Dos fantasías memorables. Un modelo para la muerte (7 page)

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Authors: Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares

Tags: #Cuento, Humor

BOOK: Dos fantasías memorables. Un modelo para la muerte
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»Señores, posterguemos, siquiera por esta noche, los inamovibles interrogantes y las perjudiciales obsesiones de la hora actual y empapemos los labios en la burbuja.

»Por lo demás, conviene no cargar las tintas. El panorama contemporáneo, examinado por la lupa crítica, es innegablemente brumoso, pero no deja de acusar al observador avezado algún oasis atendible (excepción que apenas confirma ¡al rojo vivo! la naturaleza desértica del contorno). Vuestros guiños, que no logra sofocar la etiqueta, adelantan la conclusión: inútil ocultar que he aludido a nuestra imponderable Hortensia y a su
cavaliere servente
, doctor Le Fanu.

»Encaremos con una mente abierta, sin el velo rosado que escamotea los más mortificantes lunares, sin el insobornable microscopio que los magnifica y subraya, los rasgos y perfiles característicos de nuestra pareja de turno. Ella (
place aux dames
, os conjuro,
place aux dames
) está presente: todo bosquejo es pálido ante la opulencia fragante de esa cabellera; ante esos ojos que, a la sombra de la pestaña amiga, tienden sus redes enervantes; ante esa boca que hasta ahora sólo sabe del gorjeo y del
flirt
, de la golosina y del
rouge
, pero que mañana, ay de mí, sabrá de la lágrima, ante ese… qué sé yo. ¡Perdón! El aguafuertista de raza acaba de ceder otra vez a la tentación de lapicear una silueta, un estudio, en unos pocos trazos definitivos. Para describir una Montenegro, un Montenegro, cuchichearán ustedes. Pasemos (la transición es de rigor) al segundo término del binomio. Al emprender el abordaje de esta singular personalidad, no permitamos que nos rechacen la espinosa maraña del cerco vivo y las inevitables
broussailles
de la periferia. A trueque de una fastidiosa fachada que se complace en ignorar las más rudimentarias exigencias del canon clásico, el doctor Le Fanu es todo un inagotable venero de frases cáusticas y de razonamientos
ad hominem
, todo ello sazonado por una ironía de buena ley ¡claro está que sólo al alcance de aquellos
amateurs
capaces de pronunciar el
sésamo ábrete
, que hará bajar el puente levadizo y nos deparará los tesoros de la sencillez y de la bonhomía, tanto más aceptables cuanto menos usuales en el comercio! Se trata de un producto de invernáculo, de un estudioso, que une a la sólida argamasa teutónica la inmortal sonrisa de Viena.

»Sin embargo, el sociólogo que todos llevamos
in petto
no tarda en elevarse a una altura considerable. En esta pareja feliz, ya comentada hasta el cansancio por los más recientes
bridges
de… beneficencia, acaso importen menos los individuos (brillantes pero efímeros pasajeros entre una y otra nada) que el volumen ideal desplazado por este
fait divers
. En efecto, el
mariage de raison
a realizarse en San Martín de Tours, no sólo dará motivo a una exhibición del poderoso estilo litúrgico de monseñor De Gubernatis; constituirá también todo un índice de las nuevas corrientes que infunden el vigor de su savia (¡no siempre libre de impurezas!) en el añoso tronco secular de las familias próceres. Tales núcleos cerrados son los depositarios del arca de la pura y genuina argentinidad; en la madera misma del arca, el doctor Tonio Le Fanu se encargará, por cierto, de injertar los más pujantes brotes del Fascio, sin excluir, a fe mía, las proficuas lecciones de un nativismo bien entendido. Trátase, como siempre, de una simbiosis. En este caso, los átomos interesados no se rechazarán: nuestras familias medulares, tal vez postradas por el más desesperante liberalismo, sabrán acoger de buen grado esta infusión de porvenir… Pero —el orador cambió de voz y de color— he aquí el presente, bajo una forma decididamente atractiva…

Un señor compacto y sanguíneo, indignado y fornido, de módica estatura y de brazos cortos, entró por el balcón y repitió con apasionada monotonía una sola mala palabra. Todos notaron que el intruso estaba como envainado en un traje blanco; Montenegro, menos sintético, se limitó a observar que empuñaba un bastón con nudos; Loló Vicuña de De Kruif, sensible a todos los vigores de la naturaleza y del arte, admiró esa cabeza enclavada directamente sobre los hombros, sin la claudicación de un pescuezo. El doctor Fingermann avaluó en trescientos veintidós pesos los gemelos en herradura.

—Traga saliva, Mariana, traga saliva —dijo en un susurro de éxtasis la señorita de Montenegro—. Sos testiga que el Baulito viene a pelear por mí. Por vos no se pelea ni el gaita.

Estimulado por esta indeclinable alusión, el doctor Mario Bonfanti —macrocefálico, deportivo y lanar— le cerró el paso al colérico y no tardó en asumir la posición de guardia del púgil negro Jack Johnson.

—Son de un parto villanos y porfías —dijo eruditamente—. A su batahola, mi caballeroso chitón; a su churriburri, mi rapapolvo; a su denuesto, mi denuedo; a su mangoneo, mi…

Frogman, cuya libretita con lápiz había recogido más de una sílaba de las que emitía (sin duda, en
chamuyo argentinista
) Mario Bonfanti, tuvo que resignarse a desconocer el final de la frase. La dejó irreparablemente inconclusa un sonoro bastonazo del Baulito.

—Piedra libre para don Pesto —aclamó Savastano—. Para mí que al revirarle la napia, le sanó las vegetaciones.

Inaccesible a la lisonja, el Baulito repuso:

—Una palabra más y le arruino esa cara de baticola.

—No sea pesimista, doctor —protestó Savastano, retrocediendo velozmente—. No diga esas cosas tan tristes, que ya me retiro en buen orden.

Tras el impacto de esta frase, reanudó el diálogo iniciado con la prestigiosa Loló.

El doctor Le Fanu se puso de pie.

—Me niego a denigrar esta salivadera, o a Frogman, empleándolos como arma arrojadiza —gritó—. Huya, Mattaldi: mis padrinos visitarán mañana su pesebre.

Un puñetazo de Baulito estremeció la mesa y rompió unas copas.

—¡No estaban aseguradas! —dijo con admirativo pavor el doctor Kuno Fingermann. Se levantó, magnificado por el asombro, tomó al Baulito por los codos, lo elevó a cierta altura, y lo arrojó por el balcón, siempre repitiendo—: ¡No estaban aseguradas! ¡No estaban aseguradas!

El Baulito cayó en el pedregullo, se levantó pesadamente y se alejó profiriendo amenazas.

—¡Una tormenta de verano,
décidément
! —sentenció Montenegro, ya de regreso de la terraza, donde el incorregible soñador se asomara un momento a saludar las constelaciones y a ensayar un cigarro—. Para el observador de alta escuela, el risible final que acaba de asumir este lance denota con sobrada elocuencia lo inconsistente y baladí del suceso. Algún
friend
de emociones fuertes deplorará tal vez que el espadachín que está de incógnito bajo mi impecable pechera no haya salido anticipadamente a la pedana; pero el inveterado analista deberá confesar que bastaron figuras menores para esta subalterna
besogne
. En fin, señores, el fugaz Baulito ha hecho mutis. Muy por encima de estos
enfantillages
que me resultan francamente pueriles, alcemos la copa y mojemos el bigote sedoso en honor del año, de su pareja y de todas las damas aquí sonrientes.

Loló, reclinando la fastuosa cabellera en el hombro de Savastano, murmuró soñadoramente:

—Bien me dijo esa guasa de la baronesa de Servus que el Bube Jamboneau era muy sano. Lindo, ahora mismo me devuelve la dirección, que se la paso al judío.

III

—Fuerza es reconocer a tambor batiente —observó Montenegro, encendiendo el tercer
tabaco
de esa mañana— que la escena que acabamos de presenciar, el choque más o menos peligroso de dos aceros toledanos y de dos temples, es un sólido tónico en estos años de pacifismo
a outrance
y de guerras endosadas por Wall Street. A lo largo de una vida proteiforme que todo observador estupefacto calificará, tal vez, de variada, he cruzado el estoque inapelable en esos grandes duelos
ancien régime
que nuestra fantasía de vuelo gallináceo, mediocre, apenas logra abocetar. ¡Confesemos sin un ambage que el más aguerrido dialéctico debe empuñar en la ocasión el argumento de la espada!

—Cerrá el pico, tegobi, que todavía se te va a enfriar el feca con chele —gritó cariñosamente el doctor Barreiro.

—¡Superfluo! —replicó Montenegro, con bonhomía—. La pituitaria nos advierte que ese diablo de Moka es impostergable.

Tomó la cabecera de la mesa. Ya Fingermann, De Kruif, Barreiro, el Baulito (con parche poroso), Le Fanu (con envoltura húmeda) y el propio Tokman, se disputaban los
croissants
distribuidos a manos llenas por Marcelo N. Frogman, alias Berazategui, sobriamente caracterizado de mucamo.

Un hábil manotón del Potranco frustró la gula del doctor Le Fanu. Lo conminó:

—No te mandes a bodega todos los Terrabussi, morfón.

—¿Morfón? —comentó enigmáticamente Jamboneau Fingermann—. ¿Morfón? Mormón, más bien; ja, ja, ja.

—Apresurándome a admitir, nulo Fingermann, que no basta la posesión de una envoltura húmeda y de una urticaria incipiente para abismarme a la altura de usted —pronunció el doctor Le Fanu— le propongo, sin temor a la paradoja, que se traslade al campo del honor y repare ese estólido
ja, ja, ja
, con las armas o con la fuga.

—Veo que usted opera en un campo decididamente alejado de la materialidad bursátil —bostezó el aludido—. Su proposición queda congelada.

Como lo habrá adivinado el lector —sensible como un grumete al primer rolido— la escena que enfocamos ocurría a bordo del yacht
Pourquoi-pas?
, de Gervasio Montenegro, que enfilaba la proa hacia Buenos Aires, dando altivamente la espalda a la coqueta costa uruguaya,
parsemée
de colores y de veraneantes.

—Repudiemos todo necio personalismo —propuso Montenegro—. Subrayemos bien alto que en mi rol, por cierto difícil, de Director de Duelo, el esgrimista no desmereció del hombre de sable, el aristócrata del
salonnard
. Reivindico mis derechos a… este pan de salud.

—Qué tanto director y tanta factura —rezongó el Baulito— si al primer arañazo te demudaste como mate de leche…

—Concedo —afirmó el doctor Le Fanu—. En cuanto a su color personal, evasivo Pérez, no pude precisarlo, ya que usted se desplazaba con entusiasmo hacia la frontera del Brasil.

—Macanas y calumnias —replicó el Baulito—. Si no te salva el gong, te dejo como un puré, cucaracha.

—¿Puré? —inquirió Tokman, interesado—. Yo siempre doy mi voto a los farináceos.

Pero Barreiro ya intervenía con discreción:

—Acábenla, microbios. ¿Cómo no manyan que aburren?

—Más aburrido quedarás vos, cuando de un saque te haga tomar un baño de asiento en el agua dulce —explicó el Baulito—. Rendite a la evidencia: mira la cara de perro que tiene el punto y después asómbrate de que yo ladre.

—Eso del perro me hace pensar en otra macana —reflexionó el Potranco—. Vez pasada, por ensayar la vista en lo del afeitante, me dio la loca y me puse a leer un cuentito en colores del Suplemento. Le habían puesto
El oráculo del perro
, pero no era gracioso. Se mandaba el caso de un tipo con traje blanco que lo encuentran en estado fiambre en una glorieta. Vos te rompes el mate con la idea fija de cómo se las ingenió el criminal para espiantar del recinto, porque había una sola arteria de acceso que la vigilaba un inglés de pelo colorado. Al final te convencen que sos un crosta, porque un cura descubre la matufia y te ponen la tapa.

Le Fanu protestó:

—Al misterio hipotético de esa fábula, nuestro centauro agrega el misterio auténtico de una exposición embrionaria y de una sintaxis cuadrúpeda.

—¿Cuadrúpedos? —inquirió Tokman, interesado—. Yo siempre digo que el trencito del Zoo encarna la derrota definitiva de la tracción a sangre.

—Sí, pero si fuera tirado por una larga fila de animales, economizarían combustible —observó Fingermann—. ¡Aun así cuesta diez centavos!

El doctor Barreiro exclamó:

—Deja pasar esos diez centavos, Jacoibos, que todavía te van a tomar por judío. Total, la maquinita de hacer pesos no se te espianta.

Miró beatíficamente al doctor Le Fanu. Éste lo interpeló:

—Por enésima vez, piafante jurista, compruebo que el
argot y
el solecismo no lo abandonan. Sofrene ese entusiasmo solípedo: mientras usted persista en ser la sombra de tan rechoncho Bube, yo me resignaré a ser la suya.

—Suerte negra, muchachos —comentó Barreiro—. Me tocó una sombra con monóculo.

Montenegro intervino, soñador:

—A veces el
causeur
más ágil pierde la liebre. Una elegante distracción en la que intervinieran, sin duda, cierto disculpable desdén y las cavilaciones de un cerebro que anida muy en lo alto, me ha forzado a perder algunos
replis
del diálogo que aviva nuestro simposio.

No todos los presentes habían avivado el simposio. Hasta el lector habrá advertido que Bimbo De Kruif, fijos los ojos en una verosímil paloma de carne de membrillo, no había articulado ni un monosílabo.

—Ufa, De Kruif —relinchó Barreiro— si se te rellenó la boca, ¿por qué no diste parte? No te hagas el cine mudo, Barbone, que somos pibes modernos.

Montenegro lo apoyó decididamente.

—Hago llegar mi palabra de estímulo —dijo, acometiendo su cuarta
brioche
—. Ese mutismo exagerado es siempre una máscara que el hombre de buen gusto reviste en la soledad, pero que se apresura a arrojar en cuanto se sumerge en el círculo de los grandes amigos dilectos. ¡Un
badinage
, un
potin
, estimado Bimbo, siquiera un
mot cruel
!

—Vino mudo como el toro agachado que le pesan los cuernos —comunicó al universo el doctor Fingermann.

—Mutile su metáfora —propuso Le Fanu—. Sustituya toro por buey: su epigrama ganará precisión, sin perder chabacanería.

Pálido, impasible, remoto, De Kruif articuló:

—Una palabra más contra mi señora, y los beneficio como a cerdos.

—¿Cerdos? —inquirió Tokman, interesado—. Yo siempre digo que para valorar el ganado porcino no basta consumir un alto de sándwiches de lechuga en la Confitería del Gas.

IV

Referidos los hechos anteriores, no sin alguna ojeada sardónica a los grandes panoramas contemporáneos, Montenegro se resignó a fumar el último
La sin bombo
de Frogman e invocó su flamante afonía para ceder la palabra a este cacique.

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