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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, #Policíaco

El bailarín de la muerte (23 page)

BOOK: El bailarín de la muerte
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El suspiro de Dellray sugería que se avecinaba una tormenta. Sellitto también conocía al hombre, y lo saludó con cautela.

El recién llegado se identificó como Reginald Eliopolos, fiscal adjunto del distrito sur. Rhyme se acordó de que era el acusador en el caso de Phillip Hansen.

—¿Usted es Lincoln Rhyme? Me han hablado muy bien de usted Je-je, je-je. —Se adelantó y ofreció automáticamente su mano. Luego se dio cuenta de que la mano extendida jamás podría ser estrechada por Rhyme, de manera que la dirigió hacia Dellray, que la tomó con pocas ganas. Las alegres palabras de Eliopolos: «Fred, qué bueno verte otra vez», significaban exactamente lo opuesto. Rhyme se preguntó cuál sería el origen de la frialdad entre ellos.

El fiscal ignoró a Sellitto y a Mel Cooper. Thom percibió instintivamente que algo pasaba y no le ofreció café.

—Je-je, je-je. Me enteré de que estáis llevando una operación conjunta. No lo habéis comentado demasiado con los muchachos de arriba, pero, demonios, lo sé todo acerca de la improvisación. A veces no se puede perder el tiempo esperando firmas por triplicado. —Eliopolos se dirigió hacia un microscopio compuesto y escudriñó por el ocular—. Je-je —dijo, si bien lo que veía era un misterio para Rhyme ya que la luz de la platina estaba apagada.

—Puede ser —comenzó Rhyme.

—¿La cuestión? ¿Voy directo al grano? —Eliopolos se dio la vuelta—. Hay una camioneta blindada en el edificio del FBI del centro de la ciudad. Quiero que los testigos del caso Hansen estén en ella dentro de una hora. Percey Clay y Brit Hale. Se los llevará a la reserva de protección federal de Shoreham, en Long Island. Se los mantendrá allí hasta que presten testimonio ante el gran jurado en la mañana del lunes. Punto. Fin de la cuestión. ¿Qué os parece?

—¿Piensa que es una idea sensata?

—Je-je. Por supuesto que sí. Pensamos que es más sensata que utilizar los testigos como anzuelo en algún tipo de
vendetta
personal del NYPD.

Sellitto suspiró.

—Abre los ojos un poco, Reggie —dijo Dellray—. No estás exactamente en lo cierto. ¿No es esto una operación conjunta? ¿No intervienen también las fuerzas especiales?

—Y eso está bien —dijo Eliopolos, distraído. Toda su atención se enfocaba en Rhyme—. Dígame, ¿cree de verdad que nadie en las altas esferas recordaría que se trata del mismo asesino que mató a sus técnicos hace cinco años?

A decir verdad, Rhyme había esperado que nadie se acordara. Y ahora que alguien lo había hecho, él y su equipo se hallaban en apuros.

—Pero, vale ya —dijo el fiscal con entusiasmo— no quiero una pelea territorial. ¿Por qué la iba a querer? Lo que quiero es a Phillip Hansen. Lo que todos quieren es a Hansen. ¿Recuerda? Él es el pez gordo.

En realidad, Rhyme casi se había olvidado de Phillip Hansen, y ahora que se lo recordaban comprendió exactamente lo que estaba haciendo Eliopolos. Y comprenderlo le provocó una gran preocupación.

Rhyme se movió alrededor de Eliopolos como un coyote.

—¿Tiene buenos agentes por allí —preguntó inocentemente— para proteger los testigos?

—¿En Shoreham? —respondió el fiscal, inseguro—. Bueno, puede apostar que sí. Je-je.

—¿Los ha instruido en cuestiones de seguridad? ¿Les ha dicho lo peligroso que es el Bailarín? —Rhyme parecía inocente como un niño.

Una pausa.

—Les he informado.

—¿Y cuáles son exactamente sus órdenes?

—¿Ordenes? —preguntó Eliopolos sin convicción. No era un hombre estúpido. Sabía que lo habían cogido.

Rhyme rió. Miró a Sellitto y a Dellray.

—Escuchad, nuestro amigo fiscal tiene tres testigos con los que espera cazar a Hansen.

—¿Tres?

—Percey, Hale… y el propio Bailarín —se burló Rhyme—. Quiere capturarlo para que lo delate.

Miró a Eliopolos:

—De manera que quiere usar a Percey de anzuelo también.

Dellray rió:

—Sólo que le está tendiendo a ella una trampa muy peligrosa. Ya entiendo.

—Usted piensa que el caso contra Hansen no es sólido, a pesar de lo que vieron Percey y Hale —dijo Rhyme.

El señor Je-je probó a utilizar la sinceridad.

—Le vieron arrojar unas malditas pruebas. Demonios, ni siquiera lo vieron realmente hacerlo. Si encontramos las bolsas de lona y lo relacionan con la muerte de esos dos soldados la primavera pasada, bien, tenemos un caso. Pero, A, podemos no encontrar las bolsas y B, las pruebas en su interior pueden estar deterioradas.

Entonces, C, llámenme
a mí
, pensó Rhyme. Puedo encontrar pruebas en el claro viento de la noche.

—Pero si captura vivo al matón de Hansen, puede delatar a su patrón —dijo Sellito.

—Exactamente —Eliopolos cruzó los brazos de la misma forma en que lo haría en un juicio, cuando pronunciaba el alegato final.

Sachs había estado escuchando desde la puerta. Hizo la pregunta que Rhyme estaba pensando:

—¿Y qué arreglo hará con el Bailarín?

—¿Y quién eres tú? —preguntó Eliopolos.

—Oficial Sachs. Del IRD.

—No es precisamente el lugar para que un técnico en escenas del crimen haga sus preguntas…

—Entonces seré yo el que le haga la maldita pregunta —ladró Sellitto—, y si no obtengo una respuesta, también se la hará el alcalde.

Eliopolos tenía una carrera política por delante, suponía Rhyme. Y probablemente una carrera de éxitos.

—Es importante que logremos condenar a Hansen. Es el mayor de dos males. El que puede hacer más daño —dijo Eliopolos.

—Es una bonita respuesta —dijo Dellray, arrugando la cara—. Pero no me aclara para nada el tema. ¿A qué acuerdo llegarás con el Bailarín si delata a Hansen?

—No lo sé —dijo el fiscal evasivamente—. No se ha discutido todavía.

—¿Diez años de cárcel de seguridad media? —murmuró Sachs.

—No ha sido discutido.

Rhyme estaba pensando en la trampa que habían estado planeado con tanto cuidado hasta las cuatro de la madrugada. Si se movía ahora a Percey y a Hale, el Bailarín lo sabría. Se reorganizaría. Descubriría que estaban en Shoreham y, como los guardias tenían orden de capturarlo vivo, entraría con facilidad, mataría a Percey y Hale —y a media docena de policías— y se iría.

—No tenemos mucho tiempo —comenzó el fiscal.

—¿Tiene papel? —le interrumpió Rhyme.

—Tenía la esperanza de que estuvieran dispuestos a cooperar.

—No lo estamos.

—Usted es un civil.

—Yo no —apuntó Sellitto.

—Je-je. Ya veo —miró a Dellray pero ni se molestó en preguntarle al agente de qué lado estaba. El fiscal dijo—: Puedo obtener en tres o cuatro horas una orden para consignarlos en custodia preventiva.

¿Un domingo por la mañana?, pensó Rhyme.
Je-je
.

—No los entregamos. Haga lo que tenga que hacer.

Eliopolos dibujó una sonrisa en su cara redonda y burocrática.

—Debo decirle que si este delincuente muere en un intento de atraparlo, yo personalmente revisaré el informe del comité que investiga las muertes provocadas por la policía, y hay una clara posibilidad de que saque en conclusión que ningún personal de supervisión dio las órdenes pertinentes para que se usara fuerza letal en una situación de arresto —miró a Rhyme—. También podría haber un caso de interferencia de civiles en una actividad policial. Podría llevarle a juicio. Sólo quiero que quede advertido.

—Gracias —dijo Rhyme despreocupadamente—. Se lo agradezco.

Cuando el fiscal se fue, Sellitto se persignó.

—Dios, Linc, ya lo oíste. Dijo un juicio.

—Por favor, por favor… No creo que un pequeño juicio asuste mucho a este muchacho —acotó Dellray.

Se echaron a reír.

Luego Dellray se estiró y dijo:

—Hay un virus que anda por ahí. ¿Oíste hablar de él, Lincoln? ¿De este bicho?

—¿De qué se trata?

—Ha infectado a mucha gente últimamente. Mis chicos del SWAT y yo estamos en una operación de esas y lo que sucede es que les aparece este feo temblor en los dedos que aprietan el gatillo.

Sellitto, peor actor que el agente, dijo claramente:

—¿A ti también? Pensé que le ocurría sólo a nuestros chicos de ESU.

—Pero, escuchad —dijo Fred Dellray, el Alec Guiness de los policías de la calle—. Hay un remedio. Todo lo que tenéis que hacer es matar a un desgraciado gilipollas, como este tipo, el Bailarín, apenas os mire mal. Eso siempre funciona.

Abrió su teléfono:

—Creo que llamaré para ver si mis chicos y chicas se acuerdan de esa medicina. Lo haré ahora mismo.

Capítulo 18: Hora 22 de 45

Cuando se despertó de madrugada en la sombría casa de seguridad, Percey Clay se levantó de la cama y se acercó a la ventana. Corrió la cortina y miró el cielo gris y monótono. Había una leve neblina.

Casi las condiciones mínimas, estimó. El viento cero noventa a cinco nudos. Visibilidad a cuatrocientos metros. Esperó que el tiempo aclarara para el vuelo de esa noche. Oh, ella podía volar con cualquier clima, lo había hecho muchas veces. Cualquiera que poseyera una licencia IFR
[40]
podía despegar, volar y aterrizar con cielo muy encapotado. (De hecho, con sus ordenadores, transpondedores, radar y sistemas para evitar colisiones, la mayoría de los aviones comerciales podían volar solos: hasta se podía conseguir un aterrizaje perfecto con las manos libres). Pero a Percey le gustaba volar con el cielo despejado. Le gustaba ver pasar la hierba debajo. Las luces por las noches. Las nubes. Y por encima, las estrellas.

Todas las estrellas de la noche…

Pensó nuevamente en Ed y en la llamada la noche pasada a su madre, a Nueva Jersey. Habían hecho planes para el funeral. Quería pensar un poco más en ello, preparar la lista de invitados, organizar la recepción.

Pero no podía. Su mente estaba ocupada con Lincoln Rhyme.

Recordó la conversación que habían mantenido el día anterior tras las puertas cerradas en su dormitorio, después de la pelea con esa oficial, Amelia Sachs.

Se había sentado cerca de Rhyme en un viejo sillón. Él la había estudiado durante un momento, mirándola de arriba abajo. Una curiosa sensación la invadió. No se trataba de un examen personal, no la contemplaba de la forma que los hombres miran a ciertas mujeres (no a ella, por supuesto) en los bares o en la calle. Era más bien la manera en que un piloto veterano podría estudiarla antes de su primer vuelo juntos. Sopesando su autoridad, su porte, su rapidez de pensamiento. Su valor.

Había sacado la petaca del bolsillo pero Rhyme sacudió la cabeza y sugirió que tomaran un whisky de dieciocho años.

—Thom piensa que bebo demasiado —había dicho—. Y es así. Pero qué es una vida sin vicios, ¿verdad?

—Mi padre es un proveedor —dijo ella con una sonrisa.

—¿De bebida? ¿O de vicios en general?

—Cigarrillos. Es un ejecutivo de U.S. Tobacco en Richmond. Disculpa. Ya no se llama de esta forma. Ahora es U.S. Consumer Products o algo así.

Se oyó un batir de alas en el exterior de la ventana.

—Oh —se había reído—, es un halcón.

Rhyme había seguido su mirada fuera de la ventana.

—¿Un qué?

—Un peregrino macho. ¿Por qué habrá hecho su nido ahí? En la ciudad los hacen más altos.

—No lo sé. Me desperté una mañana y allí estaban. ¿Sabes algo de halcones?

—Claro que sí.

—¿Has cazado con ellos?

—Solía hacerlo. Tenía un halcón que utilizaba para cazar perdices. Lo crié desde que era pichón.

—¿Cómo fue?

—Era todavía pequeño y estaba en el nido. Son más fáciles de entrenar. —Había examinado el nido con cuidado, con una leve sonrisa en su rostro—. Pero mi mejor cazador fue un azor adulto. Hembra. Son más grandes que los machos y mejores cazadores. Es difícil trabajar con ellas. Pero cazaba cualquier cosa: conejos, liebres, faisanes.

—¿Todavía lo tienes?

—Oh, no. Un día estaba al acecho, planeaba buscando una presa. Luego le dio por cambiar de idea. Dejó que escapara un gran faisán. Voló hasta una corriente cálida que la llevó cientos de metros hacia arriba. Desapareció hacia el sol. Le puse un cebo durante un mes pero nunca regresó.

—¿Desapareció así como así?

—A veces sucede —había dicho Percey y se había encogido de hombros sin emoción—. Son animales salvajes. Pero pasamos juntas unos buenos seis meses. —Era el halcón que inspiró el logo de Hudson Air. Señaló la ventana con la cabeza—. Tienes suerte con su compañía. ¿Les has puesto nombre?

—No es la clase de cosas que hago —se rió Rhyme desdeñoso—. Thom lo intentó. Me reí tanto que se tuvo que salir del cuarto.

—¿Esa oficial Sachs va a arrestarme de verdad?

—Oh, creo que puedo convencerla de que no lo haga. Escucha, debo decirte algo.

—Adelante.

—Tenéis que tomar una decisión, tú y Hale. Sobre eso quería hablarte.

—¿Un decisión?

—Podemos sacaros de la ciudad. Alojaros en un centro para la protección de testigos. Si seguimos maniobras evasivas correctas, estoy completamente seguro de que podemos deshacernos del Bailarín y manteneros seguros hasta la reunión del gran jurado.

—¿Pero? —había preguntado ella.

—Pero él seguirá buscándonos. Y aun después de vuestra comparecencia ante el gran jurado, todavía constituiréis una amenaza contra Phillip Hansen porque tendréis que testificar en el juicio. Eso podría ser dentro de meses.

—El gran jurado quizá no lo acuse, digamos lo que digamos —señaló Percey—. Entonces no tiene sentido que nos mate.

—No tiene importancia. Una vez que el Bailarín ha sido contratado para matar a alguien no se detiene hasta haberlo conseguido. Además, los fiscales acusarán a Hansen de la muerte de tu marido, y también serás testigo en ese caso. Hansen necesita que desaparezcas.

—Me parece que entiendo adónde quieres ir a parar.

Rhyme levantó una ceja.

—Me siento como una lombriz en el anzuelo —comentó Percey.

Los ojos de Rhyme se entrecerraron y rió:

—Bueno, no te voy a hacer desfilar en público, sólo te alojaré en una casa de seguridad aquí en la ciudad. Completamente custodiada. Con una seguridad de última generación. Pero nos atrincheraremos y te mantendremos allí. El Bailarín aparecerá y lo detendremos, de una vez por todas. Es una idea algo loca, pero no creo que tengamos otra opción.

Otro trago de whisky. No era malo para ser un producto no embotellado en Kentucky.

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