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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

El ascenso de Endymion (2 page)

BOOK: El ascenso de Endymion
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Para finalizar, sólo deseo recordar aquí algo que el mismo Dan Simmons ha comentado en diversas entrevistas, que la saga en cuestión aborda dos cuestiones espinosas: lo sagrado y el amor. Así lo confiesa el propio Simmons:

Lo que realmente me interesaba, en toda la serie, era decir algo sobre lo sagrado, y no precisamente algo espiritual. En el primer libro,
H
YPERION
, lo que concitó mayor desdén entre los críticos fue la idea de que el amor es una fuerza básica en el universo. Un crítico dijo: «Quién se cree que es? ¿John Lennon?» Así que me lo tomé como un reto, e hice que ése fuera el tema central de los dos últimos libros.
E
NDYMION
crea el alma de la historia de amor que intento contar, aunque un personaje esté cerca de los treinta y el otro tenga sólo doce años: ¡el tipo de historia de amor que cuentas y luego te detienen por ello! Quería trabajar en la idea de que el amor es algo más que una mera emoción que existe durante un tiempo y luego se disipa: es algo sólido, entretejido en la urdimbre del universo. Esto es, probablemente, tan serio como la filosofía.

Y aquí voy a concluir esta presentación que ya se ha alargado demasiado. Aunque suene a tópico, me siento orgulloso de que la serie completa de
H
YPERION
haya sido publicada en NOVA. Nacida en 1988, NOVA llegó tarde a
F
UNDACIÓN
(años cuarenta), a
D
UNE
(años sesenta) y, si me apuran, a
P
ÓRTICO
(años setenta). Pero la mejor serie de ciencia ficción de los años ochenta y noventa está, como no podía ser de otra manera, en NOVA. Por eso es lícito que nos sintamos orgullosos.

Y ustedes, espero, satisfechos de concluir con esta novela una de la obras emblemáticas de la ciencia ficción de todos los tiempos. Que ustedes la disfruten.

M
IQUEL
B
ARCELÓ

AGRADECIMIENTOS

El autor desea agradecer a las siguientes personas: Kevin Kelly, por su exposición sobre la evolución de la vida artificial a partir de criaturas de 80 bytes en su libro
Out of Control
; Jean-Daniel Breque y Monique Labailly, por su personal excursión guiada por las catacumbas de París; Jeff Orr, cibervaquero por excelencia, por internarse audazmente en el ciberespacio para recobrar cuarenta páginas de este relato secuestradas por el TecnoNúcleo; y Tom Dupree, mi corrector, por su paciencia, entusiasmo y el buen gusto compartido de su amor por
Mystery Science Theater 3000.

No somos materia duradera, sino diseños que se autoperpetúan.

NORBERT WIENER,

Cybernetics, or Control and Communication in the Animal and the Machine

La naturaleza universal, usando la sustancia universal como si fuera cera, modela la efigie de un caballo, y al romperla utiliza el material para un árbol, luego para un hombre, luego para otra cosa. Cada una de estas cosas subsiste por muy poco tiempo, mas no hay crueldad en la destrucción de la vasija, así como no la hubo en su creación.

MARCO AURELIO,

Meditaciones

Mas está el dedo de Dios, un relámpago de potente voluntad

que existe allende toda ley, pues él creó las leyes.

E ignoro si tal don sea del hombre, salvo en esto:

producir, a partir de tres sonidos, no un cuarto sonido, sino un astro.

ROBERT BROWNING,

Abt Vogler

Si lo que he dicho no está claro, y me temo que no lo esté, bastará con volver adonde inicié esta serie de reflexiones; es decir, comencé viendo que las circunstancias formaban al hombre. ¿Y qué son las circunstancias sino piedras basales del corazón? ¿Y qué son las piedras basales sino pruebas de su corazón? ¿Y qué son las pruebas de su corazón sino fortalecedores o modificadores de su naturaleza? ¿Y qué es su naturaleza modificada sino su alma? ¿Y qué era su alma antes de llegar al mundo y tener estas demostraciones, modificaciones y perfeccionamientos? Una inteligencia sin identidad. ¿Y cómo se logra esta identidad? ¿Por medio del corazón? ¿Y cómo se transforma el corazón en dicho medio sino en un mundo de circunstancias? Y bien, en materia de poesía y teología, puedes agradecer a tus astros que mi pluma no tenga largo aliento.

JOHN KEATS,

en una carta a su hermano

PRIMERA PARTE
1

—¡El papa ha muerto! ¡Viva el papa!

El grito resonó en el patio de San Dámaso del Vaticano, donde acababan de descubrir el cadáver del papa Julio XIV. El Santo Padre había fallecido mientras dormía en sus aposentos. La noticia se difundió rápidamente por el irregular apiñamiento de edificios que todavía llamaban Palacio Vaticano, y se propagó por el Estado Vaticano como un incendio en un entorno de oxígeno puro. Atravesó las oficinas, brincó por la atestada Puerta de Santa Ana al Palacio Apostólico y al contiguo Palacio de Gobierno, encontró oídos expectantes entre los fieles de la sacristía de la Basílica de San Pedro —al extremo de que el arzobispo que decía la misa se alarmó ante los inusitados susurros de la congregación— y salió de la Basílica con los feligreses que se mezclaron con la numerosa muchedumbre de la Plaza de San Pedro, donde cien mil turistas y funcionarios de Pax recibieron el rumor como una masa crítica de plutonio entrando en fisión.

Al salir del Arco de las Campanas, la noticia se aceleró hasta alcanzar la velocidad de los electrones, saltó a la velocidad de la luz y se lanzó desde el planeta Pacem a velocidades Hawking, miles de veces más rápido que la luz. Más cerca de los antiguos muros del Vaticano, teléfonos y comlogs tintineaban en el enorme y sudoroso Castel Sant'Angelo, donde el Santo Oficio de la Inquisición tenía sus oficinas dentro de la montaña de piedra que originalmente había sido el Mausoleo de Adriano. Toda esa mañana se oyó claqueo de rosarios y susurro de sotanas almidonadas mientras los funcionarios del Vaticano regresaban a sus oficinas para controlar sus líneas encriptadas y esperar memorándums de sus superiores. Los comunicadores personales chillaban y vibraban en los uniformes e implantaciones de miles de administradores de Pax, comandantes militares, políticos y funcionarios de Mercantilus. A los treinta minutos del descubrimiento del cuerpo inerte del papa, todas las organizaciones de noticias de Pacem estaban alerta: prepararon sus holocámaras robóticas, pusieron en línea sus satélites repetidores, enviaron sus mejores reporteros humanos a la oficina de prensa del Vaticano y esperaron. En una sociedad interestelar dominada por la Iglesia, las noticias no sólo aguardaban confirmación independiente sino autorización oficial.

Dos horas y diez minutos después del descubrimiento del cuerpo del papa Julio XIV, la Iglesia confirmó su fallecimiento a través de la oficina del secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Lourdusamy. Segundos después, el anuncio grabado se despachó a todas las radios y holovisores de Pacem. Con su población de mil quinientos millones de almas, todos cristianos renacidos que llevaban el cruciforme, la mayoría empleados por el Vaticano o la vasta burocracia civil, militar o comercial de Pax, el planeta Pacem se detuvo a escuchar con cierto interés. Aun antes del anuncio formal, una docena de las nuevas naves estelares clase arcángel había abandonado sus bases orbitales para atravesar el brazo de la galaxia ocupado por los humanos; sus impulsores cuasi-instantáneos mataron instantáneamente a su tripulación pero el mensaje de la muerte del papa iba almacenado en ordenadores y repetidores para las sesenta y pico de archidiócesis y sistemas estelares más importantes. Estas naves correo podían llevar a algunos cardenales a Pacem a tiempo para votar en la elección, pero la mayoría de los electores optaría por quedarse en su mundo natal, evitando la muerte a pesar de la promesa de resurrección, y enviando en cambio sus holohostias encriptadas e interactivas con el
eligo
para el siguiente Supremo Pontífice.

Otras ochenta y cinco naves de Pax clase Hawking, en general naves-antorcha de alta aceleración, se dispusieron a ascender a velocidades relativistas y a posiciones de salto, con un tiempo de viaje que se mediría en días o meses y una deuda temporal relativa de semanas o años. Estas naves aguardarían en el espacio de Pacem quince días estándar, hasta la elección del nuevo papa, y luego llevarían la noticia a los ciento treinta y pico de sistemas de Pax menos críticos, donde los arzobispos velaban por otros miles de millones de fieles. Estas archidiócesis, a la vez, comunicarían la noticia de la muerte, resurrección y reelección del papa a los sistemas menores, los mundos distantes y las mil colonias del Confín. Una última flota de más de doscientas naves mensajeras no tripuladas salió de sus hangares de la enorme base asteroidal de Pax en el sistema de Pacem; sus chips de mensajes sólo aguardaban el anuncio oficial del renacimiento y reelección del papa Julio para lanzarse al espacio Hawking y llevar la nueva a los efectivos de Pax que enfrentaban a los éxters en la esfera defensiva conocida como la Gran Muralla.

El papa Julio ya había muerto ocho veces. El pontífice tenía un corazón débil, pero no permitía que se lo reparasen por cirugía ni por nanoplastia. Alegaba que un papa debía vivir su período natural y un nuevo papa debía elegirse a su muerte. El hecho de que hubieran reelegido ocho veces al mismo papa no lo disuadía de esta opinión. Aun ahora, mientras preparaban el cuerpo del papa Julio para un velatorio oficial antes de llevarlo a la capilla de resurrección privada que había detrás de San Pedro, los cardenales y sus sustitutos hacían preparativos para la elección.

Cerraron la Capilla Sixtina al turismo y la prepararon para las votaciones que se realizarían dentro de menos de tres semanas. Trasladaron antiguos sitiales con dosel para los ochenta y tres cardenales que estarían presentes en persona y prepararon proyectores holográficos y conexiones interactivas para los cardenales que votarían a distancia. Instalaron la mesa de los escrutadores frente al altar mayor de la capilla. Colocaron tarjetas, agujas, hilo, un receptáculo, una fuente, paños de lino y otros objetos en la mesa de los escrutadores y los cubrieron con paños más grandes. Pusieron la mesa de los
infirmarü
y los revisores al lado del altar. Cerraron y aseguraron las puertas principales de la Capilla Sixtina. Apostaron comandos de la Guardia Suiza con armadura de combate y flamantes armas energéticas junto a las puertas de la Capilla y en los portales blindados del anexo de resurrección de San Pedro.

Siguiendo un antiguo protocolo, la elección debía realizarse en un plazo no inferior a los quince días ni superior a los veinte. Los cardenales que residían en Pacem o a tres semanas de deuda temporal cancelaron sus compromisos y se prepararon para el enclave. Todo lo demás estaba listo.

Hay hombres gordos que llevan su peso como una debilidad, un signo de autocomplacencia y pereza. Otros absorben su masa con majestuosidad un signo exterior de su poder creciente. El cardenal Simon Augustino Lourdusamy pertenecía a la segunda categoría. El enorme Lourdusamy, verdadera montaña escarlata en su ropa cardenalicia, aparentaba poco menos de sesenta años estándar, y aparentaba esa edad desde hacía más de dos siglos de vida activa y varias resurrecciones. Con su papada, su calva y su voz grave —que podía elevarse a un rugido tonante, capaz de llenar la Basílica de San Pedro sin ayuda de altavoces— Lourdusamy seguía siendo el epítome de la salud y la vitalidad en el Vaticano. Muchos miembros de la jerarquía eclesiástica atribuían a Lourdusamy —entonces un joven funcionario menor en la maquinaria diplomática del Vaticano— el mérito de haber ayudado al angustiado y dolorido ex peregrino de Hyperion, el padre Lenar Hoyt, a encontrar el secreto que convirtió el cruciforme en instrumento de resurrección. Se decía que había contribuido tanto como el papa recién fallecido a restaurar una Iglesia que entonces estaba al borde de la extinción.

Al margen de la verdad de esta leyenda, Lourdusamy estaba en óptimo estado el día que siguió a la novena muerte del Santo Padre, cinco días antes de la resurrección de Su Santidad. Como secretario de Estado, presidente del comité que supervisaba las doce Congregaciones Sagradas y prefecto de esa temida y mal comprendida repartición, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, ahora oficialmente conocida una vez más, al cabo de un interregno de mil años, como Santo Oficio de la Inquisición Universal, Lourdusamy era el ser humano más poderoso de la Curia. En ese momento, mientras velaban a Su Santidad Julio XIV en la Basílica de San Pedro, esperando el anochecer para trasladarlo al nicho de resurrección, bien podía decirse que Simon Augustino Lourdusamy era el ser más poderoso de la galaxia.

Esa mañana el cardenal no olvidaba esta circunstancia.

—¿Han llegado, Lucas? —le preguntó al hombre que había sido su asistente y factótum durante más de doscientos años. Monseñor Lucas Oddi era tan esmirriado, huesudo, ajado y diligente como el cardenal Lourdusamy era enorme, carnoso, atemporal y lánguido.

Oddi, subsecretario del Estado Vaticano, era tan recatado en sus expresiones como en su apariencia. El alto y anguloso administrador benedictino había dedicado veintidós décadas de eficiente servicio a su superior, pero nadie —ni siquiera Lourdusamy— conocía sus opiniones o emociones íntimas. El padre Lucas Oddi había sido el brazo derecho de Lourdusamy por tanto tiempo que el secretario lo consideraba una extensión de su propia voluntad.

—Acaban de sentarse en la sala de espera —respondió monseñor Oddi.

El cardenal Lourdusamy asintió. Durante más de mil años —desde mucho antes de la Hégira que había impulsado a la humanidad a huir de la Tierra moribunda para colonizar las estrellas— había sido costumbre del Vaticano celebrar reuniones importantes en la sala de espera de los funcionarios importantes, y no en sus oficinas privadas. La sala de espera del cardenal Lourdusamy era una habitación de sólo cinco metros cuadrados, desnuda salvo por una mesa de mármol redonda sin unidades de comunicaciones, una sola ventana —que, de no haber estado polarizada, habría mostrado una
loggia
externa con maravillosos frescos— y dos pinturas de Karotan, el genio del siglo treinta; una mostraba el sufrimiento de Cristo en Getsemaní, la otra al papa Julio (en su identidad prepapal de Lenar Hoyt) recibiendo el primer cruciforme de un poderoso arcángel de aspecto andrógino mientras Satán (con forma de Alcaudón) miraba indefenso.

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