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Authors: Jeffery Deaver

Tags: #Intriga, #Policíaco

El bailarín de la muerte (27 page)

BOOK: El bailarín de la muerte
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—¿Puede hablar? —preguntó Rhyme—. ¿Alguna pista para saber dónde fue el Bailarín?

—No. Está inconsciente. No sé si lo podrán salvar. Dios.

—No pierdas la calma, Sachs. Tenemos una escena de crimen para analizar. Tenemos que encontrar dónde está el Bailarín, si todavía anda por allí. Vuelve al depósito. Mira si hay puertas o ventanas al exterior.

Mientras caminaba hacia el lugar, Sachs preguntó:

—¿Cómo sabías lo del armario?

—A causa de la dirección de las gotas. Introdujo a Innelman dentro y empapó un trapo con la sangre del policía. Caminó hacia el ascensor, moviendo el trapo con un balanceo. Las gotas se movían en diferentes direcciones cuando cayeron. Por eso tenían el aspecto de lágrimas. Y ya que trató de conducirnos hacia el ascensor, deberíamos mirar en la dirección opuesta para encontrar su ruta de escape. El depósito. ¿Estás ahí?

—Sí.

—Descríbelo.

—Hay una ventana que da al callejón. Parece que empezó a abrirla. Pero está cerrada con masilla. No hay puertas. —Miró por la ventana—. No puedo ver ninguno de los policías apostados. No sé cómo hizo el Bailarín para verlos.

—Tú no puedes ver ningún policía —dijo Rhyme con cinismo—. Él pudo. Ahora, camina por la cuadrícula y veamos lo que encuentras.

Sachs examinó cuidadosamente la escena de crimen, caminó la cuadrícula y luego pasó la aspiradora para recoger cualquier vestigio. Guardó con cuidado los filtros en bolsas.

—¿Qué ves? ¿Algo?

Sachs iluminó los muros con su linterna y encontró dos bloques desparejos. Era un pasaje estrecho, pero alguien delgado podría pasar por él.

—He encontrado su camino de salida, Rhyme. Atravesó la pared por unos bloques de hormigón sueltos.

—No abras el pasaje. Llama a los de SWAT.

Ella llamó a varios agentes al cuarto y sacaron los bloques. Luego iluminaron con sus linternas montadas en los cañones de sus metralletas H&K el pasaje y la habitación adyacente.

—Limpio —exclamó un agente. Sachs sacó su arma y se deslizó al recinto fresco, oscuro y húmedo.

Era una rampa en declive llena de escombros que pasaba por un agujero en los cimientos. Caía agua. Sachs tuvo el cuidado de pisar sobre grandes pedazos de hormigón y evitar la tierra empapada.

—¿Qué ves, Sachs? ¡Dime!

Barrió con la PoliLight los lugares donde el Bailarín podría haberse asido con las manos o puesto los pies.

—Vaya, Rhyme.

—¿Qué?

—Huellas dactilares. Latentes, recientes… Espera. Pero aquí están las huellas de los guantes también. Con sangre. Por el trapo. No lo entiendo. Es como una cueva… Quizá se quitó los guantes por alguna razón. Quizá pensó que estaba seguro en el túnel.

Luego miró hacia abajo e iluminó sus pies con el resplandor extraño de la luz amarillo-verdosa.

—Oh.

—¿Qué?

—No son sus huellas. Está con alguien más.

—¿Alguien más? ¿Cómo lo sabes?

—También hay otro conjunto de huellas de pies. Todas son frescas. Unas más grandes que las otras. Van en la misma dirección, corriendo. Dios, Rhyme.

—¿Qué pasa?

—Significa que tiene un socio.

—Vamos, Sachs. El vaso está medio lleno —agregó Rhyme con alegría—. Significa que tenemos el doble de pruebas para atraparlo.

—Yo pensaba —dijo Sachs sombríamente— que significaba que sería el doble de peligroso.

*****

—¿Qué traes? —preguntó Lincoln Rhyme.

Sachs había regresado a la casa del criminalista. Ella y Mel Cooper observaban las pruebas recogidas en la escena. Sachs y los SWAT habían seguido las huellas de pies hasta un túnel de acceso al metro, allí perdieron la pista tanto del Bailarín como de su compañero. Parecía que los hombres subieron hasta la calle, escapando a través de una boca de alcantarillado.

Sachs dio a Cooper la huella que había encontrado en la entrada del túnel, él la escaneó en el ordenador y la envió a los federales para una investigación AFIS.

Luego Sachs sostuvo dos huellas electrostáticas para que Rhyme las examinara.

—Estas son las huellas de pies del túnel. Esta es la del Bailarín —levantó una de las huellas, transparente, como una radiografía—. Concuerda con una huella encontrada en la consulta del psiquiatra de la primera planta, donde entró.

—Lleva zapatos comunes de obrero —comentó Rhyme.

—Creería que usaba calzado de combate —musitó Sellitto.

—No, sería demasiado obvio. El calzado de trabajo tiene suela de caucho antideslizante y punteras de acero. Es tan bueno como las botas si no se necesita una protección para el tobillo. Acércame la otra, Sachs.

Los zapatos más pequeños estaban muy gastados en los talones y en el pulpejo. Había un gran agujero en el zapato derecho, a través del cual se podía observar una red de arrugas dérmicas.

—No lleva calcetines. Puede que su amigo sea un vagabundo.

—¿Por qué lleva a alguien con él? —preguntó Cooper.

—No lo sé —dijo Sellitto—. Se sabe que siempre trabaja solo. Utiliza a la gente pero no confía en ella.

Justo lo mismo de lo que me acusan a mí, pensó Rhyme y dijo:

—¿Y lo de dejar huellas dactilares en la escena? Este tipo no es un profesional. Debe tener algo que el Bailarín necesita.

—Una salida del edificio, quizá —sugirió Sachs.

—Podría ser.

—Y en este momento debe estar muerto —comentó la chica.

Probablemente, acordó Rhyme en silencio.

—Las huellas son muy pequeñas —dijo Cooper—. Supongo que corresponden a una talla ocho, masculina.

El tamaño de la suela no se corresponde necesariamente con el tamaño del zapato y proporciona un indicio todavía más incierto sobre la estatura de la persona que los usa, aun así resultaba razonable deducir que el socio del Bailarín tenía una estructura corporal pequeña.

Volviendo a las pruebas, Cooper montó muestras en un portaobjetos y las puso bajo el microscopio de luz polarizada. Envió la imagen al ordenador de Rhyme.

—Línea de comandos, cursor a la izquierda —ordenó Rhyme con su micrófono—. Stop. Doble clic —examinó el monitor del ordenador—. Más argamasa del bloque de hormigón. Tierra y polvo… ¿De dónde sacaste esto, Sachs?

—Lo raspé de alrededor de los bloques de hormigón y aspiré el suelo del túnel. También encontré un nido detrás de unas cajas donde parecía que alguien se había escondido.

—Bien. Vale. Mel, pásalo por el cromatógrafo. Hay muchos elementos aquí que no reconozco.

El cromatógrafo retumbó al separar los compuestos, y envió los vapores resultantes al espectómetro para que los identificase. Cooper examinó la pantalla y silbó sorprendido.

—Me admira que este tío sea capaz de andar.

—Sé un poco más específico, Mel.

—Es una farmacia ambulante, Lincoln. Tenemos secobarbital, fenobarbital, Dexedrina, amobarbital, meprobamato, clorodiazepóxido, diazepam.

—Dios —murmuró Sellitto—. Pastillas de todo tipo…

—También lactosa y sacarosa —continuó Cooper—. Calcio, vitaminas, enzimas que se encuentran en productos lácteos.

—Alimentos para bebés —murmuró Rhyme—. Los camellos las utilizan para cortar drogas.

—De manera que el Bailarín se buscó un idiota como secuaz. Quién iba a decir.

—Todas esas consultas médicas… —dijo Sachs—. Este tipo debe haber estado robando píldoras.

—Conéctate con FINEST —dijo Rhyme—. Consigue una lista de todos los piratas de farmacias que tengan.

—Será tan larga como las Páginas Blancas, Lincoln —rió Sellito.

—Nadie dice que sea fácil, Lon.

Pero antes que pudiera hacer la llamada, Cooper recibió un e-mail.

—No hace falta que nos entretengamos con esto.

—¿Por qué?

—El informe AFIS sobre las huellas dactilares —el técnico miró la pantalla—. Sea quien sea este tipo no está registrado ni en la ciudad, ni en el estado de Nueva York y no figura en el NCIC
[43]
.

—¡Diablos! —exclamó Rhyme. Se sentía víctima de una maldición. ¿No podría ser un poco más fácil?—. ¿Algún otro vestigio? —musitó.

—Hay algo aquí —dijo Cooper—. Un trozo de azulejo azul, lechado al dorso, unido a lo que parece ser hormigón.

—Veamos.

Cooper montó la muestra en la platina del microscopio.

Con calambres en el cuello y casi al borde de un espasmo, Rhyme se inclinó hacia delante y lo estudió con cuidado.

—Bien. Un antiguo azulejo tipo mosaico. Porcelana con un acabado agrietado y con base de plomo. Tiene sesenta o setenta años, me parece. —Pero no pudo sacar ninguna conclusión de la muestra—. ¿Algo más? —murmuró.

—Unos pelos —Cooper los montó para verlos. Se inclinó sobre el microscopio.

Rhyme también examinó las finas hebras.

—Animales —anunció.

—¿Más gatos? —preguntó Sachs.

—Veamos —dijo Cooper, con la cabeza inclinada.

Pero estos pelos no eran de felino. Eran de roedor.

—Rata —anunció Rhyme—.
Rattus norvegicus
. La común rata de alcantarilla.

—Sigamos. ¿Qué hay en esa bolsa, Sachs? —preguntó Rhyme como un niño hambriento frente al escaparate de una tienda de golosinas—. No, no. Allí. Sí, esa misma.

Dentro de la bolsa de pruebas había un trozo de servilleta de papel manchada con algo de color marrón claro.

—La encontré en el bloque de hormigón, el que quitaron para entrar al túnel. Pienso que la tenía en la mano. No hay huellas pero la mancha podría corresponder a la palma de una mano.

—¿Por qué lo piensas?

—Porque me froté la mano con un poco de tierra y la apoyé en otro bloque. La marca que dejó es la misma.

Esa es mi Amelia, pensó Rhyme. Por un instante se acordó de lo ocurrido la noche anterior, cuando los dos estaban acostados en su cama. Descartó ese recuerdo.

—¿Qué pasa, Mel?

—Parece grasa. Impregnada de polvo, tierra, fragmentos de madera, trozos de material orgánico. Carne animal, me parece. Todo muy antiguo. Y mira allí en el ángulo superior.

Rhyme examinó unas motas plateadas en la pantalla de su ordenador.

—Metal. Molido o raspado de algo. Pásalo por el cromatógrafo. Asegurémonos de lo que es.

Cooper hizo lo que le indicó.

—Petroquímico —contestó—. Con una refinación rudimentaria, sin aditivos… Hay hierro con vestigios de manganeso, silicona y carbono.

—Espera —exclamó Rhyme—. ¿Algún otro elemento, cromo, cobalto, cobre, níquel, tungsteno?

—No.

Rhyme miró al techo.

—¿El metal? Es acero viejo, hecho con hierro en lingotes en un horno Bessemer. Si fuera moderno tendría alguno de esos otros materiales en su composición.

—Y aquí hay algo más. Alquitrán mineral.

—¡Creosota! —gritó Rhyme—. Ya lo tengo. Es el primer gran error del Bailarín. Su socio es un mapa vial viviente.

—¿Hacia dónde?

—Hacia el metro. Esa grasa es antigua, el acero procede de antiguas instalaciones y extremos de traviesas, la creosota es de las traviesas. Oh, y el fragmento de azulejo es de un mosaico. Muchas estaciones antiguas estaban alicatadas, tenían imágenes de algo relacionado con el vecindario.

—Claro —dijo Sachs—, la estación de Astor Place tiene mosaicos de los animales que vendía John Jacob Astor.

—Azulejo agrietado de porcelana. De manera que el bailarín lo quería para eso. Un escondite. El amigo del Bailarín es probablemente un drogata sin hogar que vive en una vía secundaria, túnel o estación abandonados.

Rhyme se dio cuenta de que todos estaban mirando la sombra de un hombre en la puerta. Dejó de hablar.

—¿Dellray? —dijo Sellitto, dudoso.

La cara sombría y oscura de Dellray apareció en el umbral.

—¿Qué pasa? —preguntó Rhyme.

—Es Innelman. Lo cosieron. Le dieron trescientos puntos de sutura. Pero fue demasiado tarde. Perdió demasiada sangre. Acaba de morir.

—Lo siento —dijo Sachs.

El agente levantó las manos, con sus largos dedos alzados como escarpias.

Todos los que estaban en el cuarto sabían lo que le sucedió al compañero más antiguo de Dellray: murió en la bomba del edificio federal de Oklahoma City. Rhyme recordó también a Tony Panelli, secuestrado en el centro de la ciudad pocos días antes. Probablemente en aquellos momentos estaría muerto y la única pista de su paradero eran los misteriosos granos de arena.

Y ahora otro de los amigos de Dellray estaba muerto.

El agente caminó con grandes zancadas amenazantes y preguntó:

—Sabéis por qué acuchilló a Innelman, ¿verdad?

Todos lo sabían, nadie contestó.

—Para distraernos. Es la única razón en el mundo. Para mantenernos lejos de su rastro. ¿Podéis creerlo? Una maldita distracción.

Abruptamente dejó de caminar. Miró a Rhyme con sus atemorizadores ojos oscuros.

—¿Tienes alguna pista, Lincoln?

—Apenas —le explicó lo del socio vagabundo del Bailarín, las drogas, el escondite en el metro. En algún lugar.

—¿Eso es todo?

—Me temo que sí. Pero todavía nos quedan más pruebas que examinar.

—Pruebas —susurró Dellray con desdén. Caminó hacia la puerta y se detuvo—. Una distracción. No es una maldita razón para que muera un hombre bueno. En absoluto una razón.

—Fred, espera… te necesitamos.

Pero el agente no oyó, o si lo hizo ignoró a Rhyme. Salió con paso airado del cuarto.

Un momento después la puerta de abajo se cerró de un buen golpe.

Capítulo 21: Hora 23 de 45

—Hogar, dulce hogar —dijo Jodie.

Un colchón, dos cajas con ropas viejas y comida enlatada. Revistas, Playboy y Penthouse y algunas baratas de pornografía hardcore, que Stephen miró con disgusto. Un libro o dos. La fétida estación de metro donde vivía Jodie, en algún lugar del centro de la ciudad, había cerrado décadas atrás, remplazada por otra, calle arriba.

Un buen lugar para los gusanos, pensó Stephen sombríamente, y enseguida alejó esta imagen de su mente.

Habían entrado a la pequeña estación por la plataforma de abajo. Llegaron hasta ella tras recorrer tres o cuatro kilómetros desde la casa de seguridad, siempre bajo tierra, a través de sótanos de edificios, túneles y tuberías pequeñas y grandes de las cloacas. Dejaron una pista falsa, una tapa de boca de alcantarilla abierta y finalmente entraron al túnel del metro donde se apresuraron. Si bien Jodie estaba patéticamente fuera de forma, trataba de recuperar el aliento mientras corría detrás de los frenéticos pasos de Stephen.

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