Read Dune. La casa Harkonnen Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (16 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
13.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Mohiam consideraba una suprema ironía que estos enemigos mortales, la Casa Harkonnen y la Casa Atreides, estuvieran destinados a formar una unión más importante de lo que ninguna de ambas Casas sospecharía jamás, ni toleraría.

Apenas podía contener su entusiasmo ante la perspectiva: gracias a Jessica, la Hermandad se encontraba a sólo dos generaciones de su objetivo final.

17

Cuando haces una pregunta, ¿en verdad quieres saber la respuesta, o sólo estás haciendo gala de tu poder?

D
MITRI
H
ARKONNEN
,
Notas a mis hijos

El barón Harkonnen tuvo que pagar dos veces por el médico Suk.

Había pensado que su ingente pago al primer ministro richesiano Calimar sería suficiente para obtener los servicios del doctor Wellington Yueh por tanto tiempo como fuera necesario para diagnosticar y tratar su enfermedad debilitadora. Yueh, no obstante, se negó a cooperar.

El cetrino médico Suk estaba absorto en sí mismo y en su investigación técnica, que llevaba a cabo en el laboratorio lunar en órbita de Korona. No demostró el menor respeto o miedo cuando se mencionó el nombre del barón.

—Puede que trabaje para los richesianos —dijo con voz firme, carente de humor—, pero no son mis amos.

Piter de Vries, enviado a Richese para averiguar los detalles confidenciales y comunicarlos al barón, estudió las facciones envejecidas del médico, la terca indiferencia. Se encontraban en un pequeño despacho del laboratorio situado en la estación de investigaciones artificial, un gran satélite que brillaba en el cielo richesiano. Pese a la enfática solicitud del primer ministro, Yueh, de cara enjuta, largos bigotes caídos y pelo negro sujeto por un aro de plata Suk, se negó a ir a Giedi Prime.
Arrogancia autosatisfecha
, pensó De Vries.
Puede ser utilizada contra él.

—Vos, señor, sois un Mentat, acostumbrado a vender vuestros pensamientos e inteligencia al mejor postor. —Yueh juntó los labios y estudió a De Vries como si estuviera practicando una autopsia… o deseara hacerlo—. Yo, por mi parte, soy un miembro del Círculo Interior Suk, titulado en Condicionamiento Imperial. —Dio unos golpecitos sobre el diamante tatuado en su frente arrugada—. No puedo ser comprado, vendido o alquilado. No tenéis poder sobre mí. Ahora, permitidme que vuelva a mi importante trabajo.

Hizo una leve reverencia antes de despedirse para continuar investigando en los laboratorios richesianos.

A este hombre nunca le han puesto en cintura, nunca le han dado su merecido, nunca le han doblegado.
Peter de Vries lo consideró un desafío.

En los edificios gubernamentales de Centro Tríada, las disculpas y fingimientos del primer ministro richesiano no significaron nada para De Vries. Sin embargo, utilizó la autorización del hombre para atravesar los puestos de seguridad con el fin de regresar al satélite Korona. Sin otra alternativa, se dirigió al laboratorio médico esterilizado del doctor Yueh. Esta vez solo.

Ha llegado el momento de entablar nuevas negociaciones en nombre del barón.
No se atrevía a volver a Giedi Prime sin un médico Suk colaborador.

Entró con pasos furtivos en una estancia de paredes metálicas llena de maquinaria, cables y miembros humanos conservados en depósitos, una mezcla de la mejor tecnología richesiana, equipo quirúrgico Suk y especímenes biológicos de otros animales. El olor a lubricantes, podredumbre, productos químicos, carne quemada y circuitos candentes impregnaba la atmósfera, pese a los intentos de los recicladores de aire de la estación por eliminar los contaminantes. Varias mesas albergaban fregaderos, tubos de metal y plaz, cables sinuosos, máquinas distribuidoras. Sobre las zonas de disección colgaban holocianotipos brillantes, que plasmaban miembros humanos como si fueran máquinas orgánicas.

Cuando la mirada del Mentat barrió el laboratorio, la cabeza de Yueh asomó de repente al otro lado de una encimera, enjuta y manchada de grasa, con huesos tan prominentes que parecían hechos de metal.

—No me molestéis más, Mentat, os lo ruego —dijo con brusquedad para evitar entablar conversación. Ni siquiera preguntó cómo había vuelto De Vries a la restringida luna Korona. El diamante tatuado de Condicionamiento Imperial brillaba en su frente, sepultado bajo manchas de un lubricante oscuro que había esparcido al pasarse la mano sin darse cuenta—. Estoy muy ocupado.

—Aun así, doctor, debo hablar con vos. Mi barón lo ordena.

Yueh entornó los ojos, como si imaginara la forma de encajar algunas de las partes cyborg en el Mentat.

—No me interesa el estado clínico de vuestro barón. No es mi especialidad.

Desvió la vista hacia los estantes y mesas repletos de prótesis experimentales, como si la respuesta fuera evidente. Yueh seguía exhibiendo una arrogancia enloquecedora, como si no pudiera ser tocado o corrompido por nada.

De Vries se acercó al hombrecillo sin dejar de hablar. No cabía duda de que afrontaría espantosos castigos si se veía obligado a matar a aquel irritante médico.

—Mi barón era sano, esbelto, estaba orgulloso de su aspecto físico. Pese a no introducir cambios ni en la dieta ni en el ejercicio, casi ha doblado su peso en los últimos diez años. Padece un deterioro gradual de las funciones musculares y está como abotargado.

Yueh arrugó la frente, pero su mirada volvió al Mentat. De Vries observó el cambio de expresión y bajó la voz, dispuesto a aprovechar la oportunidad.

—¿Os resultan familiares esos síntomas, doctor? ¿Los habéis visto en alguna parte?

Yueh adoptó un semblante calculador. Se movió de forma que estantes llenos de aparatos de análisis se interpusieron entre el Mentat y él. Un largo tubo de cristal continuaba burbujeando y apestando al fondo de la estancia.

—Ningún médico Suk da consejos gratis, Mentat. Mis gastos son exorbitantes, y mi investigación vital.

De Vries lanzó una risita cuando su mente potenciada empezó a sugerir posibilidades.

—¿Tan absorto en vuestras tareas habéis estado, doctor, que no os habéis dado cuenta de que vuestro patrón, la Casa Richese, está al borde de la bancarrota? Los honorarios del barón Harkonnen podrían garantizaros fondos durante muchos años.

El Mentat pervertido introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta, lo cual provocó que Yueh diera un respingo, temiendo un arma silenciosa. En cambio, De Vries extrajo un panel liso negro con botones. Apareció la holoproyección de un baúl de oro incrustado de piedras preciosas en lo alto y en los lados, que formaban dibujos de los grifos azules Harkonnen.

—Después de diagnosticar la enfermedad de mi barón, podríais continuar vuestra investigación como mejor creyerais.

Intrigado, Yueh extendió la mano, que atravesó la imagen. La tapa de la holoimagen se abrió con un chirrido sintético y reveló un interior vacío.

—Lo llenaremos con lo que queráis. Melange, piedras soo, obsidiana azul, joyas de opafuego, cuarzo de Hagal… imágenes de chantaje. Todo el mundo sabe que un médico Suk puede ser comprado.

—Entonces, id a comprar uno. Poned un anuncio.

—Preferimos un acuerdo más, um, confidencial, tal como prometió el primer ministro Calimar.

El anciano médico se humedeció los labios, absorto en sus pensamientos. Todo el mundo de Yueh parecía concentrado en una pequeña burbuja que le rodeaba, como si nadie más existiera y nada más importara.

—No puedo proporcionarle un tratamiento dilatado, pero tal vez podría diagnosticar la enfermedad.

De Vries encogió sus huesudos hombros.

—El barón no desea reteneros más de lo necesario.

Al contemplar la cantidad de riquezas que el Mentat le prometía, Yueh pensó que su trabajo en Korona sería mucho más productivo con los fondos adecuados. Aun así, vaciló.

—Tengo otras responsabilidades. El Colegio Suk me ha destinado aquí para un propósito específico. Las prótesis cyborg llegarán a ser un producto muy valioso para Richese, y para nosotros, una vez demostrada su viabilidad.

De Vries, con un suspiro de resignación, pulsó una tecla y el tesoro aumentó de manera considerable.

Yueh se acarició el bigote.

—Tal vez sería posible que viajara entre Richese y Giedi Prime, bajo una identidad falsa, por supuesto. Examinaría a vuestro barón y volvería aquí para proseguir mi trabajo.

—Una idea interesante —dijo el Mentat—. ¿Aceptáis nuestras condiciones?

—Accedo a examinar al paciente. Y pensaré en lo que debe contener el cofre del tesoro que me ofrecéis. —Yueh movió el dedo en dirección a una encimera cercana—. Acercadme esa pantalla medidora. Ya que me habéis interrumpido, ayudadme a construir un prototipo de núcleo corporal.

Dos días más tarde, en Giedi Prime, mientras se adaptaba al aire industrial y a la gravedad más pesada, Yueh examinó al barón en el hospital de la fortaleza Harkonnen. Todas las puertas cerradas, todas las ventanas tapiadas, todos los criados despedidos. Piter de Vries observaba por su mirilla, sonriente.

Yueh desechó los historiales médicos que el barón había acumulado a lo largo de los años, los cuales documentaban los progresos de su enfermedad.

—Estúpidos aficionados. No me interesan ellos, ni sus resultados. —Abrió su estuche de diagnóstico y extrajo su propio juego de escáneres, complejos mecanismos que sólo un médico Suk muy preparado podía descifrar—. Quitaos la ropa, por favor.

—¿Queréis jugar?

El barón intentaba conservar la dignidad, el control de la situación.

—No.

El barón se distrajo de las incómodas sondas y pinchazos a base de pensar en formas de matar al engreído Suk si él tampoco descubría la causa de su enfermedad. Tamborileó con los dedos sobre la mesa de reconocimiento.

—Ninguno de mis médicos fue capaz de sugerir un tratamiento efectivo. Entre una mente sana o un cuerpo sano, me vi forzado a elegir.

Sin hacer caso de la voz de bajo, Yueh se puso unas gafas de lentes verdes.

—¿Sugerir que luchéis por ambas es demasiado pedir?

Preparó sus instrumentos y contempló la gruesa forma desnuda de su paciente. El barón estaba tendido de bruces en la mesa de reconocimiento. Murmuraba sin cesar, se quejaba de dolores e incomodidades.

Yueh dedicó varios minutos a examinar la piel del barón, sus órganos internos, sus orificios, hasta que una ristra de pistas sutiles empezaron a encajar en su mente. Por fin, el delicado escáner Suk detectó un vector.

—Da la impresión de que vuestro estado fue inducido por vía sexual. ¿Sois capaz de utilizar
este
pene? —preguntó Yueh sin rastro de humor.

—¿Utilizarlo? —El barón lanzó un resoplido—. Infiernos y condenaciones, aún es mi mejor parte.

—Irónico. —Yueh utilizó un escalpelo para obtener una muestra del prepucio, y el barón lanzó un chillido de sorpresa.

—He de efectuar un análisis.

El médico ni siquiera se dignó pedir disculpas.

Yueh depositó el fragmento de piel con la ayuda de la delgada hoja sobre una platina, que introdujo en una ranura situada en la parte inferior de las gafas. Dio vueltas a la muestra delante de sus ojos, bajo diversas iluminaciones. El plaz de las gafas cambió del verde al escarlata, y después al lavanda. A continuación, sometió la muestra a un análisis químico multifases.

—¿Era eso necesario? —gruñó el barón.

—Sólo es el principio. —Yueh extrajo más instrumentos, muchos de ellos afilados, de su maletín. Habrían intrigado al barón si hubiera podido utilizar los instrumentos en otra persona—. He de realizar numerosas pruebas.

Después de ponerse una bata, el barón Harkonnen se sentó, con la piel grisácea y sudorosa, dolorido en cientos de puntos que nunca le habían dolido. Varias veces había deseado matar al arrogante médico Suk, pero no se atrevió a interferir en el prolijo diagnóstico. Los otros médicos habían sido ineptos y estúpidos. Ahora, soportaría lo que fuera con tal de obtener una mejoría. El barón confiaba en que el tratamiento y la cura fueran menos agresivos, menos dolorosos que los primeros análisis de Yueh. Se sirvió una copa de coñac kirana y la bebió de un trago.

—He reducido el espectro de posibilidades, barón —dijo Yueh, humedeciéndose los labios—. Vuestra dolencia pertenece a una categoría de enfermedades poco frecuentes, escasamente definidas. Puedo tomar otra serie de muestras, si deseáis que realice una triple verificación del diagnóstico.

—No será necesario. —El barón se incorporó y cogió su bastón, por si necesitaba golpear a alguien—. ¿Qué habéis descubierto?

—El vector de transmisión es evidente, vía coito heterosexual. Una de vuestras amantes femeninas os infectó.

El momentáneo júbilo del barón por encontrar al fin una respuesta se desvaneció en la confusión más absoluta.

—No tengo amantes femeninas. Las mujeres me repugnan.

—Entiendo. —Yueh había oído a muchos pacientes negar lo evidente—. Los síntomas son tan sutiles que no me extraña que médicos menos competentes los pasaran por alto. Al principio, ni siquiera las enseñanzas Suk los mencionaban, y yo me enteré de tan intrigantes enfermedades gracias a mi esposa Wanna. Es una Bene Gesserit, y la Hermandad hace uso en ocasiones de estos organismos enfermos…

El barón se sentó en el borde de la mesa de reconocimiento. Su rostro fofo se contorsionó de rabia.

—¡Esas malditas brujas!

—Ah, ahora las recordáis —dijo Yueh, satisfecho—. ¿Cuándo tuvo lugar el contacto?

Una vacilación.

—Hace más de doce años.

Yueh se acarició sus largos bigotes.

—Mi Wanna me ha dicho que una reverenda madre Bene Gesserit es capaz de alterar su química interna para guardar enfermedades latentes en su cuerpo.

—¡La muy perra! —rugió el barón—. Ella me infectó.

El médico no parecía interesado en la injusticia o la indignidad.

—Más que pasivamente infectado… ese elemento patógeno se libera mediante fuerza de voluntad. No fue un accidente, barón.

El barón vio en su mente a Mohiam, con su cara caballuna, el trato despectivo y carente de todo respeto que le había dispensado durante el banquete de Fenring. Ella lo sabía, lo había sabido desde el primer momento, había visto transformarse su cuerpo en este pingajo detestable y corpulento.

Y ella había sido la culpable de todo.

Yueh cerró las gafas y las guardó en su estuche de diagnóstico.

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
13.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Day of Atonement by David Liss
Further Tales of the City by Armistead Maupin
The Taming of the Shrew by William Shakespeare
The Hopefuls by JENNIFER CLOSE
On Thin Ice by Matt Christopher, Stephanie Peters
Letters From Rifka by Karen Hesse
Galahad at Blandings by P.G. Wodehouse