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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, #Policíaco

El bailarín de la muerte (22 page)

BOOK: El bailarín de la muerte
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—¿Sachs?

Su mano descendió más.

Ahora su respiración se hizo más agitada. Retiró la sábana. Thom había vestido a Rhyme con una camiseta. Sachs la levantó y le acarició el pecho. Luego se quitó su propia camiseta, se desabrochó el sostén y apretó su piel acalorada contra la piel pálida de él. Suponía que estaría fría, pero no era así. Estaba más caliente que la de ella. Se frotó con más fuerza.

Lo besó una vez en la mejilla, luego en la comisura de la boca, luego directamente en los labios.

—Sachs, no… Escúchame. No.

Nunca se lo contó a Rhyme, pero hacía unos meses había comprado un libro llamado
El Amante Minusválido
. Se sorprendió al leer que hasta los tetrapléjicos pueden hacer el amor y engendrar hijos. El desconcertante órgano masculino literalmente tiene una mente propia, y la sección de la médula espinal sólo elimina un tipo de estímulo. Los hombres discapacitados podían mantener erecciones perfectamente normales. Es cierto que no percibiría sensaciones, pero, para ella, la culminación física era sólo una parte del acontecimiento, a menudo una parte menor. Era la intimidad lo que contaba, una emoción que ni siquiera un millón de orgasmos fingidos en las películas podía remedar. Sospechó que Rhyme podía pensar igual que ella.

Lo besó de nuevo. Más intensamente.

Después de un momento de vacilación, él le contestó el beso. No la sorprendió que lo hiciera muy bien. Después de sus ojos oscuros, fueron sus labios perfectos la primera cosa que le había atraído de él.

Entonces Rhyme retiró la cara.

—No, Sachs, no…

—Shh, tranquilo…

Puso sus manos debajo de la manta y empezó a frotar y acariciar.

—Es sólo que…

¿Qué era que? Se preguntó Sachs. ¿Que las cosas podrían no funcionar?

Pero las cosas funcionaban muy bien. Ella notó que su miembro se iba endureciendo bajo sus caricias y que respondía mejor que algunos de los amantes más viriles que había tenido.

Se deslizó encima de él y apartó con los pies las sábanas y la manta, se inclinó y lo besó de nuevo. Oh, como quería estar así, cara a cara, tan cerca como pudiera. Hacerle comprender que lo consideraba su hombre perfecto. Integro en su estado.

Se soltó el cabello y dejó que cayera sobre él. Se inclinó y lo besó de nuevo.

Rhyme respondió a su beso. Juntaron sus labios durante lo que pareció un minuto interminable.

Luego, de repente, Rhyme sacudió la cabeza, con tanta violencia que ella pensó que podía tener un ataque de disrreflexia.

—¡No! —murmuró.

Sachs esperaba que dijera Oh, no es una buena idea… con un tono juguetón, apasionado, o, en el peor de los casos, algo mariposón. Pero Rhyme sonó débil. El hueco sonido de su voz le llegó al alma. Se retiró y apretó una almohada contra sus pechos.

—No, Amelia. Lo siento. No.

La cara de Sachs ardía de vergüenza. Todo lo que pudo pensar fue en las veces en que había salido con algún amigo y de repente se había quedado horrorizada al sentir que empezaba a toquetearla como un adolescente. Su voz había manifestado la misma consternación que ahora sentía en la de Rhyme.

De manera que eso era todo lo que ella era para él, comprendió al fin.

Un socio. Un colega. Un amigo con mayúsculas.

—Lo siento, Sachs… No puedo. Hay complicaciones.

¿Complicaciones? Ninguna que ella pudiera ver, excepto, por supuesto, el hecho de que no la amaba.

—No, yo lo siento —dijo con brusquedad—. Soy una estúpida. Tomé demasiado de ese maldito whisky. Nunca pude aguantar esa bebida. Lo sabes.

—Sachs…

Ella mantuvo una tersa sonrisa en su rostro mientras se vestía.

—Sachs, déjame decirte algo.

—No —no quería oír una sola palabra.

—Sachs…

—Me tengo que ir. Volveré temprano.

—Quiero decirte algo.

Pero Rhyme nunca tuvo ocasión de decir nada, ya fuera una explicación, una disculpa o una confesión. O una conferencia.

Fueron interrumpidos por unos fuertes golpes en la puerta. Antes que Rhyme pudiera preguntar quién era, Lon Sellitto irrumpió en el cuarto.

Miró a Sachs sin juzgarla, luego de nuevo a Rhyme y anunció:

—Acabo de hablar con los hombres de Bo en la comisaría Veinte. El Bailarín estuvo allí, al acecho. ¡El hijo de puta mordió el anzuelo! Vamos a atraparlo, Lincoln. Esta vez vamos a atraparlo.

*****

—Hace un par de horas —siguió contando el detective— algunos de los muchachos de S&S vieron a un hombre blanco dando un paseo alrededor del edificio de la comisaría. Se zambulló en un callejón; parecía que estaba controlando a los guardias. Luego lo vieron mirando con unos prismáticos el surtidor de gasolina cercano a la comisaría.

—¿Surtidor de gasolina? ¿Para las RMP
[39]
?

—Correcto.

—¿Lo siguieron?

—Lo intentaron. Pero desapareció antes de que se le acercaran.

Rhyme notó que Sachs se abrochaba discretamente el botón superior de su blusa… Tenía que hablar con ella sobre lo sucedido. Tenía que hacerle comprender. Pero considerando lo que Sellitto estaba diciendo, esa charla tendría que esperar.

—Todavía hay noticias mejores. Hace media hora, recibimos el informe del robo de un camión del Rollins Distributing, en el Upper West Side cerca del río. Distribuyen gasolina a estaciones de servicio independientes. Un tipo cortó la valla metálica. El guardia lo escuchó y fue a investigar. El ladrón le pilló por sorpresa y le dio una tremenda paliza. Luego se fue con uno de los camiones.

—¿Rollins es la compañía que provee de gasolina al departamento?

—No, pero ¿quién podría saberlo? El Bailarín conduce el camión hasta la comisaría Veinte, a los guardias no les parece sospechoso y permiten que entre y acto seguido…

—El camión explota —le interrumpió Sachs.

Sellitto se detuvo en seco.

—Yo creía que sólo lo utilizaría para entrar. ¿Estás pensando en una bomba?

Rhyme asintió, muy serio. Enfadado consigo mismo. Sachs tenía razón.

—Nos pasamos de listos. Nunca se me ocurrió que trataría de hacer algo así. Dios, un camión cisterna llega a ese vecindario…

—¿Una bomba de fisión?

—No —dijo Rhyme—. No creo que tenga tiempo de fabricarla. Pero todo lo que necesita es una carga AP en un costado de un pequeño camión cisterna y ya tiene un artefacto con un efecto incrementado por la gasolina. Podría destruir la comisaría por completo. Tenemos que evacuar a todos. Sin barullo.

—Sin barullo —musitó Sellitto—. Eso sí que será fácil.

—¿Cómo está el guardia de la distribuidora? ¿Puede hablar?

—Puede, pero lo golpeó desde atrás. No vio nada.

—Bueno, al menos quiero sus ropas. Sachs —ella lo miró—, ¿podrías llegarte hasta el hospital y traerlas? Tú sabes cómo embalarlas para conservar las huellas. Y luego examina la escena donde robó el camión.

Quería saber cuál sería su respuesta. No le habría sorprendido si Sachs se daba la vuelta y salía por la puerta. Pero vio en su rostro tranquilo y hermoso que se sentía exactamente como él: aliviada porque el Bailarín hubiera intervenido para cambiar el curso desastroso de esa noche.

*****

Por fin, por fin, hubo un poco de la suerte que Rhyme había deseado.

Una hora después Amelia Sachs estaba de vuelta. Traía una bolsa de plástico que contenía un corta alambres.

—Lo encontré cerca de la valla metálica. El guardia debe haber sorprendido al Bailarín y éste lo dejó caer.

—¡Sí! —gritó Rhyme—. Nunca ha cometido un error como éste. Quizá se está volviendo descuidado… Me pregunto qué pudo asustarlo.

Rhyme miró el corta alambres. Por favor, rezó en silencio, que haya alguna huella.

Pero un somnoliento Mel Cooper, que había estado durmiendo en uno de los pequeños cuartos de la planta superior, examinó cada milímetro cuadrado de la herramienta. No encontró ni una huella.

—¿Nos dice
algo
? —preguntó Rhyme.

—Es un modelo Craftsman, lo mejor en su línea, que se vende en todas las tiendas Sears del país. Y también los puedes encontrar en garajes y depósitos de chatarra por un par de dólares.

Rhyme resopló enfadado. Miró al corta alambres durante un momento y luego preguntó.

—¿Marcas en la herramienta?

Cooper lo miró con curiosidad. Las marcas de herramienta son impresiones definidas dejadas en las escenas de crimen por las herramientas que utilizan los criminales, destornilladores, alicates, ganzúas, palancas, antenas y cosas parecidas. Una vez Rhyme había relacionado un ladrón con la escena de un crimen a partir de una pequeña muesca en forma de «V» en la chapa de bronce de una cerradura. La muesca coincidía con la imperfección de un escoplo hallado en la mesa de trabajo del hombre. Sin embargo, en este caso tenían la herramienta, no las marcas que pudiera haber hecho. Cooper no entendía a qué marcas de herramienta se refería Rhyme.

—Estoy hablando de marcas en el filo —dijo con impaciencia—. Quizá el Bailarín ha estado cortando algo definido, algo que nos diga dónde se esconde.

—Oh —Cooper lo examinó de cerca—. Está mellado, pero echa un vistazo… ¿Ves algo inusual?

Rhyme no veía nada.

—Raspa el filo y el mango. Mira si hay algún residuo.

Cooper pasó las raspaduras por el cromatógrafo de gas.

—Uf —murmuró mientras miraba los resultados—. Escucha esto. Residuos de RDX, asfalto y rayón.

—La mecha detonante —dijo Rhyme.

—¿La cortó con cizallas? —preguntó Sachs—. ¿Se puede hacer eso?

—Oh, es muy estable —dijo Rhyme distraído, pensando en lo que cuatro mil litros de gasolina en llamas podían provocar en el barrio que rodeaba la comisaría Veinte.

Debería haber hecho que se fueran Percey y Brit Hale, pensaba. Haberles puesto una custodia de protección y enviarlos a Montana hasta la reunión del gran jurado. Es una locura lo que estoy haciendo, la idea de la trampa.

—¿Lincoln? —Preguntó Sellitto—. Tenemos que encontrar ese camión.

—Tenemos un poco de tiempo —dijo Rhyme—. No va a tratar de llegar hasta la mañana. Necesita cubrirse con el cuento de la entrega. ¿Algo más, Mel? ¿Algo en los rastros?

Cooper escaneó el filtro de la aspiradora.

—Tierra y ladrillo. Espera… aquí hay algunas fibras. ¿Las paso por el cromatógrafo?

—Sí.

El técnico se inclinó sobre la pantalla cuando llegaron los resultados.

—Vale, vale, son fibras vegetales. Encajan con papel. Y estoy viendo un compuesto… NH cuatro OH.

—Hidróxido de amonio —dijo Rhyme.

—¿Amonio? —Preguntó Sellitto—. Quizá te equivoques respecto a la bomba de fisión.

—¿Algún aceite? —preguntó Rhyme.

—Ninguno.

—¿La fibra con el amonio —continuó Rhyme—, salió del mango del corta alambres?

—No. Son de las ropas del guardia que golpeó.

¿Amonio? Se preguntó Rhyme. Pidió a Cooper que mirara una de las fibras a través del microscopio electrónico.

—Con gran aumento. ¿Cómo está unido el amonio?

La pantalla se encendió. La hebra de la fibra apareció como el tronco de un árbol.

—Fundido con el calor, supongo.

Otro misterio. Papel y amonio…

Rhyme miró el reloj. Eran las 2.40 de la madrugada.

De repente se dio cuenta de que Sellitto le había hecho una pregunta. Irguió la cabeza.

—Dije —repitió el detective— si crees que debemos comenzar a evacuar a todo el mundo que esté alrededor de la comisaría. Quiero decir, mejor ahora que esperar hasta que esté cercana la hora del ataque.

Durante un largo momento Rhyme observó el tronco azulado de la fibra en la pantalla del SEM. Luego abruptamente respondió:

—Sí. Tenemos que sacar a todo el mundo. Evacuar los edificios alrededor de la comisaría. Los cuatro bloques de cada lado y en la calle del frente.

—¿Tantos? —Preguntó Sellitto con una débil risa—. ¿Realmente piensas que debemos hacerlo?

Rhyme levantó la vista hacia el detective:

—No, cambié de opinión. Toda la manzana. Tenemos que evacuar toda la manzana. Inmediatamente. Y haz que vengan Haumann y Dellray. No me importa donde estén. Los quiero aquí ahora.

Capítulo 17: Hora 22 de 45

Algunos habían dormido.

Sellitto en un sillón; se había levantado más arrugado que nunca y todo despeinado. Cooper en la planta inferior.

Sachs había pasado la noche en un diván de la planta baja, o quizá en otro dormitorio de la primera planta. Ya no mostraba ningún interés por la Clinitron.

Thom, que también parecía adormilado, rondaba por el lugar como el simpático entrometido que era, y le tomó la tensión a Rhyme. El olor de café invadió la casa.

Era justo después del amanecer y Rhyme estaba mirando los diagramas de las pruebas materiales. Habían estado despiertos hasta las cuatro, planeando la estrategia para atrapar al Bailarín, y contestando a un montón de quejas por la evacuación.

¿Tendrían éxito? ¿Caería el Bailarín en la trampa? Rhyme creía que sí. Pero existía otra cuestión, una en la que Rhyme no quería pensar pero que no podía evitar. ¿Cuánto daño causaría la trampa que estaban preparando? El Bailarín ya era demasiado mortífero en su propio territorio. ¿Cómo sería cuando se viera acorralado?

Thom servía café para todos y observaron el mapa táctico de Dellray. Rhyme, de nuevo en la Storm Arrow, se acercó y lo estudió también.

—¿Todos en sus puestos? —preguntó a Sellitto y a Dellray.

Tanto los equipos 32E de Haumann como el grupo de federales escogidos por Dellray entre oficiales del SWAT del FBI de los distritos norte y este estaban preparados. Se habían acercado al amparo de la noche, a través de desagües y sótanos y por encima de los tejados, con el camuflaje completo de ciudad; Rhyme estaba convencido de que el Bailarín mantenía bajo vigilancia su objetivo.

—No estará durmiendo esta noche —había dicho Rhyme.

—¿Estás seguro de que irá hasta allí, Linc? —preguntó Sellitto, dudoso.

¿Seguro?, se preguntó Rhyme con irritación. ¿Quién puede estar seguro de algo con el Bailarín?

Su arma más mortífera es el engaño…

—Noventa y dos coma siete por ciento seguro —replicó con ironía.

Sellitto emitió una amarga carcajada.

Fue entonces cuando sonó el timbre. Un momento después un hombre robusto, de mediana edad, que Rhyme no reconoció, apareció en la puerta de la sala.

BOOK: El bailarín de la muerte
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