El ángel rojo (21 page)

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Authors: Franck Thilliez

Tags: #Thriller, Policíaco

BOOK: El ángel rojo
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–No olvides que estás en libertad condicional. Si lo prefieres, podemos venir a meter las narices en tus pequeños negocios. – Avancé por el apartado
hard
de las cintas de vídeo-.
Gangband,
sodomías… interesante. ¿Por cuánto los vendes? ¿Cincuenta euros? ¡No te andas con chiquitas! Tal vez a los inspectores les cueste cuadrar tus cuentas. También podemos espulgar eso, si quieres. Por lo general, el ocultamiento leve no es muy grave, pero, para un tipo en condicional…

–No serías capaz de hacerme eso, ¿no? ¡Estoy limpio, no hay nada que reprocharme! ¡Yo no tengo la culpa de que haya tarados que invierten fortunas en esas guarrerías!

Reparé en una palabra que resultó ser como una bofetada: VIOLACIÓN.

–¡Hostias! Pero ¿qué es eso?

Cogí el DVD titulado
Violación para cuatro.
Un único nombre en la parte inferior de la cinta: Torpinelli. El magnate del sexo. En la solapa de la carátula, escenas de una crueldad extrema inundaron mis retinas.

Fripette me lo arrancó de las manos.

–¡No es real, tan sólo son actores! Una de las últimas novedades de Torpinelli. Una especie de violación en directo en condiciones que recuerdan la realidad. ¿Sabes que gusta mucho? Ya he echado una ojeada a alguna y es muy impresionante. Parece de verdad. Hay bastantes tíos que se la machacan con eso; les evita pasar al acto, ¿sabes a qué me refiero? – me espetó como si escupiera.

–¡Gilipollas de mierda! Mañana tendrás al fisco detrás de tu culo asqueroso.

Me dirigí hacia la salida, y él me impidió el paso deslizándose delante de mí.

–¡Está bien, está bien! ¡Te llevaré ahí! Pero si tus descubrimientos sobre el BDSM4Y resultan ser ciertos, ¡nos llevas de cabeza al matadero!

–Eso lo decidiré yo.

–Si te presentas vestido como un pingüino, no cruzarás ni el umbral de la puerta de entrada. Ponte ropa informal, unos tejanos y un jersey, por ejemplo. Los sadomaso siempre llevan una bolsa con su material. Las veladas en el Pleasure Pain son
dispuestas,
lo que significa que debes cambiarte antes de entrar en los torreones de sumisión o en las salas de venta; látex, cuero, máscara, fusta. Lo dicho, el equipamiento que te transporta al mundo de lo extraño, a su mundo. Todo eso puedo proporcionártelo. ¿Aún quieres ir?

–La máscara me sienta bien. Continúa.

–En esas
backrooms
hay tres categorías de personajes: los sumisos, los dominantes y los mirones. En nuestro caso, lo mejor es posicionarse entre los mirones, a menos que tengas otras preferencias… -Me lanzó una especie de sonrisa. Sus dientes parecían runas viejas de varios siglos-. Pero en este tipo de juego, incluso los mirones cumplen un papel. Provocan la excitación en el dominante, lo alientan. Así que ten cuidado con tus mímicas. Una mínima expresión de ofensa y provocarás la desconfianza del grupo. Tienes que aparentar que te lo pasas bien. Podrás ponerte la máscara, justamente para evitar que te echen mucho el ojo. Mmm… Tengo que familiarizarte con el vocabulario sadomaso y los comportamientos que hay que adoptar. Por cierto, ¿qué es lo que estás buscando?

–No hagas preguntas, es mucho mejor.

Salí de la tienda de Fripette con la sensación de estar mentalmente sucio. Iba a tener que prestarme a realizar actos que me repugnaban, entrar en un mundo paralelo de criaturas extrañas, de rostro humano pero con pensamientos demoníacos. Centauros ardientes de fantasías, directores de obra capaces de transformar al hombre en objeto mediante el cuero y el látex, en habitaciones sombrías, enterradas en los sótanos pútridos de la decadencia.

Al igual que la flor necesita el frescor secreto de la tierra para acumular la fuerza que estallará a la luz del día, los miembros de BDSM4Y se alimentaban del sustrato de sus víctimas para desarrollarse, para sentir esa especie de triunfo sobre la vida, el dolor, Dios. No conseguía ponerles un rostro. ¿Quiénes eran? ¿Cómo imaginar a abogados, profesores, ingenieros, defensores de principios, mezclados a través del vicio con la decadencia, los bajos fondos de la moral, batiendo el mal hasta lograr los fundamentos alimenticios?

Al sumergirme en la olla del Diablo esperaba algo, pero no sabía qué exactamente. Quizá sentir la presencia del Hombre sin Rostro, esa extraña sensación que se había apoderado de mí cuando estaba a su merced en las entrañas del matadero.

A través de internet, de esa red maravillosa a los ojos del ignorante, del usuario medio, iba a sumergirme en los ambientes más sórdidos del París nocturno.

Ópera de París, con la cúpula lustrosa por las lluvias, el bronce dorado de sus estatuas erigido hacia un cielo de mercurio. Elisabeth Williams se había refugiado bajo uno de los soportales de la fachada, cerca de unos turistas japoneses agrupados entre las columnas monolíticas. Crucé en diagonal la avenida de la Ópera, el impermeable alzado por encima de la cabeza, hombros encogidos. La nube escarlata de los pilotos de los automóviles agujereaba la grisalla como señales de socorro en un estrépito de pitidos.

Elisabeth fue la primera en hablar.

–Le he citado aquí con la esperanza de que pudiéramos hablar en ese magnífico monumento, pero no tuve en cuenta los trabajos de restauración. ¡Y menudo error, porque ahora estamos aquí los dos, presos de la lluvia!

–¿Está lista para una carrera de unos cien metros? Hay un pub en la esquina. – Me encogí de hombros-. Lo siento, pero no llevo paraguas.

–Yo tampoco -replicó sonriendo-. La lluvia me pilló desprevenida.

Azotamos el asfalto del bulevar Haussmann a paso ligero, apretados bajo mi impermeable-paraguas. Los peatones se habían amontonado bajo los rótulos, los cenadores o en el borde de las terrazas, con los rostros levantados hacia un cielo totalmente negro. Una vez instalados en el pub Louis XVI, pedí dos chocolates calientes.

–¿Thornton no le pisa demasiado los talones? – pregunté mientras se sacudía el cabello.

–Hay que resignarse. No estoy muy acostumbrada a que se pongan en duda mis capacidades. En este aspecto, los gendarmes son mucho más disciplinados que vosotros, los policías. – Me puso debajo de los ojos una fotocopia en color, sacada de una carpeta con gomas-. ¿Le suena de algo?

En la foto se veía un busto de santa. Tejidos flexibles y escurridizos se retorcían en su abundancia sobre el arco de la cabeza hasta el valle de los hombros. El violento movimiento de torsión infundido al óvalo del rostro transmitía un aura de sufrimiento indescriptible que iba mucho más allá de la simple fotografía. La boca abierta imploraba, los ojos dirigían una súplica agonizante al cielo. Los cortes ahondados por el tiempo y el desgaste hendían el rostro escultural a ambos lados de las mejillas.

–¿Dónde lo ha encontrado? Parece… ¡la expresión infligida al rostro de Martine Prieur! ¡Las telas sobre la cabeza, los ojos alzados hacia el cielo, los cortes que unen los labios a las sienes! Es… ¡es idéntica!

–Exacto. Mi teólogo, Paul Fournier, ha descubierto pistas muy interesantes. Las palabras, la forma de actuar del asesino, se centran en el tema del dolor, en el sentido real del término pero también en el sentido religioso, como suponía. La foto del faro azotado por el mar enfurecido que colgó en casa de Prieur y esa imagen del granjero que envió por correo electrónico representan símbolos profundos de sufrimiento con connotaciones bíblicas. ¿Conoce el Libro de Job?

–Pues no.

–Fue redactado antes que los de Moisés. Job explica en su libro la historia de un hombre puesto a prueba por Dios, en siete aspectos principales centrados sobre los conceptos de sufrimiento, de Bien y Mal. En algunas epístolas somos los granjeros de Dios y únicamente podemos ser glorificados a los ojos del Señor si nos sometemos a pruebas; el granjero representa a aquel a quien la longevidad y dureza de la prueba no alteran, un símbolo de valentía, que soporta el sufrimiento en silencio.

–¿Y el faro?

–Piense en un faro en medio del mar. En una noche tranquila, ¿podemos afirmar que el edificio es firme? No. En cambio, si una tempestad se desata sobre él, entonces sabremos que resiste. La prueba refleja la naturaleza profunda de las cosas, ¡es el espejo de la personalidad! – me mostró la carta redactada por el asesino, puntuada de notas desordenadas, y siguió hablando en un tono neutro-: Mire, las frases subrayadas están extraídas en parte del Libro de Job, que el autor modificó con un pequeño toque personal. El asesino habla de «armaduras estropeadas», de «ese soldado que padece las pruebas sin pestañear», de ese Dios «que enjugará las lágrimas». Citas del Libro, casi palabra por palabra.

Me sujeté la cabeza con las manos.

–Va a pensar que soy idiota, pero acabo de entender qué intenta demostrar el asesino.

–A eso voy. Según los escritos de Job, la experiencia del dolor no es un fin en sí, sino una etapa que nos acerca a Dios. El sufrimiento, bajo una forma u otra, es el destino de cuantos quieren llevar una vida piadosa y deben obtener la absolución por sus pecados. En este sentido, el perdón de Dios se obtiene mediante la prueba y tan sólo la prueba. Seguramente, esas mujeres torturadas pecaron.

Ahora la lluvia repiqueteaba en los cristales de la cervecería con tesón. Había gente apiñada en la entrada, otros se adentraban en la boca de metro de la Ópera o corrían a toda prisa en dirección a los grandes almacenes Lafayette.

–¿Tienen algún medio de rastrear a las personas que toman prestados los libros en las bibliotecas? – me preguntó Elisabeth-. ¿Un fichero centralizado, como el del FBI?

–No, no, por supuesto que no. En materia de asesinos en serie y centralización de ficheros, tenemos un retraso brutal respecto a Estados Unidos. Y no se puede decir que este tipo de asesinos abunden en Francia.

–Y sin embargo nos enfrentamos a uno muy serio -replicó.

–Así es. Pero nada nos impide prescindir de un fichero central y pasar por un tamiz las bibliotecas una por una, y comprobar qué abonado ha pedido el libro que buscamos.

–Eso puede llevar tiempo, pero tendrán que hacerlo.

Di un sorbo al chocolate.

–¿Cómo ha conseguido llegar hasta la fotografía de esa escultura?

–Fui a la biblioteca François-Mitterrand por la mañana. Siempre he pensado que el crimen estaba impregnado de un carácter religioso. La cabeza cortada en sus arrugas de telas, esa mirada implorando al cielo, la moneda en la boca. Así que me centré en las representaciones célebres del sufrimiento en el arte pictórico y escultórico, todo sobre un fondo religioso. Con relativa rapidez me topé con Juan de Juni, un escultor del siglo dieciséis que evoca claramente que el dolor, la aflicción y el sufrimiento son los únicos caminos que abren las vías divinas. Para transmitir sus sentimientos, utiliza un movimiento poderoso de torsión que sacude las figuras y denuncia la angustia suprema. Lo que tiene ante los ojos representa el busto de sor Clémence, una obra prohibida durante mucho tiempo, muy poco conocida.

Por un instante distrajo su atención un altercado que se desarrollaba delante del café. Algo relacionado con un paraguazo.

–En los albores del siglo quince, Madeleine Clémence, al huir de su pueblo, se refugió en las órdenes religiosas para expiar sus pecados, especialmente el adulterio. Cambió completamente de vida, esperando así suavizar la mirada de Dios sobre su suerte, estar protegida de sus denunciadores potenciales. En la Edad Media, la represión de los crímenes por el poder laico es legítima, sobre todo en casos de adulterio, que pueden conducir a la pena de muerte. Cinco años después apresaron a sor Clémence en un convento. Bajo las órdenes del inquisidor de Aviñón, la torturaron hasta la muerte para dar ejemplo. Un modelo de disciplina transmitido en numerosos escritos de la época.

La pecadora reconvertida en hermana. Martine Prieur, con el cabello color ala de cuervo, de estilo macabro, transformada en chica llamativa que lleva una vida tranquila, olvidada. ¿Podía haber algún tipo de relación? Sobre el frontispicio de mi mente restallaban de forma enfermiza dos palabras, siempre las mismas: «Jeckyll», «Hyde». La luz, las tinieblas.

–¿Qué papel desempeña el asesino si se confirman sus observaciones? ¿Actúa como un enviado de Dios? ¿Un justiciero, un censor?

–Los asesinos que cumplen su oficio en nombre de Dios proliferan en Estados Unidos. Todos dicen que los alientan voces celestiales; sin embargo, muy pocos se toman la molestia de maquillar su crimen así. O bien lo declaran de forma abierta, por ejemplo escribiéndolo sobre las paredes con la sangre de su víctima, o bien lo reivindican cuando se les detiene. En el caso que nos ocupa, todo se lleva a cabo con sutileza.

–Si puede hablarse de sutileza…

–Ya sabe a qué me refiero. Recuerdo el marco del faro o la foto del granjero. Esas pistas encerraban un doble significado, uno religioso, el otro puramente factual. Son prueba de una inteligencia desconcertante. Sin embargo, la parte de las fantasías, esa voluntad de aplicar el dolor no con el propósito de castigar, sino con el de tomar su parte, predomina cada vez que martiriza a sus víctimas.

–¿Y por qué?

–Pues… porque las filma, divulga sus sentimientos a través de sus cartas o mediante la llamada telefónica que recibió. Entonces exulta.

–¿Qué opina de esa llamada?

–Anotó, entre otras cosas: «Créeme, la niña no nacerá, porque la he encontrado». «La chispa no volará y nos salvaré, a todos.» «Corregiré sus errores…» ¿Tiene alguna idea del significado de esa frase?

–En absoluto. A pesar de la voz trucada, parecía que divagaba por completo. Ese fragmento del monólogo no tiene nada que ver con lo que dijo antes, ni después. No sé, venía tan a cuento como un pelo en la sopa. ¿Usted ha podido descubrir algo?

–No, el sentido de la advertencia es, por desgracia, demasiado impreciso. Pero cuando dice «porque la he encontrado», creo que hace más bien referencia a la madre. Quizás haya encontrado a una futura madre. Y si es el caso, esa mujer debe de hallarse en peligro…

–Pero ¡cómo saberlo, maldita sea! – La sangre me hervía-. Dígame, con la segunda chica, la del matadero, ¿adónde quería llegar? La manera como la colocó ¿tiene un equivalente religioso, del tipo escultura o pintura?

De repente su atención se centró en un rayo que resquebrajó el cielo. Sus labios se movieron, de forma leve pero clara: estaba contando, los segundos se desgranaban en la orilla de su boca.

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