Dos fantasías memorables. Un modelo para la muerte (11 page)

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Authors: Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares

Tags: #Cuento, Humor

BOOK: Dos fantasías memorables. Un modelo para la muerte
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VI

Fragmento de una carta del doctor Ladislao Barreiro, fechada en Montevideo, que don Isidro Parodi recibió el 1.º de julio de 1945
:

«… con la sorpresa que le remito no le van a negar cama en la enfermería. Rómpase la encefálica, pero aquí me tiene cumpliendo la palabra de caballero, sin que las circunstancias me presionen. No se ponga orsay con la mitología de que yo me mando la parte: lo que le plantifico a continuación es una confesión Marca Chancho.

»El firmante le endilga este chorizo desde su bufete copero, con vista… a un
ouro verde do Brasil
que dejó el mercado sin achicoria.

»Después de nuestro cambio de ideas, me corrí a esta banda. Cumplí como un reloj sus instrucciones, yo sabía que usted no iba a batir la mugre. La vuelta que usted me tuvo contra las cuerdas, le detallé con toda franqueza mi intervención en el lamentable suceso; ahora lo pongo en letras de molde, cosa que algún caído del catre no vaya a quedar ensuciado.

»Como usted lo pescó volando bajito, todo el batifondo giró sobre el cuento en colores del inglés asesinado en una glorieta, que yo le metí entre la caspa y el cogote al pobre tumbófilo.

»Primer acto. El telón se levanta sobre una biblioteca rasposa. Yo la dirigía sin más laburo que absorber el importe de los libros. Aparece el batintín (Le Fanu, de nombre) y a fuerza de calumnias me labra una atmósfera decididamente hostil en el Ministerio. ¿Cuál es el miserable premio de esa traición a un desconocido? Lo digo a quien quiera oírme: salí como letrinazo.

»A usted le consta que para recordar una ofensa yo me río de la escuela de memoristas. A inquinoso, le corro a Paavo Nurmi, con sobretodo puesto. Aunque usted se tapone el entendimiento, le juro por los dineros de San Juan que juré no poner los pedestres en el Perosio antes de ajustar cuentas con Le Fanu. Cuando me exoneraron, por poco le pregunto al noticioso si lo quería de Chippendale.

»Pero su muy seguro no se acalora. La relojea más tranquilo que juez de raya. De tanto esperar sentado estaba todo brotado de hojas, cuando me tocó la grande en forma de un judío panza pecosa, que se vino de Hamburgo con una partida de guano en devolución. Sin que mediara intimidación de mi parte, el Moisés se reveló como un caballero, dándome el alegrón de que Le Fanu, que ya tenía hora con el obispo, para el contubernio con la Pampita, en años de garufienta juventud había tomado estado en Berlín y era el maridante de su señora hermana, una hebraica desorejada que portaba a todas luces su nombre de Erna Fingermann de Le Fanu. Yo, cosa de retribuir la confidencia, le barrené en la testoni la desinteresada sugestión que lo chantajeara al mormonizante, no sin la ranada mefistofélica que el ruso le sacara unos pesos.

»De la victoria moral que la manganeta del ruso me representaba, pude pasar muy pronto a los papeles. Le Fanu, que era la imagen de la curiosidad con cuello duro, descubrió que Fingermann, que hacía las veces de tesorero de la A. A. A., se había mandado un desfalco patrio.

»No crea que la noticia me alteró el pulso: di soga al
morituri te salutant
, jurándole por su cara de upite que yo le encajaría la gran sofrenada del siglo al tesorieri. A las primeras de cambio, tomé de sobrepique la coyuntura del Día del Suboficial y me di traslado a Acassuso: domicilio legal donde pernocta el ruso senza caperuzza. Le presenté un cuadro clínico de contornos francamente atrayentes, que lo dejó deshidratado. Le apliqué la marimba guatemalteca de hacerle llegar al testuz que para mí el desfalco era un secreto: era manyatina vieja. A renglón seguido, le apropincué la gran verdad que el silencio es oro, y que para obturarme la boca tenía que convertirse
ipso facto
en una de mis propiedades muebles, que redituara mensualmente una entrada bruta de coronel de administración. El deglute-kosher no tuvo más remedio que abrir la llave de paso y transferirme, mes a mes, la ventolina que le abonaba el bígamo en concepto de chantaje. Así el parásito insaciable dio en la sana costumbre de garpar cada treinta y uno, cuando no cada treinta, con la ilusión que lo tenía bizco de que yo no le fuera a Le Fanu con el cuento del desfalco, que el mismo Le Fanu me había divulgado.

»Pero vaya a hacerse manteca con el alegrón de que duraron esos buenos tiempos. Le Fanu, que para meter la pituitaria donde no lo llaman es peor que perro longaniza, dio crédito a quién sabe qué miserable calumnia y se corrió la fija de acusarme cara a cara que yo estaba bombeando al rusómano. Para que se mudara de tema, opté por abonarle como un inglés el importe del bombeo, lo que permitió la formación de un circuito cerrado, porque lo que Le Fanu le abonaba al ruso, el ruso me lo abonaba abajo firmante, y el abajo firmante a Le Fanu.

»Como siempre, el factor sinagoga vino a turbar ese delicado equilibrio. El angurriento de Fingermann extorsionó una elevación a potencia de la cuota que le cobraba a Le Fanu. Para que no digan que un criollo se queda atrás, yo también tuve que elevar mi tarifa, momento posta para darle el tijerazo al circuito.

»Yo decidí cumplir mi vieja aspiración de mandar a Le Fanu bajo la terracota. Cuando leí, en lo del afeitante, el cuento del crimen en la glorieta, pensé en la de Loló y me hice la composición de lugar de que ahí, por una hendija, yo también podía despacharlo a Le Fanu. Pero en esos días la Loló no andaba con él; andaba con el ruso. De este contratiempo preliminar, que a otro menos rana que yo lo deja de cama jaula, salió el plan fenómeno: sugerir a Tonio, mediante la somera indicación del cuento de la espada y de la glorieta, un procedimiento sin vuelta de hoja para matar a Bube, que era el estorbo que no le permitía efectuar el gran batacazo social de maridarse con la Pampita. El criminal pescó al vuelo la sugestión; acondicionó,
pro domo sua
, un sistema de coartada que yo vine a usufructuar en última instancia; se citó en un cinematógrafo con su merza de acólitos; después con el anonimato, mandó a cada uno a los cuatro puntos cardinales, sabiendo que iban a ensartarse de una manera tan contundente que optarían por apoyarle, después, la coartada del cinematógrafo, con tal de no girarse en descubierto. En un porcentaje elevado anduvieron como sobre ruedas las cosas. Tonio cayó como un chorlito en el bajo con la facinerosa idea de liquidar al pobre semita y con el bastón espada para preparar
alio spiedo
el
corpus delicti
; pero la Providencia no quiso que se ensuciara con esa fechoría, y desde atrás de un árbol pinté yo con el matagatos 45 que le perforó la sien. En cuanto al libro con el cuento de la glorieta, que Le Fanu, vía Frogman, le remitió a la supuesta víctima, me permito disentir de su mejor opinión. No lo mandó a título de compadrada, para que Investigaciones lo tuviera bajo el nasute y lo pasara por alto; dele vuelta al traje: fue una precaución de petizo esclavo: ¿en qué mate iba a caber que el delictuoso mandara la solución a la policía, por medio de un zorrino patentado?

»Usted no va a negar que resultó un hecho de sangre que sale de lo ordinario, porque las precauciones y las coartadas y las matufias corrieron a cargo de la víctima».

Pujato-La California-Quequén-Pujato. 1943-1945.

JORGE LUIS BORGES. Nació en Buenos Aires en 1899. Bilingüe por influencia de su abuela paterna, de origen inglés, aprendió a leer en este idioma antes que en castellano, hecho capital en el desarrollo de su escritura. En 1914 se instala con su familia en Ginebra, ciudad en la que cursa el bachillerato. Pronto comienza a publicar poemas y manifiestos ultraístas en España, donde vive entre 1919 y 1921. A su regreso a Argentina, el redescubrimiento de su ciudad natal lo mueve a urdir versos que reúne en su primer libro,
Fervor de Buenos Aires
(1923). Dentro de su vasta producción cabe citar obras narrativas como
Historia universal de la infamia
(1935),
Ficciones
(1944),
El Aleph
(1949),
El informe de Brodie
(1970) y
El libro de arena
(1975); ensayos como
Discusión
(1932),
Historia de la eternidad
(1936) y
Otras inquisiciones
(1952); y doce libros de poemas. Recibió numerosas distinciones y premios literarios en todo el mundo, entre los que destaca el Cervantes en 1980. Incontables estudios críticos dan testimonio de este creador extraordinario, traducido y leído en todo el mundo, un autor imprescindible del siglo XX. Falleció en Ginebra en 1986.

ADOLFO BIOY CASARES. Nació en Buenos Aires en 1914. En 1932 conoció a Borges, al que le unieron una afinidad literaria y una amistad poco comunes. Fue un maestro del cuento y de la novela breve. La agudeza de su inteligencia, el tono satírico de su prosa y su imaginación visionaria le permitieron unir la alta literatura con la aceptación popular. La publicación de
La invención de Morel
, en 1940, marcó el verdadero comienzo de su carrera literaria. Le siguieron, entre otros libros,
El sueño de los héroes
(1954),
Diario de la guerra del cerdo
(1969),
Historias fantásticas
(1972) y
Dormir al sol
(1973). En 1990 fue distinguido con el Premio Cervantes. Falleció en Buenos Aires en 1999.

Notas

[1]
Valiente y oportuna sinécdoque, de donde se barrunta muy a las claras que el afortunado Sampaio no es de los afrancesados y gamilochos que ladronescamente alargan la mano al pequeño Larousse, sino que ha bebido de hinojos la leche de Cervantes, copiosa y varonil si las hay. (Nota evacuada por Mario Bonfanti, S. J.)*

* Por un motivo que escapa a la perspicacia de esta Mesa de Correctores, el padre Mario Bonfanti, nerviosamente secundado por el señor Bernardo Sampaio, pretendió a última hora retirar la nota anterior, abrumándonos con telegramas colacionados, cartas certificadas, mensajeros ciclistas, súplicas y amenazas.
<<

[2]
Trátase, a todas luces, del más rudimentario de los monóculos. Lo improvisó nuestro hombre con el pulgar y el índice, lo aplicó al ojo y, con un guiño, rió benévolamente.
Tout comprendre c’est tout pardonner
. (Nota
griffonnée
por el doctor Gervasio Montenegro).
<<

[3]
¡El viejito las canta claro! (Nota del prologuista).
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[4]
Lo dijo por el cuello. (Nota cedida por doña Mariana Ruiz Villalba de Anglada).
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[5]
No, por cierto, el de Chesterton. (Nota de puño y letra de Gervasio Montenegro).
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