritos y voces de los que lo daban por muerto. Por un instante él mismo pensó que estaba muerto y se veía desde afuera, desde una butaca del infierno, acribillado sobre el caucho. Luego, poco a poco, se animó a levantar la cabeza. Comprobó que estaba ileso.

El episodio no tuvo la difusión que merecía. Cuando sus amigos en el gobierno le preguntaban qué había pasado, el
Dibujante
se encogía de hombros y comentaba, con una sonrisa deportiva:

—Fue el
Amarillo.

26

Viste un traje oscuro, caro,
y una corbata roja, de
pura setta
italiana, pero parece un gato con botas bajando la escalera alfombrada de rojo. Lleva del brazo a la princesita con la elegancia de un estibador polaco y sonríe envarado, como un estudiante de tango que trata de memorizar los pasos. Melina respira hondo dentro de su vestido blanco, largo (uno idéntico quedó colgado en el vestidor, en previsión de que el original se arrugue en los avatares de la fiesta interminable). La fiesta de los quince. Once fotógrafos y tres camarógrafos de video, especialmente contratados, capturan la escena. A espaldas del padre y la hija, la torre de la mansión "panameña" de Martínez refulge bajo los reflectores, igual que los árboles del parque que desciende hacia el río. Una de las cámaras panea y registra los fuegos artificiales que se derraman detrás de la pareja. La orquesta pone lo suyo. La marcha triunfal concluye frente a la madre que aguarda al pie de la escalinata. Don Alfredo le entrega la posta, aliviado. La princesita besa a su madre. Don Alfredo besa a su esposa. Trescientos invitados aplauden a rabiar como si ellos mismos cumplieran quince años. Mientras, mozos y
maîtres
apuran los preparativos: el
champagne
sin pizza; las mesas floridas donde reposan langostas, langostinos, pavos y lechones maquillados para el
technicolor.

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